Por Obispo Joseph Kopazc
Como una nación esperamos con entusiasmo a finales de la próxima semana conmemorar y celebrar el día festivo nacional más venerado de nuestra nación, el Cuatro de Julio. Valoramos nuestras libertades políticas, religiosas y civiles, y en los últimos tiempos la Iglesia ha perfeccionado en esa libertad que tiene lugar prioritario en la Primera Enmienda de nuestra Constitución, la libertad religiosa.
La Primera Enmienda establece que “El Congreso no aprobará ley alguna que adopte el establecimiento de una religión o se prohíba el libre ejercicio de las mismas”. La Iglesia Católica, junto con muchos otros líderes religiosos, teólogos, practicantes laicos y agentes comunitarios, cree que una importante amenaza a la libertad religiosa está en marcha en la tierra. (Ver pag. 14 para la declaración que acompaña este artículo)
El mandato del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) sobre la cobertura de los seguros médicos para esterilización, anticoncepción y medicamentos inductores para el aborto en la Ley de Asistencia Asequible, lo que se conoce como Obama Care, es la amenaza directa a la libertad religiosa. Muchas personas de fe y buena voluntad, han observado que el gobierno ha tomado sobre sí mismo el definir estrictamente quien tiene derecho a disfrutar de la libertad religiosa que está garantizada en la Primera Enmienda de nuestra Constitución.
El mandato del HHS busca estrictamente exonerar de la Ley de Atención a la Salud únicamente a los que trabajan en lugares de culto, y no está extendiendo la misma libertad religiosa a los que trabajan y sirven en centros católicos de asistencia a la salud, instituciones educativas y de servicios sociales. La Iglesia cree que la misión que Jesucristo nos encomendó es una túnica inconsútil de culto, Palabra, y servicio, que está protegida por la Primera Enmienda y no puede ser arbitrariamente dividida por leyes injustas. Esto es casi como prohibir el libre ejercicio de la religión o la libertad de servir.
En otras palabras, la libertad religiosa no es sólo sobre nuestra capacidad de ir a misa los domingos o rezar el rosario en casa. Se trata de si podemos hacer nuestra contribución al bien común de todos los americanos. ¿Podemos hacer las buenas obras que nuestra fe nos llama a hacer, sin tener que comprometer esa misma fe? Sin una libertad religiosa bien entendida, todos los estadounidenses sufren, privados de la contribución esencial en educación, salud, alimentación de los necesitados, los derechos civiles, y los servicios sociales que los estadounidenses religiosos hacen todos los días, tanto aquí en casa como en el extranjero.
La Unión de Congregaciones Judías Ortodoxas de América emitió una declaración acerca del mandato de la administración sobre la anticoncepción y la esterilización que capturó exactamente el peligro al que nos enfrentamos:
Lo más preocupante, es la lógica subyacente de la Administración para su decisión, que parece ser la opinión de que si una entidad religiosa no es insular, pero comprometida con la sociedad en general, pierde su carácter y libertades “religiosas”. Muchas religiones creen firmemente en estar abiertas y comprometidas con la sociedad en general; y con conciudadanos de otras religiones. La decisión de la Administración hace el precio de este enfoque hacia el exterior la violación de los principios religiosos de la organización. Esto es profundamente decepcionante.
Este no es un tema católico. Esta no es una cuestión judía. Este no es un problema ortodoxo, mormón, o musulmán. Es un tema americano.
Como cristianos de diversas tradiciones nos oponemos a una “plaza pública desarmada”, despojada de argumentos religiosos y creyentes. No buscamos una “plaza pública sagrada” tampoco, que le da privilegios y beneficios especiales a los ciudadanos religiosos. Más bien, buscamos una plaza pública civil, donde todos los ciudadanos pueden hacer su contribución al bien común. A lo mejor, podríamos llamar esto una plaza pública americana establecida en la Primera Enmienda de nuestra querida Constitución.
Mientras el Verano de la Libertad (Freedom Summer) se despliega ante nosotros, recordamos el movimiento de los derechos civiles de los años 1950 y 1960. Los estadounidenses relumbraron la luz del Evangelio en una oscura historia de esclavitud, segregación e intolerancia racial. El movimiento de los derechos civiles fue un movimiento esencialmente religioso, un llamado a despertar las conciencias, no sólo un llamado a la Constitución de los Estados Unidos para cumplir con su herencia de libertad.
En su famosa “Carta desde la cárcel de Birmingham”, en 1963, el Reverendo Martin Luther King Jr. dijo valientemente: “El objetivo de Estados Unidos es la libertad.” Como un pastor cristiano, argumentó que llamar a América a la plena medida de que esa libertad es la contribución específica que los cristianos están obligados a hacer. El fundamentó sus argumentos legales y constitucionales sobre la justicia en la larga tradición cristiana:
Estoy de acuerdo con San Agustín en que “Una ley injusta no es ley en absoluto”. Ahora ¿cuál es la diferencia entre las dos? ¿Cómo uno determina si una ley es justa o injusta? Una ley justa es un código hecho por el hombre que cuadra con la ley moral o la ley de Dios. Una ley injusta es un código que no está en armonía con la ley moral. Para decirlo en los términos de Santo Tomás de Aquino, una ley injusta es una ley humana que no está apoyada en la ley eterna y la ley natural.
Es algo preocupante contemplar a nuestro gobierno promulgando una ley injusta. Una ley injusta no puede ser obedecida. Frente a una ley injusta, no se ha de buscar un ajuste, especialmente recurriendo a palabras equívocas y prácticas engañosas. Si nos enfrentamos hoy en día a la perspectiva de leyes injustas, entonces los católicos en los Estados Unidos, en solidaridad con nuestros conciudadanos, debemos tener el valor de no obedecerlas. Ningún estadounidense desea esto. Ningún católico la acoge. Pero si esta cae sobre nosotros, debemos cumplir como un deber a la ciudadanía y una obligación de la fe.
Somos católicos. Somos americanos. Estamos orgullosos de ser ambos, agradecidos por el don de la fe que es nuestra como discípulos cristianos, y agradecidos por el don de la libertad que es nuestra como ciudadanos estadounidenses. Ser católico y americano deben significar no tener que elegir uno sobre el otro. Nuestras lealtades son distintas pero no tienen por qué ser contradictorias, y en su lugar deben ser complementarias. Esa es la enseñanza de nuestra fe católica, que nos obliga a trabajar juntos con otros ciudadanos por el bien común de todos los que viven en esta tierra. Esa es la visión de nuestro fundador y de nuestra Constitución, que garantiza a los ciudadanos de todas las creencias religiosas el derecho a contribuir a nuestra vida en común.
Que tengan un bendito Cuatro de Julio que brille con la dignidad de la vida en todas sus etapas, la bendición de la libertad en todos los niveles y la búsqueda de la felicidad que encuentra su fuente y cumbre en el que otorga toda la vida y las libertades fundamentales.