Por Obispo Joseph Kopacz
Estoy esperando con interés el comienzo del año escolar 2014-15 cuando tendré mi primera oportunidad de celebrar la misa de apertura en muchas de nuestras escuelas católicas de la diócesis. Es mi meta el presidir la Eucaristía con todos nuestros alumnos de las escuelas católicas a principios del año escolar como me lo permita mi horario.
La tradición de la educación en las escuelas católicas en la Diócesis de Natchez, Natchez-Jackson, y ahora Jackson es larga y venerable. Los logros del pasado, que se extienden desde el siglo 19, todavía son visibles hoy a lo largo del Río Mississippi en nuestras escuelas en Greenville, Vicksburg, y Natchez donde la historia comenzó. Con el tiempo se establecieron escuelas a través de la diócesis y este año continúa la tradición con el día de apertura en Jackson, Madison, Meridian, Columbus, Greenwood, Clarksdale, Holy Springs y Southaven junto con los lugares mencionados anteriormente. Espero con ansias reunirme con los estudiantes, profesores, empleados y las familias en cada una de nuestras escuelas.
A medida que la Iglesia Católica desarrolló su misión en los Estados Unidos de “vayan, pues, a las gentes de todas naciones, y háganlas mis discípulos, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que yo os he mandado, y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 18-20), los obispos y los fieles se dieron cuenta de la urgencia primordial que las escuelas Católicas tendrían en la misión de enseñar a la próxima generación.
El tercer encuentro de los obispos norteamericanos en convocatoria formal en Baltimore en 1884 fue quizás la más significativa con respecto a la educación Católica. El decreto de que todas las parroquias proporcionaran educación católica puso en marcha la más enérgica campaña para la construcción de colegios católicos en la historia.
La Diócesis de Jackson acató este mandato y construyó escuelas para educar a todos los niños, blancos y negros, con familias dispuestas a sacrificar en su nombre. A menudo me encuentro con muchas de las personas de la diócesis que asistieron a nuestras escuelas católicas, y están agradecidos por la educación que recibieron y los sacrificios que lo hicieron posible. Cada generación católica enfrenta los desafíos de la sostenibilidad en garantizar un alto nivel de calidad de educación católica. Pagar por nuestras escuelas mientras somos fieles a la misión de Jesucristo es siempre un trabajo de amor.
Durante la conmemoración del verano de la libertad es una bendición el apreciar el honorable legado de la educación católica que estuvo a disposición para los descendientes de aquellos que habían sido esclavos. Durante la última parte del siglo 19, y más de la mitad del siglo 20, la segregación fue un gran obstáculo a superar.
Abrirle las puertas de las escuelas a la población negra frente a las leyes de Jim Crow produjo enormes desafíos, pero la Iglesia Católica respondió, facultado por el Señor Jesús de enseñar a todas las naciones. En la tradición de las escuelas católicas, separación pero igualdad no era una expresión vacía.
Cito de los escritos de los que se graduaron de la Escuela San José en Meridian en la primera mitad del siglo 20. Todo se reduce a una cuestión de preparación. Un sentimiento de unidad, junto con un alto nivel de experiencia académica, le dio a los estudiantes de San José tanta preparación como fue posible para lo desconocido. Los alumnos estaban siendo formados para aceptar no sólo lo que se encontraba a la vuelta de la esquina de la vida, sino también para dar la vuelta a esa esquina con confianza.
La aprobación de la legislación sobre los Derechos Civiles en 1964 fue otra de las esquinas que hubo que voltear en nuestro sistema escolar de la Iglesia Católica y el Obispo R. O. Gerow y los parrocos, los educadores y los fieles de la Diócesis de Jackson dieron vuelta a esa esquina con confianza e integridad como leemos en la carta del Obispo.
(Para ser anunciado en la iglesia el domingo 9 de agosto de 1964)
Amados hermanos en Cristo Jesús:
Les escribo con respecto a una cuestión sobre la cual he pensado mucho y he orado y sobre la cual he tomado una decisión. En consecuencia, es la política de las escuelas católicas de la diócesis de admitir a los niños calificados para el primer grado sin relación a su raza. Esto es efectivo a partir de septiembre de 1964. La aplicación de la presente decisión será dirigida por cada pastor en consulta conmigo. Hago un llamado al pueblo católico de Mississippi para dar testimonio a un verdadero espíritu cristiano por la aceptación y la cooperación en la implementación de esta política. Dependo de su devoción y les pido por sus oraciones para que cualquier ajuste consiguiente pueda contribuir a la gran honra y gloria de Dios y al fortalecimiento de los vínculos de la caridad que nos une a todos en Cristo.
Deseándoles la abundante bendición de Dios,
Soy sinceramente suyo en Cristo,
+Obispo R. O. Gerow.
Esta es la honorable tradición de la que formamos parte. Como discípulos del Señor, reconocemos que somos todos estudiantes de por vida, marcados por el distinguido proceso de crecimiento en conocimiento, sabiduría, y gracia. Nos ayudamos mutuamente a estar abiertos al Espíritu Santo que nos saca de las tinieblas de la ignorancia y el miedo, y nos lleva a su luz admirable de los conocimientos y la comprensión, coraje y recto juicio en vivir la vida cada día.
Que Dios siga bendiciendo a todos los que se sacrifican en nuestra generación para que nuestras escuelas católicas sean una realidad, un camino único para el cumplimiento del mandato del Señor de enseñar a todas las naciones.
(NOTA DEL EDITOR: Debido a que el Obispo Kopacz estará de vacaciones y otros compromisos, no escribirá su columna durante el mes de agosto. Continuará su columna en septiembre.)