Por Obispo Joseph Kopacz
Estoy escribiendo esta columna desde por encima de la tierra, en vuelo de regreso a Jackson y a la diócesis y el ministerio que me espera. Para aquellos de ustedes que no saben, participé en una conferencia en Roma, Italia, diseñada para todos los obispos recién ordenados de todo el mundo. Alrededor de 250 obispos estuvieron presente para escuchar una serie de charlas sobre las múltiples dimensiones de la vida de un obispo. Los cardenales, que son los jefes de los distintos departamentos dentro de la Ciudad del Vaticano que sirven a la Iglesia Católica en todo el mundo, dieron la mayoría de las presentaciones.
Una de las ventajas a largo plazo de la conferencia es la nueva relación que surgió con mis compañeros obispos de los Estados Unidos. Todos estamos en el mismo barco, por así decirlo, como obispos recién ordenados, y es enriquecedor empezar a conocer sus historias y algo de las diócesis donde ahora sirven. Por supuesto, ninguna diócesis es tan interesante como la de Jackson. Ademas, obtener una mejor perspectiva de los obispos que están sirviendo en otras partes del mundo es siempre valioso. Algunos están sirviendo bajo extrema coacción debido a la pobreza y a los disturbios.
Cada día, aparte de asistir a cuatro conferencias, celebrar la Eucaristía junto con la oración de la mañana y de la tarde y comer tres comidas importantes, ¿qué más occurió para crear recuerdos duraderos?
Para empezar, todos los obispos tuvieron la oportunidad de celebrar la santa misa en la Basílica de San Pedro sobre la tumba de San Pedro. Después de la misa, reverentemente pausamos en su lugar de enterramiento, un momento muy conmovedor.
Al día siguiente, domingo, me subí en el autobús y viajé a Asís como un buen peregrino para pasar un día en el ambiente del gran San Francisco por quien nuestro Santo Padre es llamado. Celebramos la santa misa con los padres franciscanos en el horario regular de domingo en la Basílica de San Francisco.
Los visitantes de Asís y los feligreses de la parroquia estaban un poco aturdidos al mirar hacia arriba y ver la comitiva de obispos que procesaban durante el himno de apertura. Esa tarde visitamos la iglesia dedicada a nuestra Madre Santísima, Santa Maria degli Angeli, yo “tweeted” (mensaje por email) desde la amplia plaza que desemboca en la iglesia donde la tradición marca el lugar donde murió San Francisco.
El momento culminante del viaje a Roma fue la audiencia con el Papa Francisco en una de las espaciosas y acogedoras salas del Vaticano que acomodó fácilmente a nuestros acompañantes.
Fue excelente poder verlo de cerca y en persona, escuchar sus palabras de aliento y saludarlo personalmente. Fue una sensación surrealista de toda la experiencia, sin embargo, también fue una hora de conexión con amplio tiempo para saborear el encuentro con mis hermanos en el episcopado.
Veinte de ellos eran de Argentina y el Papa realmente se emocionó cuando reconoció a muchos de ellos en el saludo personal. Esos fueron momentos conmovedores de observar.
He seleccionado algunas de las reflexiones que el Papa Francisco nos dio en su charla. Comenzó diciendo que estaba feliz de conocernos y rápidamente nos alentó diciendo que somos “el fruto del arduo trabajo y oración incansable de la Iglesia que, cuando elige a su pastores, recuerda toda esa noche que el Señor pasó en la montaña en presencia del Padre, antes de nombrar a los que él quiso que se quedaran con él y que fueran por el mundo”. En compañía de los obispos de todo el mundo, las palabras del Papa resonaron de una manera apremiante.
Como un buen padre tiene que hacer, a continuación nos retó a abrazar el ministerio, el regalo que nos ha sido encomendado. “Ahora que ya han superado sus temores iniciales y el entusiasmo de su consagración, nunca den por hecho el ministerio que se les ha encomendado, nunca pierdan su asombro ante el plan de Dios, ni el temor reverente de caminar consciente de su presencia y la presencia de la iglesia, que es, en primer lugar suya”.
Continuando con este sentimiento procedió a destacar la estrecha relación entre el obispo y los fieles de su diócesis. “Hay un vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de la congregación”. Esto toca el corazón de la visión del Papa Francisco de anunciar y de vivir el Evangelio que expuso en su Exhortación Apostólica, “La Alegría del Evangelio” (Evangelii Guadium), es decir, tenemos que encontrarnos el uno al otro y acompañarnos a la luz del Evangelio en nuestro servicio al Señor en nuestra vida diaria.
En este sentido, el Santo Padre nos aconsejó a imitar la paciencia de Moisés mientras dirigía a su pueblo como “no hay nada más importante que introducir a la gente a Dios!
Hacia el final de su alocución, poéticamente nos estimuló a estar especialmente atentos a dos grupos de personas. Queridos hermanos, “comiencen con los jóvenes y los ancianos, porque los primeros son nuestras alas y los segundos son nuestras raíces; alas y raíces, sin las cuales no sabemos lo que somos ni mucho menos adonde vamos”.
Estoy feliz de poder compartir con ustedes algo de mi experiencia de esta visita especial a Roma, la ciudad eterna, e incluso estoy aún más contento de estar en tierra firme, en mi hogar una vez más en Jackson, la encrucijada del Sur.