Por el Obispo Joseph Kopacz
El Sínodo Pastoral de Obispos Sobre la Familia ha sido lanzado al mundo católico y ha creado un rumor más allá de los pasillos del Vaticano y de los confines de las parroquias católicas y de los ministerios en todo el mundo. Representantes de todo el mundo, laicos y obispos, se reunieron en Roma durante dos semanas para dialogar sobre las realidades que afirman y afectan el matrimonio y la familia en el mundo moderno.
Cuando asistí a las reuniones de orientación para los nuevos obispos en Roma en septiembre se enfatizó, que al sínodo se le llama pastoral porque su objetivo es fortalecer los lazos del matrimonio y la familia, y para conciliar aquellos que han sido lastimados por la institución que Dios estableció para ser dador de la vida. No se trata de un sínodo cuyo propósito es cambiar la enseñanza de la iglesia sobre el matrimonio sino para aplicar la sabiduría del “Guadium et Spes”, el histórico documento del Concilio Vaticano II. Es absolutamente necesario interpretar los signos del tiempo en el mundo moderno y responder con servicio amoroso mientras se mantiene fiel a la tradición de la iglesia. Sin duda, se trata de una enorme tarea que tenemos ante nosotros.
Consistente con su filosofía de la Iglesia Católica tal como se expresa en la Alegría del Evangelio, la Exhortación Apostólica sobre la evangelización, el papa Francisco alentó un clima de apertura englobado en el diálogo y el discernimiento a la luz del misterio de la mirada de Dios sobre nosotros. En otras palabras, es un proceso abierto con la intención de crear un vínculo de confianza y comunión con el fin de servir mejor al pueblo de Dios. Por supuesto, esto llevó a algunas abruptas conversaciones entre todos los participantes en el sínodo, y una intensa atracción en las medios de comunicación secular para exponer cualquier línea de falla en la unidad de la Iglesia.
La declaración de clausura del papa Francisco está publicada en esta edición de Mississippi Catholic y me gustaría destacar varias de sus observaciones.
Al final del sínodo el papa les recordó a todos que “todavía tenemos un año más para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y para encontrar soluciones concretas a las muchas dificultades y los numerosos desafíos que las familias deben afrontar para dar respuesta a los muchos desalientos que rodean y ahogan a las familias”.
El conocimiento y la sabiduría producida por arduos esfuerzos no permanecerán inactivos en algún archivo burócrata. El próximo año será un reflejo del año que llevó al Sínodo de Roma con la participación activa de muchos de los interesados en cada rincón del mundo católico. El papa describe al futuro inmediato como “un año para proporcionar un resumen claro y fiel de todo lo que se ha dicho y discutido en esta sala y en los pequeños grupos”. El próximo año será un tiempo para que madure el buen vino de las deliberaciones del sínodo para que el papa Francisco pueda preparar para la iglesia una Exhortación Apostólica que nos guíe e inspire en los años venideros.
El Papa astutamente indicó en su discurso de clausura que hay inevitables tentaciones que pueden debilitar nuestro largo camino juntos. Existe la tentación de la “rigidez hostil” que impide cualquier sorpresa del Espíritu Santo. Este es el congelado terreno del rígido tradicionalista. Del mismo modo, existe la tentación de los “voluntariosos” que en nombre de una falsa piedad vendan las heridas sin curarlas y medicarlas. Estos son los llamados progresistas y liberales.
Esta última es la tentación “de transformar las piedras en pan para romper la rigidez rápidamente, y el primero es la tentación de transformar el pan en piedras para tirarlas a los pecadores, los débiles y los enfermos a fin de transformarla en cargas insoportables”.
El papa continua con fuerza. “La tentación es descuidar la confianza de la fe para descender de la cruz, para complacer al pueblo y no quedarse allí, con el fin de cumplir la voluntad del Padre, para doblarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y encauzarlo hacia el Espíritu de Dios”. Del mismo modo, hay “la tentación de descuidar la realidad” la verdadera avestruz con la cabeza en la tierra mientras el mundo gira.
El trabajo que tenemos por delante es una misión crítica en nombre de la familia, la sociedad y la iglesia. El papa Francisco, con profunda preocupación, revela el camino de la compasión y la verdad.
“He tenido la sensación de que lo que se ha puesto ante nuestros ojos es el bien de la iglesia, de las familias, y de la ley suprema, el “bien de las almas”. Y esto siempre lo hemos dicho aquí en la sala sin jamás poner en cuestión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio; su indisolubilidad, unidad, fidelidad, fecundidad, y apertura a la vida. …Y esta es la iglesia, la viña del Señor, la madre fecunda y cuidadosa maestra, que no tiene miedo de enrollarse las mangas para verter aceite y vino sobre las heridas de la gente; quien no ve la humanidad como una casa de cristal para juzgar o clasificar a la gente. Es la iglesia que no tiene miedo de comer y beber con prostitutas y pecadores.
La alegría y la esperanza del evangelio para todos los hombres está muy clara en el cierre las reflexiones del papa Francisco, lo que abre la puerta a un Año de Gracia y Favor del Señor con el objetivo de orientar a la iglesia más profundamente en el misterio de Dios. Es un tiempo muy emocionante. Qué el Espíritu Santo abra nuestra mente y corazón para conocer la bondad del Señor.