Por Obispo Joseph Kopacz
Ahora estamos a mediados del mes de noviembre, un mes que comienza majestuosamente en nuestra tradición católica de fe con la celebración del Día de todos los Santos junto con la espera, llena de conmemoración del Día de los Fieles Difuntos. Durante esta época del año, nuestros corazones y mentes naturalmente y espiritualmente se concentran en el final del tiempo y del espacio, como lo conocemos, en el misterio de la vida eterna.
Somos hijos de Dios ahora. Lo que veremos más adelante aún no ha salido a la luz”, (1Jn3). Ahora vemos las cosas indistintamente, como en un espejo, pero entonces las veremos cara a cara, (1 Corintios 13). Estamos llamados a vivir en comunión eterna con Dios vivo, a través de Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos. “Creo en la comunión de los santos, la resurrección de los muertos y la vida eterna”, son las declaraciones de fe que concluyen en la proclamación de fe del Credo que proclamamos los domingos y días de fiesta.
Las estaciones del año, el don de Dios de la creación, habla de las estaciones de la vida humana y del inexorable motor del tiempo. El otoño ofrece el entorno natural en el Hemisferio Norte para reflexionar y adoptar la realidad de que la mortalidad tiene el dominio en esta vida. Incluso en Mississippi cuando las horas de luz disminuyen, las mañanas tempranas en el otoño pueden ser frescas, casi frías. Durante estos días sureños de noviembre, me deleito en el follaje del otoño, y en la hierba marrón, y las hojas que cubren los patios y las calles, todo un mes después del noreste de Pensilvania.
El mundo natural, de maneras manifestadas, está muriéndose a si mismo, preparándose para descansar en el letargo del invierno. De manera paradójica, hay una belleza única con la agonía y la muerte en el mundo natural que nos puede acercar más en la finitud de nuestra propia vida.
De igual manera son las estaciones de la vida humana. Los psicólogos han hecho enormes contribuciones a nuestra comprensión de los desafíos de la vida y las oportunidades en cada una de las etapas en el camino, comenzando con la vida en el vientre materno hasta el momento cuando el sol se pone en la vida de una persona. Desde temprano tratamos de establecer nuestra identidad.
Sobre este fundamento seguimos construyendo la estructura de nuestras vidas en el inicio de la edad adulta. Hacia la mitad de nuestra vida, el estancamiento con frecuencia viene a llamar a la puerta, y tenemos que cavar más profundo para permanecer amorosos y productivos. Con el inicio de la vejez, la sabiduría puede ser el huésped bienvenido, o la persona puede sucumbir a diversas formas de desesperación. Por lo tanto, no perdamos la esperanza. Aunque nuestros cuerpos se están desgastando, nuestro yo interior se renueva cada día, (2 Corintios 4:2 ).
Es cierto que el don de la fe en Jesucristo nos bendice con la promesa de la vida eterna a través de la morada del Espíritu Santo. Sin embargo, hay sobria realidad alrededor de nosotros resbalando a través del tiempo, incluso mientras poseemos el sentido de lo eterno. En la película el Hobbit, Gollum y Bilvo Baggins se van cabeza a cabeza con enigmas que entretienen, pero también afrontar al espectador con la sombría realidad de la vida.
Enigma 3:
No se puede ver, no se puede sentir,
No se puede oír, no se puede oler.
Se encuentra detrás de las estrellas
y debajo de las colinas,
y agujeros vacíos llena.
Sale primero y sigue después,
termina la vida, mata la risa.
La respuesta es la oscuridad. Un mordaz e inteligente enigma, sin duda, pero en la fe uno que sucumbe a las poderosas palabras de la Palabra hecha carne, Jesús el Cristo. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad”. (Juan 8:12 )
El enigma final de Gollum deja perplejo a Bilbo, y este necesita más tiempo para solucionarlo.
Enigma 5:
Esta cosa todas las cosas las devora;
las aves, las bestias, los árboles, las flores;
corroe el hierro, pica el acero;
Muele piedras a polvo;
mata a rey, arruina ciudad,
y desmorona montaña.
Bilbo necesita más tiempo para darse cuenta de que la respuesta al enigma es el tiempo. A veces a las personas se les da más tiempo para hacer las cosas bien, o para corregir las injusticias, y a veces no. El tiempo es fugaz (tempus fugit); pasa rápidamente. Nuestros días sobre la tierra son como la hierba, como flores silvestres, que florecen y mueren, (Salmo 103:15). Sin embargo, una vez más tenemos las palabras que son eternas en el rostro del gusano conquistador. Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, (Juan 11,25 ).
Jesús le dijo en una ocasión a los Saduceos, que no creían en la vida eterna y estaban tratando de cogerlo en una falta: “Ustedes está equivocados. Nuestro Dios es el Dios de la vida, no de los muertos.” (Mateo 22:32) La Iglesia Católica celebró la promesa de la vida eterna en la reciente canonización de San Juan Pablo Segundo y San Juan XXIII. Nosotros abrazamos la comunión de los santos, el perdón de los pecados, y la vida eterna.
Cuando oramos por nuestros queridos difuntos con mayor atención e intención este mes y pedimos la intercesión de los santos, que su amor y oraciones en nuestro nombre nos inspire a vivir una vida digna de la vocación que hemos recibido en virtud de los tres dones que perduran, la fe, la esperanza y el amor.