Las celebraciones de la Navidad, la fe, la familia y la amistad, han empezado a desvanecerse a medida que el Nuevo Año 2015 se apodera de nuestras vidas con todas sus urgentes demandas. Aunque el tiempo nos presiona, estaríamos de acuerdo en decir que el corazón y el alma de nuestros rituales y tradiciones con las comunidades de fe, las familias y los amigos son intemporales. Lo que se ve es transitorio, lo que es invisible es eterno, (2Cor. 4:18).
Espiritualmente en nuestra tradición católica, la Fiesta de la Epifanía, la manifestación del Señor Jesús a todas las naciones, y el Bautismo del Señor, el primer misterio luminoso del rosario, nos llevan a la culminación de la temporada navideña. El nacimiento físico, jubilosamente celebrado en la Encarnación, a una velocidad increíble llega al Bautismo del Señor, 30 años después. Las palabras del arcángel anunciando la buena nueva del gran júbilo del nacimiento del Salvador son ahora trascendente por divina majestad en las palabras de Dios el Padre en el Bautismo del Señor, este es mi Hijo amado, en quien me complazco, (Mat. 3:17).
Podemos seguir desenvolviendo el entendimiento y la sabiduría, la valentía y la esperanza de la Navidad dentro del Año Nuevo porque nosotros también damos gracias por nuestro propio nacimiento a la luz del día y nos alegramos de haber renacido por la luz de la fe a través de las aguas del Bautismo en la Palabra hecha carne.
Aún más, la aventura de la Navidad todavía tiene vida. San Juan Pablo II nos enseñó que la Navidad se mantiene viva espiritualmente en el corazón de la Iglesia hasta el 2 de febrero con la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, 40 días después de la celebración del nacimiento del Señor en el establo. Cuarenta días en la Cuaresma, cuarenta días desde Semana Santa hasta el jueves de la Ascensión, y cuarenta días de la temporada de Navidad son convincentes paralelos que pueden ser una ayuda durante la oscuridad y el frío de enero.
En la fiesta de la Epifanía los cristianos celebran la perseverancia, la sabiduría y el valor de los Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar. Ellos nos inspiran a vivir nuestra fe cristiana en un nivel personal profundo y en el nivel de la misión universal de la Iglesia, la proclamación de Cristo a todas las naciones.
En esta manifestación de la gloria de Dios estamos conscientes a través de la fe, que nuestra identidad católica es un trayecto, una peregrinación sin fronteras. El impulso misionero de la Iglesia es parte integrante de nuestra identidad, la razón por la cual el Papa Francisco nos desafía a ser discípulos misioneros. La manera del evangelio de la vida es a menudo contrarrestado, rechazado, ridiculizado o incluso atacado por el espíritu del mundo moderno.
Sin embargo, continúa prosperando a pesar de las múltiples formas de oscuridad que felizmente extinguirían la luz de la fe. Como el prólogo del evangelio de san Juan proclama: “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido”. Esto fue cierto en el primer siglo, y sigue siendo cierto en el siglo veintiuno.
Los Reyes Magos nos enseñan que la luz de la fe y el impulso de la esperanza, a pesar de todo, se arraigan en las vidas personales en la búsqueda de mujeres y hombres. Es profundamente personal, precisamente porque es universal. Lo que a menudo es más personal en nuestras vidas también es universal de la condición humana. Dios no cesa de poner esa Estrella de gracia en nuestro horizonte, sediento de nuestra fe en su Hijo amado. Al encontrar este amor eterno que siempre está con nosotros, volvemos a nuestra vida cotidiana con un nuevo horizonte, la mente y el corazón de Jesucristo. Podemos decidir como los Magos a volver a nuestra casa por otro camino, la guía de Dios para nuestra vida.
Saliendo del tiempo de Navidad, podemos decir claramente que nuestra relación con el amado Hijo de Dios es un ciclo eterno de dar regalos. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, el don de amor eterno. Respondemos por la gracia de Dios con el don de la fe que nos conduce a la adoración en la tradición de los Reyes Magos, y en acción de gracias por el regalo que nunca está fuera de temporada. La Eucaristía especialmente es el acontecimiento de la Encarnación que se hace carne en la vida cotidiana de los discípulos que son el cuerpo vivo del Señor en este mundo, llamados a vivir con amor y justicia.
Para la gente de fe, la temporada de Navidad es un regalo invaluable que nos permite iniciar un nuevo año con fe, esperanza y amor a pesar de la oscuridad que nos puede ahogar. Pedimos seguir los pasos de los Reyes Magos en un espíritu de perseverancia, sabiduría y valentía. Son modelos eternos para nosotros porque mantuvieron los ojos fijos en la estrella hasta el momento en que podrían fijar su mirada en el Señor. Que todo lo que nos inspira en este mundo sirva para guiarnos a la Luz del mundo.
Qué la celebración del bautismo del Señor, la fiesta culminante de este tiempo de gracia, profundicen nuestra conciencia de que a través de nuestro bautismo en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, somos los hijos amados de Dios. Recordemos la escritura de la carta de san Pablo a los Gálatas en la fiesta de María, la madre de Dios, el primer día del Año Nuevo, porque estas palabras son nuestra esperanza y nuestra paz, y últimamente nuestro eterno destino.
Y porque somos sus hijos, Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que nos ha impulsado a llamar, “Abba, Padre. Ahora que ya no eres esclavo, sino hijo de Dios, y como tú eres su hijo, Dios te ha hecho su heredero. (Gálatas 4,6 -7) ¡Feliz Año Nuevo!
(NOTA DEL EDITOR: Lea la columna de esta semana en la pag. 3 de la edición en inglés)