por Obispo Joseph Kopacz
Qué diferencia puede hacer un año para cualquiera de nosotros, y nunca ha sido esto más cierto en mi vida desde que salí hacia Jackson el pasado año durante este mismo tiempo para prepararme para mi ordenación e instalación como el 11avo obispo de esta increíble diócesis el 6 febrero. Hoy hace un año estaba cargando mi Subaru Forester al máximo en anticipación de las 1,200 millas que hay del noreste al sur del país. Fue un momento de gran expectación junto con una justa dosis de ansiedad y temor.
Le mencioné a algunos funcionarios de la cancillería la semana pasada que el tiempo alrededor del primer aniversario de mi ordenación es mucho menos estresante que el mismo período el año pasado. Ellos no podría estar más de acuerdo. La planificación necesaria para la ordenación de un obispo es enorme y el plazo para hacerlo es compacto. Recuerden, una diócesis normalmente espera un año para el anuncio de un nuevo obispo, y cuando finalmente sucede el Nuncio Apostólico organiza la fecha para la ordenación, y/o instalación.
No se trata de una misión imposible, pero consume el tiempo y el talento del personal de la diócesis y muchos otros desde el momento del anuncio hasta el día de la ordenación/instalación. ¡Felicidades al personal y a los voluntarios que organizaron una espléndida celebración!
Sin embargo, debajo de la ráfaga de actividad estaban las más profundas bendiciones. Muchas personas de la Diócesis de Scranton y de la Diócesis de Jackson estaban orando fervientemente por mí y por todos los que participaban en este proceso de transición.
La liturgia de la ordenación y toda la logística de apoyo a los peregrinos que vinieron, a los grupos locales de religiosas, autoridades cívicas y a los asistentes me pareció que fluyó sin problemas. Por supuesto, que sabía yo que estaba en una nube de desconocimiento, en otras palabras, en una neblina. Las más profundas bendiciones, por supuesto, derivan de nuestra fe, esperanza y amor en el Señor Jesús y su eterno amor por su cuerpo, la Iglesia, y la gran alegría que el pueblo de nuestra diócesis tenía en darme la bienvenida a mi como su nuevo pastor.
Cuando miro hacia este año pasado no puedo evitar sorprenderme. Hojeando las hojas del calendario del año reavivo la biblioteca de recuerdos que se ha convertido en la base sobre la que construir. Por supuesto, están las celebraciones litúrgicas de Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Son tan inspiradoras, y la Misa Crismal del martes de Semana Santa me permitió celebrar con los sacerdotes, religiosos, religiosas, lideres laicos eclesiales, y los laicos de la diócesis que se reúnen en torno a su obispo para recibir los santos óleos de unción en la vida sacramental de sus parroquias.
Enseguida me di cuenta que el tiempo de Pascua es quizás la época más activa de un obispo diocesano. Comienza el calendario de confirmación y los recorridos en carretera me llevaron a muchos rincones de la diócesis.
Cada visita pastoral fue una oportunidad para reunirme y celebrar con las comunidades parroquiales. Las graduaciones de secundaria y los aniversarios de ordenación de los sacerdotes se convirtieron en una tras otra bendita oportunidad de entrar cada vez más profundamente en la vida de la diócesis.
En el marco de estas celebraciones, la ordenación de tres sacerdotes de nuestra diócesis fue un momento singular. Yo nunca había estudiado un ritual tan cuidadosamente con el fin de garantizar un resultado válido. Esta época del año se caracterizó también por el retiro pastoral, un encuentro con los obispos regionales en Covington, La., y mi primera participación en la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Nueva Orleans.
Al evocar estos eventos a través del ojo de la mente, creo que se pueden dar una idea de que el establecimiento de un obispo en una diócesis se realiza de ladrillo a ladrillo en cada encuentro. En el curso de conocer a los obispos de cerca y de lejos, muchos de los eventos me han dado la oportunidad de conocer el grupo de nuestro seminaristas que están discerniendo la llamada del Señor en sus vidas. Oren por ellos así como ellos oran por ustedes.
En armonía con todas las celebraciones sacramentales en la Catedral de San Pedro Apóstol y en todo el territorio de la diócesis, he podido realizar visitas pastorales a muchas de nuestras parroquias y ministerios en los 65 condados que componen la Diócesis de Jackson. Entre mi coche y viajando junto con otros en algunas ocasiones he acumulado alrededor de 30,000 millas por el año. (Esto no incluye dos ocasiones en las que he viajado por avión.)
Ininterrumpidamente he podido participar en la vida pastoral de muchas de nuestras parroquias, y mi objetivo es visitar todos los sitios de la manera más oportuna y posible. Estas visitas pastorales establecen el vínculo espiritual que un obispo debe tener con el Pueblo de Dios encomendado a él, el cual se estima que debe ser pastoral y personal.
En medio de esta actividad pastoral en el 2014 pude organizar un tiempo de vacaciones en el noreste del país y con unos amigos de mi ciudad natal que pudieron visitarme.
Debo de decir que las pautas de mi ministerio pastoral, ocio y vacaciones las pude organizar bastante bien a lo largo de todo el primer año y eso sin tener tan siquiera un mapa de las carreteras con el cual empezar. Una parte de mi tiempo de ocio, por supuesto, es pasear y jugar con mi tonto perro labrador. El es bueno para los nervios.
En el artículo (en inglés) que es parte de la edición de esta semana, me preguntaron si yo soy feliz en mi nueva vida. ¿Cómo mide una persona su estado de felicidad? Puedo decir que después de un año de ser su obispo tengo mucha motivación, energía, y entusiasmo por mi ministerio como obispo, salpicadas con un estado estable de paz y tranquilidad en la mayoría de los días.
Por lo tanto, creo que puedo decir que soy feliz. Estoy agradecido de haber sido llamado a servir en una zona que no conocía, pero que he aprendido a amarla en un corto período de tiempo.
Miro hacia el futuro con confianza, esperanza y amor al caminar juntos como el Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson a un futuro desconocido donde el Señor Jesús nos espera.