Por Obispo Joseph Kopacz
Desde el sepulcro vacío hasta cada círculo ilimitado del amor de Dios vivo en el corazón de los creyentes, es el milagro de la resurrección del Señor a nuestro alrededor. Este es el Cuerpo de Cristo, la iglesia, dos billones en un mundo de siete billones de personas. De una fascinante manera, el cuerpo del Señor en este mundo se compara al universo en el que nuestro planeta es una minúscula mota. La creación y la iglesia continúan creciendo a un ritmo acelerado.
La proclamación del evangelio se ha expandido y acelerado en los últimos decenios debido al repentino impacto de los medios sociales y del internet (www). Es más, la migración de decenas de millones de personas del campo a la ciudad en muchos países permite que el evangelio llegue a muchos más de ellos.
Sin embargo, el crecimiento en el Cuerpo de Cristo se produce constantemente en las comunidades cristianas de todo el mundo como la buena usanza antigua, de persona a persona y de familia a familia.
Durante la celebración de la Vigilia Pascual muchas de nuestras parroquias locales y en las parroquias de toda la Iglesia Católica universal, le dieron la bienvenida a los elegidos y a los candidatos a la plena comunión a través de los sacramentos de iniciación, el bautismo, la confirmación y la Comunión.
Cada una de las personas que se acercó y afirmó, “Creo en Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos”, se convirtió en una parte del creciente círculo de amor de Dios. En la liturgia de la Vigilia Pascual del Sábado Santo en la catedral, participamos en la alegría del Señor con tres nuevos bautizados y en general, 14 fueron iniciados plenamente en la comunidad parroquial.
Para muchos de los catecúmenos, los candidatos, sus padrinos y patrocinadores, estos son momentos de cambio en sus vida. Su respuesta a la llamada del Señor, la mayoría de las veces mediante el ejemplo y la invitación de amigos y familiares, es una fuente de renovación para nosotros, la tradicional familia católica. Su fervor y alegría pueden ser contagiosas para nosotros, renovando nuestro entusiasmo para vivir las Buenas Noticias.
Sin embargo, también sabemos por experiencia que la expansión de la iglesia también experimenta la pérdida de sus miembros. No es necesario mirar más allá de nuestros familiares, vecinos y amigos para ver que en muchos de los cuales la semilla y el don de la fe se plantaron se han marchitado por la falta de participación activa. Racionalmente, sabemos que esto es inevitable, sobre todo entre los católicos de cuna, pero cuando es alguien cercano a nosotros puede ser una inquietante y triste realidad.
Las tentaciones y los obstáculos que pueden destruir o frenar la semilla de la fe fueron identificados por Jesús en su parábola del sembrador y la semilla en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. La semilla que cae en el camino y es pisoteada representa el espíritu del mundo, con todos sus negocios y distracciones que agarran la semilla de la vida. O lo que es peor, como dice Jesús, es el espíritu del Maligno, que sin cesar está tratando de destruir el don de la fe.
La semilla que cae en suelo rocoso no es capaz de penetrar profundamente en la tierra y vive en precariedad, y cuando el sufrimiento o la persecución por causa del nombre de Jesús viene a llamar, el discípulo tambaleante a menudo se aleja. El sufrimiento o la persecución pueden fortalecer nuestra fe y nuestro amor por el Señor, especialmente en su cruz, pero esto requiere raíces profundas.
Además, la semilla que cae entre espinos tiene un gran riesgo porque a medida que el crecimiento ocurre el hostil entorno sofoca la planta. Jesús habló de estos obstáculos o amenazas como la ansiedad o el miedo, o la seducción de las riquezas y el placer que abundan en nuestro mundo material. Aparte de la fe y su compañero la moral, muchas personas se van a la deriva.
Sin embargo, la semilla cae en buena tierra, y podemos ver la cosecha de 30, o 60, o el ciento por uno. Esta es una gran retribución por el tiempo que invertimos porque es la obra del Señor que no puede ser superada en generosidad. Esta es la sangre y el agua que brotó de su costado en la cruz, representados en la imagen de la Divina Misericordia fluyendo del lado de Cristo, que nosotros conocemos como la visión comunicada a la Hermana Faustina.
En la víspera del Domingo de la Divina Misericordia, el Papa Francisco declaró el Año Santo de la Misericordia que comenzará a finales de este año, un año de gracia del Señor, que abre la puerta al perdón y a la reconciliación en nuestras vidas. A medida que avanzamos en el 2015, como una iglesia ésta será nuestra oración, y esta será nuestra esperanza en preparación para el Año Santo de la Misericordia.
La sabiduría detrás del anuncio del papa es transparente. Él no está solamente rogando ardientemente por la renovación de la iglesia en todo el mundo a la luz de la muerte y resurrección del Señor, sino que también nos está inspirando a ser instrumentos de la Divina Misericordia de Dios por los perdidos y alejados.
Jesucristo no tiene otro cuerpo ahora pero el de nosotros, y cuando el Señor sopló el don del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en la primera Pascua y los envió al mundo en su nombre, él hace lo mismo por nosotros. “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Recuerden que en la Última Cena, Jesús reveló el contenido de su mandato con la Eucaristía y el lavado de los pies: “Haced esto en memoria mía”, y “como yo lo he hecho, así lo deben hacer”.
Estas imágenes han sido marcadas en nuestra conciencia como cristianos católicos, y cada vez que las ponemos en práctica abrimos las puertas a lo sagrado, y a la misericordia divina. La evangelización fluye de la misericordia de Dios buscando a todas las personas.
El mensaje del Evangelio se está expandiendo y acelerando en todo el mundo, pero no está en piloto automático. La iglesia y sus miembros están envueltos en el plan de salvación de Dios, y es un constante trabajo de amor a fin de que el Reino de Dios, reino de la vida, de la justicia y la paz puedan ser una mayor realidad para todas las personas. Jesús dijo que fuéramos a todas las naciones, y el Papa Francisco, el sucesor de San Pedro, nos inspira a ir hacia aquellos que están en los márgenes de la sociedad, o que hemos marginado, con el fin de bendecir a cada persona con la misericordia y la paz de Dios. El mundo nunca puede aplastar, quemar o ahogar el don de la Misericordia Divina.
En efecto, el Señor ha resucitado del sepulcro, regocijémonos y alegrémonos, Aleluya.