POR OBISPO Joseph Kopacz
A lo largo de su breve pontificado de poco más de dos años, el Papa Francisco ha hablado de la iglesia como un hospital de campaña que trata a los heridos del mundo. Las personas sufren y luchan diariamente por mantener su dignidad humana, y la iglesia en su fidelidad a Jesucristo, debe estar presente para aplicar el bálsamo curativo de la misericordia de Dios a los muchos afectados por el pecado, la pobreza extrema, la tragedia y la injusticia. La misericordia de Dios y la gloria en el rostro de Jesucristo es el antídoto para estas rupturas, y el Papa Francisco está tan comprometido con este nivel de evangelización que ha convocado un Año Jubilar de Misericordia que comenzará a finales de este año.
Como una primera reflexión, porque mucho sobre esto se escribirá y se hablará en los próximos meses, estoy citando la introducción a la carta pastoral del papa en el Año Jubilar escrita por Christina Deardurff. Es informativa e inspiradora.
“Deseando derramar sobre las heridas espirituales de cada ser humano el bálsamo de la misericordia de Dios en abundancia, el Papa Francisco ha publicado una bula de convocación anunciando al mundo el Jubileo Extraordinario de la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y cerrará en la solemnidad de Cristo Rey, el 20 de noviembre de 2016.
“El jubileo es un tiempo de alegría. Es un tiempo de remisión de los pecados y perdón universal que tiene sus orígenes en el libro bíblico del Levítico. Un año de jubileo se menciona en él, se producen cada 50 años, y es una ocasión en la que los esclavos y prisioneros serían puestos en libertad, las deudas se le perdonarían y las misericordias de Dios sería particularmente manifestadas.
“Como dice el Papa Francisco, Cristo mismo citando a Isaías en las mismas líneas espiritualizadas: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena nueva a los afligidos; me ha enviado para enlazar a los desolados, para anunciar la libertad a los cautivos, y la libertad de las personas en cautiverio; a proclamar el año de gracia del Señor”.
“Este año de gracia del Señor se ha celebrado en la historia de la iglesia cada 50 años y en los últimos siglos, cada 25 años; el último fue en el 2000. Este Año Jubilar de la Misericordia es, pues, un “extraordinario” jubileo que se produce fuera del plazo tradicional.
“El rasgo más distintivo de la ceremonia de inauguración del Año Jubilar es la apertura de la Puerta Santa en cada una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma: San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Antes de que San Juan Pablo II modificara ésta para el gran Jubileo del año 2000, la puerta estaba tapiada con ladrillos y argamasa, y “derribada” por el papa con un martillo de plata.
En el año 2000 el Papa Juan Pablo simplemente abrió la gran puerta con las manos. Tradicionalmente el papa abre la puerta de la Basílica de San Pedro cantando el versicle, “Abran ante mí las puertas de la justicia”. De igual manera, un cardenal abre cada una de la puerta santa en las otras basílicas en sitios de peregrinación. El rico simbolismo refleja la exclusión de Adán y Eva y toda la familia humana, en el Jardín del Edén debido al pecado, y la re-entrada a la gracia del penitente de corazón.
“El Jubileo también implica la concesión de indulgencias”, dice el papa. Conectada al jubileo está una indulgencia plenaria, la remisión de las penas temporales aún sin pagar por los pecados perdonados, disponible para aquellos que entren a un designado lugar de peregrinación a través de la Puerta Santa, junto con las condiciones habituales.
Una vez limitada sólo a las cuatro grandes basílicas de Roma, un lugar de peregrinación es ahora designado en cada diócesis, generalmente la catedral. “Vivamos el jubileo intensamente”, dice Francisco, “pidiéndole al Padre que perdone nuestros pecados y que nos bañe en su misericordiosa indulgencia.”
En todo el mundo católico este fin de semana la iglesia celebra la fiesta del Domingo de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe cristiana en Dios, que es amor.
En la comunicación de Dios a lo largo de la Sagradas Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamento, es evidente que la misericordia es la naturaleza de Dios y la esencia de su relación con el hombre creado a su imagen y semejanza. Muchos salmistas en todo el Antiguo Testamento consistentemente anuncian por medio de los profetas, y de la misericordia de Dios.
El Salmo 107 alegremente comienza con las palabras: “den gracias al Señor porque es bueno, su misericordia perdurar para siempre”. Esta estrofa se repite en todo el salmo como si rompiera a través de las dimensiones del tiempo y del espacio, insertando todo en el misterio eterno del amor, en las palabras del Papa Francisco.
Un humilde y contrito corazón y la mente están más abiertos a la misericordia de Dios como dice en el Salmo 51, el Miserere, tradicionalmente atribuido al Rey David después de su adultera y asesina conducta. “Ten misericordia de mí, oh Dios, por tu gran ternura, borra mis culpas”. El Profeta Isaías (49:15) “Pero, ¿Puede una madre olvidar a su hijo de pecho, o no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.
En el principio del Nuevo Testamento, el escritor evangélico, San Lucas, incluye en sus relatos de la infancia la oración de Zacarías, el padre de Juan el Bautista. “En la tierna compasión de nuestro Dios, el amanecer desde lo alto se romperá sobre nosotros, para brillar en los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Tierna compasión, traducido como “vísceras” en el latín, o desde las entrañas mismas de Dios, recibimos misericordia.
El escritor evangélico Juan afirma ésto en esta forma muy bien reconocida. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo.” (Juan 3:15 ) El Papa Francisco escribe: “este amor ha sido hecho visible ahora y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es más que amor, un amor dado gratuitamente. Las relaciones que hace con las personas que se le acercan manifiestan algo único e irrepetible. Los signos que hace, sobre todo en el rostro de los pecadores, los pobres, los marginados, los enfermos y los que sufren, están destinados a enseñar misericordia. Todo en él habla de la misericordia. Nada en él es carente de compasión.” Por supuesto, esta misericordia culminó en la cruz, cuando hasta la última gota de sangre y agua manó de él.
Mucho se hablará y se escribirá en los próximos meses sobre la misericordia, y que el Espíritu Santo nos guíe cada día al corazón de la Trinidad para que sepamos que Dios es amor, y que la misericordia de Dios es eterna.