Por Obispo Joseph Kopacz.
La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
Muchos han levantado sus voces desde el espectro de las ideologías, las convicciones religiosas y desde todos los niveles de la sociedad en respuesta a la decisión de la Corte Suprema de sancionar legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país.
Yo también quiero expresar mi opinión en ésta crítica decisión judicial que ha cambiado radicalmente la definición de matrimonio. Al hacerlo, estoy consciente de las inspiradoras palabras del Apóstol San Pedro en su primera carta. Honren a Cristo Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. (1 Pedro 3:15)
La iglesia, como administradora de los misterios de Dios y ayudante de Jesucristo (1Cor. 4:1) ha sido encargada de una forma de vida en el matrimonio que está sólidamente establecida en las Escrituras, en la tradición, en antropología cristiana y en nuestra vida sacramental.
La unión de un hombre y una mujer en el matrimonio surge de la obra creadora de Dios como la relación primaria para toda la vida humana. Ha sido la piedra angular, no sólo para la iglesia, sino también para la sociedad civil a lo largo de milenios. Su desaparición en el mundo moderno ha causado enormes problemas para las personas, las familias y la sociedad.
La Iglesia Católica ha estimado y celebrado el sacramento del matrimonio entre sus siete sagrados dones (sacramentos) legado por el Señor Jesús. Las raíces del matrimonio están fundamentadas en la Palabra de Dios, comenzando con el segundo capítulo del Génesis donde “un hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Jesús claramente confirmó la acción creadora de Dios sobre el matrimonio en el Evangelio de San Marcos cuando le recordó a sus oyentes sobre la intención de su padre desde el principio, (Marcos 10: 6-10). Más adelante en el Nuevo Testamento, la base para el sacramento del matrimonio se establece cuando el autor de Efesios elocuentemente escribió, “que los esposos amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Por lo tanto, el amor de marido y mujer en el matrimonio es un signo sagrado del fiel y permanente amor del Señor por nosotros.
Por lo tanto, somos administradores y servidores de la institución sagrada del matrimonio que no somos libres para cambiar en nuestra tradición de fe. A la luz de la fe y la razón, es lamentable que lo que Dios destinó desde el principio ha sido pisoteado tan a menudo en nuestro mundo moderno, y ahora re-definido.
Sin embargo, nuestro inquebrantable compromiso de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y en necesidad de salvación, motiva todos nuestros ministerios y la vida parroquial. Nuestra experiencia personal del amor misericordioso de Dios, la clave de la vida eterna, tiene que dirigir nuestros encuentros, acciones y conversaciones con todas las personas, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas de la misma atracción sexual y estilos de vida.
Aunque la iglesia no puede aceptar la re-definición del matrimonio, estamos obligados por el mandato de Jesucristo a amarnos unos a otros como él nos ha amado. e es el amor que mueve cielo y tierra, y trata de conciliar a todas las personas con Dios y con el otro.