Este es una versión abreviada de la homilía que dio el Padre Mike McAndrew, C.SS.R., en la Iglesia San Cristóbal en Pontotoc el 6 de enero y en Tupelo el 9 de enero durante la celebración de la Semana Nacional de Migración. En el Día Mundial de Oración por los Inmigrants y Refugiados el Papa Francisco hablará sobre este tema.
Hoy celebramos la fiesta de los Reyes Magos, tres hombres en búsqueda de un encuentro con el recién nacido “Rey de los Judíos” para ofrecer su adoración. Es un buen día para honrar la migración global en búsqueda de seguridad, una vida de esperanza, una vida libre que honra la dignidad humana. Como gente de fe celebramos la luz de Cristo, la estrella que iluminó el camino de los Reyes Magos. Las escrituras frecuentemente hablan de gente en movilidad.
La historia Judia empieza con la migración de Abraham, nuestro padre errante, buscando la tierra prometida. Abraham caminó más de mil millas pasando toda su vida para llegar a la tierra prometida. El pueblo de Israel pasó 40 años en el desierto con Moisés antes de entrar a la tierra prometida. Los Reyes Magos llegaron de lejos para ver al “recién nacido Rey de los Judíos”. Juan el Bautista proclamó que los apóstoles fueron enviados por Jesús, “Hagan discípulos de todas las naciones”.
Hoy honramos a los migrantes de todo el mundo que buscan una vida mejor, una vida libre para practicar su fe, una vida de esperanza para poder vivir con dignidad. Pero hay una diferencia entre la migración de hoy y la que está en las escrituras. Abraham, el Pueblo de Israel con Moisés, y los Reyes Magos escogieron migrar para honrar su fe. La migración actual incluye a personas que salen de sus países no solo con la esperanza de una vida mejor sino por desesperación. Hay fuerzas trágicas en la migración mundial de hoy.
Es esencial que entendamos que la migración es una realidad global y que afecta a todos. Afecta obviamente a los que migran, pero afecta también al país que recibe a los migrantes y refugiados. Hay personas que quieren aislarse, construir paredes, cerrar fronteras. Muchos explotan el miedo del terrorismo y condenan a los refugiados y migrantes. Muchos se burlan del Papa Francisco por su preocupación por los migrantes. Los oprimidos salen de sus países por desesperación, para vivir mejor. Ellos experimentan abusos no solo en el camino sino también en los países que los reciben.
El tema de la Semana Nacional de Migración es: “Fui forastero y me acogiste”. Luchar por las víctimas de genocida, violencia, desastres políticos o desastres naturales es la misión de Cristo y de la Iglesia. Antes de luchar por sus derechos, tenemos que conocerlos. Para conocer a los migrantes de hoy tenemos que caminar con ellos y escuchar sus historias. El Papa Francisco dice, “tenemos de mancharnos los zapatos con el barro del camino”.
He tenido la bendición de vivir en situaciones de contacto íntimo con migrantes. Muchos latinos me dicen, “Padre, tiene una humilde casa en Michoacán, en Guerrero, en Zacatecas” o en otros lugares. He visitado mis pobres casas allá y acá. He recogido fruta en California y en Oregón con los migrantes. He celebrado momentos de bendición en bautismos, matrimonios, y primeras Comuniones. He bendecido casas, coches, herramientas del trabajo y nuevos negocios. He comido con gente en sus hogares, en huertas y granjas. Lo más importante es que he experimentado el amor y la alegría y la esperanza de tantos migrantes. Pero también he experimentado la cruz en accidentes, violencia y deportación. Como el papa nos dice, “Los migrantes son nuestros hermanos y hermanas”.
Quiero distinguir entre el migrante y el inmigrante. Un gran problema en la política de este país es que muchos intercambian las palabras “migrante e inmigrante”. Tenemos que distinguir los términos. Migrar es la acción de salir de una patria de origen por cualquier motivo. Inmigrar es la acción de establecerse en su nuevo hogar. Pero el migrante no puede llegar a ser inmigrante sin un camino a ciudadanía. Abraham, el “Arameo errante”, fue un migrante toda su vida y solo fue inmigrante cuando llegó a la tierra prometida.
Necesitamos entender el miedo, el sufrimiento y el peligro de vivir como migrante. En el folleto de información sobre esta Semana Nacional de Migración, me encanta la definición de migrante, “El migrante que se traslada de un país a otro es realmente un extraño en su nuevo ambiente. A menudo no está familiarizado con la lengua local del nuevo país ni de sus costumbres, el migrante necesita el apoyo de las comunidades locales para que pueda adaptarse a su nuevo entorno”.
He experimentado la alegría de la fe en los pobres a los dos lados de nuestra frontera con México. He experimentado lo mismo con migrantes y refugiados de África, Asia, Bosnia y el Medio Oriente. Le pedimos hoy a Dios que bendiga nuestra lucha para recibir y animar a los migrantes que recibimos en este país. Decimos con orgullo que somos un país de inmigrantes, pero tenemos en medio de nosotros muchos migrantes sin los derechos básicos para establecerse como ciudadanos. Necesitamos hacer algo más que rezar para los afligidos del mundo.
Tenemos que recibirlos como nuestros hermanos y hermanas. El Antiguo Testamento honra al migrante cuando habla de Abraham, “mi padre era un Arameo errante”. Nuestro obispos nos recuerdan las palabras de Cristo, “Fui forastero y me acogiste”.
Los que quieren cerrar las fronteras, los que no quieren aceptar refugiados de Siria y otros partes del mundo que están sufriendo violencia y desesperación no reflejan nuestra fe Católica, la fe Cristiana. Hoy queremos seguir los pasos de los Reyes Magos, siguiendo la luz no de una estrella, sino la luz de Cristo. ¡Que la luz de Cristo ilumine nuestro camino!