By Bishop Joseph Kopacz
La diócesis acaba de finalizar las sesiones de escucha, 17 en total, un proceso que le brindó a muchos la oportunidad de reunirse, reflexionar, debatir y compartir su gratitud, aspiraciones, preocupaciones específicas y metas a seguir. Para mí fue una bendición participar en forma de apoyo, aunque moderada, lo que le permitió a cada uno la oportunidad de hablar y escucharse mutuamente. En las sesiones los participantes escucharon su propio corazón y mente, seguido de una discusión con los integrantes de la mesa.
El último paso del proceso será el compartir con un grupo más grande, de unos 50 a 150, dependiendo del lugar donde se realicen las sessiones. Los comentarios fueron sinceros, respetuosos y llenos de esperanza para la vida de la diócesis, el Cuerpo de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el ritmo diario y los patrones de nuestras vidas hay un sinfín de oportunidades para tener una sesión de escucha. Conversaciones con miembros de la familia, las inspiraciones de nuestros propios corazones, nuestras conversaciones con Dios en la oración, el escuchar los sonidos de la naturaleza con la llegada de la primavera, más evidente en las primeras horas de la mañana con los sonidos de las aves. Si sólo tuviéramos ojos para ver, y oídos para oír, como Jesús animó a sus discípulos. Todos hemos oído el viejo adagio que dice que Dios nos creó con dos oídos y una boca para que podamos escuchar dos veces más de lo que hablamos. Esto no es fácil de lograr cuando estamos en un modo de hablar compulsivo.
Podemos aplicar esto a la oración, nuestras conversaciones con Dios, recordando las obras de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la Montaña en el evangelio de san Mateo. Al orar, no repitas palabras inútiles como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto mas hablen mas caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo piden. Ustedes deben orar así: Nuestro Padre . . . (Mateo 6:7-9).
La oración del Señor es tan substancial, tan sucinta, y las palabras son las de Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Hablar y escuchar tranquilamente con el fin de discernir y actuar con mayor confianza son los distintivos de nuestra conversación con Dios. Recuerda, Dios nos dio dos oídos para escuchar sus palabras y ponerlas en práctica.
Esto también se aplica para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, durante el tiempo de Cuaresma. Cada vez que se proclame la Palabra de Dios durante la misa en el día del Señor se pretende que sea una sesión de escucha. Los evangelios durante esta temporada de nueva vida están llenos con las palabras, la sabiduría y la compasión de Cristo Jesús. En el hostil encuentro entre Jesús y el diablo en el primer domingo de Cuaresma escuchamos: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y, deberás rendir culto al Señor, tu Dios, y, a él solo servirás, y no deberás poner al Señor tu Dios a prueba.
Nuestra oración y ayuno durante estos 40 días nos invitan a agudizar nuestra conciencia acerca de los ídolos inútiles de esta vida cuando se comparan con el inestimable valor de la misericordia de Dios en Jesucristo.
En el segundo domingo de Cuaresma proclamamos el momento místico en el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan con Moisés y Elías, atrapados en la visión. La ley y los profetas, los pilares del camino de la salvación de Israel, ahora se cumplen en Jesús.
¿Y que es lo más importante de todo esto? Las palabras estampadas en la memoria de Pedro, Santiago y Juan fueron dadas a la Iglesia para todos los tiempos. Este es mi Hijo amado, escúchenlo. (Lucas 9:35).
Qué sesión de escucha fue esa para los tres apóstoles que tuvieron el privilegio de vislumbrar el misterio del plan de Dios para la salvación del mundo. En su segunda carta en el Nuevo Testamento, Pedro habla de la gracia de estar atentos, de escuchar lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. “Nosotros mismos escuchamos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con él en el monte sagrado. Además, poseemos el mensaje profético que es totalmente fiable. Ustedes hará bien en estar atentos a el, pues ese mensaje es como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón,” (2 Pedro 1:18-19).
Escuchar la Palabra de Dios, estar atento a ella, y ponerla en práctica es el alba de la nueva vida cotidiana. Durante este jubileo de misericordia recordamos que las misericordias del Señor nunca se agotan, que se renuevan cada día.
El evangelio del domingo pasado nos asegura que el amor del Señor por nosotros es eterno, trabajando en el terreno de nuestras vidas, insistiendo en que nos arrepentamos y creamos en el evangelio para que su amor misericordioso renueve la faz de la tierra.
Como individuos, familias, comunidades parroquiales y diócesis, que el Señor abra nuestros oídos para oír sus palabras, y nuestra boca para proclamar sus alabanzas, y nuestra voluntad para ponerlas en práctica.