Por Bishop Joseph Kopacz
Al comienzo de este jubileo extraordinario de misericordia hemos observado la antigua tradición de la apertura de la Puerta Santa y hemos entrado en una peregrinación con la Iglesia de todo el mundo en el corazón de la misericordia de Dios para que nosotros a la vez seamos misericordiosos como el Padre. Esta es la vida abundante prometida por el Señor, anunciada por los profetas, Isaías esta noche, realizado en su muerte y resurrección, celebrada apasionadamente durante estos días santos, y destinada a ser vivida cada día.
Desde Roma, anticipando el jubileo de la misericordia, el Papa Francisco ofreció estas palabras, “Con estos sentimientos de gratitud por todo lo que la Iglesia ha recibido y con un sentido de responsabilidad por la tarea que tenemos por delante, debemos cruzar el umbral de la Puerta Santa, plenamente convencidos de que la fuerza del Señor Resucitado, quien constantemente nos apoya en nuestro camino, nos sostendrá”.
Como centro en la Oración del Jubileo de Misericordia están las palabras dirigidas a la mujer Samaritana en el pozo en el evangelio de San Juan, “Si sólo supieras el don de Dios!” ¡Qué potente e interesante el encuentro entre ella y el Señor. Nuestra reunión de hoy en la Misa Crismal proclama que Jesucristo nos encuentra de muchas maneras a través de la misericordia de Dios.
En una de las 17 sesiones de escucha que se celebraron en toda la diócesis, en las cuales participaron más de mil personas, una persona dijo fervientemente que necesitamos hacer un mejor trabajo viviendo y enseñando lo maravilloso de nuestra fe católica, el don de Dios transmitido por casi 2000 años. Quizás otra manera de decir eso sería, si sólo conociéramos el don de Dios transmitido a nosotros.
La Misa Crismal es una inspiradora Eucaristía que nos reúne como fieles discípulos del Señor de toda la diócesis para celebrar el don de Dios en múltiples formas. En particular, nosotros que somos sacerdotes, nos reunimos para renovar nuestra vida en Jesucristo, el Sumo Sacerdote, de una forma que celebra nuestra mutua comunión que brota de la Santísima Trinidad, y nuestra unión en la fe y el bautismo con todo el pueblo de Dios que tiene una participación en el sacerdocio de Jesucristo a través de la fe y el bautismo como fue proclamado anteriormente en el Apocalipsis.
Estamos muy agradecidos por sus oraciones, por su buena voluntad y la colaboración con nosotros durante todo el año, y a través de los años. Para muchos de nosotros que estuvimos aquí en la catedral para las liturgias del funeral del Obispo Houck y para los que estuvieron aquí en espíritu, tuvimos un preludio a la Misa Crisma en la celebración de su vida como sacerdote y como obispo, y el sacerdocio de los fieles de toda la diócesis de Jackson. Él estuvo con nosotros 37 años como obispo auxiliar, ordinario, y emérito. ¡Qué regalo!
En las sesiones de escucha alrededor de la diócesis, el don del sacerdocio mediante el cultivo de las vocaciones fue un tema predominante. Este consenso del pueblo de Dios revela su amor por el sacerdocio, y el deseo de participar en la Eucaristía en el día del Señor, como la piedra angular y la fuente y cumbre de nuestra fe, de nuestra oración, de nuestro servicio y nuestra unidad. Muchas personas en nuestra diócesis conocen el don de Dios dado a la Iglesia en la vida, muerte y resurrección del Señor, y muchos de ellos expresaron su agradecimiento por poder participar en la misa diaria o regularmente.
Además, debido a una profunda hambre y sed por el conocimiento de Dios a través de la Misa, muchas de las personas expresaron su deseo de que la Palabra de Dios sea proclamada con celo y seguida de homilías que inspiran y guían su vida diaria. La Eucaristía, el don de Dios, fuente de la vida que fluye de la Palabra y del sacramento. Como sacerdotes, este es nuestro privilegio y responsabilidad.
Singularmente en esta Misa Crismal, la presencia de los Santos Óleos es un signo trascendente del don de Dios. Hoy son bendecidas a través de la invocación del Espíritu Santo. Como sabemos, los óleos de los catecúmenos, del crisma y de los enfermos serán utilizados en el bautismo, la confirmación, la unción de los enfermos, la ordenación al sacerdocio y para la consagración de los nuevos altares e iglesias. En todas y cada una de las celebración de los sacramentos pasamos a través de la puerta santa de la misericordia de Dios para el encuentro con el Señor crucificado y resucitado, para ser perdonados y ser fortalecidos para vivir como su Cuerpo en este mundo.
Durante mi reciente visita pastoral a Saltillo, el Obispo Raúl, Don Raúl, y yo celebramos la consagración de la iglesia recién construida, la Divina Misericordia, construida con la generosidad de la gente de las Diócesis de Jackson y Biloxi. Mientras yo incensaba y ungía las paredes de la iglesia, Don Raúl estaba consagrando el altar abundantemente con el crisma. El olor y la vista del altar cubierto con el crisma está permanentemente grabado en mi memoria. Pensé que el altar podría salirse fuera del santuario. La misa duró casi tres horas y Don Raúl habló durante casi 50 minutos. Confío en que podamos estar bajo esos parámetros hoy. Independientemente, sabemos que nuestra vida sacramental en la iglesia, el don de Dios, es la puerta a lo sagrado, y la llamada a servir fielmente al Señor como el camino, la verdad y la vida.
El Papa Francisco escribió en su bula de convocación: “La Misericordia es el fundamento mismo de la vida de la Iglesia. Toda su actividad pastoral debe ser alcanzada con la ternura que ella presenta a los creyentes; nada en su predicación y en su testimonio ante el mundo puede estar falto de misericordia.
La credibilidad de la Iglesia es vista en cómo ella muestra amor misericordioso y compasivo. La Iglesia “tiene un interminable deseo de mostrar misericordia”. Con un conjunto diferente de símbolos, palabras y gestos, el sacramento de reconciliación sigue siendo el camino más personal de misericordia para todos nosotros.
“Nunca me cansaré de insistir que los confesores sean auténticos signos de la misericordia del Padre. No llegamos a ser buenos confesores automáticamente. Llegamos a ser buenos confesores cuando, por encima de todo, nos permitimos ser penitentes en busca de su misericordia. No olvidemos nunca que ser confesores significa participar en la misma misión de Jesús para ser un signo concreto de la constancia del amor divino, que perdona y salva.
Nosotros, como sacerdotes, hemos recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, y somos responsables de esto. Ninguno de nosotros tiene poder sobre este sacramento; por el contrario, somos fieles servidores de la misericordia de Dios a través de éste”. No es una cuestión de agua y aceite, pan y vino, sino palabras de contrición, palabras de compasión y misericordia, gestos de arrepentimiento y bendición, que vienen del rostro de la misericordia de Dios, Jesucristo.
En este día, y cada día, que nosotros como sacerdotes, conozcamos la misericordia de Dios en nuestra vida y en nuestro encuentro con el Señor, el don de Dios que hemos recibido en nuestro sacerdocio.
En la misa de la Cena del Señor, presentada en el evangelio de Juan, la institución del sacerdocio, tenemos el mandato del Señor de ser un pueblo de la toalla y el agua, como él lo ha hecho, así debemos hacer. El don de la misericordia de Dios, que recibimos y celebramos en cada Eucaristía es para ser dado como un regalo de diversas maneras en nuestra vida diaria.
El culto y el servicio nunca se pueden separar. Escuchamos eso esta noche en el comienzo del ministerio público del Señor en el evangelio de Lucas cuando el Señor anunció un año de gracia, un tiempo para librar a los cautivos, para dar vista a los ciegos, y para liberar a otros de la incalificable injusticia.
El Señor es descubierto en el altar, en las obras corporales y espirituales de misericordia, en la búsqueda de una mayor justicia y paz, y en la carga de las debilidades y las luchas de nuestros hermanos y hermanas. El Papa Francisco nos está enseñando que “la misericordia es la fuerza que nos despierta a la vida nueva, e infunde en nosotros la valentía de mirar hacia el futuro con esperanza”. Los aceites de alegría se destinan a fluir en la vida de todas las personas.
Creo que juntos esta tarde en esta Misa Crismal, sabemos del don de Dios, reconocemos y sabemos de nuestros Señor salvador, y con participación plena y activa, estamos celebrando nuestra identidad como su Cuerpo, la Iglesia. Somos compañeros en la misión llamada a anunciar el Evangelio a todas las naciones, y a trabajar en la Iglesia para la salvación de todos.
Con esta visión sacramental de la vida, somos verdaderamente católicos, porque reconocemos que nuestra fe en Jesucristo, crucificado y resucitado, es una puerta santa a lo sagrado, la forma de restaurar un mundo caído, de modo que cada año sea un Año de Gracia del Señor.
Con esta visión sacramental ante nosotros, invito a mis hermanos sacerdotes a presentarse para la renovación de su vocación como ministros ordenados en la Iglesia.