Por Obispo Joseph Kopacz
Mientras la Legislatura del Estado de Mississippi debate y vota sobre la expansión de métodos de ejecución en previsión a la reanudación de la pena capital, yo me permito presentar las perspectivas y las enseñanzas de nuestra fe católica que promueven la abolición de la pena de muerte. Nosotros alentamos y oramos por un debate más amplio y comprensivo que ponga en tela de juicio nuestras suposiciones sobre la legitimidad moral de la pena de muerte en el estado y en nuestro país en el siglo XXI.
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos Catecismo de la Iglesia católica 2267.
La oposición de la iglesia en contra de la pena de muerte no debería ser vista como indiferencia frente a los ataques contra la vida humana y la maldad del asesinato, sino como una afirmación a lo sagrado de toda vida, incluso para aquellos que han cometido los crímenes más horrendos. La Iglesia Católica en este país se ha pronunciado en contra del uso de la pena de muerte por muchos años.
Nuestra fe católica afirma nuestra solidaridad y apoyo por las víctimas de delitos y a sus familias. Nosotros nos comprometemos a caminar con ellos y a asegurarles el cuidado y la compasión de Dios, asistiéndolos en sus necesidades espirituales, físicas y emocionales en medio de su profundo dolor y pérdida.
Nuestra tradición de fe ofrece una perspectiva única sobre crimen y castigo basado en la esperanza, curación y no en castigo para su propio beneficio. No importa cuán horrible haya sido el crimen, si la sociedad puede protegerse sin terminar una vida humana, debe hacerlo. Hoy tenemos esa capacidad. (Declaración del Cardenal Sean O’Malley y el Arzobispo Thomas Wenski 07-16-2015)
Hace casi un año que nuestra comunidad católica y muchos otros sufrieron el trágico asesinato de las hermanas Paula Merrill y Margaret Held, quienen servían a nuestra comunidad como enfermeras, ellas estaban trabajando en el Condado Holmes. La pérdida de su vida sigue siendo una tragedia para todos los que las conocíamos y, especialmente, para los pobres que ella hermanas sirvieron fielmente y con amor por décadas. Sin embargo, durante el funeral, en medio de su profunda pérdida, las familias de las hermanas y sus dos comunidades religiosas -Hermanas de la caridad de Nazaret and Escuelas de San Francisco- afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte porque era un ataque más contra la dignidad humana. Responder de esta forma parece ser de otro mundo, ¿no? Esta compasión surge de la esperanza que sabemos viene de la eterna misericordia de Jesucristo en la cruz y en la resurrección, para esta vida y la siguiente.
Cuando nos extendemos en argumentos jurídicos y morales sobre la pena de muerte, debemos hacerlo no con ira y venganza en nuestros corazones, sino con la compasión y la misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre necesitan permitir la posibilidad de que el criminal muestre arrepentimiento por el mal cometido y cambie su vida para bien. El uso de la pena de muerte reduce cualquier posibilidad de transformar en esta vida el alma de la persona condenada. Nosotros no enseñamos que matar es malo, al matar a quienes matan a otros. San Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Asimismo, el antídoto a la violencia no es más violencia. (O’Malley & Wenski)
Como sociedad debemos abordar la legitimidad moral de la pena de muerte con humildad e integridad. Hombres y mujeres inocentes han sido ejecutados.
Esta injusticia clama al cielo. Algunos estados han liberado a más de 150 en tiempos recientes que fueron acusados injustamente. Asimismo, muchas condenas a muerte son ligadas inseparablemente a la pobreza, al racismo, a las drogas y pandillas que disminuyen enormemente la libertad y responsabilidad, conduciendo a los jóvenes por caminos de violencia. Sin embargo, como Caín en el libro del Génesis, cuya vida fue librada después que mató a su hermano Abel, quienes asesinan deben pagar el precio de ser retirados de por vida de la sociedad.
El crimen y el castigo son realidades crudas en nuestra nación, y un consenso sobre leyes justas es difícil incorporar en una sociedad tan agitada y diversa como es nuestro gran país. Con demasiada frecuencia vemos la realidad “débilmente como en un espejo” y por esto deberíamos errar en el lado de la vida y la dignidad de todos los seres humanos. Nosotros no somos impotentes. Acérquense a las familias afectadas por la delincuencia violenta y llevarles el amor y la compasión de Cristo. Oren por las víctimas de crimen, por quienes enfrentan a la ejecución, y por aquellos que trabajan en el sistema de justicia penal. Visiten a los encarcelados como Jesús manda como un medio para nuestra propia salvación. Aboguen por mejores políticas públicas para proteger a la sociedad y poner fin al uso de la pena de muerte. (O’Malley & Wenski)