Por el Monseñor Michael Flannery
La frase “¿Qué pasa?” resume la visita pastoral que el Obispo Joseph Kopacz y yo hicimos a la Misión de Saltillo, México el 30 de marzo al 3 de abril. Podemos informar que el buen trabajo iniciado por el padre Patrick Quinn en 1969 está floreciendo. Los dos sacerdotes mexicanos que sirven en la misión, padres Davíd y Elevio, tienen espíritus misioneros profundos y están siguiendo los pasos del Padre Quinn.
El padre David, armado con un horario completo, nos saludó en Monterrey y nos llevó a la misión de Saltillo. Nuestra primera visita fue a la iglesia de Cristo Rey, una de las iglesias en la ciudad servida por San Miguel. Visitamos los otros, Los Santos Mártires y San Guillermo, al día siguiente.
El sábado, viajamos a Jalapa, donde los aldeanos se reunieron para saludar al obispo. Después de un servicio de oración con los rancheros y la distribución de bolsas de harina de maíz, fuimos al pueblo de Animas, donde compartimos otra comida con los aldeanos. Esa tarde, viajamos en coche durante cinco horas hasta el pueblo más lejano, El Tapón. Allí se le pidió al obispo Kopacz que bendijera las semillas de maíz y frijoles pintos que se utilizarían para la siembra. También se le pidió que brindara protección bendeciendo a dos rebaños de cabras. Después de la bendición, Obispo Kopacz se le ofreció un cabrito como un regalo. Le expliqué a la señora amable que hacía la oferta que estaríamos solamente en el país cinco días y es prohibido traer cabras a los Estados Unidos. En vez, ella ofreció al obispo un
paquete de tortillas que aceptó graciosamente.
A la mañana siguiente, con una maleta llena de camisetas del colegio de St. Anthony y 500 bolígrafos del obispo, visitamos el pueblo de Garambullo, donde fuimos recibidos con una presentación de danzas aztecas antes de la misa. El padre David nos mostró el nuevo techo que había puesto en la iglesia. Muchas iglesias en los pueblos están en necesidad de reparación y un techo cuesta unos $3,000.
Cuando llegamos a La Ventura, cerca de 500 aldeanos estaban completando el vio crucis. Por su herencia y cultura, el pueblo mexicano se relaciona muy bien con el Cristo sufriente. El Obispo Kopacz estaba de nuevo frente y centro celebrando la misa y administrando el sacramento de la Confirmación. Después, tuvimos un almuerzo delicioso con los aldeanos. El padre Davíd nos mostró un edificio que consta de dos habitaciones donde los catequistas se quendan para que puedan formar catequistas de la aldea y realizar misiones durante todo el año. Él planea agregar otro piso al edificio, ya que La Ventura es una ubicación central desde donde se sirven otras seis aldeas.
Volviendo a Saltillo, disfrutamos de una maravillosa cena con el obispo de Saltillo, Don Raúl Vera. El Obispo Kopacz compartió con él su plan y visión pastoral para la diócesis de Jackson.
A la mañana siguiente, compartimos un desayuno con el padre David y el padre Evelio, que son grandes visionarios y están atendiendo las necesidades del pueblo. Otro ejemplo de su plan es un proyecto, en su infancia. San Miguel se ha convertido en el hogar de cuatro estudiantes que no pueden pagar habitación mientras estudian en la universidad. A cambio de alojamiento y comida, los estudiantes acompañan a los sacerdotes durante sus ministerios los fines de semanas, un proyecto que cuesta aproximadamente $2,500 por estudiante. Sin embargo, este es un excelente ejemplo de la iglesia ofreciendo sus servicios a los necesitados y cambiando las vidas de la gente para mejor.
Otro programa digno en San Miguel es el programa catequístico. Los catequistas jóvenes son traídos de las aldeas remotas para permanecer en San Miguel por una semana o dos
durante el verano. Los rancheros están muy conmovidos por esta experiencia. Por primera vez en su vida tienen comida servida por otra persona. Además, tienen la experiencia de tomar una ducha. Es un mundo diferente en San Miguel.
Me gustaría terminar con una breve historia de una niña de cuatro años que recibió mi última camiseta de St. Anthony. Estaba tan emocionada con su tesoro, que no se la quitaba. La camisa de talla-12 era tan larga que le llegaba hasta los tobillos. Su madre me dijo más tarde que no se lo quitaría incluso para ir a dormir y lo usó como su pijama. También l
e di el sombrero de golf St. Anthony que llevaba puesto, que ella también llevó a la cama, ya que estaba tan llena de alegría con su regalo. Puedo asegurarles que la gente de Saltillo está muy agradecida de todo lo que la gente de Mississippi hace por ellos y nos pidieron que les expresemos su gratitud. (Monseñor Flannery está escribiendo un libro que detalla la historia de la misión de Saltillo.)