Por Opisbo Joseph Kopacz
Escribo la columna de esta semana en el fin de semana del 40 aniversario de mi ordenación sacerdotal, el 7 de mayo de 1977. Durante momentos más tranquilos y mientras estoy en el altar durante las celebraciones litúrgicas, me impresiono por la gracia y la maravilla de que han pasado 40 años y el buen pastor me ha guiado a través de las interminables montañas del noreste de Pennsylvania en la Diócesis de Scranton hacia el sur profundo en la Diócesis de Jackson, Mississippi. Después de casi treinta y seis años y medio allá y cerca de tres y medio aquí, estoy feliz de estar vivo y bien, con buena memoria y gratitud, y capaz de servir con motivación y propósito.
El año 40 y los 40 días de tiempo en la Biblia representan tiempo sagrado, kairos, cuando Dios y su gente caminaron juntos (o flotaron en el tiempo de Noé) en el desenvolvimiento de la historia de la salvación. Es un tiempo de purificación, regeneración y la gozosa esperanza de algo nuevo en el horizonte. Para el cristiano, las aguas del diluvio prefiguran las aguas purificadoras del Bautismo y un período de 40 días que está estrechamente asociado con la temporada de cuaresma. Una vez en tierra el arco iris a través de las nubes era el signo del pacto entre Dios y la humanidad, y la promesa de una nueva vida. En mi breve tiempo aquí, un nuevo día ha amanecido y he conocido la vida abundante que el Buen Pastor prometió en la lectura del evangelio de este fin de semana. Además, con las ruidosas tormentas que he experimentado desde que me mudé al sur, multiplicado por 40 días y noches, podría imaginar la construcción de un arca en cada esquina.
En la experiencia del Éxodo tenemos dobles períodos de tiempo de 40 años y 40 días. Los israelitas vagaron durante 40 años en el desierto y Moisés pasó 40 días y 40 noches en el Monte Sinaí que trajeron consigo el don de los Diez Mandamientos, el corazón del Tora, y el signo y la sustancia de la evolución de la alianza entre Dios y los israelitas. \Estas tablas de piedra fueron hechas y adoptadas en los comienzos de la permanencia en el desierto y fijó el estándar para la creación de relaciones que Dios exigía de los israelitas antes de abrir la puerta a la tierra prometida a Abraham y a Sarah y a sus descendientes. Y así he reflexionado sobre los 40 años de preparación que los israelitas sufrieron, y de una manera muy real puedo saborear todas las experiencias de mi sacerdocio como pábulo para el molino que el Señor ha utilizado para fortalecer mi relación con él, y para servir ahora como el 11º obispo de Jackson. Una lección aprendida es que Dios puede redimir y transformar todas nuestras labores fieles y esfuerzos vanos para cumplir su voluntad.
Asimismo, me siento confiado trazando un paralelo entre los 40 días que Moisés pasó en el monte Sinaí y los cuarenta días que Jesús soportó en el desierto en previsión de su ministerio público con mi ministerio en la Diócesis de Jackson. Cuando Moisés bajó de la montaña él sabía que Dios, quien es misericordioso hasta la milésima generación, era un Dios fiel, y siempre estaría con ellos. El becerro de oro fue un gran bache en el camino, pero fue atravesado exitosamente. Los israelitas tenían ahora una misión y visión sagrada con prioridades pastorales claras. (Ustedes saben a dónde voy con esto.)
Del mismo modo, cuando el Espíritu Santo sacó a Jesús del desierto puso en marcha la misión sagrada de la Nueva Alianza a establecerse en su sangre, arraigada en la profecía de Isaías. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres… y anunciar el año de gracia del Señor (Lucas 4:18ff). En el mismo sentido, el Espíritu Santo ha ungido y facultó al Cuerpo de Cristo en nuestra diócesis, con una renovada misión sagrada y visión de futuro que está encarnado en nuestras prioridades pastorales.
Esta es la vida de la nueva alianza en la sangre del Señor para mí mientras viajo y sirvo a través de la diócesis. Dios está renovando mi fervor cuando veo la sabiduría de nuestra visión: servir a los demás, inspirar discípulos, abrazar la diversidad en cada curva en la carretera.
Esta noche será mi 12ª de 23 celebraciones del sacramento de la confirmación y la diversidad de los dones y ministerios en la iglesia, la llamada al discipulado y el mandato de servir están vivos y bien en nuestros discípulos jóvenes. Los recién confirmados son las piedras vivas que representan la mano de obra de la fe, la esperanza y el amor, que sucede a diario en sus familias y parroquias a través de la extensión de nuestros 65 condados en el estado de Mississippi.
La visión también se realiza en nuestras escuelas y programas de formación en la fe, a través de Caridades Católicas y del Hospital St. Dominic, a través de innumerables servicios sociales y la promoción de un orden social más justo. Para mí el trabajo de planificación pastoral en el último año y medio ha permitido al Espíritu Santo llevarnos suavemente hacia adelante con mayor determinación y pasión por la obra del Evangelio en la Iglesia Católica para la salvación de todos. Nos arraiga profundamente en la Biblia y las palabras del profeta Miqueas nos vienen a la mente como una lámpara para nuestros pies. “Dios le ha mostrado, oh mortales, lo que es bueno. Y lo que el Señor exige de vosotros? Actuar con justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios.” (6:8).
A los 40 estoy agradecido a todos los que rezan por mí fielmente a diario en la plegaria eucarística en la Misa, a través del rosario, y en una multitud de otras maneras, porque mi celo y deseo de servir permanecen fuertes. Este es un don del Señor, el Buen Pastor, el fruto de la oración. Como nos gusta decir en estas partes, Soy bendecido. “Estoy seguro de esto, que él que comenzó en usted (nosotros) su obra buena la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (Fil. 1:6).