Por Obispo Joseph Kopacz
El Señor Jesús, que siempre está cerca, va a reunir a la Iglesia Católica Universal para escuchar su llamada a “reformar nuestras vidas y a creer en el Evangelio” a fin de que podamos superar el veneno del pecado y el aguijón de la muerte. Nuestra observancia del Miércoles de Ceniza es una invitación a renovar las promesas hechas en el bautismo a través de la oración fiel, el ayuno significativo y la limosna generosa. En armonía con la mejor bienvenida al renacimiento de la primavera escuchamos las palabras de San Pablo para convertirnos en una nueva creación en Cristo, sus embajadores en las obras de penitencia y de reconciliación en nuestros corazones y hogares, y por justicia y paz en nuestras comunidades, nuestra nación y el mundo. Nuestra ciudadanía está en el cielo, nuestro destino final, y el viaje eterno que ya ha comenzado en nuestro diario caminar con el Señor. En este momento estoy en la Tierra Santa en peregrinación con los Caballeros de Colón y las Damas del Santo Sepulcro. Por supuesto que ya ustedes saben esto a través de las redes sociales de la Diócesis de Jackson.
Será muy raro que no esté en la diócesis en nuestra Catedral de San Pedro Apóstol el Miércoles de Ceniza y el comienzo de la cuaresma. En mi mente y en mi corazón, la única razón aceptable para esta ausencia es una peregrinación a la Tierra Santa, donde la historia de nuestra salvación se desplegó en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
La única vez que he viajado a la Tierra Santa fue en 1981 en una gira de estudio bíblico que abarcó Jerusalén y Roma durante tres semanas. Fue memorable por muchas razones y, en particular, no pudimos tener una audiencia con San Juan Pablo II a causa de la tentativa de asesinato contra su vida a principios de ese año. ¡Cómo ha cambiado el mundo! Los medios de comunicación social, cuando se usan de manera educada en un espíritu de solidaridad, pueden ser una herramienta excelente para edificar y no derribar.
Espero poder compartir con ustedes los acontecimientos de cada día como una forma especial de avivar la llamada del Señor durante la cuaresma. Recordemos que en nuestro proceso visionario diocesano la primera prioridad pastoral establecida es que seamos comunidades de fe acogedoras y reconciliadoras en nuestras parroquias, colegios y en todos nuestros ministerios de apoyo. Esto va mucho más allá de ser ambientes amables y acogedores, aunque este es un primer paso crucial. Esta es la obra del Evangelio, siempre antigua y siempre nueva, que nos llama a arrepentirnos, a girar nuestras vidas a donde sea necesario, y a hacerle frente a la realidad de división en nuestras familias, en las comunidades eclesiales y en la sociedad. Las heridas de pecado y de división pueden ser profundas y de larga duración, y si la curación debe ocurrir nuestra respuesta a la llamada del Señor a la conversión debe ser intencional y fiel. Y queremos que la sanación ocurra porque Jesús nos quiere dar vida en abundancia, su paz que el mundo no puede dar, su alegría que nos eleva a una vida nueva, y el camino a la libertad.
Todos hemos recibido el Espíritu Santo de amor, poder y disciplina, y la Cuaresma es un tiempo para rezar y animarnos el uno al otro a abrir estas puertas de gracia y esperanza. Cuarenta días constituyen un tiempo sagrado para que la vida de Dios y nuestras vidas se crucen una vez más, de modo que podamos ver más claramente que Cristo es el camino, la verdad y la vida. Que nuestra determinación no disminuya durante este tiempo de gracia. Oremos también por nuestros catecúmenos y candidatos mientras la llamada del Señor profundiza en sus vidas, y espero estar con muchos de ellos en el Rito de la elección el primer domingo de Cuaresma en la Catedral. ¡Qué la paz esté con ustedes!