Por Obispo Joseph Kopacz
Hace semanas participé en cuatro audiencias públicas, alrededor de la Diócesis de Jackson, en respuesta a la crisis actual después del Informe del Gran Jurado de Pensilvania y el escándalo del Cardenal Theodore McCarrick.
Estas sesiones tomaron cuatro días consecutivos, del 4 al 7 de octubre, en Tupelo, Cleveland, Madison y Natchez respectivamente, a las que asistieron alrededor de 200 feligreses.
La hermana Dorothy Heiderscheit, quien prestó servicios en la Diócesis de Jackson, en dos ocasiones diferentes durante tres décadas, facilitó las cuatro sesiones. Ella es la actual directora del Instituto Southdown, en las afueras de Toronto, Canadá. Todos los asistentes tuvieron la oportunidad de responder a tres preguntas.
1. ¿Qué sentimientos, emociones, preocupaciones le nacen en este momento? 2. ¿Cómo te mantienes como una persona de fe durante este tiempo? 3. ¿Qué te ayudará a continuar?
Siguiendo el modelo de las 17 sesiones para la Visión de la Diócesis, de hace dos años y medio, todos los participantes pudieron reflexionar y conversar con otros en sus mesas y luego compartir el fruto de sus discusiones con todos los asistentes. Creo que los participantes, aunque no tan numerosos como los 1,100 que asistieron a la consulta de la Visión de la Diócesis, representaron bien a la Diócesis de Jackson en general.
Las preguntas les dieron a cada uno la oportunidad de expresar con profundidad, de manera sincera y respetuosa, sus emociones, compartir su fe, el amor por la Iglesia y hacer preguntas específicas sobre nuestras estructuras diocesanas, políticas y protocolos, nuestro apoyo y compasión por víctimas de abuso sexual, respuesta a las denuncias de abuso en la actualidad, nuestra relación con las autoridades civiles, la voz de las mujeres y sus roles en todos los niveles de la vida diocesana, la independencia auténtica de nuestras juntas diocesanas y de quienes investigan las denuncias, la selección de candidatos para el seminario, así como la formación, transparencia y responsabilidad del seminario, el estado actual de los entornos seguros en nuestras parroquias, escuelas y ministerios, y cómo responderán los obispos en su reunión de noviembre en Baltimore, especialmente con respecto a protocolos transparentes para su propia responsabilidad.
Las sesiones duraron entre una hora y media y dos horas. La hermana Dorothy observó que “…muchos de los asistentes expresaron agradecimiento por la oportunidad de compartir preocupaciones, frustraciones e ideas con el obispo, y que sus preguntas fueran respondidas con honestidad y franqueza.”
Compartí con los asistentes que sus emociones y sus voces, clamando por el arrepentimiento, la justicia y la reconciliación desde el centro de la Iglesia Católica hasta los bordes de esta, surgen del corazón de Dios. Todos tenemos una profunda sensación de que el abuso por parte de un clérigo ordenado supera con creces el abuso sexual de un maestro, entrenador, tutor, vecino o un miembro de la familia extendida, etc.
En estos casos, tan brutal como es, una víctima a menudo puede encontrar consuelo, apoyo y esperanza en sus familias. El abuso sexual por parte del clero está más a la par con el abuso por parte de un padre porque, en ambos casos, la seguridad del hogar, en este caso la morada espiritual de uno, la Iglesia, se destruye. Es indignante porque puede destruir la relación de uno con Jesucristo y su amor salvador. De hecho, los participantes expresaron sus emociones más viscerales de ira hacia los abusadores, especialmente los depredadores, y la mala gestión y encubrimiento de algunos en la jerarquía.
Otros sentimientos fueron de vergüenza, tristeza profunda, confusión, incertidumbre sobre el futuro de la Iglesia, miedo, tristeza abrumadora, vergüenza de ser católicos, preocupación y compasión por las víctimas, sus familias y por todo el clero fiel.
Muchos de los participantes eran de mediana edad y mayores. Hubo el sentimiento compartido de que este momento es una carga pesada para los católicos de cuna, cuya confianza en la Iglesia y su liderazgo ha sido la base de sus vidas. ¿Por qué hay una preponderancia, en personas de la segunda mitad de la vida, de asistir a sesiones como estas? Por un lado, muchos jóvenes no son una parte activa interesada en la Iglesia y esto no es una prioridad.
Otro observó, en una nota positiva que las familias más jóvenes, que participan en la Iglesia, han experimentado de primera mano desde 2002 un alto nivel de seguridad, para sus niños y jóvenes, en nuestros programas y ministerios, fomentando la confianza en el compromiso de la Iglesia de proteger en ambientes seguros. Para mí, durante estas cuatro sesiones, se reforzó el hecho de que no es intrascendente discutir adecuadamente los esfuerzos de la Iglesia desde 2002, no de una manera presuntuosa sino en un contexto de transparencia y rendición de cuentas.
Los católicos mayores, que no han experimentado directamente protocolos de entorno seguro en las últimas décadas, apreciaron los efectos positivos de nuestros estándares de entorno seguro, la relación activa con el Fiscal del Distrito en cada condado, la manera independiente y oportuna de investigar y procesar las denuncias cuando llegan y, sobre todo, a nuestra divulgación y preocupación activa por todas las víctimas de abuso sexual en la Iglesia.
Los niveles más profundos de arrepentimiento, conversión, sanación y esperanza son siempre un trabajo en progreso y sabemos sin lugar a duda que el Señor Jesús está hablando en este momento a través de muchos profetas en la Iglesia y la sociedad, la mayoría de los cuales no están ordenados.
Debido a que la Iglesia es una organización mundial de más de 2000 años, el cambio puede ser terriblemente lento. Paradójicamente, debido a que la Iglesia es un organismo mundial, a veces el cambio puede suceder a un ritmo acelerado. ¿Qué evidencia hay para esto? En los 16 años y medio transcurridos desde la Carta de Dallas, nuestro compromiso con protocolos eficaces para entornos seguros ha transformado el paisaje y la cultura de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Todo el Cuerpo de Cristo, laicado y ordenado, ha estado girando la rueda de la transparencia y la rendición de cuentas desde 2002.
Me di cuenta, el domingo pasado en Christ the King en Southaven durante la celebración de la Confirmación, que la gran mayoría de los 74 Confimandi que celebraron el don del Espíritu Santo nacieron en 2002 o más tarde. Ellos han conocido las bendiciones de los estándares efectivos de ambiente seguro en los ministerios y programas de la Iglesia.
Comparto esta reflexión como un ejemplo de lo que puede suceder cuando los laicos y los ordenados trabajan juntos por el bien de todo el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, especialmente en nombre de nuestros niños y jóvenes. Tengo esperanza y la confianza, no de forma ingenua, que dondequiera que la pudrición del clericalismo y la resistencia a la conversión se manifiesten en la Iglesia, la luz de Jesucristo brillará en esa oscuridad, transformando el Cuerpo de Cristo. Todos los que aman al Señor Jesús y a la Iglesia están llamados a orar y trabajar juntos para lograr este fin.