Por padre Roberto Mena, ST
FOREST – Queridos hermanos y hermanas:
Hemos iniciado uno de los períodos más ricos del año litúrgico: LA CUARESMA. Tendremos 40 días para acompañar a Jesús en su lucha contra el demonio y en su encuentro con Dios.
El silencio y la soledad del desierto nos impresionan. Nos sorprende también ver al más santo de los hombres tentado por el demonio, como cualquiera de nosotros. Pero Cristo lucha y vence. Es una lección para nosotros. Venceremos si estamos con él y si luchamos como él con el ayuno, la penitencia y la oración.
1. Poco antes, Jesús impactó a sus conciudadanos en la sinagoga de Nazaret, anunciando la redención de los pobres, el consuelo a los corazones afligidos, la llegada del Reino. Parecía que tenía prisa por cambiar el mundo, sin embargo, no se apresura. Obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto. ¡Cuántas lecciones nos da a nosotros que queremos hacer todas las cosas apresuradamente y sin esfuerzo!
2. Ir al desierto significa encontrarnos con nosotros mismos a la luz de Dios. Los monjes y los ermitaños encontraron un espacio de desierto; nosotros debemos buscar al menos un tiempo de desierto.
En medio del ajetreo de la vida diaria tenemos que rescatar un espacio vacío a nuestro alrededor para escuchar los latidos de nuestro corazón, para liberarnos del alboroto de nuestras urgencias ridículas o de nuestras agendas irracionales, de nuestros compromisos improvisados y entrar en contacto con las fuentes más profundas de nuestro ser.
3. El contacto con un mundo que vive lejos de Dios puede contagiarnos sin darnos cuenta, por eso la Cuaresma es una especie de terapia de desintoxicación del alma. Estamos un poco borrachos de activismo. Evadirse, distraerse, divertirse, son términos que significan huir de la realidad. ¿No has pensado asistir a alguna tanda de ejercicios espirituales durante esta cuaresma para llenar este vacío?
Cuentan que el faraón de Egipto decía de los hebreos: “Que les aumenten el trabajo para que estén ocupados, de forma que no escuchen las palabras de Moisés y no se les ocurra tramar su libertad”. Los “faraones” de hoy dicen: “Que se aumente el alboroto, que les aturda, para que no piensen, no decidan por su cuenta, sino que sigan la moda, compren lo que nosotros queremos y consuman los productos que nosotros decimos”.
Vivir en el desierto no significa solamente vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y para Dios. El desierto entonces se convierte en lugar del encuentro con Dios. Una presencia cierta, pero escondida, secreta.
¡Que el Espíritu que “empujó a Jesús al desierto” nos prepare a celebrar la Pascua, renovados espiritualmente!
(El padre Roberto Mena, ST es ministro sacramental de St. Michael en Forest)