Por Padre Roberto Mena ST
FOREST – Hermanas y hermanos:
Algunas palabras del Evangelio de pueden dejarnos inquietos: “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, ¡yo he traído la división!” ¿No es verdad que este Jesús no se parece al que conocíamos? Ante el niño Dios, recién nacido en Belén los ángeles cantaron: “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Y en su vida pública Jesús mismo proclamó: “Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios”. Y después de resucitar nos dejó el regalo más codiciado: “La paz os dejo, mi paz os doy”. ¿Jesús se está contradiciendo a sí mismo?
Queridas hermanas y hermanos:
- La respuesta es ¡No! Jesús es el constructor de la paz y nos invita a construirla con Él. Pero ¡atención! La paz de Jesús no es la vida tranquila del bienestar material; no es la tranquilidad de la falta de compromiso, no es la cómoda aceptación de la injusticia, de la prepotencia, de los vicios que degradan la vida humana. No es la rendición ante el mal. La paz que Cristo nos trae es el fruto de una lucha continua y dura contra el mal que busca crecer en nosotros y a nuestro alrededor. La paz que Cristo nos trae es la serenidad de saber que estamos en las manos de Dios, en amistad con Él y con nuestros hermanos.
- La fe cristiana es una contestación al mal que quiere imponerse en nuestra vida. Cristo no nos dice: “¡Tranquilos! No pasa nada” sino que nos invita a la conversión, a cortar de raíz el pecado. Es verdad que Dios es misericordioso, pero también quiere que nos convirtamos. Dentro de nosotros llevamos dos mundos en lucha: el hombre viejo y el hombre nuevo. Pasar del uno al otro se llama conversión y esta es la verdadera revolución interior, la más urgente de todas.
- Jesús habla también de división y de espada. Se está refiriendo al trato que recibirán sus seguidores a lo largo de la historia. “Bienaventurados cuando os insulten y persigan, vuestra recompensa será grande en el cielo”. Los cristianos que aceptan la invitación de Jesucristo están destinados a cambiar el mundo con su contestación pacífica y fuerte. Se han dedicado a los pobres, a los enfermos, han defendido a las viudas y a los huérfanos, han liberado a los esclavos, han creado una sociedad en donde se han podido proclamar los derechos del hombre, de la mujer y del niño. Y a cambio de todo ello han sido injustamente maltratados. Y esta persecución continúa hasta nuestros días.
Hermanos: Estamos en medio de un mundo que aprecia otros valores, que razona con una mentalidad que no es la de Cristo y que muchas veces reacciona con indiferencia, hostilidad, burla, e incluso con una persecución más o menos solapada ante nuestra fe. Sólo tenemos una cosa que proponer al mundo: la cruz de Cristo que hay que seguir sin componendas. Seremos signo de contradicción, pero cambiaremos el mundo, como Cristo nos prometió, construyendo la civilización del amor.