Por Hermana María Elena Méndez Ochoa, MGSPS
Señor, se te vio llorando en el rostro de los niños que, en su primer día de escuela, con sus útiles escolares y ropa nueva, llegaron a la escuela llenos de ilusiones para conocer a sus maestros y a sus compañeros de clases y varios de ellos se dieron cuenta que por lo menos, uno de sus padres había sido parte de la gran redada de emigración en Mississippi.
Señor, se te vio en la angustia, la desesperación y el miedo de los padres porque no sabían en manos de quién quedarían sus hijos. Estabas viviendo la incertidumbre de quien fue detenido y humillado al verse amarrado de manos y hasta de pies frente a sus familiares y compañeros de trabajo.
Señor, se te vio aterrorizado en la gente que piensa, escucha y siente la inminente realidad de la deportación. Perturban las voces aquí y allá a través de los comentarios, en los medios de comunicación de quienes afirman que todas estas personas deben ser deportadas, que aquí no son bienvenidos. Es como si escuchara al pueblo gritar contra Jesús “crucifícalo, crucifícalo, queremos a Barrabás”.
Señor, se te vio gemir ante la impotencia del llanto de Obdulia, María Eugenia, Blanca y los sacerdotes que trabajan directamente con ellos. Ellos están sufriendo por los que son acusados de criminales ¿Cómo, sí los conocen de cerca, por su nombre y apellido? Ellos los han visto llorar, gozar, progresar; han crecido en la fe con sus familias y en su comunidad. Le han dado vida a las escuelas, al pueblo, han mejorado la economía del Estado, le han dado vida nueva a la Iglesia, a las escuelas, la han rejuvenecido y llenado de música y alegría ¿Quién ha pedido referencia de ellos? Ellos son gente buena, trabajadora y personas de fe.
Señor, se te vio, en algunos casos, regresar a casa con un grillete en tu tobillo para ser vigilado y encarcelado temporalmente en tu casa, para llamarte luego a corte y tomar la decisión sobre tu destino. Te veías confundido porque nunca habías estado una situación como ésta.
Señor, se te vio en una joven que, después de una semana encarcelada, la liberaron. Ella llegó a la comunidad de Canton que la esperaba con un letrero que decía: “Bienvenida a casa” y oraron por ella. Su cuerpo temblaba aun por el miedo, su llanto era interminable y su confusión fluctuaba entre el gozo y la devastación. El padre Mike la abrazó, le dio la bienvenida y ella simplemente le respondió “gracias padre, gracias por todo”, el padre le dijo, “estás en casa”.
Señor, se te vio, por otro lado, trabajando duro, activo, alegre en la gente que se solidariza con la tristeza y el dolor de otros. Organizando personas, equipos, alimentos para aliviar la preocupación de quien no sabe qué hará de ahora en adelante. Gente del área y de fuera: abogados de emigración, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo, Caridades Católicas y voluntarios de grupos comunitarios.
¿De dónde agarrarse, si todo alrededor gira tan rápido y tan inestable,? de las palabras de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego “No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre?”
Sólo queda Dios y la comunidad que te sigue sosteniendo y de mucha gente que sin conocerte ha brindado su hombro para que llores.
(La hermana Maria Elena Mendez, MGSpS es la directora de Servicios Sociales Catolicos de West Alabama)