Por Obispo Joseph Kopacz
Las Sagradas Escrituras, proclamadas en todas las Misas del fin de semana pasado, fueron textos inspirados a principios de octubre, dedicados a la visión provida de la Iglesia para nuestro mundo. Un mundo convulsionado por la violencia, la destrucción, el abuso y el abandono. El profeta Habacuc lamenta la devastación de la comunidad humana y la de la Jerusalén del antiguo Israel y pide ayuda a Dios.
“Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?, ¿hasta cuándo clamaré a causa de violencia sin que vengas a librarnos?”
La respuesta de Dios al profeta no puso fin de inmediato a la violencia, ni a la amenaza inminente de devastación de parte de los Caldeos, sino que invitó a Habacuc a aumentar su fe y ensanchar sus horizontes para entender la visión de Dios para Israel. “Escribe en tablas de barro lo que te voy a mostrar, de modo que pueda leerse de corrido. Aún no ha llegado el momento de que esta visión se cumpla, pero no dejara de cumplirse. Tú espera, aunque parezca tardar, pues llegara en el momento preciso. Escribe que los malvados son orgullosos, pero los justos vivirán por su fidelidad a Dios.”
Del Evangelio de Lucas, del fin de semana pasado, escuchamos la súplica de los discípulos al Señor para aumentar su fe. Similar a la respuesta del Dios de Israel en la primera lectura, Jesús respondió: “si ustedes tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza” del tamaño de una semilla de mostaza”, podrías hacer mucho más. Podrías cambiar el paisaje de este mundo en nombre del Reino de Dios tan virulentamente como el Kudzu (planta trepadora) lo hace a su paso.
Como escuchamos en la segunda lectura de la carta de San Pablo a Timoteo, intercalada entre Habacuc y Lucas, muchos de los primeros discípulos permitieron que el Espíritu Santo aumentara su fe, don y tesoro que moran adentro a través de la fe y el bautismo. San Pablo se dirigió a ellos y a todos nosotros, cuando escribió: “pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio.”
El Espíritu Santo, por supuesto, inspira la visión provida de la Iglesia Católica para nuestra nación y para nuestro mundo. El derecho a la vida de los no nacidos es la base de la totalidad de la postura inquebrantable e intrépida de la Iglesia ante el mundo. La oración firme, la fe viva y la solidaridad con los cristianos y todas las personas de buena voluntad son necesarias para fomentar la conversión, un cambio de corazón y de mente frente a una “cultura desechable,” en palabras del Papa Francisco, que incluye a los no nacidos.
Los comportamientos sexuales que tienen poco respeto por el autocontrol y el amor que perdura, y avivado por los contaminantes de la pornografía generalizada, abarata aún más el don de la sexualidad y la preciosidad de la vida en el útero. Recrear un jardín de vida, justicia y paz es desalentador para cada generación de discípulos, pero es la obra del Señor y tenemos el privilegio de fomentar la visión de Dios para este mundo.
¿Nos presiona la tentación a desanimarse y a sucumbir al cinismo y la indiferencia? ¡Por supuesto!
Volvamos a las palabras finales de Habacuc para permitirle al Señor aumentar nuestra fe y a encontrar el estímulo para soportar nuestra parte de las dificultades que conlleva el Evangelio. “Entonces me llenaré de alegría a causa del Señor mi salvador. Le alabaré, aunque no florezcan las higueras ni den fruto los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas y no haya reses en los establos. Porque el Señor me da fuerzas; da a mis piernas la ligereza del ciervo y me lleva a alturas donde estaré a salvo.”
Dios nunca para de restaurar e inspirar los corazones y las mentes de los que tienen hambre de cultivar el jardín de la vida en este mundo. La visión comienza con la vida en el útero y continúa a través de las etapas de la vida de una persona. La dignidad humana perdura hasta el momento del último suspiro cuando el alma única, el aliento del Dios viviente, nace en la vida eterna.
Esta es nuestra esperanza en Jesucristo. Por lo tanto, conscientes de que nuestra ciudadanía está en el cielo y que la vida en este mundo tiene un valor eterno, podemos volver a comprometernos a trabajar en nombre de la dignidad de la persona humana mientras nosotros mismos tenemos el aliento de vida. Entre el comienzo y el final de la vida en este mundo, hay legiones de discípulos dedicados que dan su vida diariamente en nombre de la vida, la justicia y la paz.
Más adelante, en este mes dedicado a provida, podemos arrojar luz sobre los muchos caminos que conducen a la vida y a construir el Reino de Dios en este mundo que están prosperando en nuestra diócesis y más allá. La red de la vida, que abarca la visión provida, es una intrincada obra maestra que debe nutrirse en su totalidad. Paz para ti y para todos los que aprecian las Buenas Nuevas del amor de Dios en Jesucristo en este mundo.