Por Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.
El Sacerdocio, … misterio, sacramento, mediador de gracia, ¡otro Cristo! Y hoy, en tiempo de pandemia, … en soledad, aislado, destituido de su Pueblo. ¿Cómo validar su ministerio?, ¿Cómo procesar sentimientos? ¿Cómo manejar un corazón enamorado? Como niño inconforme que se enfrenta al dilema de la obediencia, pero se somete, ¡al estilo “ni modo”! Las señalo como ideas que golpean brutalmente la mente en momentos de ansiedad. Nadie se imaginaba nos tocaría vivir amenazados por otra plaga, especialmente cuando fácilmente olvidamos lo que nos ocurrió más de un siglo atrás. Fue en el 1918-19 que “la influenza (el flu)” arrojó unos 50 millones de muertes alrededor del mundo, más muertes que las causadas por la primera guerra mundial, convirtiéndose en una de las más catastróficas epidemias de la historia.
Pero nuestra reflexión no es necesariamente sobre tragedias del pasado. Hoy, aquí y ahora, la urgencia del momento es abrazar con entereza de carácter una situación que no podemos de inmediato alterar. Nos referimos a lo que posiblemente no siempre tomamos en cuenta, que “la pastoral moldea al pastor y el pastor moldea la pastoral”.
Un aspecto de nuestro sacerdocio que vale la pena tomar en cuenta en estos días de confinamiento, es la “soledad involuntaria” a la cual nos sometemos mientras dure la amenaza de la plaga. Es muy diferente, notemos, a la quietud y recogimiento que voluntariamente escogemos en nuestro retiro espiritual anual. Inquietos, pero sumisos, aprovechamos la oportunidad para disfrutar de la lectura, comunicarnos con familia y amistades y descansar un poquito más. Posiblemente el ministerio “at distans” se ha hecho más frecuente a través del teléfono. ¡Nuestra gente es indomable! Su amor y preocupación por nosotros es impresionante y motivo de gran humildad. Nada como una tragedia para demonstrar el aprecio sincero y estima de un pueblo que de veras ve al sacerdocio como “sacramento de Cristo”, (P.Ord, II, sec.I, #4)
Quizás y solamente como una posibilidad, podríamos enfocarnos en lo impresionante de la fe de nuestro pueblo hispanounidense. ¿Cuáles son sus expectativas, sus ansiedades, sus anhelos? No nos piden mucho, solamente que le mostremos el rostro de Cristo, ese mismo Cristo que nos llamó, que nos consagró. Un proverbio muy caribeño dice, “Nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena.” Fue esa misma necesidad, la de un pueblo con hambre de Dios, que llevó a Jesús a la multiplicación de los dos pescados y cinco panes (Lucas 9:10-17). Obviamente, no son milagritos lo que nuestro pueblo espera de nosotros en este momento de aprieto, pero sí un corazón compasivo y misericordioso, uno que se conduele y se desborda en súplica ardiente de sanación, de consuelo y alivio.
Encerrados, pero no acabados, se vuelca el corazón en rebuscar razones para seguir fieles al llamado y al que nos llamó. Encerrados, pero no acabados, sacudidos por la ineptitud de vencer el estigma del microbio, nuestro corazón busca refugio en Aquel que nos llamó.
Oportuno es el momento, de volver al Evangelio de Marcos. Él es el único de los evangelistas que detalla el llamado de sus discípulos, estableciendo como primer motivo, el que ellos “estuvieran con él”. Aquí el pasaje bíblico: “Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar…” (Marcos 3:13-14).
Bien sabemos que ningún sacerdote se atribuye a sí mismo ningún mérito por su propia vocación. “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure” (Juan 15:16).
Dejémonos impresionar por los antojos del Amado, como solía decir la gran Teresa de Ávila. En tiempos de soledad, no nos toca cuestionar, “¿y ésto, hasta cuándo?” Más bien, en actitud de humilde sumisión, “Aquí estoy…habla que tu siervo escucha” (I Samuel 3:4;10). A lo mejor y solo como una posibilidad, volveremos a descubrir la grandeza y belleza de nuestra “soledad privilegiada”.
(El Padre Domingo Rodríguez Zambrana, S.T. Es
columnista de varias publicaciones de arquidiócesis de Estados Unidos y Puerto Rico. ha sido vicario de los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad y presidente del Consejo Nacional Católicos de Pastoral Hispana (NCCHM). El padre Domingo nació en Puerto Rico y reside en California. Con más de cincuenta años de sacerdocio es buscado como orador y motivador para eventos católicos, retiros, misiones y conferencias.)