Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El Domingo Catequético, evento anual en la iglesia, que establece el tema para el año de la formación de la fe, se celebró el domingo pasado. El tema de este año es de la carta de San Pablo a los Corintios: “Lo que yo recibí del Señor, les he transmitido”. De su relación personal con Jesucristo, San Pablo habla enfáticamente que recibió del Señor es tanto sobre la Eucaristía como del contenido de la fe.
Se invita a todos los bautizados a encender el fuego del don que hemos recibido, que nos ha sido transmitido a través de la formación de la fe en nuestros hogares e iglesias. Estamos agradecidos a Dios por todos los catequistas que abrazan la misión de la iglesia de formación de fe y evangelización.
El recientemente promulgado Directorio para la Catequesis declara con claridad la Gran Comisión del Señor, “de hacer discípulos en todas las naciones.” El Directorio afirma que la catequesis debe estar al servicio de la Nueva Evangelización para que cada persona tenga un acceso personal y abierto al encuentro con Jesucristo.
San Juan Pablo II enseñó con celo que “el propósito de la catequesis es la comunión con Jesucristo.” El fruto de esta comunión es una misión, una vida bien vivida al servicio del Evangelio. La catequesis requiere que acompañemos a quienes nos han sido confiados en la maduración de las actitudes de fe. “La cercanía de la iglesia a Jesús es parte de un camino común: la comunión y la misión están profundamente interconectadas”.
El Directorio para la Catequesis expone además que la Iglesia está llamada a proclamar y enseñar su verdad primaria, que es el amor de Cristo, porque la esencia del misterio de la fe cristiana es la misericordia encarnada en Jesús de Nazaret.
La catequesis puede ser una realización de la obra espiritual de la misericordia, “instruir al ignorante”. La acción catequética, en efecto, consiste en ofrecer la posibilidad de escapar de la mayor forma de ignorancia que impide a las personas conocer su propia identidad y vocación en Jesucristo. San Agustín afirma que la catequesis se convierte en “ocasión para una obra de misericordia” en cuanto satisface “con la Palabra de Dios la inteligencia de quienes tienen hambre de esta.” En virtud de nuestro bautismo, la familia y la comunidad de la iglesia, los catequistas tienen la tarea de despertar esa hambre.
La fiesta de San Mateo celebrada recientemente el 21 de septiembre ilustra esta visión para la formación en la fe. Su primer encuentro con Jesucristo fue nada menos que un hambre despertada que fue satisfecha. San Beda, El Venerable, un santo inglés del siglo VII, escribe conmovedoramente. “Jesús vio al recaudador de impuestos y porque lo vio con los ojos de la misericordia y lo eligió, dijo: ‘sígueme’.” Este seguimiento significó imitar el patrón de su vida, no solo caminar tras él. No hay razón para sorprenderse de que el recaudador de impuestos abandonara las riquezas terrenales tan pronto como el Señor se lo ordenó. Tampoco debería sorprenderse que, descuidando su riqueza, se uniera a una banda de hombres cuyo líder, según la evaluación de San Mateo, no tenía ninguna riqueza en absoluto. Por un impulso interior invisible que inundó su mente con la luz de la gracia, Jesús lo instruyó a caminar en sus caminos, siendo llamado desde las posesiones terrenales a los tesoros incorruptibles del cielo y su regalo.”
Por el catequista y el catequizado, oramos por un corazón y una mente abiertos a esos impulsos internos, impulsados por la luz de la gracia, que permitan responder a la mirada y llamada misericordiosas del Señor.
En medio de la pandemia, muchos no están experimentando la catequesis y la evangelización en las reuniones habituales de la comunidad parroquial. Este es un desafío para las familias y los programas, pero no es insuperable. La iglesia doméstica, en colaboración con el liderazgo parroquial, puede cultivar los tesoros y el contenido de nuestra fe de manera vivificante. La mirada misericordiosa de Jesucristo está presente allí donde dos o tres se reúnen en su nombre.
Por supuesto, la piedra angular del tesoro de nuestra tradición católica y el contenido de la fe es la Misa. La dispensa de la obligación de asistir a Misa en persona sigue vigente como una adaptación necesaria. Sin embargo, se anima a todas las familias e individuos a asistir a Misa si la salud lo permite, ya sea en el Día del Señor o durante la semana. Con razón, estamos atentos para mantener el virus “afuera mirando hacia adentro” por el bien de nuestra salud física. Pero aún más debemos permanecer atentos para nutrir nuestra relación con Jesucristo en permanecer fuertes espiritual y mentalmente para involucrarnos en todo lo que la vida nos depara.
Con St. Paul estamos comprometidos con la misión que él articula. “yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que yo a mi vez les transmití.” “Que el Dios de perseverancia y aliento les dé la buena actitud mental hacia el otro, Dios, que es quien da constancia y consuelo, los ayude a ustedes a vivir en armonía unos con otros, conforme al ejemplo de Cristo Jesús.” (Romanos 15:5)