Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
“El Espíritu y la Esposa dicen, ¡ven! El que inspira fe dice: Sí, vengo pronto. ¡Maranatha, ven, Señor Jesús!“ La Biblia termina con estas palabras del Libro de la Revelación o Apocalipsis, expresando el santo anhelo que cultivamos durante esta temporada sagrada de Adviento que conduce a la Navidad. Estas sinceras palabras han sido la oración diaria de la iglesia durante casi 2000 años; de seguro, un largo período de tiempo.
Sin embargo, escuchamos de la carta de Pedro el domingo pasado que “para el Señor, un día es como mil años y mil años es como un día”. (2Pedro 3:8) Ya que estamos a punto de comenzar el tercer día después de la muerte y resurrección de Jesús, no hay razón para que este gran drama y misterio de la salvación envejezca. Sigue siendo siempre antiguo y nuevo. Oramos por la gracia del hambre y la sed de San Agustín durante estos días de Adviento. “¡Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba afuera, y fue allí donde te busqué. En mi falta de amor, me sumergí en las cosas hermosas que tú creaste. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo“. (Confesiones) Es exagerado medir un milenio en nuestra imaginación, y es incomprensible captar la eternidad, pero podemos y debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece cada día para redescubrir la antigua y nueva gracia de Dios en sus múltiples expresiones.
En el momento, Juan Bautista es nuestro guía. Prepara el camino del Señor, son las palabras de la voz que resuena a lo largo de los siglos. Él, cuyo púlpito es el umbral del desierto, abre el camino para el Verbo eterno hecho Carne. Esta es la Buena Nueva de Jesucristo, el Hijo de Dios, las palabras iniciales del Evangelio de Marcos del segundo domingo de Adviento. Creyendo esto, ¿qué tipo de vida debemos vivir, hermanos y hermanas?, es la pregunta de San Pedro en su carta.
La respuesta a esta eterna pregunta se encuentra en la reunión en el río Jordán, donde la gente venía a Juan el Bautista para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán. El primer paso, que damos adelante, en el conocimiento de nuestra salvación es el perdón de nuestros pecados, (Lucas 1:76-77) y como se expresa en el Benedictus, la gloriosa oración de Zacarías, el padre de Juan Bautista. Volviendo a la carta de Pedro del domingo pasado, escuchamos que “No es que el Señor se tarde en cumplir su promesa, como algunos suponen, sino que tiene paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera, sino que todos se vuelvan a Dios, … pero nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido, en los cuales todo será justo y bueno.”
La justicia bíblica se basa en la reconciliación con Dios y en hacerlo “bien” unos con otros. El regalo que recibimos se da luego como regalo. (Mateo 10:8). En medio de esta angustiosa pandemia, la exhortación del profeta Isaías es convincente. “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.” (Isaías 40:1). Tanta gente ha perdido tanto durante este último año. Una vida recta nos inspira a dar muchos pasos adelante al brindar consuelo, restaurar la esperanza y brindar apoyo de todas las formas posibles. Reconciliarse con Dios es unir cielo y tierra. Crear por la gracia de Dios un “cielo nuevo y una tierra nueva” cada día está en nuestro poder. La respuesta al salmo del domingo pasado transmite la visión de Dios y nuestro objetivo. “El amor y la verdad se darán cita, la paz y la justicia se besarán, la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo.” (Salmo 85:10)
De hecho, ya hemos sido bautizados con el Espíritu Santo tal y como lo profetizó Juan el Bautista en el río Jordán, una unción y una morada que es la garantía de la vida eterna y la inspiración para edificar el Reino de Dios hoy y todos los días. Al hacer esto, tendremos un impacto durante 1000 años.
“¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! “