Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
”Conviértete y cree en el Evangelio. Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás.” Las advertencias con la distribución de cenizas son un recordatorio aleccionador de que este mundo presenta muchos obstáculos en el camino hacia la vida. Siempre escuchamos una u otra de estas admoniciones cuando depositan las cenizas sobre nosotros. ¡Reforma o Recuerda!
A lo largo de los años a menudo he deseado que pudiéramos combinar las opciones para entrar más plenamente en la muerte y resurrección del Señor que revela la sabiduría de Dios en la Cruz. El pecado, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte han ensombrecido la condición humana desde la caída de la gracia, pero se ha intensificado durante el año pasado a través de la pandemia. Cada día ha mostrado un enorme dolor y un corazón imperecedero. ¿Es ésta la paradoja de la Cruz y una invitación a ver con los ojos de la fe el llamado cuaresmal a orar, ayunar y dar limosna, que cada día impulsa el esfuerzo de muchos?
El viaje de este año por la Cuaresma puede sumergirnos en la paradoja de la cruz y el poder de la resurrección, quizás de una manera que nunca habíamos conocido. Con San Pablo proclamamos al mundo que “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a los que van a la perdición; pero este mensaje es poder de Dios para los que vamos a la salvación. Como dice la Escritura:
«Haré que los sabios pierdan su sabiduría y que desaparezca la inteligencia de los inteligentes.»” (1Cor 1:18 en adelante)
En su mensaje sobre la jornada mundial de oración por los enfermos de esta semana por la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, el Papa Francisco habla sobre el ritmo de morir y resucitar al pie de la Cruz. “Con la experiencia de la enfermedad caemos en cuenta de nuestra propia vulnerabilidad y de la innata necesidad de los demás. Nos hace sentir, con mayor claridad, que somos criaturas dependientes de Dios. Cuando estamos enfermos, el miedo e incluso el desconcierto pueden apoderarse de nuestras mentes y corazones; nos encontramos impotentes … La enfermedad plantea la cuestión del sentido de la vida, que presentamos ante Dios con fe.”
En su mirada mundial, el Papa Francisco ha pedido repetidamente un orden social más justo porque “la pandemia actual ha exacerbado las desigualdades en nuestros sistemas de salud y ha puesto de manifiesto las ineficiencias en la atención a los enfermos. Las personas de edad avanzada, débiles y vulnerables no siempre tienen acceso a la atención de salud de manera equitativa.”
Esta es la agonía de la Cruz en nuestro mundo afligido por el pecado y el sufrimiento. Sin embargo, la Buena Nueva de Jesucristo no termina en la desesperanza sino en el poder de Dios en las palabras de nuestro Santo Padre.
“La pandemia también ha destacado la dedicación y generosidad del personal de salud, voluntarios, personal de apoyo, sacerdotes, religiosos y religiosas, todos los cuales han tratado, ayudado, consolado y servido a muchos de los enfermos y sus familias con profesionalismo, dedicación, responsabilidad y amor al prójimo sin egoísmo. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres, optaron por no mirar hacia otro lado, sino, por compartir el sufrimiento de los pacientes, a quienes veían como vecinos y miembros de nuestra única familia humana … Tal cercanía es un bálsamo precioso que brinda apoyo y consuelo al enfermo en su sufrimiento. Como cristianos, experimentamos esa cercanía como signo del amor de Jesucristo, el Buen Samaritano, que se acerca con compasión a todo hombre y mujer heridos por el pecado.”
Este es el icono viviente de la presencia de Dios en nuestro mundo, y la visión desde la eternidad de todos los discípulos bautizados en la muerte y resurrección del Señor Jesús.
“Les aseguro que, si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha.“ (Juan 12:24) Nunca es fácil morir al pecado y al egoísmo, pero que nuestra oración, ayuno y limosna nos una a la Cruz del Señor y a la resurrección mientras permitimos que el Evangelio convierta las cenizas en granos de fe, esperanza y amor durante esta Cuaresma y siempre. “El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad!” (Lamentaciones 3:22-23)