Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
A menudo, el Papa Francisco ha descrito los trastornos sociales y ambientales en todo el mundo como un cambio de era, no simplemente como una era de cambio. En el centro de su sueño impulsado por el Espíritu Santo contenido en sus libros más recientes, Fratelli Tutti (Carta encíclica sobre la Fraternidad y Amistad Social), el libro Let Us Dream the Path to a New Future, (Soñemos Juntos, El Camino a un Futuro Mejor), está la esperanza de que el mundo no solo ensalce la libertad y la igualdad como los valores últimos, sino que evolucione para formar el triángulo perfecto con la inclusión de la fraternidad.
La fiesta de Pentecostés, momento culminante de la temporada de Pascua y pendiente para el próximo fin de semana, es cuando celebramos el poder transformador del Espíritu Santo que puede renovar la faz de la tierra y el paisaje de nuestras mentes y nuestros corazones. Este es el drama divino que tendrá culminación con la segunda venida del Señor Jesús. La iglesia primitiva experimentó rápidamente un cambio de época, un segundo evento de Pentecostés, en la casa de Cornelio, según los Hechos de los Apóstoles, primera lectura del domingo pasado. (Hechos 10: 25-48)
La mayoría de los católicos pueden identificarse con el primer Pentecostés y el nacimiento de la iglesia cuando el Espíritu Santo, con un fuerte viento y lenguas de fuego, lanzó la proclamación del Evangelio con los 120 discípulos reunidos en oración, incluidos los 12 apóstoles y la Santísima Madre. Pedro, el primero entre iguales de los apóstoles, se puso de pie en medio de la emergente comunidad de creyentes para dirigirse a los judíos devotos reunidos de todas las naciones que estaban en Jerusalén para celebrar la fiesta judía de las Semanas, los primeros frutos de la cosecha. Después de la predicación histórica de Pedro del Kerygma en el contexto de las escrituras hebreas de la historia de la salvación, 3000 fueron bautizados ese día, todos ellos judíos. (Hechos 2:41) La gran comisión del Señor Jesús a los 11 apóstoles antes de ascender al cielo de hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:16-20), era su cosmovisión de un mensaje de salvación destinado exclusivamente a los hijos e hijas de Abraham esparcidos en la diáspora.
El segundo momento de Pentecostés que marcó el comienzo del cambio de era no ocurrió en el centro religioso, económico y cultural de los judíos en Jerusalén, sino en la sala de estar de un pagano. Pedro, nuevamente en el centro del drama divino, en una visión repetitiva fue empujado y aguijoneado por el Espíritu Santo a matar y consumir alimentos inmundos. (Hechos 10:10-16), pero Pedro encontró esto repulsivo y se negó a consentir. Al despertar, llegaron tres extraños y lo dirigieron a la casa de Cornelio, un centurión, donde él y su familia estaban ansiosos por ofrecer hospitalidad al líder preeminente de los discípulos del Señor crucificado y resucitado.
Lo dramático de este encuentro es que Pedro sufrió una conversión radical porque reunirse y mezclarse con los gentiles era la fuente de su repulsión, simbolizada por la comida. Comenzó su discurso sin darse cuenta de que el segundo aguacero de Pentecostés era inminente. En medio de su predicación sobre la historia del Señor crucificado y resucitado, el Espíritu Santo, pasó por encima de Pedro y cayó sobre los gentiles con el fuego del amor de Dios. Este encuentro, aunque fuera de lo común, fue al menos tan dramático como el primero. Pedro y los judíos piadosos de Jerusalén se sorprendieron de que el Espíritu Santo pudiera haber sido derramado sobre los gentiles, los incircuncisos, los paganos y los impuros. (Hechos 10:46) Este momento revolucionario le reveló a Pedro y al liderazgo de la iglesia, todos judíos en ese momento, que el derramamiento de sangre y agua sobre la Cruz y del Espíritu Santo era verdaderamente un don universal.
El gozo se desbordó para muchos de los creyentes, pero esta revelación causó una división considerable en la iglesia primitiva. El Concilio de Jerusalén (Hechos 15) resolvió oficialmente la cuestión del alcance de la Ley Mosaica que incumbiría a los gentiles convertidos, pero la batalla en las trincheras de la vida de la iglesia se prolongó durante generaciones por la necesidad de la circuncisión de los gentiles, la señal del pacto que se remontaba a Abraham.
El primer y segundo momento de Pentecostés, según se registra en los Hechos de los Apóstoles, muestra claramente que el Espíritu Santo, entonces y ahora, se derrama sobre toda la iglesia, especialmente cuando se reúne en oración. A veces, las acciones liberadoras de Dios pueden tomar a todos por sorpresa.
El Papa Francisco llama a estos eventos un desbordamiento de la gracia de Dios y el fundamento de lo que el Papa ve como la necesidad de una sinodalidad activa en la Iglesia. Estos foros de oración, diálogo y discernimiento, donde se reúne la comunidad de creyentes, ordenados y laicos, son tan imprescindibles para la Iglesia en el tercer milenio como en el primero. Dan testimonio de la libertad que conocemos en Jesucristo, la igualdad de dignidad que poseen todas las personas hechas a imagen y semejanza de Dios, y la fraternidad inherente a la Gran Comisión de hacer discípulos de todas las naciones. En efecto, !Ven Espíritu Santo, en nuestro tiempo, e infunde a la iglesia el aliento de Dios!, quien siempre es antiguo y siempre es nuevo.