Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
En el vigésimo quinto aniversario de su elección como Sucesor de Pedro, a principios del nuevo milenio, el 17 de abril de 2003, San Juan Pablo II, otorgó a la Iglesia la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. En este día, la iglesia en todo el mundo estaba celebrando el Jueves Santo, el inicio del Triduo Pascual, la institución de la Eucaristía y la fundación del sacramento del Orden Sagrado. Instituida en la Última Cena y cumplida con la muerte y resurrección del Señor en la mañana de Pascua, “la Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia” desde el principio.
En este documento, San Juan Pablo Segundo expresó ardientemente sus esperanzas y sueños para todos los discípulos del Señor en la Iglesia Católica en todo el mundo. “Quisiera reavivar este ‘asombro’ eucarístico con la presente Carta Encíclica, en continuidad con el Año Jubilar 2000. Contemplar el rostro de Cristo y contemplarlo con María, es el ‘programa’ que he puesto ante el Iglesia en los albores del nuevo milenio, convocándola a adentrarse en el mar de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica poder reconocerlo dondequiera que se manifieste su presencia, en sus múltiples formas, pero sobre todo en el sacramento vivo de su cuerpo y sangre. La iglesia extrae su vida de Cristo en la Eucaristía; él la alimenta y él la ilumina. La Eucaristía es un misterio de fe y un misterio de luz.”
Recordamos que en el 2002 San Juan Pablo II instituyó los Misterios Luminosos del Rosario que comienzan con el Bautismo de Jesús en el Jordán continuando con las Bodas de Caná, la proclamación del Reino, la Transfiguración y culminan con la Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida cristiana,” la icónica declaración de Lumen Gentium, el documento sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II.
El Santo Sacrificio de la Misa es una fuente ilimitada de vida nueva donde cada generación de fieles está llamada a renovarse en el “asombro” eucarístico, desde el Sucesor de Pedro en Roma hasta las comunidades de fe en todos los puntos cardinales de la Iglesia universal. En los últimos meses, la retórica estridente que rodea el documento prospectivo sobre la Eucaristía de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos ha tergiversado el objetivo del plan estratégico de la Conferencia para la renovación de la iglesia en el espíritu de la Carta Apostólica de San Juan Pablo, Ecclesia de Eucharistia. La siguiente es una descripción general de un proceso deliberativo que estaba en marcha, independientemente de cualquier distorsión política.
“El Plan Estratégico 2021-24 de la USCCB guiará a la Conferencia durante los tiempos excepcionalmente desafiantes que enfrentamos como iglesia y nación. El tema elegido para el plan estratégico 2021-2024 de la USCCB, “Creado de nuevo por el Cuerpo y la Sangre de Cristo: Fuente de nuestra Sanación y Esperanza” (“Created Anew by the Body and Blood of Christ: Source of Our Healing and Hope” por su nombre en inglés) surgió como resultado de las sesiones de escucha con los obispos, el Consejo Asesor Nacional y el personal superior de la USCCB a los que se les pidió reflexionar sobre los desafíos y oportunidades que enfrenta la iglesia en los próximos cuatro años. La necesidad de sanación y renovación a través de un enfoque renovado en el Santísimo Sacramento surgió como el tema más comúnmente discutido y aceptado entre los grupos; como tal, evolucionó naturalmente y fue adoptado como el tema del plan estratégico 2021-24 de la USCCB que guiará la Conferencia durante los próximos cuatro años.”
Además, la dispersión de los fieles provocada por la pandemia impulsa aún más la sabiduría del plan estratégico. El extenso diálogo entre los obispos en la reciente reunión de junio parece haber enderezado el barco y el próximo documento sobre la Eucaristía se alineará con el plan estratégico para 2021-2024.
La dignidad de recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, o estar en estado de gracia, ha sido parte de la tradición de la iglesia desde el principio, como leemos en las palabras de San Pablo. “Así pues, cualquiera que come del pan o bebe de la copa del Señor de manera indigna, comete un pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor. Por tanto, cada uno debe examinar su propia conciencia antes de comer del pan y beber de la copa. Porque si come y bebe sin fijarse en que se trata del cuerpo del Señor, para su propio castigo come y bebe.”(1 Corintios 11:27-29)
Obviamente, la dignidad es un elemento crítico que no puede esquivarse porque el pecado y el escándalo debilitan el Cuerpo de Cristo y comprometen la misión de la iglesia en este mundo. La dignidad y el llamado esencial del Señor al arrepentimiento y conversión son siempre antiguos y siempre nuevos y serán parte integral del documento inminente. De seguro, hay un momento y un lugar adecuados para la acción disciplinaria en la vida de la iglesia en cada generación, pero esta publicación de la Conferencia Episcopal no tiene la autoridad para abordar situaciones personales. Esto compete al ámbito de un pastor u obispo en particular.
Próximamente en una iglesia cercana a usted, tendremos la oportunidad este verano de escuchar, contemplar y celebrar durante varias semanas el discurso del Pan de Vida de Jesús del sexto capítulo del Evangelio de Juan. En palabras de San Juan Pablo II, que la proclamación de estos pasajes evangélicos, las propias palabras de nuestro Señor sean fuente de alimento espiritual de “asombro” eucarístico para sostenernos en el camino de la vida y promesa de la vida eterna.