By Hosffman Ospino Catholic News Service
Los católicos hacemos bien al soñar de vez en cuando qué clase de comunidad de fe queremos ser. Si nos preocupa la fe y lo importante que es la iglesia, tenemos la obligación de hacerlo.
Tanto los logros como las falencias de nuestro pasado nos ofrecen lecciones importantes. El presente nos sorprende con sus vicisitudes y ya está con nosotros. Sin embargo, el futuro siempre está impregnado de posibilidades. Somos los arquitectos de ese futuro. La comunidad católica en los Estados Unidos sigue presa de un ciclo implacable y sin término de escándalos, cambios, defecciones, decisiones incomprensibles por parte de algunos de nuestros líderes pastorales, divisiones y desilusiones. Es casi imposible comenzar un día sin preguntarse, “¿Y ahora qué?”
¿Se detendrá ese ciclo? Seguramente no. ¿Me debe preocupar? Sí. Es mi iglesia. ¿Me desanimaré? No. Las palabras de san Pablo me inspiran: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20). Sí hay esperanza. Quiero soñar la renovación de la iglesia desde mi perspectiva como católico hispano. Al decir “iglesia”, me refiero a todos los discípulos de Jesucristo bautizados dentro de nuestra tradición católica. Todos participamos de la misión.
Sueño con una iglesia decidida a leer los Evangelios — una vez más — con un sentido renovado de admiración y humildad. Necesitamos que cada año se designen semanas nacionales y diocesanas dedicadas a leer los Evangelios. Quisiera ver a nuestros líderes pastorales sentados con sus comunidades, en público, leyendo y dialogando sobre los Evangelios, escuchando la sabiduría de los inmigrantes, los trabajadores de las fábricas, los campesinos, los profesionales y otras personas.
Quisiera ver a la iglesia leyendo los Evangelios en español, portugués, inglés, creole, chino y cualquier otro idioma en el que los católicos en este país celebramos nuestra fe. Es lo que somos. Sueño con una iglesia que celebra su diversidad cultural como un tesoro a cuidar con celo. Nuestra iglesia no se puede dar el lujo de ignorar las voces diversamente culturales que le están dando una vida nueva. El compromiso de servir al inmigrante, especialmente a nuestros hermanos y hermanas católicos inmigrantes, sin importar su estatus, nunca debe ser opcional. El mundo nos ha de conocer por nuestro servicio a las comunidades más afectadas por la pobreza o el racismo o el clasismo o cualquier otro prejuicio.
Sueño con una iglesia comprometida seriamente en su deseo de buscar y servir a los jóvenes, especialmente a los jóvenes hispanos, los cuales constituyen la mayoría de los católicos menores de 20 años. El acompañar a nuestros jóvenes católicos tiene que hacerse con determinación y con voz profética. No podemos permanecer inmóviles mientras que nuestros jóvenes católicos se alejan de nuestras comunidades y de nuestra tradición. No podemos ignorar que la mayoría de los jóvenes católicos hispanos reciben educación de baja calidad; la mayoría vive en la pobreza; muchos dejaron de percibir a nuestras iglesias como lugares en donde pueden sentirse seguros.
Sueño con una iglesia que reconoce que ha cometido errores, pide perdón y muestra signos claros de conversión pastoral. Si hablamos de la importancia de la reconciliación, tenemos que dar ejemplo. Aparte de reconocer los errores que nos afligen como católicos en los Estados Unidos, también tenemos la obligación eclesial de reconocer que les hemos fallado repetidamente a nuestros hermanos y hermanas de comunidades minoritarias. El silencio y la falta de respuesta a cualquier forma de marginalización nos hace cómplices de las causas de sus sufrimientos.
Sueño con una iglesia que está dispuesta a invertir sin temor y generosidad en aquellas partes del país en donde el catolicismo florece con energía, especialmente gracias a la presencia hispana. Quisiera ver mujeres y hombres pioneros construyendo iglesias, escuelas y universidades católicas en el Sur y el Oeste del país, en donde hoy en día viven la mayoría de los católicos. Claro que sí es posible hablar de un catolicismo renovado. Un futuro lleno de vida es posible para el catolicismo estadounidense siempre y cuando nos atrevamos a soñar, confiando en que Dios camina con nosotros. ¿Cuál es tu sueño?