Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Este fin de semana pasado celebramos el Bautismo del Señor, la culminación de la temporada navideña, momento en que resonó la voz de nuestro amoroso Dios sobre el río Jordán; después del bautismo de su amado Hijo, quien se mantuvo como uno con su Padre en el cielo, bañado de la luz del Espíritu Santo que revoloteaba. Al comienzo del ministerio público de Jesús, se proclamó en ese momento para que todos la escucharan la unidad amorosa de la Santísima Trinidad.
De hecho, “Dios es amor” la voz de Dios Padre fue la promesa consoladora de todas las voces de los patriarcas, profetas, reyes y siervos sufrientes que anhelaban al Mesías durante siglos. Cuando la plenitud de los tiempos se desplegó, escuchamos las voces de los ángeles, pastores y Reyes Magos, el testimonio nuestros amados evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan y finalmente el testimonio de Juan el Bautista al proclamar “He aquí el Cordero de Dios.”
A través de la fe y el bautismo, somos el centro del escenario en este drama divino. Por un lado, evidentemente, cuando elevamos nuestras voces en oración, especialmente en la Misa. Cuando elegimos santificar el “Día del Señor” y reunirnos en nuestras iglesias como el Cuerpo de Cristo, por la gracia de Dios; podemos reconocer que nosotros también somos hijos amados de Dios, hermanas y hermanos en Jesucristo, y templos del Espíritu Santo.
Recuerde que el Señor asegura que “el pequeño nacido en el Reino de los Cielos es mayor que Juan el Bautista” y todos los que lo precedieron. Los cielos fueron abiertos en el momento del bautismo de Jesús y permanecen permanentemente así, en su muerte y resurrección, para que la gloria de Dios resplandezca para siempre en el rostro de Jesucristo.
La estrella de la fe ilumina nuestras mentes y corazones para saber que el amor es nuestro origen, el amor es nuestro llamado constante y el amor es nuestro cumplimiento en el cielo. La iglesia, por su propia naturaleza, es el sacramento de la salvación que señala el camino a los cielos para que todo el mundo lo vea.
Por otra parte, sobre la piedra angular de la fe en el drama divino, todos los bautizados, injertados en la vid, están destinados, por designio y gracia de Dios, a vivir como amados de Dios en el mundo. La iglesia en todo el mundo y a nivel local, es un cuerpo vivo donde los últimos, como escribió elocuentemente San Pablo, reciben una atención especial. Nuestra fe en Jesucristo es profundamente personal y, al mismo tiempo, nunca es individualista. Injertados en la vid de Jesucristo, somos miembros de su cuerpo con diversos dones, ministerios y obras para el bien común, comenzando en el hogar, en la iglesia y en el mundo.
Al pasar las páginas de esta edición del Mississippi Catholic, los invito a hacerlo a través del lente de nuestra unidad con la Santísima Trinidad y el vínculo que se establece entre nosotros a través de la fe y el bautismo. Por ejemplo, la Campaña de Servicio Católico es muy equilibrada en su estructura y propósito. Cada año, su generosidad fortalece el Cuerpo de Cristo en toda la Diócesis de Jackson a través de muchos ministerios, al tiempo que sirve a muchos en los márgenes de nuestras comunidades, a través de Caridades Católicas, los cuales tal vez nunca puedan corresponder a su vez. Por lo tanto, nuestro llamado de servicio es genuinamente Católico.
El Sínodo sobre la Sinodalidad que está en marcha en la Diócesis de Jackson y en la iglesia de todo el mundo es una forma extraordinaria de elevar nuestras voces en oración y diálogo. Aunque habrá reuniones en nuestras parroquias y otros ministerios, en diferentes momentos a lo largo de febrero, la oración y los pasajes de las Escrituras que guían estos encuentros serán los mismos para todos, una señal visible de la unidad que el Señor desea y una oportunidad para fortalecer este vínculo bajo la presencia arrebatadora del Espíritu Santo y la mirada amorosa de nuestro Dios.
Por último, podemos entender el informe diocesano anual a través del lente de este vínculo de unicidad. Hay muchas partes móviles que deben administrarse en una organización compleja y la Diócesis de Jackson no es diferente en este respecto. Sin embargo, en un nivel más profundo, oramos para nunca olvidar quiénes somos para que todo nuestro trabajo diario en apoyo de nuestros ministerios no sea una cuestión de mantenimiento, sino verdaderamente de misión.
Ahora, somos hijos de Dios, miembros del cuerpo del Amado Hijo de Dios, animándonos unos a otros a vivir plenamente con la mente y el corazón de Jesucristo. Que nuestras voces y acciones señalen el camino para un mundo que lucha y sufre.
Todo lo que hacemos como Diócesis Católica de Jackson es trabajo de nuestra fe y del bautismo, en el poder de la Santísima Trinidad.