Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El Miércoles de Ceniza nos espera en unos días, dando inicio a la jornada espiritual de 40 días de nuestro mundo católico. Es una empresa espiritual, pero no hay nada vago o sin rumbo en el precioso tiempo que se avecina porque el Señor proporciona el marco del Miércoles de Ceniza con los imperativos de la oración, el ayuno y la limosna. En conjunto, estos tres pilares, especialmente magnificados durante la Cuaresma, permiten que el Espíritu Santo realice la conversión interior que dura toda la vida, con su manifestación exterior en una forma de vida fiel, compasiva y generosa.
Por supuesto, cada año el objetivo final de esta venerable empresa de 40 días es crecer en el amor de Jesucristo, el Buen Pastor crucificado y resucitado que es el camino, la verdad y la vida. Después de una observancia de Cuaresma de todo corazón, la renovación de nuestros votos bautismales del Domingo de Pascua es la forma extraordinaria de proclamar este amor en comunión y solidaridad con los creyentes en todo nuestro mundo católico. Confiando en la seguridad del Señor, el cordón de tres capas de oración, ayuno y abstinencia fomentará en nosotros una conciencia más aguda de que ahora somos hijos de Dios y templos del Espíritu Santo.
El Miércoles de Ceniza nos lleva de regreso a los fundamentos de nuestra fe con las advertencias durante la distribución de las cenizas de “apartaos del pecado y sed fieles al Evangelio” o “recordad que polvo sois y al polvo volveréis”. En conjunto, profesan la realidad fundamental de que el pecado y la muerte nos tienen en sus manos. La salida es el llamado al arrepentimiento que descansa sobre la enseñanza fundamental de nuestra fe que conocemos como el Kerygma.
Recordamos las palabras de san Pedro, cuando dijo las palabras inaugurales del Evangelio del domingo de Pentecostés, porque queremos responder a esta llamada como si las escucháramos por primera vez.
“Cuando los allí reunidos oyeron esto, se afligieron profundamente, y preguntaron a Pedro y a los otros apóstoles: — Hermanos, ¿qué debemos hacer? Pedro les contestó: “Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo. Porque esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos; es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar.” (Hechos 2:37-39)
Una respuesta fiel al llamado a la conversión impacta quiénes somos y todo lo que hacemos. Por ejemplo, ¿cómo se aplica todo esto al proceso diocesano y mundial para el Sínodo sobre la Sinodalidad? Considere que el llamado del Señor al arrepentimiento tiene sus raíces en la metanoia, el concepto que describe el cambio de mentalidad y el ir en otra dirección. El diálogo, basado en la oración, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo de Dios, marco de nuestro proceso sinodal, depende de que cada uno de nosotros dejemos de lado nuestras mentes manchadas por el pecado, nuestras ideas preconcebidas, nuestros prejuicios, nuestros egos, nuestro orgullo y nuestra pecaminosidad para llegar a un nivel superior de comunión, participación y misión como miembros de la Iglesia Católica.
Es cierto que nuestra amplia respuesta diocesana al Sínodo sobre la Sinodalidad, que está a punto de concluir su primera fase, dará muchos frutos en el futuro. En el nivel más profundo, tal vez imperceptiblemente, está plantando las semillas de la conversión, o metanoia, un cambio de mentalidad y comportamiento hacia una mayor apertura mutua en el Espíritu Santo. Un proceso sano de participación y comunión puede inspirar un cambio de corazón y, a su vez, la conversión de una persona puede ser un chorro de agua limpia que refresca el cuerpo. Esta es nuestra oración.
Oración: la vuelta de nuestros corazones y mentes a Dios; el Ayuno: dejar ir lo que nos está dañando, así como sacrificar los placeres simples por un bien mayor; y la Caridad: la generosidad sacrificial por el bien de los demás, y por nuestra propia conversión, son las armas del espíritu, y la medicina para mucho de lo que nos aflige. Son más accesibles que los medicamentos de venta libre y se sirven a pedido sin necesidad de descargar una aplicación.
“Y que el mismo Señor de la paz les dé la paz a ustedes en todo tiempo y en todas formas. Que el Señor esté con todos ustedes.” (2 Tesalonicenses 3:16)