By Hosffman Ospino Catholic News Service
Nuestro mundo observa con tristeza y confusión la invasión de Ucrania, una nación soberana, por parte de su vecino, Rusia, un país exponencialmente más poderoso a nivel político, económico y militar.
Es notable el nivel de preocupación que existe en cuanto a las consecuencias que esta situación puede tener. Algunos temen la desestabilización de Europa y posiblemente de otras partes del mundo. Otros piensan que estas acciones pueden motivar a otras naciones grandes a invadir a sus vecinos más pequeños. Más aterrador es la posibilidad de una guerra mundial usando armas nucleares.
En tan sólo unas semanas, el uso despiadado de poder por parte de Rusia contra Ucrania ha llevado a muchas naciones a contemplar más abiertamente la idea de una mayor militarización. Varios países están anunciando incrementos en los presupuestos militares. La producción y distribución de armas, legal e ilegalmente, seguramente se dispararán.
Este es un momento que parece propicio para aquellos líderes que en lugar de buscar el bien común de los pueblos a los que están llamados a servir, prefieren servir como artífices de la guerra. Prácticamente la mayoría de estos artífices de la guerra, abusando su poder para infligir dolor y muerte, son varones. ¿Les podemos llamar líderes? ¿Qué idea de liderazgo reside en sus mentes y corazones?
La invasión de Ucrania por parte de Rusia no es el único conflicto armado que puede generar disrupciones regionales y globales. Otras naciones se encuentran actualmente sumidas en guerras civiles, luchas contra grupos terroristas y confrontaciones con grupos de crimen organizado, como en el caso de los carteles de la droga.
El número de personas que pierden la vida en esos conflictos es simplemente perturbador. Un ser humano que muera como resultado de la guerra ya es exceso. Nuestro mundo parece haber desarrollado cierta tolerancia hacia los conflictos violentos y las muertes que resultan de la guerra. Muchas personas están siendo desplazadas, familias separadas y futuros arruinados. No olvidemos que por lo general son las mujeres, los niños y los ancianos quienes pagan el precio más alto de las guerras.
Quisiera gritar, “¡basta!” Por el bien de todos, de nuestros hijos e hijas y de nuestras familias, por el futuro de nuestro mundo, “por favor, basta”. Si tan sólo hubiera una manera simple de contener esta absurdidad. Me siento como una voz en el desierto. Sin embargo, no una voz que está sola. Mi voz se une a otras voces. Pero, ¿quién está escuchando? Oigo al papa Francisco y a otros líderes clamar por la paz. ¿Quién está escuchando?
¿Puede alguien hacer algo con relación a esta situación? Al hablar sobre la guerra y sus consecuencias con mis hijos, quienes son pequeños, me preguntan si hay alguien como la Mujer Maravilla, refiriéndose a la película del año 2017 sobre esta heroína ficcional, quien pueda entrar al campo de batalla, derribar tanques, evitar proyectiles y detener guerras.
¿Puede alguien como ella confrontar a los artífices de la guerra en nuestro tiempo? En la película, la Mujer Maravilla se enfrenta a Ares, el dios griego de la guerra, quien vive incógnito entre los humanos promoviendo conflicto, lo detiene y lo derrota.
Al escucharles, sonrío y desearía que fuera así de fácil. Al mismo tiempo se me ocurre que tenemos a María, la madre de Jesús, una mujer que hace maravillas. En tiempos de guerra y dificultad, por siglos los católicos hemos girado nuestra atención hacia ella en oración. No es en vano que uno de sus títulos más conocidos sea el de Reina de la paz.
El viernes 25 de marzo del 2022 estuve en una Misa con cientos de personas, unido al papa Francisco y a millones de católicos en el mundo entero, consagrando a la humanidad y especialmente a Ucrania y a Rusia, al Inmaculado Corazón de María.
Creo que es por medio de acciones como ésta que la Virgen María hace grandes maravillas. Veo a María confrontando a los artífices de la guerra en nuestro día reuniéndonos, en el nombre de Jesús, para contemplar y afirmar la dignidad de todo ser humano. Me parece que tal es el regalo más maravilloso que puede detener cualquier guerra.
(Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.)