Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Bienvenidos de nuevo a la alegría y belleza de nuestra Misa Crismal para celebrar nuestra unidad como Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson, para celebrar la renovación del sacerdocio y la bendición y consagración de los santos óleos, todo bajo la mirada amorosa del Espíritu Santo en el corazón de la iglesia en la Santa Misa. Esta es nuestra costumbre y estamos gozosos de recuperarla después de tres años. Este lapso ha pasado, desde que la Catedral rebosaba de fieles, anhelando reunirnos una vez más en la plenitud de nuestra fe católica. En este día oímos como se cumple la Escritura, porque el Espíritu del Señor está sobre nosotros en quien hemos sido ungidos por la fe y el Bautismo.
El Evangelio de San Lucas es la pieza central de la Palabra de Dios para este año litúrgico. Asimismo, la Buena Nueva del evangelio de Lucas es la piedra angular de nuestro proceso de sinodalidad que ha tocado todos los rincones de nuestra diócesis en los últimos meses. El pasaje evangélico tradicional de la Misa Crismal, el discurso inaugural de Jesús, es también Palabra inspirada para nuestros encuentros regionales, porque la unción del Espíritu del Señor es el motor que impulsa, litúrgica y pastoralmente, la renovación y un Año de Favor, un don que el mundo no es capaz de dar ni sostener.
Al reunirnos en unidad y solidaridad eucarística, es importante que sepamos y apreciemos que uno de los temas y esperanzas dominantes expresados en toda la diócesis en el proceso del Sínodo es un deseo profundamente arraigado de sanación y unidad. Por un lado, este anhelo identifica la pérdida, el dolor y las relaciones rotas por el impacto de la pandemia. Más allá de este quebrantamiento, el grito del espíritu humano por la sanación y la unidad, fruto de la Unción del Espíritu Santo, surge también de las divisiones que plagan nuestra iglesia y sociedad, la violencia y los asesinatos en nuestras comunidades, las guerras que atentan contra la dignidad de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios, el dolor de las víctimas de abusos sexuales, las que todavía languidecen y anhelan la curación, y las penas y luchas que agobian a los fieles que necesitan reconciliación.
Esta herida generalizada es el mal fruto del pecado, original y personal, en la iglesia, en la vida familiar y en el mundo. El Papa Francisco es sabio cuando observa que la Iglesia en su esencia es un hospital de campaña, que brinda sanación y esperanza a la humanidad, espiritual y físicamente.
Sufrimos estos ataques contra el don de la vida de Dios, pero lo hacemos con esperanza debido a la victoria de nuestro Señor Jesucristo en su muerte y resurrección que da vida. Él murió para liberar a los oprimidos por el pecado y la injusticia, y tenemos el poder y los medios para hacerlo.
Somos un pueblo Emaús al que el Señor acompaña en el camino para reconducir nuestro camino cuando estamos perdidos; permanece con nosotros en la Eucaristía, en la fracción del pan por el derramamiento de su sangre en la Cruz.
Tenemos la Unción del Espíritu del Señor para la bendición y consagración de nuestros Santos Óleos, circulando por todas partes una temporada de refrigerio y un Año de Favor del Señor. Es la Iglesia como el Buen Samaritano vertiendo aceite y vino, caminando la milla extra, y sin calcular el costo, para cumplir la misión del Señor de fomentar la libertad duradera y eterna, ser una luz en la oscuridad y ser la buena noticia de la sanación y la unidad Es una tarea poderosa, y en los momentos de gracia, sabemos que no hay mejor manera de vivir.
En medio del sueño de Dios para la humanidad, y en el corazón de la Iglesia, está el sacerdote que es Ministro de la Palabra, de la Buena Noticia de Jesucristo, Administrador de los Sagrados Misterios, de los Sacramentos y Siervo-Líder. Los sacerdotes, como todos los bautizados, en las buenas y en las malas se alegran y luchan, dan gracias y piden perdón, buscan la comunidad y la amistad con el Señor con sus hermanos sacerdotes y con el pueblo de Dios.
Especialmente, en tiempos recientes, estoy agradecido a Dios por la generosidad y la perseverancia de nuestros sacerdotes que caminan la milla extra en el servicio al Señor y al pueblo de Dios, y en muchos casos por su esprit de corps (cuerpo de espíritu) mientras se unen unos a otros en apoyo fraternal. Agradezco a muchos en nuestra diócesis que cuidan y oran por los sacerdotes. En particular, hoy saludo a nuestros sacerdotes jubilados, que continúan soportando el calor del día, por así decirlo, esforzándose al servicio del Señor y del Pueblo de Dios. ¡Gracias! ¡Ustedes son una inspiración!
La Misa Crismal, cada año, celebra la convicción que trabajar en la Viña del Señor es responsabilidad de todos los bautizados. El proceso del Sínodo trajo, una y otra vez, a casa este estándar. En la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua, la renovación de las promesas del Bautismo en toda la iglesia universal nos vuelve a comprometer a todos con la misión y la visión del Señor Jesús, proclamadas por primera vez en la Sinagoga de Nazaret y selladas en su muerte y resurrección.
Pero en este día en la Diócesis de Jackson, de manera enfocada e intencional, la Iglesia llama a los fieles a invocar el Espíritu de Dios para bendecir a nuestros sacerdotes que renuevan sus votos al Señor, su unidad conmigo, su obispo y su compromiso con el Cuerpo de Cristo. Excepcionalmente, fueron ungidos y apartados y configurados para Cristo, el Sumo Sacerdote, para servir los anhelos más profundos de los fieles por la sanación y la unidad. Los sacerdotes necesitan sus oraciones para apoyar sus mejores intenciones a fin de vivir sus vocaciones, fiel y fructíferamente, como ministros de la Palabra de Dios, administradores de los misterios de Dios y siervos líderes. Gracias por su fe, esperanza y amor.