Nota del editor: A continuación, se muestra la homilía que pronunció el obispo Joseph Kopacz en la Misa Roja celebrada el 11 de septiembre de 2022 en St. John, Oxford.
Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Después que los israelitas escaparon de los egipcios a través del Mar Rojo, se dieron cuenta rápidamente que debían tener agua para sobrevivir en el desierto. Estos críticos momentos se relatan en Éxodo, capítulos 15 y 17.
Primero, cuando llegaron a Marah no pudieron beber el agua porque estaba muy amarga, o ¿estaba turbia? Y así, los israelitas le dijeron a Moisés: “¿Tienes agua?” Dios ordenó a Moisés que arrojara un árbol al agua y ésta se volvió dulce.
Tal vez, nosotros no hemos probado todas nuestras opciones en Jackson. Tal vez unos buenos árboles de Magnolia, colocados adecuadamente en la planta de tratamiento de agua, sean la respuesta. Pero yo divago.
Unos capítulos más adelante los israelitas recibieron el regalo de los diez mandamientos y el primero de todos ellos como piedra angular. “Yo soy el Señor tu Dios; No tengas otros dioses aparte de mí … porque yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso que castiga la maldad de los padres que me odian, en sus hijos, nietos y bisnietos; pero que trato con amor por mil generaciones a los que me aman y cumplen mis mandamientos.” Este es el fundamento del Pacto que Dios formó con los israelitas a través de Moisés tal como se describe en el capítulo 20 de Éxodo.
Durante los 12 capítulos siguientes, Moisés, el gran legislador, recibió numerosas leyes relacionadas con el sábado (sabbath) y los esclavos, la violencia y el daño, la restitución, las leyes sociales y religiosas. Este fue un proceso largo, y el pueblo perdió la paciencia después que Moisés se había ido demasiado tiempo, y le exigieron a su hermano, Aarón, que siguiera por un camino diferente, violando el primer mandamiento.
El Becerro de Oro fue un revés importante. La incapacidad de Aarón para permanecer resuelto contra la dureza de corazón de los israelitas fue un acto de infidelidad costoso. Pero en esa conversación crítica que escuchamos en la primera lectura, Moisés intercedió en favor de los israelitas y llamó a Dios a recordar su justa misericordia a la generación 1000, la fuente y cumbre de todos los mandamientos y leyes.
Moisés pasó a reprender a su hermano Aarón llamando al arrepentimiento y a permanecer con Dios a él y a los israelitas, a todos aquellos que continuaron viviendo y avanzando como el pueblo elegido.
La misericordia de Dios, obrando con los israelitas durante numerosas generaciones, se cumplió en Jesucristo en la Cruz. Las palabras de Jesús en el Evangelio que desafían nuestra imaginación espiritual y nuestros instintos humanos solo pueden captarse de sus palabras y acciones en la Cruz.
San Lucas, el querido y glorioso médico en su vida anterior, sabía que el único remedio para el alma enferma y las heridas incurables de la humanidad era el amor misericordioso de Dios cuando clama “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen,” y al hablarle al ladrón arrepentido, “desde hoy en adelante estarás conmigo en el paraíso.”
La cruz es universal y ofrece acceso equitativo a la justa misericordia de Dios a través de la fe. La Misa es nuestra celebración del Nuevo Pacto en la misericordia de Dios al recordar y proclamar las propias palabras del Señor; “haced esto en memoria mía”. El sacramento de la reconciliación es la forma extraordinaria en la que nos encontramos con el amor misericordioso de Dios a la manera del hijo pródigo.
Fiel a la tradición de la ley desarrollada por los israelitas en la Alianza del Monte Sinaí, la iglesia entiende que su extenso Derecho Canónico desarrollado durante casi 2000 años está al servicio de la justicia que surge de la abundante misericordia de Dios en la sangre de la Nueva Alianza en la Cruz.
Mientras nos reunimos esta mañana, conscientes y agradecidos por tantos profesionales cuyas vidas giran en torno a la ley del país, sepa que nuestra iglesia tiene el mayor respeto por todas las leyes justas y está comprometida a ser una voz por la justicia, la misericordia y la paz en nuestro país. Tomamos muy en serio la Primera Enmienda, la base de nuestra nación, en el sentido más completo. “El Congreso no hará ninguna ley con respecto al establecimiento de una religión, o que prohíba el libre ejercicio de esta.”
Lo que hacemos en esta iglesia, y en todos nuestros lugares de culto, es el alma de todos nuestros ministerios en educación y defensa, atención médica y servicios sociales.
Nuestra oración es el trampolín de nuestro compromiso de realizar los ideales de nuestra nación, de mayor libertad y justicia para todos, basados en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios con un destino eterno.
La iglesia debe ser consciente de ser demasiado política, pero siempre seremos una voz en la plaza pública donde nos mantengamos firmes en el libre ejercicio de la plenitud de la religión.
En este mismo momento, la iglesia aboga por leyes justas en nombre del bien común. Los ejemplos siguen:
En colaboración con otros, hemos escrito una extensa carta al Departamento de Salud y Servicios Humanos sobre la legislación pendiente con respecto al Acceso a la Atención Médica, pidiendo:
“Garantizar el acceso a la cobertura de salud y la atención médica, y eliminar las barreras a estos, es sin duda una meta loable.” “La preocupación por la salud de sus ciudadanos exige que la sociedad coadyuve en el logro de condiciones de vida que les permitan crecer y alcanzar la madurez… lo que incluye, el cuidado de la salud…” Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2288.
Los obispos católicos de EE. UU. han defendido principios morales de larga data al discernir la política de atención médica: respeto por la vida y la dignidad, acceso a todos, honrar los derechos de conciencia, asequibilidad real y calidad integral y de alta.
Desafortunadamente, las regulaciones propuestas van más allá del acceso a la atención al sugerir que los proveedores de atención médica deben brindar y que los planes de salud deben cubrir, procedimientos que no están médicamente indicados, pueden dañar en lugar de curar y pueden violar las convicciones religiosas y morales.
Especialmente problemática es la sugerencia en el preámbulo de que los Servicios Humanos y de Salud podrían estar abiertos a imponer requisitos con respecto al aborto.
Declaración del Día del Trabajo de los obispos: “…reflexionemos sobre cómo podemos construir una economía más justa al promover el bienestar de las familias trabajadoras a través de obras de caridad y abogando por políticas mejoradas como la expansión del Crédito Tributario por Hijos y la aprobación de la Ley de equidad de las trabajadoras embarazadas.
Avanzar en estas dos políticas tendría un profundo impacto en la estabilidad familiar, especialmente para las familias que son financieramente vulnerables…”
Este es también el primer Día del Trabajo desde que la Corte Suprema anuló Roe v. Wade. El fallo es un paso increíblemente significativo hacia la curación de las heridas profundas del aborto y la protección de toda vida humana antes de nacer. Pero nuestro objetivo como católicos siempre ha sido, y sigue siendo, construir una sociedad en la que el aborto sea impensable. Este momento único requiere una sociedad y una economía que apoye matrimonios, familias y mujeres; exige que todos crucemos los pasillos políticos y trabajemos diligentemente para reformular las políticas sociales de manera que sean pro-mujer, pro-familia, pro-trabajador y por lo tanto, auténticamente pro-vida”.
Sí, tenemos agua, las aguas de la fe y del bautismo que brotaron del costado del Señor en la Cruz. Estas aguas abren las fuentes de las justas misericordias de Dios que nos renuevan para pelear la buena batalla de la fe, para terminar la carrera, para mantener la fe en esta generación y siempre.