Por Jenna Marie Cooper
Uno de los desafíos de mi trabajo como juez en un tribunal matrimonial diocesano es que, en cierto sentido, nadie está feliz de conocerme. No importa cómo una relación se rompió o de quién fue la “culpa”, o si finalmente se puede otorgar una declaración de nulidad, la experiencia de un matrimonio fallido nunca es fácil.
A veces las personas inician el proceso de nulidad matrimonial porque les han dicho que es una experiencia “sanadora”, pero ¿es esto cierto? Como tantas cosas relacionadas con el derecho canónico, la respuesta es “sí y no”.
Para empezar con el “no”, es importante tener en cuenta que un juicio de nulidad matrimonial es diferente a algo como la psicoterapia o la consejería pastoral, donde el objetivo principal es facilitar el bienestar emocional de la persona. El propósito inicial del proceso de nulidad matrimonial es esclarecer la verdad de lo ocurrido en cada caso, de la forma más objetiva posible.
Para dar una explicación muy simplificada de cómo funciona el proceso de nulidad matrimonial, el “peticionario”, es decir, la persona que busca la declaración de nulidad se aproxima al tribunal matrimonial de la diócesis que tiene la competencia o “jurisdicción” para juzgar su caso.
A menudo, con la ayuda de personal calificado del clero o del tribunal, el peticionario redacta un documento alegando formalmente que el matrimonio fue inválido por una razón específica y reconocida, como que una o ambas partes carecen de la capacidad psicológica para consentir el matrimonio o por la falta de intención adecuada al casarse. Una vez que se acepta la petición, el resto del proceso se dedica a que el peticionario proporcione pruebas sobre el reclamo inicial: nombrar testigos que puedan corroborar su testimonio o presentar documentos relevantes, como registros de consejería. Dependiendo de los detalles del caso, un psicólogo u otro experto podría brindar una opinión profesional. Al final del proceso, normalmente tres jueces canonistas revisan toda la evidencia y se reúnen en privado para discernir si la supuesta causa de nulidad está realmente probada con certeza moral o “más allá de toda duda razonable”.
El otro cónyuge, llamado el “demandado”, es invitado también al proceso, para testificar y proporcionar sus propios testigos. Para garantizar que los derechos de ambas partes se respeten, es un requisito indispensable que el tribunal se comunique con el demandado y le ofrezca la oportunidad de participar. Sin embargo, el caso aún puede avanzar incluso si el demandado elige ignorar la comunicación del tribunal o no está dispuesto a participar en el proceso de nulidad.
En mi experiencia profesional, los jueces y otros miembros del personal del tribunal hacen un esfuerzo concertado para guiar a los solicitantes y demandados a través del proceso de nulidad de manera pastoral, y tratamos de ser lo más sensibles posible cuando hacemos preguntas difíciles o compartimos noticias difíciles.
Aun así, lo cierto es que pasar por el proceso de nulidad matrimonial puede ser emocionalmente difícil. Los pasos requeridos por el derecho canónico están ahí por una razón específica: buscar la verdad de la manera más completa posible, de una manera que sea justa para todos los involucrados.
Y esto nos lleva a la parte “sí” de nuestra respuesta. En el Evangelio, Jesús nos dice: “conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32). En el ministerio de los tribunales, esperamos que al ayudar a las personas a llegar a “conocer la verdad” sobre lo que sucedió en su matrimonio, este conocimiento finalmente tendrá un efecto liberador y, ojalá, también sanador. Si bien el proceso de nulidad no está directamente orientado hacia la sanación emocional, muchas personas aún experimentan una sanación personal y espiritual como un efecto secundario beneficioso del proceso.
Todos somos diferentes, y aunque algunas personas pueden encontrar que volver a viejos recuerdos es desafiante y doloroso, otras pueden encontrar que la experiencia les brinda claridad y cierre. De la misma manera, a algunos les puede resultar difícil o un poco vergonzoso compartir información privada con el tribunal (que no deberían, ¡el personal del tribunal lo ha escuchado todo!), a otros les puede resultar útil que la iglesia escuche su historia y tome su perspectiva en serio.
Finalmente, es bueno recordar que el hecho de que una experiencia sea difícil no significa que no pueda ser al mismo tiempo sanadora. Las personas que se someten con éxito a una cirugía que les salva la vida suelen encontrar la experiencia físicamente dolorosa, pero saben que el dolor será temporal y, en última instancia, les conducirá a un mayor bienestar.
(Jenna Marie Cooper es licenciada en derecho canónico, virgen consagrada y canonista.)