Por María Elena Méndez Ochoa, MGSPS
CIUDAD MEXICO – Estamos a tan solo ocho años para la celebración del V centenario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en la colina del Tepeyac.
Su presencia nos sigue mostrando su “compasión, auxilio y defensa” ante las constantes vicisitudes de la vida. Ella nos da esperanza especialmente en un mundo marcado por la guerra, la violencia, la migración, la pobreza y las polarizaciones marginales.
En la primera semana de noviembre, estuve en la Ciudad de México. Por estar a solo quince minutos, caminando de la Basílica de Guadalupe, me permitió visitarla, casi todos los días, a las 6:30 de la mañana.
Al llegar, la primera acción a la que me sentía movida era cantarle las Mañanitas Guadalupanas, tradición en muchas de las parroquias, tal como si fuera el 12 de diciembre. Ponerme de pie frente a ella y decirle “Buenos días, Paloma Blanca, hoy te vengo a saludar…” y llamarla cariñosamente, “Niña linda, niña santa,…” era como dar y recibir una caricia de mi madre. Después del saludo y tiernas miradas entre ambas, deposité en su regazo mis peticiones y agradecimientos; al mismo tiempo que ofrecí las de la gente que me encargó orar por ellos.
Ver, observar, dejarme sentir por el amor de los peregrinos fue primordial. No es lo mismo entender desde la mente que desde el corazón, ni como mexicana y Misionera Guadalupana del Espíritu Santo, con un carisma Sacerdotal-Guadalupano, viviendo en el extranjero. Captar la sencillez, la fe y la naturalidad de la gente que no se va sin tomarse una foto con la Madre, como lo hice también yo, fue gratificante a mis ojos y gozo para mi corazón.
En mi búsqueda de la experiencia de la gente, conversé con peregrinos de Tlaxcala, México que caminaron varias horas a pie para llegar a la basílica y visitar a la “morenita del Tepeyac”. La otra parte de sus familias llegaron en camión durante la noche para unirse a ellos a la Misa de 7 de la mañana y me explicaron el gozo que sentían al hacer ese recorrido cada año.
Por la tarde de mi tercer día, algunas hermanas visitamos la Basílica por la tarde y estando allí, nos dimos cuenta de la peregrinación de los pirotécnicos -los que elaboran castillos-. Ellos tenían como ocho castillos dedicados a la Virgen de Guadalupe que encenderían al terminar la Misa. ¡Cómo perdérnoslos!, hasta éramos capaces de quedarnos sin cenar con tal de verlos! Gracias a Dios no nos perdimos ninguna de las dos cosas.
Dos cosas más me impresionaron: una fue la naturalidad de la gente para dormirse alrededor de la basílica, es como si de verdad sintieran las palabras de María de Guadalupe diciéndoles:
“¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
Claro, triple manto los cubría del rocío de la mañana: la bolsa de dormir, la cobija que cada uno carga y el amanecer del cielo al lado de la estructura en forma de manto acogedor.
En noviembre del 2022, visité la Librería Pública de New York. Al ver la hoja original del Nican Mopohua en Nahualt, mi alegría era inmensa al saber que me encontraba ante un documente original, donde se narra lo que se cree es el primer testimonio escrito de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego en 1531, en lo que es hoy la ciudad de México.
Sabia que se encontraba ahí todo el documento, pero para verlo se necesitaba cita y no la podían hacer porque una hoja está en exposición, así que me conformé con ver solo la hoja, admírala y agradecer esa experiencia. Si me hice la pregunta, ¿por qué estaba el documento original en Nueva York y no en México?
En estos dos últimos acontecimientos guadalupanos se renovaron mi amor, mi fe y mi esperanza. María de Guadalupe sigue siendo la Madre que levanta, anima y envía como a Juan Diego a mostrar “todo su amor, auxilio y defensa” a quien la busque y en ella confíe. Nuestra Señora de Guadalupe, casi 500 años atrás vino a darle unidad y esperanza a un pueblo convulsionado, hoy nuestro llamado es a la comunión en medio de nuestra diversidad cultural, ella Madre y la Madre siempre nos busca, dejémonos encontrar y atraer por ella para Dios.