Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Antes de ascender de este mundo a su Dios y nuestro Dios, Jesús ordenó a sus discípulos que regresaran al Cenáculo para esperar “hasta que reciban el poder que viene del cielo” (Lucas 24:49)
Estar equipados con el Espíritu Santo es una imagen maravillosa de nuestra intimidad con Dios y al usarlo bien permanecemos a la moda para llevar el mensaje de salvación a todos los rincones del planeta hasta el fin de los tiempos.
La fiesta de la Ascensión es el puente entre la Resurrección y Pentecostés que completa el plan de salvación de Dios iniciado específicamente en la Encarnación cuando “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (Juan 1:14)
A lo largo del Evangelio de Juan, lo más importante en la mente de Jesús es que debe regresar a Dios Padre, de donde vino. “Nadie ha subido al cielo sino Aquel que bajó del cielo.” (Juan 3:13)
Al comienzo de la Última Cena, antes del lavatorio de los pies de los discípulos, se puso en marcha su destino divino. “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Juan 13:1)
En el curso, se establece el vínculo entre la Cruz, la resurrección y la ascensión. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna.” (Juan 3:14-15)
Las apariciones del Señor resucitado en los cuatro evangelios son notables y, sin embargo, están envueltas en un velo de misterio. Estos encuentros revelan al Señor resucitado en su cuerpo glorificado, capaz de comer (Lucas 24,43) y de ser tocado (Juan 20:27) y de conversar en ambientes variados, en el camino, en la playa, en el jardín, en habitaciones barricadas y en las cimas de las montañas.
El Catecismo de la Iglesia Católica en la primera de sus cuatro secciones principales (¿Podemos nombrar las otras tres secciones?) reflexiona sobre la Ascensión en el contexto del Credo. (CCC 659-667) La transición del Señor resucitado en su cuerpo glorificado después de la resurrección a su cuerpo exaltado con su Ascensión a la diestra del Padre para siempre (CCC 660) despeja el camino para el derramamiento del Espíritu Santo en el diario vivir y nos prepara un lugar en la eternidad.
“Sólo Cristo pudo haber abierto esta puerta al género humano, quien quiso ir delante de nosotros como nuestra cabeza para que nosotros, como miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino.” (CCC 661)
San Pablo en su carta pastoral a Timoteo profundiza en nuestra comprensión del derramamiento del Espíritu Santo desde lo alto. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Tim 1:7)
El poder, dirigido por una disciplina amorosa, tiene la capacidad de transformar vidas y de llevar a cabo la Gran Comisión del Señor de llevar el Evangelio a todas las naciones.
Este es el poder de Dios que forma la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que todos reciben en el Bautismo, que se invoca sobre nuestros numerosos jóvenes confirmados, que transforma el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Señor, y que invocaremos al diácono Tristan Stovall y a todos los que serán ordenados en órdenes sagradas.
Como escuchamos en la primera lectura del domingo pasado, el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa, los primeros gentiles conversos, verdaderamente un segundo Pentecostés, se produjo a través de la oración ardiente y la esperanza gozosa. Asimismo, el Espíritu Santo está obrando en nuestros hogares y en nuestras iglesias.
Que estemos vigilantes en oración y gozosos en la esperanza mientras nos preparamos para ser revestidos del poder de lo Alto en este Pentecostés porque las promesas del Señor se cumplen en cada generación.