Por Obispo Joseph Kopacz
Una de las películas de la temporada de primavera es Hijo de Dios, la cual se estrenó el 2
8 de febrero a tiempo para la Cuaresma cuando los cristianos generalmente están más en sintonía con el llamada del Señor a alejarse del pecado y ser fieles al evangelio. Esta película está catalogada como “una experiencia creada para ser compartida entre las familias y las comunidades en los Estados Unidos. Relata la historia de la vida de Jesús al público a través de la narración cinematográfica la cual es inspirante y poderosa.
Narrada con el alcance y la escala de una aventura épica de acción, la película cuenta con potentes actuaciones, lugares exóticos, deslumbrantes efectos visuales y un rico sonido orquestal. La película abarca desde el humilde nacimiento de Jesús, sus enseñanzas, crucifixión y resurrección.
Una cautivadora descripción de la película de seguro porque describe muchos encuentros con Jesús cuando él caminó por la tierra y desde entonces en la vida de los creyentes. De hecho, puede que no sea tan encantadora como la acción, las características, los fascinantes lugares y el deslumbrante efecto visual de la Transfiguración, uno de los relatos evangélicos proclamado el segundo domingo de cuaresma todos los años.
Aquí tenemos el panorama, no sólo de una increíble vista desde el Monte Tabor, sino también las apariciones de Moisés y Elías, la ley y los profetas, revelando el cumplimiento del plan de Dios en Cristo Jesús. ¡Qué vista! Tenemos los efectos visuales de una luz que es más brillante que la del sol, ropa transformada más blanca que la nieve, una nube envolvente más oscura que la noche, y una voz que tumba a Pedro, Sebastian y Juan a la tierra temblando de miedo. ¿Qué tal esos deslumbrantes efectos cinematográficos?
En medio de esta sobrecarga sensorial, la voz detrás de la escena, en realidad desde el cielo, no anuncia al personaje principal como Hijo de Dios como en algún espectacular drama de Hollywood, sino: este es mi Hijo amado, escuchadlo. Caramba, sólo Dios puede hablar de esta manera.
No se trata de poder y dominio, sino de amor y el sacrificio que siempre infunde amor con integridad y propósito. No se trata de entretenimiento sino de inspiración que lleva a la fe, la esperanza y el amor en el Hijo amado de Dios.
La reacción de San Pedro en el momento de la Transfiguración es una valiosa lección del primero entre los apóstoles. Dice abruptamente “Es bueno que estemos aquí. Vamos a levantar tres casillas”. Por supuesto que quería quedarse. A quién no le gustaría? Pero Jesús les ordenó inmediatamente regresar al valle, donde la obra de Dios les esperaba.
A veces nos encontramos con el Señor Jesús cuando oramos a solas o con dos o tres personas, o con una comunidad de fe en el Día del Señor, pero siempre volvemos a los que esperan que vivamos y amemos en su nombre.
Pedro, Santiago y Juan tenían temor del Señor, uno de los grandes dones del Espíritu Santo, pero no era un regalo para que los aislara a ellos o a nosotros a una montaña, sino un don que los inspirara a ellos y a nosotros que lo escuchemos y lo sigamos a él a diario.
Más adelante en el Nuevo Testamento San Pedro nos ofrece las siguientes inspiradas palabras que indican que la Transfiguración era algo más que un recuerdo. “No seguimos mitos ingeniosamente inventados cuando les hicimos conocer a ustedes la potencia y la venida de nuestro Señor Jesucristo, pero hemos sido testigos de su majestad. Porque él ha recibido honor y gloria de Dios el Padre, cuando esa inimitable declaración le fue enviada desde la majestuosa gloria.
“Este es mi Hijo, el amado”. Nosotros oímos esta voz venida del cielo cuando estábamos con él en el monte santo… Ustedes harán bien de estar atentos a ella, como a una lámpara brillando en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana se levante en vuestros corazones”.
Podemos sentir el poder del Señor en las palabras de Pedro y de la vida. A través de nuestra oración, el ayuno y sacrificio durante la cuaresma estamos invitando a la estrella de la mañana, el Señor mismo, a que crezca en nuestros corazones pero no de una manera inteligente o demasiado drástica.
A través de una fe activa el Señor continuará transformándonos a su imagen y semejanza a través de su dada vida y resurrección.
Podemos ver la gloria de Dios en la faz de Jesucristo en el perdón y la reconciliación, en la belleza y la verdad, en la justicia y la paz, en escuchar pacientemente y con amables palabras.
Con el Espíritu de Dios trabajando, entonces el estrellato por “Hijo de Dios” razonadamente promueve que la película es “una experiencia creada para ser compartida entre las familias y las comunidades en los Estados Unidos”. Gloria a ti, Señor Jesús!