Por la Hna. María Elena Méndez Ochoa, MGSpS.
Comenzaré esta breve historia, respondiendo a la pregunta que muchos me han hecho. ¿Cómo fue que sintió su llamado? ¿Cómo supo que quería ser religiosa? La respuesta breve es: “me sentí muy amada por Dios y ante ese amor, fue imposible no seguirlo.” La segunda, se irá explicando más adelante.
A la edad 13 o 14 años, me vino la idea de ser religiosa, aunque para entonces, no conocía a ninguna personalmente. En esa edad, esto era sólo un pensamiento inquietante, había en él una voz constante y extraña que quise ignorar. Así estuve por un tiempo, esa voz iba y venía, hasta llegué a pensar por un tiempo que había desaparecido, que todo había pasado.
A esa edad comencé entonces a ser catequista en mi comunidad, esto me hacía feliz. Cada vez más me sentía atraída, amada y llamada por Dios, quería que todo el mundo lo conociera a mí alrededor.
Entre los 15 y 16 años, este llamado era más intenso, algo que yo ya no podía descifrar y aquel pensamiento ya no se alejaba de mi mente y yo no quería escucharlo, le sugería a mi hermana pero me decía como la Virgen de Guadalupe le dijo a Juan Diego: “es preciso que seas tú”.
Vivía en medio de una lucha interior y desde ese instante tuve la certeza que Dios me estaba llamando y que seguiría insistiendo hasta que yo aceptara.
Yo quería decir sí Señor, aquí estoy, pero también quería decir no. El decir sí implicaba dejar cosas y personas queridas como mi parroquia, amistades, gente de la Joya y a mi familia. Todo me parecía imposible, pero Dios me estaba poniendo los medios necesarios para darme la seguridad.
El 28 de octubre de 1980 llegó a mi parroquia el Padre Salvador Núñez quien por 20 años había sido formador en el seminario. Él era la persona puesta por Dios para confirmarme y ayudarme a dar los pasos necesarios en la búsqueda de la voluntad de Dios en mi vida. Él, sin siquiera platicarle de mis luchas vocacionales fue caminando conmigo en varios aspectos de mi vida, familia y de sueños. Junto con otras jóvenes me llevó a conocer diferentes congregaciones religiosas y tener alguna experiencia con ellas. También aprovechó oportunidades a nuestro alcance para que me superara. Un buen día me dijo: “Quiero que te prepares por si un día Dios te llama a su servicio estés preparada para darle una respuesta”.
Ya habían pasado otros tres años y todo parecía claro. Dios me iba hablando cada vez más concretamente. Me estaba preparando, a la vez que seguía siendo catequista. Mi vocación se iba confirmando con la ayuda del Padre Salvador y, mi amor a Dios se iba personalizando, me motivaba a “dejarlo todo y seguirlo” ya no como una idea o sentimiento sino como una experiencia. Pero, vino un momento de prueba: mis papás y dos de mis hermanos deciden emigrar a los Estados Unidos donde se encontraban ya 7 de mis hermanos, sólo quedaríamos tres en México, después haríamos lo mismo. En este momento, parecía que mis planes de ser religiosa se venían abajo. E incluso, se lo dije a mi mamá, “si se van, mis planes se van a venir abajo”. Ella me respondió: “no, si tú te quieres ir, te vas”. ¿Qué hacer? Pensaba, ¿Me quedo? ¡ME QUEDO! decidí y asumí el papel de mamá de dos de mis hermanos menores sin saber por cuánto tiempo. ¡Sólo Dios sabía cuánto!
Hacía un mes que se habían venido mis papás a USA cuando el Padre Salvador me dijo: “Ya te aceptaron en Irapuato, entras el 25 de agosto”. Ante la noticia, me quedé callada, como quien no quiere desprenderse de algo muy querido. Preguntó, “¿Qué no te da gusto?” Sí, respondí, “pero es que voy a dejar mi Joya”. – “Sí, es verdad, pero para ganar otra mejor”, me contestó. Esta respuesta no la entendí, pero tenía razón. ¿Qué otra Joya puede compararse con la de ganar a Dios? Esta respuesta ha sido muy iluminadora y es la que me ha sostenido en momentos difíciles.
Llegó el día de partir, el 25 de agosto 1984, y aunque intente no llorar, no lo puede lograr al dejar a mis dos hermanos, mi Joya y mi comunidad. Aun así, subí al carro del padre y sin volver la vista atrás avanzamos hasta que la Joya se fue perdiendo en camino. El padre no dijo nada, sino que empezó a rezar el rosario hasta que pude contestar sin llorar. Después me dijo que ha sido el rosario más largo que ha rezado en su vida.
Entré al convento a Irapuato, Gto cuando tenía 19 años, segura y confiada de que Dios me había llamado. Por lo mismo, él me daría las gracias para seguirlo. Pensaba en mis hermanos, mi familia, pero con la certeza en el Señor, nunca pensé en regresar a casa ni en abandonar mi vocación, pues siempre estuve segura de ello.
Con este primer paso comenzó la aventura, que hasta ahora sigue en movimiento por lugares y caminos inesperados. Luego de Irapuato, estuve en Morelia por seis años. Ahí hice mi profesión religiosa en 1990 y en 1993 vine a USA donde hice mis votos perpetuos.
Hasta ahora, Dios me ha llevado a servir a Florida, Colorado, California, Pensilvania y ahora en Mississippi. En cada lugar me ha regalado personas, experiencias hermosas y desafiantes. Me ha enviado a lugares y a circunstancias que no hubiera elegido, pero he ido confiada en que Dios tiene algo especial para mí en cada lugar y así ha sido.
Mi vocación siempre fue misionera. Al conocer a las hermanas Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo en mi parroquia, en los cursos para catequistas, me sentí identificada con ellas y su carisma. Las vi siempre alegres, cercanas, entregadas, creativas y adaptadas a la realidad que encontraban. Su carisma misionero y el mío tenían mucho en común: la evangelización y la catequesis entre los más pobres, en colaboración con los sacerdotes. Era catequista en un lugar pobre y tenía un aprecio y admiración por el sacerdote que me acompañaba. El carisma de la congregación es sacerdotal-guadalupano.
El 15 de agosto cumplo 25 años desde mi profesión religiosa. Hasta aquí, lo único que surge de mis labios es gratitud a Dios por su fidelidad en mi vida, por el llamado tan personal, por la importancia y el apoyo de mi familia y por tanta gente que me ha ayudado a crecer. En especial, al Padre Salvador que acompañó mi proceso vocacional delicadamente, esperando el momento de Dios, por su amistad y por su testimonio de sacerdote alegre y entregado a su vocación sacerdotal.
Durante estos años, Dios me ha ayudado a descubrir que Él está presente más allá de mi misma, de mis caídas y triunfos. Que él es mi Dios y que su amor y su llamado sigue siendo el mismo que al comienzo. Por eso, con la certeza del primer día, digo que en mi vocación a la vida religiosa me he sentido amada por Dios, por la gente que camina conmigo y por la congregación MGSpS a que me han abierto las puertas para entregar y vivir mi vocación en la iglesia y ahora aquí en Misisipi. Agradezco inmensamente a todas las personas que han tocado mi vida, las que la han alimentado con su amor a Dios, con su fe y con su testimonio de lucha.
En el Encuentro Hispano Diocesano, el 18 de abril, tendré la oportunidad de renovar mis votos religiosos y celebrar con ustedes mis 25 años de vida consagrada. La celebración será para mi cómo en una gran familia diocesana, a la luz del año de la vida consagrada y el año de la familia. También será una oportunidad para compartir la vocación a la vida consagrada: religiosa y sacerdotal.
A los jóvenes les digo: si te sientes llamada/o a la vida religiosa, religioso o sacerdote, no tengas miedo de dar un sí a Dios. Si Dios te llama, Él te dará las gracias necesarias para descubrirlo y seguirlo. Lo más difícil es dar el primer paso, los demás son consecuencia del primero. También les digo que alguien, en algún lugar del mundo o aquí en Misisipi, está esperando tu respuesta.
Si tienen preguntas, o dudas llaménme o escribanme a maria.mendez@jacksondiocese.org.