Por Obispo Joseph Kopacz
Al abrir las páginas de este número de Mississippi Católico se darán cuenta que estamos en medio del Triduo sacro con la celebración del Viernes Santo, la conmemoración de la pasión del Señor y su muerte en la cruz. Estamos atrapados en el amor de Dios que mueve los cielos y la tierra, que ama tanto al mundo que envió a su único hijo. A diferencia de las pobres almas sin nombre que sufrieron la terrible agonía y tortura de la crucifixión, Jesús se levantó de entre los muertos, resplandeciendo una nueva luz sobre la creación que a menudo vive en tinieblas y en las sombras de la muerte. La oración que introduce la liturgia del Domingo de Ramos proclama la fe pascual de la iglesia.
“Queridos amigos en Cristo, hoy nos reunimos para comenzar esta solemne celebración en unión con toda la iglesia en todo el mundo. Cristo entró triunfante en su propia ciudad para completar su labor como nuestro Mesías: para sufrir, morir y resucitar. Recordemos con devoción esta entrada que comenzó su obra de salvación y lo siguió con una fe viva. Unidos a él en su sufrimiento en la cruz, compartamos su resurrección y nueva vida”.
Durante la temporada de Cuaresma, en el Evangelio de Juan hemos escuchado la respuesta del Señor Jesús a los que querían verlo a él a que “a menos que un grano de trigo caiga en la tierra y muera, permanecerá solo como un solo grano; pero si muere, dará mucho fruto”. El Señor se refería a su propia vida, la muerte y el destino como el Hijo de Dios resucitado de entre los muertos, y a todos aquellos que quieran verlo y seguirlo como discípulos. Para ver realmente el camino del discipulado tenemos que vivirlo, tenemos que caminar por el camino, tenemos que morir cada día de alguna forma a fin de hacer frente a la nueva vida.
En el Evangelio de Juan, sabemos que ver es uno de los temas favoritos del evangelista. Esta realidad culmina con Tomás, que sólo podía creer después de ver los signos del Cristo crucificado en su cuerpo resucitado.
Jesús continuó afirmando a todos los creyentes que vinieron después de los primeros testigos que lo vieron durante su vida terrena y experimentaron las apariciones de su resurrección antes de su ascensión al cielo. Estas palabras resuenan a través de los tiempos. “Has creído, Tomas, porque me has visto; dichosos los que no han visto, pero siguen creyendo”.
Fe en el crucificado y resucitado de entre los muertos es el primer trabajo de una persona que quiere ser un discípulo del Señor, pero a falta de una visión directa de Dios nuestra fe depende en ver. Usted puede pensar que me contradigo a mi mismo o, más importante, que contradigo al Señor. Por supuesto que no! Por lo general, una persona llega a la fe en el Señor crucificado y resucitado al ver los signos de su amor en la vida de aquellos que afirman ser cristianos.
No podemos ver el cuerpo físico del Señor, pero podemos ver su cuerpo, es decir la iglesia alrededor de nosotros. Cuando vemos a las personas morir a sí mismas, del egoísmo, del pecado, y el egocentrismo porque pertenecen a Jesucristo, nos sentimos atraídos por la belleza y la verdad de un estilo de vida que está abierto a Dios, y da mucho fruto.
Para el que está motivado por la fe en el Señor, cada sacrificio, cada acto de amor, cada condescendiente respuesta al sufrimiento, y cada acto de valentía es un signo del Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos.
Incluso cuando alguien no cree explícitamente en Jesucristo, sus buenas acciones pueden ser apreciadas por los cristianos como el trabajo del Señor en ellos, tal vez a través de una base de buenas obras que le abrirá la puerta a la fe. El Espíritu Santo no está completamente impedido por la falta de fe. ¡Gracias a Dios!
El poder de la resurrección en nuestra vida está, sin lugar a dudas, expresada en las oraciones que rodean la preparación del Cirio Pascual en la Vigilia Pascual. “Cristo ayer y hoy, el principio y el fin, el Alfa y el Omega, todos los tiempos le pertenecen a él, y todas las edades, a él la gloria y el poder en cada edad para siempre, Amén. Por sus santas y gloriosas heridas, que Cristo nos guarde y nos mantenga. Amén. Que la luz de Cristo, levantándose en gloria, disipe las tinieblas de nuestros corazones y nuestras mentes”.
Mientras el tiempo de Pascua se desenvuelve ante nosotros, veremos la fuerza del Señor resucitado trabajando a través del crecimiento de la Iglesia primitiva.
Muchos fueron capaces de morir a si mismo, y como el mismo Señor, muchos estaban dispuestos a pagar el precio final si se les pedía que lo hicieran. Casi dos mil años más tarde, algunos cristianos son llamados a dar la vida porque pertenecen a Jesucristo, y todos los cristianos están llamados a morir a si mismo como la semilla que cae en la tierra como testimonio del eterno amor del Señor.
Qué hermosa realidad para contemplar. Que el Señor crucificado y resucitado bendiga a nuestras familias, a la misión y los ministerios de nuestra diócesis, y, en última instancia, a nuestro mundo. Ojalá que veamos cada día las puertas de la fe, la esperanza y el amor, la justicia y la paz, abriéndose en nuestro mundo, que a menudo clama por mucho más de lo que nosotros actualmente vemos. Este es el poder de la cruz del Señor y de la resurrección, por lo que decimos, Aleluya, feliz Pascua.