Por Obispo Joseph Kopacz
Las familias han estado recibiendo mucha atención recientemente en el mundo católico. El sínodo extraordinario de la familia volverá a reunirse en el otoño en Filadelfia, y durante la tradicional audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco está ofreciendo una catequesis sobre la familia.
En su encíclica, Laudato Si’, el Papa Francisco enseña que de todos los grupos que desempeñan un papel en el bienestar de la sociedad y ayudan a garantizar el respeto a la dignidad humana, “la familia sobresale entre ellos como célula básica de la sociedad” (n. 157).
Por lo tanto, en este Día del Trabajador, el 7 de septiembre, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre cómo el trabajo digno con un salario esencial es crítico para ayudar a que nuestras familias y nuestra sociedad prospere. En su encíclica, Laudatio Si, el Papa Francisco nos enseña que el trabajo debe permitir al trabajador desarrollarse, florecer como persona y también debe proporcionar los medios para que las familias puedan prosperar. “El trabajo es una necesidad, una parte del significado de la vida sobre la tierra, un camino de crecimiento, desarrollo humano y realización personal” (n. 128). El trabajo con dignidad y los frutos de esa labor nutren a las familias, a las comunidades y al bien común.
El año pasado el Papa Francisco canonizó a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II. Ambos hicieron enormes contribuciones a la doctrina social de la iglesia sobre la dignidad del trabajo y su importancia al florecimiento humano. San Juan Pablo II indicó que el trabajo es “probablemente la clave esencial de toda la cuestión social” (Laborem Exercens, No. 3). San Juan XXIII destacó que los trabajadores tienen “derecho a un salario que se determine de acuerdo con los preceptos de la justicia” (Pacem in Terris, No. 20).
Es evidente para aquellos que tienen ojos ver que el capitalismo ha cosechado enormes beneficios desde la fundación de nuestra nación. Muchos tienen un nivel de vida que es inimaginable en muchas partes del mundo, que en gran parte es debido a los recursos naturales de nuestro país, la libertad arraigada en nuestra constitución, la capacidad empresarial, genio creativo, el trabajo duro y el deseo de tener una vida mejor para nuestros hijos.
Por otro lado, es una variada historia cuando consideramos los efectos de la codicia desenfrenada, el talón de Aquiles del capitalismo. El medio ambiente a menudo ha sido objeto de saqueos y pillajes, hombres y mujeres han sido aplastados por la rueda, usando una frase del autor Herman Hesse, y la pobreza sigue siendo intratable en muchas comunidades de nuestro país.
Cada generación debe comprometerse a si misma a una sociedad que sea más justa y solidaria, por lo menos si vamos a reclamar que somos parte del plan de Dios, promoviendo el mandato divino de ser co-trabajadores en la tierra, la joya de la creación. ¿Hay alguna duda de que las familias en los Estados Unidos están luchando hoy? Muchos matrimonios tienen el peso aplastante de los horarios impredecibles de varios trabajos que hacen imposible el tener tiempo suficiente para nutrir a los hijos, para la fe y la comunidad. Millones de niños viven cerca o en la pobreza en este país. Muchos de ellos son niños que tienen llave de casa, que vuelven a sus viviendas vacías todos los días mientras sus padres trabajan para sobrevivir. Además, algunas parejas demoran intencionalmente el matrimonio, mientras que el desempleo y los trabajos de baja recompensa hacen la vida de una familia estable difícil de ver.
El Arzobispo Thomas Wenski de Miami en su declaración el Día del Trabajador, en nombre de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) pinta el siguiente inquietante panorama. “La tasa de desempleo se ha reducido, pero mucho de eso es debido al hecho de que la gente simplemente ha dejado de buscar empleo, no porque hayan encontrado trabajo a tiempo completo. ¿Proporcionan la mayoría de los empleos suficiente salario, prestaciones de jubilación, estabilidad o seguridad de la familia?
Muchas familias están encadenadas a empleos a medio tiempo para pagar sus cuentas. Las oportunidades para los trabajadores jóvenes están en declive. La tasa de desempleo de los adultos jóvenes en Estados Unidos, a más del 13 por ciento, es más del doble del promedio nacional (6,2 por ciento). Hay el doble de personas buscando trabajo como hay trabajos disponibles, y eso no incluye los siete millones de trabajadores a medio tiempo que quieren un trabajo a tiempo completo. Millones de personas más, especialmente los que han estado desempleados por mucho tiempo, están desanimados y abatidos”.
Cuando la dignidad de la persona y la estabilidad de las familias son fuertes motivadores, y no la avaricia, o un margen de beneficio insostenible, o la presión de los accionistas, puntos de luz pueden soportar, incluso en tiempos difíciles. Yo era párroco en el área de Pocono en la Diócesis de Scranton cuando la última recesión golpeó duro. Uno de los miembros de la parroquia, propietario de una empresa con un par de docenas de trabajadores, compartió conmigo en una conversación que era una lucha conseguir suficientes contratos para mantener a su personal trabajando, pero que ese era su principal objetivo. Dios lo había bendecido y tenía suficiente riqueza para vivir bien, como él mencionó, e incluso si los beneficios de su negocio declinaran profundamente, él iba a asegurarse que sus hombres pudieran trabajar y cuidar de sus familias.
El confíaba que la recesión económica mejoraría. Su confianza estaba basada en Dios y en la dignidad de la persona. Esta ética de vida es una rareza en las grandes empresas y corporaciones multinacionales, y esto es lo que el Papa Francisco describió como el estiércol del diablo del capitalismo en su reciente visita a Ecuador, cuando los beneficios borran la dignidad de la persona humana.
Nuestro desafío en este Día del Trabajador es el de levantarse al desafío de la solidaridad de Jesús cuando ordenó, “Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Juan 13:34 ).
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que, “los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: la solidaridad de los pobres entre si mismos, entre los ricos y los pobres, los trabajadores entre sí, entre los empleadores y los empleados de una empresa, la solidaridad entre las naciones y los pueblos” (No. 1941). Ya que cada uno de nosotros está hecho a la imagen de Dios y obligado por su amor, poseyendo una profunda dignidad humana, tenemos la obligación de amar y honrar esa dignidad entre nosotros y especialmente en nuestro trabajo.
En el mejor de los casos, los sindicatos y las instituciones como ellos encarnan solidaridad mientras promueven el bien común. Ayudan a los trabajadores “no sólo a tener más pero, sobre todo, a ser mejores … y realizar más plenamente su humanidad en todos los sentidos” (Laborem Exercens, no. 20).
Sí, los sindicatos y las asociaciones de trabajadores son imperfectos como son todas las instituciones humanas. Pero el derecho de los trabajadores a asociarse libremente es apoyado por la enseñanza de la iglesia con el fin de proteger a los trabajadores y moverlos, especialmente a los más jóvenes, mediante la orientación y el aprendizaje, hacia empleos decentes con salarios justos.
Compartimos un hogar común como parte de una grande y única familia para que la dignidad de los trabajadores, la estabilidad de las familias y el estado de salud de las comunidades estén todas conectadas. ¿Cómo podemos avanzar la obra de Dios, en las palabras del salmista, “hace justicia a los oprimidos y da de comer a los hambrientos, y da libertad a los presos” (Salmo 146:7)?
Estas preguntas son difíciles de hacer, pero hay que hacerlas. La reflexión y acción individual es fundamental. Tenemos la necesidad de una profunda conversión de corazón en todos los niveles de nuestra vida. Examinemos nuestras opciones y demandemos para nosotros mismos y entre nosotros espíritus de gratitud, auténtica relación y una verdadera inquietud.
Que Dios bendiga la obra de nuestras manos, corazones y mentes.