Por Obispo Joseph Kopacz
Y la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)
El prólogo del Evangelio de San Juan se eleva como un águila, el símbolo del Evangelio del discípulo amado, y es un perfecto cumplimiento de los relatos de la infancia en los evangelios de Mateo y de Lucas. Los tres Evangelios tienen profundos mensajes de alegría y esperanza para el creyente, para la Iglesia y para el mundo, todos envueltos en el misterio de la Encarnación.
Estos evangelios son notablemente diferentes, cada uno revelando una matizada teología de este misterio insondable de Dios que se hace como uno de nosotros, pero juntos nos abren al mundo de asombro y de sabiduría, de esperanza y de salvación, de Emmanuel, Dios con nosotros.
La fiesta de Navidad nos llama a celebrar el nacimiento de Jesús, el Cristo, pero nunca desvinculado de su vida, su muerte y su resurrección, y su posterior transformación en su cuerpo glorificado. En Navidad nuestro Dios salvador nos cubres en el misterio de la Encarnación, cuna y Cruz; Emmanuel no nos envuelve en la fantasía de las ilusiones.
Muchos claman a gritos por esperanza y salvación en nuestro mundo y nuestra fe en Jesucristo nos obliga a responder de maneras que van más allá de lo humanamente posible porque estamos agraciados en el amor de Dios. Consideren el nacimiento del Señor en el establo, anunciado por el grupo de ángeles y rodeado por María y José, los animales, los pastores, y eventualmente los magos, y sólo Dios sabe cuántas personas fueron a verlo por curiosidad.
Qué reunión de improbable huéspedes. Ésta supera en mucho cualquier escena de la barra galáctica que Star Wars: la Fuerza Despierta puede producir. Es una escena de belleza y de verdad, pero en un instante es destrozada por la furia homicida de Herodes que no puede vivir con alguna amenaza a su poder, real o percibida. La vulnerabilidad de la vida toma el centro del escenario, y nunca está ausente de la vida terrena del Señor, consagrada plenamente en su cruz.
Por casualidad encontré una punzante caricatura que relata la historia de la Navidad. En el primer fotograma alguien toca la puerta de una iglesia. En el segundo fotograma cuando la persona va a abrir la puerta otra intenta detenerla gritando que podrían ser terroristas del Medio Oriente. En el tercer marco las puertas se abren y José y María con el niño Jesús en el burro entran buscando un descanso a lo largo de su huida a Egipto. Ellos eran refugiados que huían de la violencia en su patria. ¿Les suena familiar? El estar inspirados por la historia de la Navidad implica también la llamada y el reto de ser transformados por el poder del mensaje del Evangelio. La Palabra se hizo carne, llena de gracia y de verdad, y fue robada en la vulnerabilidad de la vida que está alrededor de cada vuelta.
Dios amaba a José y a María más allá de la imaginación, pero en sus respuestas a su invitación de acoger al Salvador sus vidas estuvieron inmediatamente en peligro. Jesús amaba a sus apóstoles y murió por ellos, y a su vez ellos se convirtieron en mártires por amor a él. Eran vulnerables y lo sabían intensamente después de la crucifixión, pero el Señor resucitado los transformó en Pentecostés.
Si respondemos a nuestro constante estado de vulnerabilidad en la vida con temor de una manera de reflejo rotuliano, entonces nos encerramos en la pared, ladrillo por ladrillo. Cautela y sentido común son siempre necesarios para salvaguardar nuestras vidas y las vidas de nuestras familias, pero la demanda de la Navidad no nos sacará de apuros muy fácilmente. La Sagrada Familia está encarnada en las innumerables familias que son parte de la crisis de refugiados que está envolviendo el mundo occidental en este momento.
Como el Papa Francisco le recordó a la nación en su discurso ante el Congreso con respecto a los refugiados, estamos experimentando la mayor crisis humanitaria desde la segunda guerra mundial. Por supuesto, nuestros líderes electos están obligados a vigilar nuestra seguridad nacional cuando se ven amenazados por otras naciones o individuos, físicamente o a través del espacio cibernético, pero ¿dónde en todo esto está la llamada del Señor a aceptar un nivel de vulnerabilidad en nuestras vidas en aras de la compasión, la justicia y la paz?
¿Cuáles son algunas de las bendiciones de la Navidad?
Con alegría y debidamente celebramos el don de la salvación con himnos y reverencias, con reuniones y regalos de Navidad, en nuestros hogares y con familiares y amigos, con fiestas en el lugar de trabajo o afuera cantando villancicos. Estas son grandes bendiciones.
También vemos las bendiciones de los muchos que se acercan a los pobres de modo que las buenas noticias no sólo les pueden ser predicadas sino hechas realidad en sus vidas a través de amorosa generosidad. Respondemos a su vulnerabilidad sin olvidar nunca nuestra propia. Damos también las gracias a todos los que sirven a la población vulnerable en nuestra sociedad a lo largo de todo el año, en temporada y fuera de temporada, a través de tantas organizaciones sin ánimo de lucro, gobierno y organismos patrocinados por la Iglesia, y especialmente nuestra propia Caridades Católicas.
En su discurso ante el Congreso el Papa Francisco dijo que ser un constructor de puentes es lo que el Papa es, en el cielo y en la tierra. Esto es Navidad. Qué la Palabra de Dios encarnada, llena de gracia y verdad, y sigue siendo la carne en este mundo a través de su Iglesia, nos inspiren a aplicar su sabiduría, luz y verdad en todos los rincones de nuestra vida, a fin de que podamos seguir construyendo nuestras vidas de una manera que de gloria a Dios, y mayor dignidad a cada persona viviente, especialmente las más vulnerables en nuestro medio, que es el Señor mismo.