Por Obispo Joseph Kopacz
¿Cómo es posible dar forma a las insondables riquezas del amor redentor de Dios para nosotros en Jesucristo? Nuestros mejores esfuerzos son simplemente de captarlo, como escribe San Pablo en nombre de la iglesia primitiva en la carta a los Filipenses. A pesar de que estaba en la forma de Dios, no consideró igualdad con Dios sino que tomó la forma de siervo, algo para ser reconocido. Este gran misterio toma forma en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, a través del culto y la palabra, en comunidad y servicio, en nuestros esfuerzos en favor de la justicia y la paz en nuestro mundo.
La dimensión de culto es más sublime durante estos días de Semana Santa y con la celebración de la Pascua cuando nos esforzamos por conocer al Señor en la cruz y la resurrección. El tiempo de Cuaresma, que comenzó con cenizas, se reúne casi 40 días después con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Conocemos este como el Domingo de Ramos, una fiesta muy querida por muchos católicos, y con razón. Agarrando nuestras palmas nos paramos como centinelas, fieles testigos de entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, confesando que ya hemos muerto con él mediante el bautismo en su muerte y resurrección.
Este año, se proclama el Evangelio de Mateo, el que tiene prioridad de lugar como el primero de los cuatro evangelios y los 27 libros del Nuevo Testamento. La lectura de la Pasión del Señor es el momento definidor de la Palabra de Dios el Domingo de Ramos, oh ese largo pasaje del evangélico, cuando revivimos e imaginamos la altura y la profundidad, la longitud y el aliento del amor apasionado de Dios por nosotros. Somos agarrados por Dios en el convincente relato de la Última Cena, la fundación de la Eucaristía, la agonía en el huerto, el juicio y tortura, la negación y traición, la muerte en la cruz, y los fieles discípulos al pie de la cruz, presenciando la agonía final del último suspiro, y la sangre derramada por la salvación de todos, en efecto, algo para ser reconocido.
En la mañana del Jueves Santo termina oficialmente la Cuaresma y la Iglesia se prepara para dar forma al amor eterno Dios por nosotros en una de las más inspiradoras liturgias del año de la iglesia la que llamamos el Triduo Sacro. Los Santos Óleos que fueron bendecidos antes de Semana Santa en la Misa Crismal por el obispo de cada diócesis se encuentran en procesión durante la liturgia del Jueves Santo. El óleo de los catecúmenos, o de la salvación, marca el corazón de toda persona que será bautizada.
El aceite de la Misa Crismal que sella nuestra vida en Jesucristo después del bautismo, nos confirma en el Espíritu Santo en la confirmación, establece a un sacerdote recién ordenado y obispo, y bendice el altar del sacrificio, se distribuye a todas las parroquias para santificar a los fieles. Por último, el óleo de los enfermos se lleva adelante, el que la iglesia utilizará en el sacramento de la unción como un signo de esperanza y curación para esos que están sufriendo de enfermedades del cuerpo, mente y espíritu.
En el espíritu de la liturgia del Jueves Santo están las palabras de institución del Señor de tomar y comer porque esto es mi cuerpo, tomar y beber porque este es mi sangre, de hacer esto en memoria mía. En el evangelio de Juan estas palabras del Señor están intrincadamente relacionadas con su actuación en el lavado de los pies de los apóstoles.
Al derramar su amor por nosotros en su pasión y muerte, el incruento sacrificio de la Eucaristía, así también estamos llamados al amor al servicio y a conocer el vínculo inseparable que nuestro servicio, sufrimiento y sacrificio tienen con el suyo. Esto es claramente cierto para los sacerdotes y obispos que han sido llamados a servir al Señor en el altar y el Cuerpo de Cristo en la Iglesia para la salvación de todos.
Después de la majestuosa procesión eucarística al final de la liturgia del Jueves Santo, la iglesia entra en adoración en preparación para la cruda conmemoración de la pasión y muerte del Señor. La Escritura, la veneración de la cruz y la Santa Comunión marcan la Liturgia del Viernes Santo con la cruz en el centro de un santuario desnudo. El embellecimiento del espacio litúrgico no tiene lugar cuando contemplamos la muerte del Hijo de Dios. Al final del servicio del Viernes Santo los ministros de la liturgia despojan el santuario y la iglesia entra en un sombrío silencio en el rostro de la muerte.
La misa, la gran plegaria eucarística, no puede ser celebrada antes de la Vigilia de Pascua de la resurrección del Señor.
Reconociendo el poder de la resurrección del Señor, la Liturgia de la Vigilia de Pascua, conocida cariñosamente como esa misa realmente larga, irrumpe en la escena. Fuego, velas iluminando la oscuridad, una proclamación audaz del regocijo, todas combinan para esparcir las tinieblas de la oscuridad y la muerte.
La Palabra salvadora de Dios es proclamada y aleluyas rompen el silencio de la tumba. Los catecúmenos acuden a ser bautizado y ellos y los candidatos reciben una plena admisión a través de la confirmación y la Eucaristía. Todos renuevan sus promesas bautismales y la iglesia se alegra en comunión con Jesucristo, algo para ser reconocido.
El Domingo de Pascua es un día de gran alegría a la luz de la resurrección del Señor y todos los fieles renuevan sus promesas bautismales, la culminación del tiempo cuaresmal. Es el inicio de la temporada Octava de Pascua. La Octava será de ocho días, un verdadero día de Pascua para saborear este momento y la temporada será cincuenta, un tiempo para ver la maravilla del poder y la presencia del Señor resucitado en nuestras vidas y su llamado a nuestras vidas para ser testigos de las insondables riquezas del amor eterno de Dios por nosotros, algo para ser reconocido.
¡Qué usted y su familia disfruten de una alegre y feliz Pascua!