Por Obispo Joseph Kopacz
La mitad del tiempo de la Pascua se caracteriza por la celebración anual del Domingo del Buen Pastor. La imagen del Buen Pastor es la obra de arte más antigua que se conoce que representa al Señor crucificado y resucitado. Aún hoy es una querida y familiar imagen en muchas localidades de todo el mundo en donde el pastor y las ovejas deambulan en busca de pastos como un componente esencial de las zonas rurales y la vida de las aldeas.
Jesucristo adaptó la imagen del Buen Pastor universalmente conocida en la tradición religiosa de Israel. El Salmo 23 declara que El Señor es mi pastor, nada me falta. Jesús proclama que yo soy el Buen Pastor; conozco a las mías, y las mías me conocen a mí, conocen mi voz y me siguen … El Buen Pastor da su vida por las ovejas.
A pesar de que muchos de nosotros no hemos sentido directamente el vínculo entre el pastor y las ovejas, al tocar la tecla de una computadora se puede saber fácilmente porqué el Señor se identifica con esta forma de vida. O pregúntele a alguien que haya sido testigo de la interacción del pastor y las ovejas vagando por una colina y valle.
Incluso sin ver, intuitivamente sabemos que es una imagen que representa una relación que a menudo requiere total compromiso para el bienestar de las ovejas, una voluntad de sacrificio y soportar sufrimiento para protegerlas. Es convincente porque el Señor dio su vida por nosotros y su espíritu de vida continua guiándonos en su cuerpo, la iglesia.
El evangelista san Juan, el discípulo amado, elabora sobre las imágenes que muestran cómo absolutamente dependemos de Jesús si queremos hacer de nuestras vidas algo bello para Dios, en palabras de la Beata Teresa de Calcuta.
Uno de ellos es el Buen Pastor, y la otra es la vid y los sarmientos. Jesús claramente dice en el capítulo 15 que Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El Señor es la fuente y cumbre de nuestras vidas, el que nos sostiene. Su voz y su palabra es la senda de la vida en abundancia. Sin él nos perdemos, o nos marchitamos y morimos.
Tan convincentes como las imágenes anteriores son, tenemos que hojear el Nuevo Testamento durante estos días del tiempo de Pascua para comprender plenamente los tesoros de nuestra tradición cristiana como fieles católicos. La limitación potencial de las imágenes de las ovejas y las ramas se encuentra en la dificultad de distinguir una oveja o rama de otra.
Durante el tiempo de Pascua, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos da un panorama del crecimiento de la iglesia primitiva desde sus humildes inicios en Jerusalén, su circulación alrededor del mundo mediterráneo, a su eventual implantación en la ciudad de Roma, el centro de cultura y poder en el mundo antiguo. La primera generación de cristianos sabía que ellos eran el Cuerpo de Cristo, discípulos y amigos del Señor, y llamados por su nombre con una variedad de ministerios y dones.
El segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles recuerda el discurso de Pedro el día de Pentecostés cuando las palabras impulsadas de su Espíritu conmovieron los corazones de miles de personas. Hermanos, ¿Qué debemos hacer? Pedro respondió con lo que conocemos como el kerigma, la puerta de la salvación. “Arrepentíos, y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo por el perdón de los pecados; y así él les dará el don del Espíritu Santo”. Con ello se inició la gran reunión que continúa hasta el día de hoy.
La imagen que sigue inmediatamente revela una congregación y una viña que está en movimiento y crecimiento como la comunidad del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Se dedicaron a la enseñanza de los apóstoles, a la vida en comunidad, a la fracción del pan y a las oraciones. Asombro llegó a todo el mundo, y muchos prodigios y señales se realizaron a través de los apóstoles. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común.
El regalo de la salvación no sólo es entre Jesús y yo. Se trata de un injerto en la vid de Jesucristo, una entrada a través de la puerta de las ovejas de su rebaño, un bautismo en su cuerpo, la iglesia. Jesucristo no puede separarse de su cuerpo, la iglesia, y la iglesia es la presencia real del Señor en este mundo. En la conversión de San Pablo hemos escuchado: Saul, Saul, ¿por qué me persigues? Y hacia el final del evangelio de San Mateo, escuchamos a Jesús, el justo juez decir, cada vez que lo hicieron al menor de mis hermanos, a mí me lo hicisteis.
Como consecuencia de la conversión de San Pablo, los misioneros más prominentes de la primera iglesia nos dejaron un panorama general del Cuerpo de Cristo que era todo menos una comunidad donde los miembros eran todos iguales. Hay diferentes tipos de dones espirituales pero es el mismo Espíritu; existen diferentes formas de servicio pero el Señor es el mismo; existen diferentes talentos pero el mismo Dios que los produce todos en cada uno. A cada individuo le es dada la manifestación del Espíritu para algún provecho.
El Espíritu Santo estaba moldeado estas primeras reuniones de creyentes, como arcilla en manos del alfarero, en un cuerpo vivo de muchas partes.
Los apóstoles y a otros en el liderazgo en la iglesia abrazaron el corazón del Buen Pastor. Tenían el olor de las ovejas en las palabras del Papa Francisco, y dieron sus vidas por el rebaño. Este motor de amor de Dios iba en todos los cilindros, y el fuego de Pentecostés se desató sobre la tierra. Tomamos la antorcha en nuestra generación.