By Bishop Joseph Kopacz
The Passion of Jesus of Nazareth, son of Mary, and son of God, culminates in the resurrection of Jesus Christ on Easter morning. Easter faith is always deeply personal as well as a celebration of Church and family with the renewal of our vows of Baptism, a combination of the renunciation of sin and the profession of faith in the living God whom we know as Father, Son, and Holy Spirit.
We have been preparing to celebrate the Passover of the Lord by works of prayer, fasting, and almsgiving throughout Lent, and now we reach the edge of the desert and gaze longingly into the promised land of eternal love. We stand on the cusp of Holy Week with the Commemoration of the Lord’s passion on Palm Sunday Weekend. The liturgy and Gospel readings end in the death of the Lord while inviting faith in his resurrection.
The Mass of the Lord’s Supper, the Good Friday immersion into his death, and the Easter Vigil are a pilgrimage of faith for the entire Church throughout the world that we might know the length and breath, height and depth of God’s love for us in Jesus Christ.
Holy Week and Easter faith are even more personal this year for the Diocese of Jackson because of the death of Bishop William R. Houck, the ninth Bishop of the Diocese of Jackson. Our beloved Bishop Emeritus died on Wednesday morning, March 9, and was buried on Thursday, March 17 adjacent to the cathedral in the bishop’s plot.
Throughout this past week we lovingly celebrated his passing with the Liturgy of Acceptance of his body in the Cathedral on Tuesday, the Vigil Rites on Wednesday evening, and the Mass of Christian Burial on Thursday afternoon. Many people availed themselves of the opportunity to pay their final respects as he lay near the sanctuary where he celebrated the sacred mysteries since his arrival in the Diocese of Jackson in 1979. Bishop Houck would have been 90 years old in June, 65 years a priest, and 37 years a bishop.
There were three chapters to his episcopal ministry in our midst. He served as auxiliary bishop to Bishop Joseph Brunini for several years (1979-1983) before serving as the ninth Ordinary of the Diocese from 1983 to 2002, and lastly as Bishop Emeritus from 2002 until his recent death. The Lord blessed him with many active years of ordained ministry, more than half as a bishop, and has blessed many through his life as one ordained and consecrated, and set apart to faithfully serve.
In death a disciple of the Lord is entrusted to God from the heart of the church whether he or she be a newly baptized or one who lives nearly 90 years. Equal dignity is accorded all, and the Word of God, the prayers throughout the Liturgy, and the Eucharist, the Bread of Angels and the Bread of Life, all proclaim our hope in the resurrection of Jesus Christ from the dead and the promise of eternal life. Our prayer always and everywhere also seeks consolation, strength, and peace for the family and friends who are grieving the loss of a loved one.
Immediately at the outset of the Mass of Christian Burial we proclaim our Easter faith. “In the waters of Baptism, William died with Christ and rose with Him. May he now share eternal glory.” This is our hope, and this is the heart of our faith that we commemorate during Holy Week ahead.
At this time let us pray faithfully for Bishop William Houck trusting in the mercy of God in his life, and let us pray for his family who are grieving his passing. Moreover, let us not waste the opportunity of his passing at the beginning of Holy Week to renew our own faith, hope, and love in Jesus Christ, crucified and risen from the dead. The renewal of our Baptismal promises await us during the Easter Masses and I conclude this column with dialogue between priest and people for the renewal of our Covenant in God begun at our Baptism.
• Do you renounce sin so as to live in the freedom of God’s children?
• Do you renounce the lure of evil, so that sin may have no mastery over you?
• Do you renounce Satan, the author and prince of sin?
• Do you believe in God, the Father Almighty, Creator of heaven and earth?
• Do you believe in Jesus Christ, his only Son, our Lord, who was born of the Virgin Mary, suffered death and was buried, rose again from the dead and is seated at the right hand of the Father?
• Do you believe in the Holy Spirit, the holy Catholic Church, the communion of saints, the forgiveness of sins, the resurrection of the body, and life everlasting?
This is our faith. This is the faith of the Church. We are proud to profess it in Christ Jesus, our Lord.
Author Archives: Joseph Kopacz
Practicando el arte cuaresmal de escuchar
By Bishop Joseph Kopacz
La diócesis acaba de finalizar las sesiones de escucha, 17 en total, un proceso que le brindó a muchos la oportunidad de reunirse, reflexionar, debatir y compartir su gratitud, aspiraciones, preocupaciones específicas y metas a seguir. Para mí fue una bendición participar en forma de apoyo, aunque moderada, lo que le permitió a cada uno la oportunidad de hablar y escucharse mutuamente. En las sesiones los participantes escucharon su propio corazón y mente, seguido de una discusión con los integrantes de la mesa.
El último paso del proceso será el compartir con un grupo más grande, de unos 50 a 150, dependiendo del lugar donde se realicen las sessiones. Los comentarios fueron sinceros, respetuosos y llenos de esperanza para la vida de la diócesis, el Cuerpo de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el ritmo diario y los patrones de nuestras vidas hay un sinfín de oportunidades para tener una sesión de escucha. Conversaciones con miembros de la familia, las inspiraciones de nuestros propios corazones, nuestras conversaciones con Dios en la oración, el escuchar los sonidos de la naturaleza con la llegada de la primavera, más evidente en las primeras horas de la mañana con los sonidos de las aves. Si sólo tuviéramos ojos para ver, y oídos para oír, como Jesús animó a sus discípulos. Todos hemos oído el viejo adagio que dice que Dios nos creó con dos oídos y una boca para que podamos escuchar dos veces más de lo que hablamos. Esto no es fácil de lograr cuando estamos en un modo de hablar compulsivo.
Podemos aplicar esto a la oración, nuestras conversaciones con Dios, recordando las obras de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la Montaña en el evangelio de san Mateo. Al orar, no repitas palabras inútiles como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto mas hablen mas caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo piden. Ustedes deben orar así: Nuestro Padre . . . (Mateo 6:7-9).
La oración del Señor es tan substancial, tan sucinta, y las palabras son las de Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Hablar y escuchar tranquilamente con el fin de discernir y actuar con mayor confianza son los distintivos de nuestra conversación con Dios. Recuerda, Dios nos dio dos oídos para escuchar sus palabras y ponerlas en práctica.
Esto también se aplica para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, durante el tiempo de Cuaresma. Cada vez que se proclame la Palabra de Dios durante la misa en el día del Señor se pretende que sea una sesión de escucha. Los evangelios durante esta temporada de nueva vida están llenos con las palabras, la sabiduría y la compasión de Cristo Jesús. En el hostil encuentro entre Jesús y el diablo en el primer domingo de Cuaresma escuchamos: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y, deberás rendir culto al Señor, tu Dios, y, a él solo servirás, y no deberás poner al Señor tu Dios a prueba.
Nuestra oración y ayuno durante estos 40 días nos invitan a agudizar nuestra conciencia acerca de los ídolos inútiles de esta vida cuando se comparan con el inestimable valor de la misericordia de Dios en Jesucristo.
En el segundo domingo de Cuaresma proclamamos el momento místico en el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan con Moisés y Elías, atrapados en la visión. La ley y los profetas, los pilares del camino de la salvación de Israel, ahora se cumplen en Jesús.
¿Y que es lo más importante de todo esto? Las palabras estampadas en la memoria de Pedro, Santiago y Juan fueron dadas a la Iglesia para todos los tiempos. Este es mi Hijo amado, escúchenlo. (Lucas 9:35).
Qué sesión de escucha fue esa para los tres apóstoles que tuvieron el privilegio de vislumbrar el misterio del plan de Dios para la salvación del mundo. En su segunda carta en el Nuevo Testamento, Pedro habla de la gracia de estar atentos, de escuchar lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. “Nosotros mismos escuchamos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con él en el monte sagrado. Además, poseemos el mensaje profético que es totalmente fiable. Ustedes hará bien en estar atentos a el, pues ese mensaje es como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón,” (2 Pedro 1:18-19).
Escuchar la Palabra de Dios, estar atento a ella, y ponerla en práctica es el alba de la nueva vida cotidiana. Durante este jubileo de misericordia recordamos que las misericordias del Señor nunca se agotan, que se renuevan cada día.
El evangelio del domingo pasado nos asegura que el amor del Señor por nosotros es eterno, trabajando en el terreno de nuestras vidas, insistiendo en que nos arrepentamos y creamos en el evangelio para que su amor misericordioso renueve la faz de la tierra.
Como individuos, familias, comunidades parroquiales y diócesis, que el Señor abra nuestros oídos para oír sus palabras, y nuestra boca para proclamar sus alabanzas, y nuestra voluntad para ponerlas en práctica.
La Pascua, un poco más personal este año
Por Obispo Joseph Kopacz
La pasión de Jesús de Nazareno, hijo de María, e hijo de Dios, culmina en la resurrección de Jesucristo en la mañana de Pascua. La fe pascual es siempre profundamente personal, así como una celebración de la Iglesia y la familia con la renovación de nuestros votos bautismales, una combinación de la renuncia al pecado y la profesión de fe en el Dios vivo, a quien conocemos como Padre, Hijo y Espíritu Santo. A lo largo de la Cuaresma nos hemos estado preparando para celebrar la Pascua del Señor a través de la oración, el ayuno y la limosna, y ahora llegamos al borde del desierto y miramos con anhelo hacia la tierra prometida del amor eterno.
Estamos en la cúspide de la Semana Santa con la conmemoración de la pasión del Señor el fin de semana del Domingo de Ramos. Las lecturas de la liturgia y el Evangelio terminan en la muerte del Señor mientras nos invitan a tener fe en su resurrección. La Misa de la Cena del Señor, la inmersión en su muerte el Viernes Santo y la Vigilia Pascual son una peregrinación de fe para toda la Iglesia en todo el mundo para que conozcamos la longitud y respiración, la altura y la profundidad del amor de Dios por nosotros en Cristo Jesús.
La fe en la Semana Santa y la Pascua es aún más personal este año en la Diócesis de Jackson a causa de la muerte de Monseñor William Houck, el noveno obispo de la diócesis. Nuestro querido obispo emérito murió en la mañana del miércoles 9 de marzo y fue enterrado el jueves 17 de marzo en la parcela de obispos al lado de la catedral.
Durante esta semana pasada celebramos con cariño su fallecimiento con la Liturgia de Aceptación de su cuerpo en la Catedral el martes, los ritos de la Vigilia el miércoles en la noche y la Misa de Cristiana Sepultura el jueves por la tarde. Muchas personas aprovecharon la oportunidad para presentar sus respetos mientras su cuerpo yacía cerca del santuario donde celebraba los sagrados misterios desde su llegada a la diócesis en 1979.
El Obispo Houck iba a cumplir 90 años en junio. Dedicó 65 años de su vida al sacerdocio, 37 de ellos como obispo. Hubo tres capítulos en su ministerio episcopal en nuestro medio. Se desempeñó como obispo auxiliar de Monseñor Joseph Brunini durante varios años (1979-1983), antes de servir como el noveno ordinario de la diócesis de 1983 al 2002 y, por último, como obispo emérito desde el 2002 hasta su reciente fallecimiento. El Señor lo bendijo con muchos años activos en su ministerio, más de la mitad como obispo, y ha bendecido a muchas personas a través de su vida como ordenado y consagrado para servir fielmente.
En la muerte un discípulo del Señor es confiado a Dios desde el corazón de la Iglesia, sea él o ella un recién bautizado o uno que vive cerca de 90 años. Igual dignidad es concedida a todos y la Palabra de Dios, la oración a lo largo de la liturgia y la Eucaristía, el Pan de los Ángeles y el Pan de la Vida, todos proclaman nuestra esperanza en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos y la promesa de la vida eterna.
Nuestra oración siempre y en todas partes también busca consuelo, fortaleza y paz para la familia y los amigos que lloran la pérdida de un ser querido. Inmediatamente al comienzo de la Misa de Cristiana Sepultura proclamamos nuestra fe pascual. “En las aguas del Bautismo, William murió con Cristo y subió con él. Que ahora comparta la gloria eterna”. Esta es nuestra esperanza, y este es el corazón de nuestra fe que celebramos durante la Semana Santa que se acerca.
En este momento oremos fielmente por el Obispo William Houck confiando su vida en la misericordia de Dios, y oremos por su familia que sufren por su fallecimiento. Además, no perdamos la oportunidad de su muerte al comienzo de la Semana Santa para renovar nuestra fe, esperanza y amor en Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos.
La renovación de nuestras promesas bautismales nos esperan durante las Misas de Pascua. Concluyo esta columna con el diálogo entre el sacerdote y el pueblo para la renovación de nuestro pacto con Dios, iniciado en el bautismo.
• ¿Renuncian al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?
• ¿Renuncian a la tentación del mal, para que ese pecado no tenga dominio sobre ustedes?
• ¿Renuncian a Satanás, el autor y príncipe del pecado?
• ¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?
• ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de la Virgen María, padeció y fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la diestra del Padre?
• ¿Creen en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna?
Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Nos gloriamos de profesarla en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Practicando el arte cuaresmal de escuchar
By Bishop Joseph Kopacz
La diócesis está finalizando las sesiones de escucha, 17 en total, un proceso que le está brindando a muchos la oportunidad de reunirse, reflexionar, debatir y compartir su gratitud, aspiraciones, preocupaciones específicas y metas a seguir. Para mí ha sido una bendición participar en forma de apoyo, aunque moderada, lo que le ha permitido a cada uno la oportunidad de hablar y escuchar al otro. En las sesiones los participantes están escuchando su propio corazón y mente, seguido de una discusión con los integrantes de la mesa.
El último paso del proceso es compartir con un grupo más grande, de unos 50 a 150, dependiendo del lugar. Los comentarios han sido sinceros, respetuosos y llenos de esperanza para la vida de la diócesis, el Cuerpo de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el ritmo diario y los patrones de nuestras vidas hay un sinfín de oportunidades para tener una sesión de escucha. Conversaciones con miembros de la familia, las inspiraciones de nuestros propios corazones, nuestras conversaciones con Dios en la oración, el escuchar los sonidos de la naturaleza con la llegada de la primavera, más evidente en las primeras horas de la mañana con los sonidos de las aves. Si sólo tuviéramos ojos para ver, y oídos para oír, como Jesús animó a sus discípulos. Todos hemos oído el viejo adagio que dice que Dios nos creó con dos oídos y una boca para que podamos escuchar dos veces más de lo que hablmos. Esto no es fácil de lograr cuando estamos en un modo de hablar compulsivo.
Podemos aplicar esto a la oración, nuestras conversaciones con Dios, recordando las obras de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la montaña en el evangelio de san Mateo. Al orar, no repitas palabras inútiles como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto mas hablen mas caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo piden. Ustedes deben orar así: Nuestro Padre . . . (Mateo 6:7-9).
La oración del Señor es tan substancial, tan sucinta, y las palabras son las de Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Hablar y escuchar tranquilamente con el fin de discernir y actuar con mayor confianza son los distintivos de nuestra conversación con Dios. Recuerda, Dios nos dio dos oídos para escuchar sus palabras y ponerlas en práctica.
Esto también se aplica para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, durante el tiempo de Cuaresma. Cada vez que se proclame la Palabra de Dios durante la misa en el día del Señor se pretende que sea una sesión de escucha. Los evangelios durante esta temporada de nueva vida están repletos con las palabras, la sabiduría y la compasión de Cristo Jesús. En el hostil encuentro entre Jesús y el diablo en el primer domingo de Cuaresma escuchamos: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y, deberás rendir culto al Señor, tu Dios, y, a él solo servirás, y no deberás poner al Señor tu Dios a prueba.
Nuestra oración y ayuno durante estos 40 días nos invitan a agudizar nuestra conciencia acerca de los ídolos inútiles de esta vida cuando se comparan con el inestimable valor de la misericordia de Dios en Jesucristo.
En el segundo domingo de Cuaresma proclamamos el momento místico en el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan con Moisés y Elías, atrapados en la visión. La ley y los profetas, los pilares del camino de la salvación de Israel, ahora se cumplen en Jesús.
¿Y lo que es más importante de todo esto? Las palabras estampadas en la memoria de Pedro, Santiago y Juan fueron dados a la Iglesia para todos los tiempos. Este es mi Hijo amado, escúchenlo. (Lucas 9:35).
Qué sesión de escucha fue esa para los tres apóstoles que tuvieron el privilegio de vislumbrar el misterio del plan de Dios para la salvación del mundo. En su segunda carta en el Nuevo Testamento, Pedro habla de la gracia de estar atentos, de escuchar lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Nosotros mismos escuchamos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con él en el monte sagrado. Además, poseemos el mensaje profético que es totalmente fiable. Ustedes hará bien en estar atentos a el, pues ese mensaje es como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón,” (2Pedro 1:18-19).
Escuchar la Palabra de Dios, estar atento a ella, y ponerla en práctica es el alba de la nueva vida cotidiana. Durante este jubileo de misericordia recordamos que las misericordias del Señor nunca se agotan, que se renuevan cada día.
El evangelio del domingo pasado nos asegura que el amor del Señor por nosotros es eterno, trabajando en el terreno de nuestras vidas, insistiendo en que nos arrepentamos y creamos en el evangelio para que su amor misericordioso renueve la faz de la tierra.
Como individuos, familias, comunidades parroquiales y diócesis, que el Señor abra nuestros oídos para oír sus palabras, y nuestra boca para proclamar sus alabanzas, y nuestra voluntad para ponerlas en práctica.
Practicing Lenten art of listening
By Bishop Joseph Kopacz
The diocese is in the homestretch of the listening sessions, 17 in all, a process that is providing the opportunity for many to gather, reflect, discuss and share their gratitude, aspirations and specific concerns and goals going forward. For me it has been a blessing to participate in a supportive, yet subdued manner, that allows everyone the opportunity to speak, and to listen to one another. Listening is occurring across the sessions as each participants listens to their own heart and mind, followed by discussion at table. The final step in the process is the sharing with the larger group, anywhere from 50 to 150, depending on the location. The input has been candid, respectful and hopeful for the life of the diocese, the Body of Christ, under the guidance of the Holy Spirit, for the glory of God.
When we pause to reflect upon the daily rhythm and patterns of our lives there are boundless opportunities to have a listening session. Conversations with family members, the promptings of our own hearts, conversations with God in prayer, listening to the sounds of nature with Spring’s arrival, most evident in the early morning sounds of the birds.
If only we have eyes to see, and ears to hear, as Jesus encouraged his disciples. We have all heard the old adage that God created us with two ears and one mouth in order that we might do twice as much listening as speaking. This is not easy to accomplish when we are in a compulsive talking mode.
We can apply this to prayer, our conversations with God, by recalling the works of Jesus to his disciples during the Sermon on the Mount in Matthew’s Gospel. “When praying, do not babble like the pagans, who think they will be heard because of their many words. Do not be like them. Your Father knows what you need before you ask him. This is how you are to pray: Our Father …”(Matthew 6,7-9). The Lord’s prayer is so substantial, yet so succinct, and the words are those of Jesus who is the way, the truth and the life. Speaking and quiet listening in order to discern and to act with greater confidence, are the hallmarks of our conversations with God. Remember, God gave us two ears for the sake of hearing his words and putting them into practice.
This is also true for the Church, the Body of Christ, during the season of Lent. It is intended to be a listening session each time the Word of God is proclaimed at Mass on the Lord’s day, and the gospels throughout this season of new life are replete with the words, wisdom and compassion of Jesus Christ. In the hostile encounter between Jesus and the devil on the first Sunday of Lent we hear: Man does not live by bread alone, but by every word that comes from the mouth of God, And, you shall worship the Lord, your God, and him alone shall you serve, And, You shall not put the Lord your God to the test. Our prayer and fasting during these forty days beckon us to sharpen our awareness about the useless idols of this life when compared to the inestimable worth of the mercy of God in Jesus Christ.
On the second Sunday in Lent we proclaimed the mystical moment on Mount Tabor where Jesus was transfigured before the eyes of Peter, James and John with Moses and Elijah caught up in the vision. The law and the prophets, the pillars of the Israel’s journey of salvation, are now fulfilled in Jesus. And what is most important about all of this? The words emblazoned in the memories of Peter, James, and John are given to the Church for all time. “This is my beloved Son, listen to Him” (Luke 9,35). What a listening session that was for the three apostles who were privileged to glimpse the mystery of God’s plan for the salvation of the world. In his second letter later on in the New Testament, Peter speaks of the grace to be attentive, to listen to what God is doing in our lives. We ourselves heard his voice come from heaven while we were with him on the holy mountain. Moreover, we possess the prophetic message which is altogether reliable. “You will do well to be attentive to it, as to a lamp shining in a dark place, until day dawns and the morning star rises in our hearts” (2Peter 1, 18-19).
Hearing God’s Word, being attentive to it, and putting it into practice is the dawn of new life every day. During this Jubilee Year of Mercy we recall that the mercies of the Lord are never exhausted, they are renewed each day. Last Sunday’s gospel assures us that the Lord’s love for us is eternal, at work in the soil of our lives, insisting that we repent and believe in the Gospel so that his merciful love will renew the face of the earth. As individuals, families, parish communities, and diocese, may the Lord open our ears to hear his words, and our mouths to proclaim his praises, and our wills to put them into practice.
La peregrinación como un camino de conversión
Por Bishop Joseph Kopacz
La peregrinación es una dimensión esencial a través de todo el Jubileo de la Misericordia. Nuestra Catedral de San Pedro Apóstol, junto con un grupo de iglesias en todo el territorio de la Diócesis de Jackson, son una constante invitación a los fieles a hacer una peregrinación al corazón de la misericordia de Dios.
¿Qué es tan especial acerca de una peregrinación? No sorprendentemente, la peregrinación ha existido en todos los tiempos y en la mayoría de las religiones y culturas en todas partes. El pueblo de Israel viajó al templo en Jerusalén. Los musulmanes hacen peregrinaciones a La Meca. Los hindúes viajan al Río Ganges, entre otros lugares sagrados. Los budistas viajan de un lugar a otro para recibir la misericordia del Gautama Buda.
La peregrinación es un símbolo importante para los cristianos. Como un miembro del pueblo de Dios, el cristiano está en la carretera. La peregrinación es el símbolo del camino del pueblo de Dios a lo largo de los siglos, y el modo de vida cristiano puede compararse a una peregrinación. Por lo tanto, uno puede hablar de los cristianos como estar en peregrinación.
La Iglesia Católica siempre ha honrado el viaje del peregrino. Un famoso símbolo de peregrinación es el laberinto de Chartres, en Francia, cuya catedral fue construida alrededor de 1230. La Edad Media fue una época de peregrinación, pero ya que no fue posible establecer fuera de Jerusalén, ellos en lugar fueron a catedrales como Chartres, donde podían hacer el camino espiritual siguiendo la ruta del peregrino en el laberinto.
Pueden haber muchas razones para realizar una peregrinación: para fortalecer la fe, para orar, para hacer penitencia, para pedir por el perdón del pecado, para rogar por un favor, para pedir por la sanación física o mental, o para pensar sobre las grandes cuestiones de la vida. Incluso si existen tales razones personales el peregrino siempre se une a las generaciones anteriores de peregrinos y de esta manera dan un paso hacia la tradición con una gran nube de testigos de las generaciones pasadas.
Peregrinación significa cambiar de mentalidad, el resultado de las experiencias en el camino. El peregrino es como un extraño que está viajando en una tierra extranjera. A lo largo del camino, la purificación pueden ocurrir; algo puede suceder y el cambio ocurre en las profundidades del corazón.
En la ruta, el peregrino se enfrenta a él o a ella misma. La peregrinación se convierte en el camino al arrepentimiento, a una revisión de la vida. San Agustín alentó a sus compañeros cristianos a desarrollar una teología de la peregrinación del corazón. “La verdadera peregrinación no se hace con los pies sino con el corazón, no con pasos corporales, sino con pasos del corazón. Según Agustín, el equipaje para este viaje es la humildad y el amor.”
A pesar de que la mayoría de nosotros no caminarán una gran distancia en peregrinación a las iglesias designadas iglesias en la diócesis, las bendiciones siguen siendo las mismas que las de los clásicos itinerarios espirituales. Un vínculo de solidaridad, compañerismo y unidad crece. Compartimos el mismo deseo de llegar al destino. Estamos llamados a llevar las cargas del uno al otro, a escuchar la historia personal de cada uno de los demás. Juntos escuchamos la historia de Dios a través de la oración y la acción de gracias.
Una vez que llegamos a nuestro destino nos damos cuenta de que la vida no es lo que era antes. Hemos cambiado. A través de la purificación y la penitencia nos acercamos más entre nosotros. La llegada no es el final del camino, sino un nuevo comienzo.
Todas los peregrinos tienen experiencias comunes y desafíos relacionados a la salida, al viaje en sí, y a la añoranza por el destino. Estamos en camino hacia la plenitud del reino de Dios, una gran caminata a la Jerusalén celestial, hacia Aquel que nos llama a la comunión, a la unidad en la diversidad.
A medida que empezamos nuestras sesiones de escucha en toda la diócesis a fin de desarrollar una visión compartida mutuamente y a las prioridades pastorales, lo hacemos en el corazón del Jubileo de la Misericordia en el comienzo de la cuaresma. Como peregrinos nos encaminamos juntos para fortalecer la iglesia de Jackson, el Cuerpo de Cristo. Somos bendecidos de tal manera al emprender este camino bajo la mirada de la misericordia de Dios.
Si fuese posible, incorporemos una peregrinación espiritual a nuestra disciplina para la Cuaresma o en algún punto en el Jubileo de la Misericordia.
Pilgrimage as journey of conversion
By Bishop Joseph Kopacz
The pilgrimage is an essential dimension throughout the Jubilee of Mercy. Our Cathedral of Saint Peter the Apostle, surrounded by a cluster of churches throughout the Diocese of Jackson, are a constant invitation to the faithful to make a pilgrimage into the heart of God’s mercy.
What is so special about a pilgrimage? Not surprisingly, pilgrimage has existed in all times, in most religions, and in cultures everywhere. The people of Israel journeyed to the temple in Jerusalem. Muslims make pilgrimages to Mecca. Hindus travel to the Ganges River, among other holy places. Buddhists travel from place to place to receive the mercy of Gautama Buddha.
Pilgrimage is an important symbol for Christians. As a member of the people of God, the Christian is on the road. Pilgrimage is the symbol of the journey of the people of God throughout the ages, and the Christian way of life can be compared to a pilgrim journey. Thus, one can speak of Christians as being on pilgrimage.
The Catholic Church has always honored the journey of the pilgrim. A famous symbol of pilgrimage is the labyrinth of Chartres in France whose Cathedral was built around 1230.
The Middle Ages was a time of pilgrimage, but since it was not possible for many people to set out for Jerusalem, people instead went to cathedrals such as Chartres, where they could make the spiritual journey by following the path of the pilgrim’s labyrinth.
There can be many reasons for making a pilgrimage: to strengthen one’s faith, to pray, to do penance, to ask for the forgiveness of sin, to beg for a favor, to ask for physical or mental healing or to think about the big questions of life. Even if there are such personal reasons the pilgrim always joins the preceding generations of pilgrims and in this way, they step into a tradition with a large cloud of witnesses from generations past.
Pilgrimage means changing one’s mindset, the result of the experiences on the road. The pilgrim is like a stranger who is traveling in a foreign land. Along the way, purification can take place; something can happen and change occurs in the depths of the heart. In route, the pilgrim is confronted with himself or herself. Pilgrimage becomes the road to repentance, to a revision of one’s life. Saint Augustine encouraged his fellow Christians to develop a theology of pilgrimage of the heart. “True pilgrimage is not undertaken with feet but with the heart, not with bodily footsteps but with the footsteps of the heart.” According to Augustine, the baggage for this journey is humility and love.”
Although most of us will not be walking a great distance on the pilgrimage to our designated churches throughout the diocese, the blessings remain the same as those of the classic spiritual journeys. A bond of solidarity, togetherness and unity grows. We share the same desire to arrive at the destination. We are called to bear each other’s burdens, to listen to each other’s personal story. Together we listen to the story of God through prayer and thanksgiving.
Once we arrive at our destination, we realize that life is not what it was before. We have changed. Through purification and repentance, we are drawn closer to each other. The arrival is not the end of the journey, but a new beginning.
All pilgrimages have common experiences and challenges related to the departure, to the journey itself and to the longing for the destination. We are on a pilgrimage to the fullness of God’s Kingdom, a great trek to the heavenly Jerusalem, toward the One who calls us to communion, to unity in diversity.
As we begin our listening sessions throughout the diocese in order to develop a mutually shared vision and pastoral priorities, we do so in the heart of the Jubilee of Mercy at the beginning of Lent. As pilgrims we are journeying together in order to strengthen the Church of Jackson, the Body of Christ.
We are so blessed to be undertaking this journey under the gaze of God’s mercy. If at all possible, let us incorporate a pilgrimage into our spiritual discipline for Lent or at some point in the Jubilee of Mercy.
Anniversaries call to mind struggle for justice
Like the swelling Mississippi River which is fed by many tributaries and sizeable rivers, during the month of January each year the quest for liberty and justice for all in our society is fed by key anniversaries and ever pressing reality.
This past weekend marked the 48th anniversary of the assassination of Martin Luther King Jr., and today and this weekend the 43 anniversary of Roe v Wade, the Supreme Court decision that permits abortion on demand throughout the nation. Both commemorations challenge our nation to take stock of our ideals, embedded in our founding documents and in our DNA, the insatiable hunger and thirst for greater liberty and justice for all. (Pledge of Allegiance)
MLK Jr. gave his life for this vision of reality that finds its source and summit in God’s Word. “The Kingdom of God is not a matter of eating and drinking, but of justice and peace, and the joy of the Holy Spirit.” (Romans 14,7) His passionate eloquence still resounds from the mighty mountains of New York and the heightening Alleghenies of Pennsylvania, the snow-capped Rockies of Colorado, and the curvaceous slopes of California, from Stone Mountain, Georgia, from Lookout Mountain in Tennessee, and from every hill and molehill of Mississippi. (I Have a Dream Speech, Washington 1963)
Five years later, less than one month before his assassination he returned to D.C. to re-invigorate the dream. “We shall overcome because the arc of the moral universe is long, but it bends toward justice.”(Washington National Cathedral, March 31, 1968). Racial equality has made huge strides in our nation, but this struggle is a marathon with the finish line a long way off.
As you settle into reading or browsing through this edition of the Mississippi Catholic you are doing so on the 43rd anniversary of Roe v Wade, January 22, 1973. Over these many years the light of life has been snuffed out for countless millions of unborn who have no voice of their own. Among many individuals and organizations in our society, and in a prophetic voice as unflinching as MLK Jr., the Catholic Church has spoken out faithfully, passionately, and eloquently on behalf of the unborn.
Moreover, in an unforeseen way, Religion and Science have been strong allies in the advancement of dignity for the unborn. The latter has revealed the truth of the complexity and beauty of unborn life from the first moment of conception, and the former unrelentingly beats the drum on behalf of the dignity of unborn life, created in the image and likeness of God. “For you created my inmost being. You knit me together in my mother’s womb.” (Ps 139,13)
At times it may appear that teaching, preaching, pleading and sacrificing on behalf of the unborn is a hopeless cause, but there has been remarkable progress. Applying the following words of MLK Jr. can reinvigorate all pilgrims for a holistic vision of life. “I believe that unarmed truth and unconditional love will have the final word in reality. This is why right, temporarily defeated, is stronger than evil triumphant.”(Nobel Peace Prize acceptance speech, Oslo, Norway, 1964.)
We pray for the healing of all who have been wounded by choosing abortion, and for society as a whole whose conscience has been deadened, all to willing to accept abortion as a backup to failed contraception, and in large part, unshaken by the image of buckets of fetuses in Planned Parenthood Clinics. Once again we turn to the unflinching prophetic wisdom of Martin Luther King Jr. regarding the web of life of which we are all a part. “Injustice anywhere is a threat to justice everywhere. We are caught in an inescapable network of mutuality, tied in a single garment of destiny. Whatever affects one directly, affects all indirectly.”
Letter from Birmingham, Alabama jail, April 16, 1963.
The quest for greater liberty and justice for all continues on many fronts. This year our Catholic Day at the Capitol will focus on the plight of many children and youth in our State’s Foster Care System, and the plight of those afflicted by mental illness. Compassionate and professional care that provide a framework for hope and greater success for our fellow citizens is not a matter of charity, but of justice.
The dedication of our staff and volunteers at Catholic Charities who provide critical services is a living witness of our desire for greater liberty and justice for all. Once again we let MLK Jr.’s words lift up our hearts and minds. “I have the audacity to believe that peoples everywhere can have three meals a day for their bodies, education and culture for their minds, and dignity, equality, and freedom for their spirits.”
(Nobel Peace Prize acceptance speech, Oslo, Norway, 1964) If we can develop these opportunities throughout the land we would agree that violence against every stage of human development will diminish.
As we approach the 50th anniversary of Martin Luther King Jr.’s assassination the legacy of racism once again confronts our society. A civil society that prides itself on liberty and justice, dignity for each person, and opportunity for all, must work together not only to provide law and order, but also the conditions that contribute to a law abiding society. The following words of MLK Jr. call all of us back to our senses, and provide a dignified path. “Let us not seek to satisfy our thirst for freedom by drinking from the cup of bitterness and hatred. We must forever conduct our struggle on the high plane of dignity and discipline. We must not allow our creative protest to degenerate into physical violence. Again and again, we must rise to the majestic heights of meeting physical force with soul force.”
In his visit to our nation in September Pope Francis encouraged us to take heart and hope in the goodness of our society, while at the same time he cast the light of truth onto areas that challenge us to overturn the injustices in our land. It’s always good to have prophets visit from foreign shores. With the image of the mighty Mississippi river before us, we commit our lives to the words of Amos, the prophet of Social Justice in the Old Testament. “Let justice surge like water, and goodness like an unfailing stream. (Amos 5,24).
Need help? Ask Mary
By Bishop Joseph Kopacz
As Advent approaches its half-way mark, Mary, the mother of Jesus of Nazareth, the woman of innumerable titles of honor and respect, is at center stage as we prepare the way for the Lord who is our way, truth, and life. Earlier this week we celebrated the great feast of the Immaculate Conception, Mary’s first moment of life in this world. Saturday, Dec. 12, is the feast of Our Lady of Guadalupe, and marks the second anniversary of my announcement as the 11th bishop of Jackson.
One of the symbols on my shield is the rose, representing the bouquet of roses that defined the appearance of Nuestra Senora de Guadalupe to Saint Juan Diego. It is also the symbol of life at all stages of development.
“Mary, the Most Powerful Woman in the World” are the words, with a compelling portrait of the Blessed Mother on the cover of the current issue of, you might not guess, National Geographic. The feature article is a timely piece during Advent of the Virgin Mother who has the devotion of countless millions throughout the world. There are more than a few remarkable facts sprinkled throughout the cover story of this singular woman. “Praying for the Virgin Mother’s intercession and being devoted to her is a global phenomenon.”
The notion of Mary as intercessor with Jesus begins with the miracle of the wine at the wedding at Cana, when, according to the Gospel of John, she tells him, “They have no wine,” thus prompting his first miracle. It was in AD 431, at the Third Ecumenical Council in Ephesus, that she was officially named Theotokos, Bearer of God. Since then no other woman has been as exalted as Mary. As a universal symbol of maternal love, as well as suffering and sacrifice, Mary is often the touchstone of our longing for meaning, a more accessible link to the supernatural than formal church teachings.
Her mantle offers both security and protection. Pope Francis, when once asked what Mary meant to him, answered, “She is my mama.”
In a world that is currently hemorrhaging because of the clash among adherents of Islamic, Jewish and Christian civilizations, we can find a bridge across these chasms in the person of Mary. Muslims as well as Christians consider her to be holy above all women, and her name “Maryam” appears more often in the Koran than “Mary” does in the Bible.
“Mary is calling us spiritually, and because of that, both Muslims and Christians love her and respect her,” says a Coptic priest in Egypt who welcomes Muslim and Christian women to his church who pray to Mary for special favors. Imagine if all of the bombs, bullets and power struggles could give way to the tender love of a mother who directs all people to the heart of God as revealed in her Son, the Savior of the world.
As a Jewish maiden, Mary also offers a path to the sacred. Some of the latest Mary scholarship focuses on her as a Jewish mother. One scholar notes that “Mary brings us to Jesus, who is the light of the world, just as Jewish mothers light the Shabbat candles. We see the relationship of Mary with us isn’t just any relationship, it’s sacred.”
The church has officially recognized only 67 of more than 2,000 professed apparitions of Mary throughout the world. At a few of those sites without official recognition the pilgrims continue to come. For example, more than one million of the devout make a pilgrimage to Medjugorje each year, and many with whom I have spoken over the years are strengthened by the journey. There are many venerated sites going back centuries.
The Black Madonna of Czestochowa, also known as Our Lady of Czestochowa, is a revered icon of the Virgin Mary housed at the Jasna Góra Monastery in Czestochowa, Poland. Several Pontiffs have recognized the venerated icon, beginning with Pope Clement XI who issued a Canonical Coronation to the image on 8 September 1717 via the Vatican Chapter. The tradition takes it back to the 14th century.
Apparitions better known to all of us in the West are at Lourdes and Mexico City, Fatima in Portugal and Knock in Ireland. More than 5 million per year travel to Lourdes seeking healing and peace. The tilma, or cloak, of the poor Indian man, now Saint Juan Diego still inspires millions who make pilgrimage to Mexico City each year to the Basilica of Our Lady of Guadalupe.
His encounter with the Virgin Mother has led to an outpouring of love and devotion toward her that has not waned four and one half centuries later. Our Lady of Guadalupe is now the Patroness of the Americas as declared by Pope Saint John Paul II. The sites of apparition go on and on, from Vietnam to Rwanda, from Haiti to Chile.
As we prepare for the coming of the Savior, the Word made flesh, Emmanuel, God with us, the figure of Mary looms large because her yes to God’s indescribable call still amazes us. She remains our Lord’s first and foremost disciple who was present throughout his life, in death, and at the birth of the Church at Pentecost.
She was busy then, and she remains busy through the ages. In the light of faith we can say that she is a prophetess, like the prophets of old, who speaks on behalf of the eternal God. Like the prophets, at times she speaks words of consolation; at other times, words of warning. In every instance her presence and words are those of a loving mother who never abandons, her children, standing at the foot of their crosses, and holding them in her arms at the end. These are powerful images that obviously continue to endure and inspire nearly 2000 years later.
Advent is a time to renew our love for the the Lord Jesus, born into our hearts through faith. May the Virgin Mary, Mother of the Church show us the way to her Son, the light of the world, this season and always.
¿Necesitas ayuda? Pídele a María
Por Obispo Joseph Kopacz
A medida que el Adviento continua, María, la madre de Jesús de Nazaret, mujer de innumerable títulos de honor y respeto, está en el centro del escenario mientras preparamos el camino del Señor que es nuestro camino, verdad y vida. A comienzos de esta semana celebramos la gran fiesta de la Inmaculada Concepción, el primer momento de María en la vida en este mundo. El sábado 12 de diciembre es el día de Nuestra Señora de Guadalupe y marca el segundo aniversario de mi anuncio como el 11avo obispo de Jackson. Uno de los símbolos de mi escudo es la rosa que representa el ramo de rosas que define la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego. También es el símbolo de la vida en todas sus fases de desarrollo.
“María, la mujer más poderosa del mundo” son las palabras que aparecen junto con un convincente retrato de la Santísima Madre en la portada de la edición actual de, usted no podría adivinar, National Geographic. El reportaje es oportuno durante el Adviento de la Virgen Madre que tiene la devoción de incontable millones en todo el mundo. Hay más de unos pocos hechos notables esparcidos en el reportaje de esta singular mujer.
“Orar por la intercesión de la Virgen Madre y ser devota de ella es un fenómeno mundial. La idea de María como intercesora con Jesús comienza con el milagro del vino en las bodas de Caná, cuando, según el Evangelio de San Juan, ella le dice, “No tienen vino”, lo que propiciaría su primer milagro.
Fue en el año 431 DC, en el Tercer Concilio Ecuménico en Efeso, que fue nombrada oficialmente Theotokos, portadora de Dios. Desde entonces, ninguna otra mujer ha sido tan exaltada como María. Como un símbolo universal del amor materno, así como de sufrimiento y sacrificio, María es a menudo la piedra angular de nuestro anhelo por significado, un vínculo más accesible a lo sobrenatural que a las enseñanzas formales de la iglesia. Su manto ofrece tanto seguridad como protección. Cuando en una oportunidad le preguntaron al Papa Francisco lo que María significaba para él, respondió: “Ella es mi mamá”.
En un mundo que está actualmente sangrando debido al enfrentamiento entre seguidores de las civilizaciones islámica, judía y cristiana, podemos encontrar un puente entre estas diferencias abismales en la persona de María. Tanto los musulmanes como los cristianos la consideran santa por encima de todas las mujeres y su nombre, “Maryam”, aparece más a menudo en el Corán que “María” en la Biblia.
“María nos está llamando espiritualmente, y debido a eso, tanto los musulmanes como los cristianos la aman y la respetan”, dice un sacerdote copta en Egipto que acoge a mujeres cristianas y musulmanas a su iglesia que le oran a María para obtener favores especiales. Imagínense si todas las bombas, balas y luchas de poder podrían dar paso a la ternura de una madre que dirige a todas las personas al corazón de Dios como está revelado en su Hijo, El Salvador del mundo.
Como una doncella Judía, María también ofrece un camino a lo sagrado. Algunos de las últimos estudios sobre María la centran a ella como una madre judía. Un historiador señala que “María nos lleva a Jesús, quien es la luz del mundo, tal como las madres judías encienden las velas de Shabat. Podemos ver que la relación de María con nosotros no es simplemente cualquier relación, es sagrada”.
La iglesia ha reconocido oficialmente sólo 67 de las más de 2,000 supuestas apariciones de María en todo el mundo. A algunos de esos sitios sin reconocimiento oficial los peregrinos siguen llegando. Por ejemplo, más de un millón de devotos hacen una peregrinación a Medjugorje cada año, y muchos con los que he hablado a lo largo de los años son fortalecidos por el viaje. Hay muchos sitios venerados que se remontan a siglos atrás.
La Madona Negra de Czestochowa, también conocida como Nuestra Señora de Czestochowa, es un venerado icono de la Virgen María alojado en el monasterio Jasna Góra en Czestochowa, Polonia. Varios pontífices han reconocido el venerado icono, comenzando con el Papa Clemente XI, que emitió una coronación canónica de la imagen el 8 de septiembre de 1717 a través del cabildo vaticano. La tradición se remota al siglo 14.
Las apariciones mejor conocidas por todos nosotros en occidente están en Lourdes y Ciudad de México, Fátima en Portugal y Knock en Irlanda. Más de cinco millones de personas por año viajan a Lourdes a buscar sanación y paz.
La tilma o manto del indio, ahora San Juan Diego, todavía inspira a millones de personas que cada año hacen la peregrinación a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Su encuentro con la Virgen Madre ha conducido a una efusión de amor y devoción hacia ella que no ha disminuido cuatro siglos y medio más tarde. Nuestra Señora de Guadalupe es ahora la patrona de las Américas, conforme a lo declarado por el Papa San Juan Pablo II. Los sitios de aparición continúan, desde Vietnam hasta Rwanda, desde Haití a Chile.
Mientras nos preparamos para la venida del Salvador, la Palabra hecha carne, el Emmanuel, el Dios con nosotros, la figura de María cobra importancia porque su sí a la indescriptible llamada de Dios todavía nos asombra. Ella sigue siendo el primer y principal discípulo del Señor que estuvo presente a lo largo de su vida, en la muerte y en el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés. Ella estaba ocupada entonces y sigue estando ocupada a través de los tiempos. A la luz de la fe podemos decir que ella es una profetisa, como los profetas de la antigüedad, que habla en nombre del Dios eterno. Como los profetas, a veces habla palabras de consuelo; en otras ocasiones, palabras de advertencia.
En cada caso su presencia y palabras son las de una madre amorosa que nunca abandona a sus hijos, situada al pie de sus cruces y sosteniéndolos en sus brazos al final. Estas son poderosas imágenes que, evidentemente, siguen perdurando e inspirando casi 2,000 años más tarde.
El Adviento es un tiempo para renovar nuestro amor por el Señor Jesús, nacido en nuestros corazones por la fe. Qué la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos muestre el camino a su Hijo, luz del mundo, esta temporada y siempre.