Historia de la iglesia llena de diáconos ejemplares

Por Obispo Joseph Kopacz
Esta es la homilia que ofreció el Obispo Joseph Kopacz durante la misa de ordenación de los diáconos.
La Diócesis de Jackson por primera vez en una generación celebró la ordenación al diaconado permanente de seis hombres, que con sus esposas, han estado en formación durante los últimos cinco años. Los diáconos: Jeff, Rich, Denzel, John, John y Ted ya han comenzado a servir en sus parroquias. El texto que sigue es una parte de la homilía proporcionada por la Iglesia durante la liturgia de la ordenación y a continuación, un resumen conciso de seis destacados diáconos en la tradición de la Iglesia que nos ofrecen una comprensión más profunda de esta antigua orden, ahora siempre nueva.
Queridos hermanos y hermanas: ya que estos nuestros hijos, que son sus parientes y amigos, van a ser avanzados a la orden de los diáconos, consideren cuidadosamente la naturaleza de la jerarquía de la iglesia a la que están a punto de ser elevados.
Fortalecidos por el don del Espíritu Santo ayudarán al obispo y a sus sacerdotes en el ministerio de la palabra, del altar y de la caridad, mostrándose ser siervos de todos. Como ministros del altar, proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio, y distribuirán el Cuerpo y la Sangre del Señor a los fieles.
Además, será su deber, bajo la dirección del obispo, exhortar a los creyentes y no creyentes e instruirlos en la sagrada doctrina. Ellos presidirán la oración pública, administrarán el bautismo, asistirán y bendecirán los matrimonios, llevarán el viático a los moribundos y presidirán los ritos funerarios.
Consagrados por la imposición de manos que llega hasta nosotros desde los Apóstoles y vinculados más estrechamente al servicio del altar, realizarán obras de caridad en nombre del obispo o del pastor. Con la ayuda de Dios realizarán todas estas funciones de manera tal que serán reconocidos como discípulos de aquel que no vino a ser servido sino a servir.
Ahora, queridos hijos, van a ser elevados al orden del diaconado. El Señor ha dado un ejemplo que así como él mismo lo ha hecho, ustedes también deberían hacerlo.
Como diáconos, es decir, como ministros de Jesucristo, que vino entre sus discípulos como uno que sirve, hagan la voluntad de Dios desde el corazón: sirvan a la gente con amor y alegría como lo harían al Señor. Puesto que nadie puede servir a dos amos, miren a la deshonra y la avaricia como sirviendo a dioses falsos.

Diáconos del Nuevo Testamento
De los siete originales, dos aparecen en el Nuevo Testamento: Esteban y Felipe que encontramos en los Hechos de los Apóstoles, no sirviendo en la mesa sino sirviendo en la Mesa de la Palabra. Esta realidad nos revela que san Lucas en los Hechos de los Apóstoles ve la diaconía como obra de evangelización, predicando y edificando la Iglesia.
Esteban:
Esteban fue un profeta, un hombre lleno de fe y también lleno de gracia y de poder. Su valiente predicación lo condujo a su martirio por lapidación, y como el Señor, encomendó su espíritu a Dios, pidiendo perdón por los que lo estaban matando, para que ellos pudieran encontrar paz como la había encontrado él en Cristo Jesús. San Esteban es el patrono de los diáconos y el protomártir.
Felipe:
Fue el primero en anunciar el Evangelio en Samaria, y dos de sus notables conversos fueron Simón el Mago y el etíope Eunuch cuyo Chariot corrió a lo largo del lateral, y después lo bautizó en un charco de agua. Como el Señor, Felipe predicó la Palabra, expulsó demonios, y se acercó a los marginados. Fue dirigido por el Espíritu Santo hacia la gente en necesidad y así siguió siendo diácono de diáconos a través de la predicación y el cuidado de los marginados.
Período Patrístico – San Lorenzo 200-258
Más de 200 años más tarde San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, quien también sufrió el martirio. Ningún otro santo, salvo en el caso de Pedro y Pablo, fue más honrado por el pueblo de Roma que San Lorenzo. San Ambrosio elogia a Lorenzo como un ejemplo a su clero que recuerda que el prefecto de Roma le pidió a Lorenzo revelar el paradero de los tesoros de la Iglesia, porque los diáconos eran confiados con recursos para atender a los pobres. Así que Lorenzo reunió a los pobres y a los enfermos y se los presentó al prefecto diciendo, “Estos son los tesoros de la Iglesia”. Esto le costó su cabeza, pero revela el corazón y la mente del ministerio del diácono como alguien que conoce bien a los pobres y los cuida. En su ministerio de caridad Lorenzo es un diácono de diáconos.
Efrén de Nisibi 306-373
Se convirtió en un Doctor de la Iglesia y escribió teología en forma de poesía en un dialecto del arameo. Efrén veía la teología no tanto como “la fe en busca de entendimiento” sino como “la fe adorando el misterio” ya que él estaba muy consciente de las limitaciones del entendimiento humano.
Un pedacito de la poesía de Efrén dice, “Si alguien busca tu oculta naturaleza, mirad, está en el cielo en el gran seno de la divinidad. Y si alguien busca tu cuerpo, mirad descansa y se asoma desde el pequeño seno de María”. Efrén le enseña a los diáconos modernos la importancia y la belleza de las palabras y las imágenes, especialmente en la homilía. En su ministerio de la Palabra, Efrén es un diácono de diáconos.

Edad Media –
Alcuin de York: 735-804
Colaboró estrechamente con el emperador Carlomagno para lograr una reforma integral en la Iglesia alrededor de los años 800 D.C. Fue un maestro por excelencia. Instruyó a sus alumnos en las escrituras, actualizando  la Vulgata en latín de san Jerónimo, en la literatura antigua, la lógica, la gramática y la astronomía. Y aún más interesante, estuvo a la vanguardia de la reforma litúrgica cuyo fervor se manifiesta en las siguientes palabras: “examinen a los sacerdotes (y obispos) en cuanto a su manera de bautizar y celebrar la Misa para ver que mantienen la verdadera fe, para averiguar si entienden las oraciones de la misa bien, si cantan los salmos devotamente, si ellos mismos entienden la oración del Señor y se la explican a todos para que todos puedan entender lo que le están pidiendo a Dios”.
Alcuin le enseña a los diáconos modernos la importancia y belleza de servir bien en la Liturgia, y como un verdadero administrador de los misterios de Dios, Alcuin es un diácono de diáconos.
San Francisco de Asís, 1181-1226
Fue ordenado diácono y permaneció así hasta el final de su vida. Era una persona sin educación formal de inteligencia media, pero un visionario que vio toda la creación llena de vida divina. Después de él miramos con ojos diferentes la naturaleza, los animales y a las personas.
Su amor por la creación de Dios y su compartir de aquel amor con personas que tienen ojos para ver y oídos para oír, revela la armonía de la iglesia en el mundo. La simpleza espiritual de Francisco por Cristo, su sentido de libertad interior, y su fervor evangélico y misionero (se cansó de convertir al sultán de Egipto durante la Quinta Cruzada) revelan el corazón de un diácono. Al recibir las estigmas, él nos inspira a abrazar la lucha, el sacrificio y el sufrimiento en el poder de la cruz y al hacerlo es un diácono de diáconos.
A través de su intercesión y la intercesión de todos los santos que Dios, que ha comenzado la buena obra en nuestros recién ordenados diáconos, lo lleve a cumplimiento en el día de Cristo Jesús.

Our mission to serve and educate: Bishop Kopacz addresses bill concerns

“The Diocese of Jackson supported and would continue to support a religious exemption on behalf of the mission of the Catholic Church with regard to education and social services. We would like to continue to provide these services while remaining faithful to the teachings of the Catholic Church. The diocese had no involvement in the other portions of the bill that addressed business and government operations. The church will continue to work to protect its First Amendment right to worship, to educate and to serve in the public domain while respecting the dignity of all citizens.”

I responded to the recent inquires and feedback with the above statement regarding diocesan support for religious freedom that was signed into law in Mississippi with HB 1523 (Letter to Legislators). This law is wide ranging and it affects not only First Amendment Rights for recognized religious denominations, but also supports individual citizens with respect to freedom of conscience. The controversy, as we know, surrounds the conflict between religious freedom and freedom of conscience vs. discrimination. Most notably, although not exclusively, this has focused upon same sex civil unions and the redefinition of marriage in the law of the United States. For me as the Bishop of Jackson it is important to address this matter of vital importance as follows.

Parish Life and Worship The unchanging teaching of the Catholic Church regarding marriage for nearly two thousand years has been the indissoluble and faithful union of one man and one woman in the covenant of marriage between two baptized Christians. This is one of our seven Sacraments. I first wrote about it last summer after the Supreme Court ruling. Read it here. This unchangeable teaching has been restated by Pope Francis in his just released Post Synod Apostolic Exhortation, Amoris Laetitia, (The Joy of Love). “Marriage is between a man and a woman, and homosexual unions cannot be placed on the same level as Christian marriage.” (AL250) That said, it is important that we all learn to imitate God’s unconditional love for everyone. Pope Francis wholeheartedly continues: “The Church makes her own the attitude of the Lord Jesus, who offers his boundless love to each person without exception.” (AL250) Furthermore, everyone is a son or daughter; everyone has a family history; everyone has bonds of love with family members; and everyone has friends in difficult and painful situations. “It is a matter of reaching out to everyone, or needing to help each person find his or her proper way of participating in the ecclesial community, and thus to experience being touched by an unmerited, unconditional, and gratuitous mercy.” AL297

Pope Francis is beloved by many because he is able to reaffirm the teachings of the Church with fidelity, compassion, and hope, a standard for the entire Church. Some want to frame the debate surrounding the Church’s teaching as discrimination and hostility toward homosexual persons. On the contrary, we are being faithful to our mission to “speak the truth in love” and to live with the heart and mind of our risen Lord who came that all might be reconciled to God.

The Mission to Educate At the end of Saint Matthew’s Gospel, in the great mandatum directed to his apostles, Jesus said: “Go and baptize all the nations, teaching them everything I have commanded you, and know that I am with you until the end of the age.” The Church has been faithful to this mission for nearly two thousand years in a myriad of ways: most notably in the family, in parish communities, and in formal education. The Catholic Diocese of Jackson has been part of this mission to educate since its inception in 1837 in all manners of teaching, including in our Catholic School system begun in 1847. I provided a broader overview of our proud legacy of education in the State in my letter to the State Legislature. You can read the letter here. All teachers who formally represent the Catholic Church in our schools or parishes must teach what the Church believes, and must live in a manner that is in harmony with Church teaching. With respect to marriage in our mission to teach a Catholic must be married in the Church. If a Catholic is living with another – even if the couple is a man and woman – without benefit of marriage, or married civilly without benefit of a Church marriage, then they would not be hired, or their employment would be terminated. Same sex civil unions are seen in this light and the standards that underlie our Catholic ethos would apply. This is not a matter of discrimination but of being faithful to the mission and Gospel teachings entrusted to the Church by the Lord Jesus. My letter to the Legislature concerns the right of the Church to hire and commission educators without animus or prejudice to our tradition of faith. Lastly, it is essential to point out that the Catholic Church in Mississippi has educated all who have come through our doors, beginning with the children of slaves in the 1840s. Non Catholics comprise a significant percentage of those who occupy the seats in our school system, both as students and teachers, and diversity has been our hallmark since desegregation.

The Mission to Serve In the same letter to the State Legislators I made an appeal to the First Amendment Right to serve with regard to Catholic Charities which has been at the forefront of outreach to vulnerable populations in Mississippi since the mid 1960s. Currently there are 23 programs or ministries that serve homeless veterans, victims of domestic violence and rape, legal immigrants, unaccompanied refugee minors, and children in the state foster care system, to name a few. We serve all who are in need or in crisis situations with expertise, compassion, confidentiality, and respect. The dignity of each person is upheld, and no one is turned away. The two areas of concern of which I wrote surrounded adoption and foster care, asking the legislators to uphold our desire to serve while remaining faithful to our tradition of marriage in the placement of children. Throughout the country these programs have been addressed differently by state. At this time an accommodation for religious organizations is not needed in Mississippi with HB1523. (Should this law be repealed, we would again request these specific exemptions.) Although we are receiving public funds to carry out these programs, I still believe that it would be beneficial to our State for all sectarian and non-sectarian organizations to work together to serve vulnerable children. If a sectarian organization, like the Catholic Church, can only go so far because of their beliefs, other organizations can then address this gap in service. I believe that legislators can apply First Amendment common sense to support the service of the Church in society when by far and away it is a legacy of service for the common good.

In conclusion, I hope that it is clear that the Catholic Church in Mississippi is committed to building up the quality of life for all Mississippians, treating all with dignity and respect while remaining faithful to our tradition of faith, education, and service. Our role in supporting this bill was limited to the specific issues outlined above. This is invoked with malice toward none. Likewise, there is certainly a place for freedom of conscience in the public domain, an inviolable attribute of human dignity, but it should never be employed to discriminate against any person, a direct assault against human dignity.

 

Holy Week invites us to embrace mercy

By Bishop Joseph Kopacz
(Editor’s note: This week’s column is the homily Bishop Kopacz delivered at the Mass of Chrism on Tuesday of Holy Week.)
At the outset of this Extraordinary Jubilee of Mercy we have observed the ancient tradition of the opening of the Holy Door and have entered upon a pilgrimage with the Church throughout the world into the heart of God’s mercy that we, in turn, may become merciful like the Father.  This is the abundant life promised by the Lord, announced by the prophets, Isaiah this evening, realized in His death and resurrection, celebrated passionately during these holy days, and intended to be lived every-day.
From Rome anticipating the Jubilee of Mercy Pope Francis offered these words. “With these sentiments of gratitude for everything the church has received, and with a sense of responsibility for the task that lies ahead, we shall cross the threshold of the Holy Door fully confident that the strength of the Risen Lord, who constantly supports us on our pilgrim way, will sustain us.”
At the center of the Jubilee Prayer of Mercy are the words spoken to the Samaritan woman at the well in John’s Gospel. “If you only knew the gift of God!” What a powerful and life changing encounter that was between her and the Lord, and our gathering today at the Mass of Chrism proclaims that Jesus Christ encounters us in many ways through God’s life giving mercy.
At one of the 17 listening sessions that were held throughout the diocese, at which more than a thousand people participated, one person fervently spoke out that we need to do a better job living and teaching the wonder and awe of our Catholic faith, the gift of God handed down for nearly 2,000 years. Perhaps another way of saying that if we only knew the gift of God handed on to us.
The Mass of Chrism is an inspiring Eucharist that brings us together as faithful disciples of the Lord from across the diocese to celebrate the gift of God in manifold ways  In particular, we who are priests, gather to renew our life in Jesus Christ, the High Priest in a way that celebrates our communion with one another that flows from the Blessed Trinity, and our unity through faith and baptism with all of God’s people who have a share in the priesthood of Jesus Christ through faith and baptism as proclaimed earlier from the Book of Revelations.
We are so grateful for your prayers, good will, and collaboration with us throughout the year, and through the years. For many of us who were able to be here in the cathedral for Bishop Houck’s funeral liturgies, and for all of us who were here in spirit, we had a prelude to the Mass of Chrism in the celebration of his life as a priest and bishop, and the priesthood of the faithful throughout the Diocese of Jackson. He was with us 37 years as a bishop, auxiliary, ordinary and emeritus. What a gift!
At the listening sessions around the diocese, the gift of the priesthood through the cultivation of vocations, was a dominant theme. This consensus from the people of God revealed their love for the priesthood, and a desire to participate in the Eucharist on the Lord’s Day, as the cornerstone and the source and summit of our faith, our prayer, our service and our unity.
Many people throughout our diocese know the gift of God given to the church in the life-giving death and resurrection of the Lord, and many expressed their gratitude to be able to participate in the Mass on a daily or a regular basis.
Moreover, out of a deep hunger and thirst for knowledge of God through the Mass, people often expressed their desire that they want the Word of God proclaimed with zeal, and followed by homilies that inspire and guide their daily lives. The Eucharist, the gift of God, a fountain of life flowing from Word and sacrament.  As priests, this is our privilege and responsibility.
Uniquely, at this Mass of Chrism, the presence of the holy oils is a transcendent sign of the gift of God. Today they are blessed through the invocation of the Holy Spirit. As we know, the oils of catechumens, chrism, and the sick will be used in Baptism, Confirmation, Anointing of the Sick, Ordination to Priesthood, and for the Consecration of new altars and churches. In each and every celebration of the sacraments we pass through the holy door of God’s mercy to encounter the crucified and risen Lord, to be forgiven and to be strengthened to live as his Body in this world.
During my recent pastoral visit to Saltillo Bishop Raul, Don Raul, and I celebrated the consecration of the newly constructed church, Divina Misericordia, built upon the largesse of the people from the Dioceses of Jackson and Biloxi. As I was incensing and anointing the walls of the Church, Don Raul, was consecrating the altar lavishly with chrism. The scent and sight of the altar’s bathing in the oil of Chrism is permanently impressed in my memory. I thought that the altar might flow right out of the sanctuary.
The Mass went nearly three hours, and Don Raul spoke for nearly 50 minutes. I am confident that we can come in under those parameters today. Regardless, we know that, our sacramental life in the church, the gift of God, is the door to the sacred, and the call to faithfully serve the Lord as the Way, the Truth, and the Life.
Pope Francis wrote in his Bull of Indiction: “Mercy is the very foundation of the church’s life. All of her pastoral activity should be caught up in the tenderness she makes present to believers; nothing in her preaching and in her witness to the world can be lacking in mercy. The church’s very credibility is seen in how she shows merciful and compassionate love. The church “has an endless desire to show mercy” With a different set of symbols, words and gestures, the sacrament of reconciliation remains the most personal path to mercy for all of us.
“I will never tire of insisting that confessors be authentic signs of the Father’s mercy. We do not become good confessors automatically. We become good confessors when, above all, we allow ourselves to be penitents in search of his mercy. Let us never forget that to be confessors means to participate in the very mission of Jesus to be a concrete sign of the constancy of divine love that pardons and saves.
We, as priests, have received the gift of the Holy Spirit for the forgiveness of sins, and we are responsible for this. None of us wields power over this sacrament; rather, we are faithful servants of God’s mercy through it.” It’s not a matter of water and oil, bread and wine, but words of contrition, words of compassion and mercy, gestures of repentance and blessing, coming from the face of God’s mercy, Jesus Christ.
On this day then and every-day, may we as priests know the mercy of God in our lives and in our encounter with the Lord, the Gift of God we have received in our priesthood.
At the Mass of the Lord’s Supper as preserved in John’s Gospel, the institution of the priesthood, we have the Mandatum of the Lord to be a people of the towel and the water, as he has done, so we must do. The gift of God’s mercy which we receive and celebrate in each Eucharist is to be given as a gift in manifold ways in our daily lives.
Worship and service can never be separated. We heard that his evening at the outset of the Lord’s public ministry in Luke’s Gospel when the Lord announced a Year of Favor, a time to set captives free, to give sight to the blind, and release to those in dungeons of unspeakable injustice.
The Lord is discovered at the altar, and likewise in the corporal and spiritual works of mercy, in the quest for greater justice and peace, and in bearing the weaknesses and struggles of our brothers and sisters. Pope Francis is teaching us that “mercy is the force that reawakens us to new life, and instills in us the courage to look to the future with hope.” The oils of gladness are intended to flow into the lives of all people.
I believe that together this evening at this Mass of Chrism, we know the gift of God, we do recognize and know our saving Lord, and with full and active participation, we are celebrating our identity as His Body, the church. We are co-workers in the mission called to announce the gospel to all the nations, and to work in the Church for the salvation of all.
With this sacramental vision of life, we are truly Catholic, because we recognize that our faith in Jesus Christ, crucified and risen, is a Holy Door to the sacred, the way to restore a fallen world, so that every year is a Year of Favor from the Lord.
With this sacramental vision before us, I invite my fellow priests to stand for the renewal of their vocation as ordained ministers in the Church.

Holy Week, Easter more personal this year

By Bishop Joseph Kopacz
The Passion of Jesus of Nazareth, son of Mary, and son of God, culminates in the resurrection of Jesus Christ on Easter morning. Easter faith is always deeply personal as well as a celebration of Church and family with the renewal of our vows of Baptism, a combination of the renunciation of sin and the profession of faith in the living God whom we know as Father, Son, and Holy Spirit.
We have been preparing to celebrate the Passover of the Lord by works of prayer, fasting, and almsgiving throughout Lent, and now we reach the edge of the desert and gaze longingly into the promised land of eternal love. We stand on the cusp of Holy Week with the Commemoration of the Lord’s passion on Palm Sunday Weekend. The liturgy and Gospel readings end in the death of the Lord while inviting faith in his resurrection.
The Mass of the Lord’s Supper, the Good Friday immersion into his death, and the Easter Vigil are a pilgrimage of faith for the entire Church throughout the world that we might know the length and breath, height and depth of God’s love for us in Jesus Christ.
Holy Week and Easter faith are even more personal this year for the Diocese of Jackson because of the death of Bishop William R. Houck, the ninth Bishop of the Diocese of Jackson. Our beloved Bishop Emeritus died on Wednesday morning, March 9, and was buried on Thursday, March 17 adjacent to the cathedral in the bishop’s plot.
Throughout this past week we lovingly celebrated his passing with the Liturgy of Acceptance of his body in the Cathedral on Tuesday, the Vigil Rites on Wednesday evening, and the Mass of Christian Burial on Thursday afternoon. Many people availed themselves of the opportunity to pay their final respects as he lay near the sanctuary where he celebrated the sacred mysteries since his arrival in the Diocese of Jackson in 1979. Bishop Houck would have been 90 years old in June, 65 years a priest, and 37 years a bishop.
There were three chapters to his episcopal ministry in our midst. He served as auxiliary bishop to Bishop Joseph Brunini for several years (1979-1983) before serving as the ninth Ordinary of the Diocese from 1983 to 2002, and lastly as Bishop Emeritus from 2002 until his recent death. The Lord blessed him with many active years of ordained ministry, more than half as a bishop, and has blessed many through his life as one ordained and consecrated, and set apart to faithfully serve.
In death a disciple of the Lord is entrusted to God from the heart of the church whether he or she be a newly baptized or one who lives nearly 90 years. Equal dignity is accorded all, and the Word of God, the prayers throughout the Liturgy, and the Eucharist, the Bread of Angels and the Bread of Life, all proclaim our hope in the resurrection of Jesus Christ from the dead and the promise of eternal life. Our prayer always and everywhere also seeks consolation, strength, and peace for the family and friends who are grieving the loss of a loved one.
Immediately at the outset of the Mass of Christian Burial we proclaim our Easter faith. “In the waters of Baptism, William died with Christ and rose with Him. May he now share eternal glory.” This is our hope, and this is the heart of our faith that we commemorate during Holy Week ahead.
At this time let us pray faithfully for Bishop William Houck trusting in the mercy of God in his life, and let us pray for his family who are grieving his passing. Moreover, let us not waste the opportunity of his passing at the beginning of Holy Week to renew our own faith, hope, and love in Jesus Christ, crucified and risen from the dead. The renewal of our Baptismal promises await us during the Easter Masses and I conclude this column with dialogue between priest and people for the renewal of our Covenant in God begun at our Baptism.
•    Do you renounce sin so as to live in the freedom of God’s children?
•    Do you renounce the lure of evil, so that sin may have no mastery over you?
•    Do you renounce Satan, the author and prince of sin?
•    Do you believe in God, the Father Almighty, Creator of heaven and earth?
•    Do you believe in Jesus Christ, his only Son, our Lord, who was born of the Virgin Mary, suffered death and was buried, rose again from the dead and is seated at the right hand of the Father?
•    Do you believe in the Holy Spirit, the holy Catholic Church, the communion of saints, the forgiveness of sins, the resurrection of the body, and life everlasting?
This is our faith. This is the faith of the Church. We are proud to profess it in Christ Jesus, our Lord.

Practicando el arte cuaresmal de escuchar

By Bishop Joseph Kopacz
La diócesis acaba de finalizar las sesiones de escucha, 17 en total, un proceso que le brindó a muchos la oportunidad de reunirse, reflexionar, debatir y compartir su gratitud, aspiraciones, preocupaciones específicas y metas a seguir. Para mí fue una bendición participar en forma de apoyo, aunque moderada, lo que le permitió a cada uno la oportunidad de hablar y escucharse mutuamente. En las sesiones los participantes escucharon su propio corazón y mente, seguido de una discusión con los integrantes de la mesa.
El último paso del proceso será el compartir con un grupo más grande, de unos 50 a 150, dependiendo del lugar donde se realicen las sessiones. Los comentarios fueron sinceros, respetuosos y llenos de esperanza para la vida de la diócesis, el Cuerpo de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el ritmo diario y los patrones de nuestras vidas hay un sinfín de oportunidades para tener una sesión de escucha. Conversaciones con miembros de la familia, las inspiraciones de nuestros propios corazones, nuestras conversaciones con Dios en la oración, el escuchar los sonidos de la naturaleza con la llegada de la primavera, más evidente en las primeras horas de la mañana con los sonidos de las aves. Si sólo tuviéramos ojos para ver, y oídos para oír, como Jesús animó a sus discípulos. Todos hemos oído el viejo adagio que dice que Dios nos creó con dos oídos y una boca para que podamos escuchar dos veces más de lo que hablamos. Esto no es fácil de lograr cuando estamos en un modo de hablar compulsivo.
Podemos aplicar esto a la oración, nuestras conversaciones con Dios, recordando las obras de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la Montaña en el evangelio de san Mateo. Al orar, no repitas palabras inútiles como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto mas hablen mas caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo piden. Ustedes deben orar así: Nuestro Padre . . . (Mateo 6:7-9).
La oración del Señor es tan substancial, tan sucinta, y las palabras son las de Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Hablar y escuchar tranquilamente con el fin de discernir y actuar con mayor confianza son los distintivos de nuestra conversación con Dios. Recuerda, Dios nos dio dos oídos para escuchar sus palabras y ponerlas en práctica.
Esto también se aplica para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, durante el tiempo de Cuaresma. Cada vez que se proclame la Palabra de Dios durante la misa en el día del Señor se pretende que sea una sesión de escucha. Los evangelios durante esta temporada de nueva vida están llenos con las palabras, la sabiduría y la compasión de Cristo Jesús. En el hostil encuentro entre Jesús y el diablo en el primer domingo de Cuaresma escuchamos: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y, deberás rendir culto al Señor, tu Dios, y, a él solo servirás, y no deberás poner al Señor tu Dios a prueba.
Nuestra oración y ayuno durante estos 40 días nos invitan a agudizar nuestra conciencia acerca de los ídolos inútiles de esta vida cuando se comparan con el inestimable valor de la misericordia de Dios en Jesucristo.
En el segundo domingo de Cuaresma  proclamamos  el momento místico en el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan con Moisés y Elías, atrapados en la visión. La ley y los profetas, los pilares del camino de la salvación de Israel, ahora se cumplen en Jesús.
¿Y que es lo más importante de todo esto? Las palabras estampadas en la memoria de Pedro, Santiago y Juan fueron dadas a la Iglesia para todos los tiempos. Este es mi Hijo amado, escúchenlo. (Lucas 9:35).
Qué sesión de escucha fue esa para los tres apóstoles que tuvieron el privilegio de vislumbrar el misterio del plan de Dios para la salvación del mundo. En su segunda carta en el Nuevo Testamento, Pedro habla de la gracia de estar atentos, de escuchar lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. “Nosotros mismos escuchamos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con él en el monte sagrado. Además, poseemos el mensaje profético que es totalmente fiable. Ustedes hará bien en estar atentos a el, pues ese mensaje es como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el  corazón,” (2 Pedro 1:18-19).
Escuchar la Palabra de Dios, estar atento a ella, y ponerla en práctica es el alba de la nueva vida cotidiana. Durante este jubileo de misericordia recordamos que las misericordias del Señor nunca se agotan, que se renuevan cada día.
El evangelio del domingo pasado nos asegura que el amor del Señor por nosotros es eterno, trabajando en el terreno de nuestras vidas, insistiendo en que nos arrepentamos y creamos en el evangelio para que su amor misericordioso renueve la faz de la tierra.
Como individuos, familias, comunidades parroquiales y diócesis, que el Señor abra nuestros oídos para oír sus palabras, y nuestra boca para proclamar sus alabanzas, y nuestra voluntad para ponerlas en práctica.

La Pascua, un poco más personal este año

Por Obispo Joseph Kopacz
La pasión de Jesús de Nazareno, hijo de María, e hijo de Dios, culmina en la resurrección de Jesucristo en la mañana de Pascua. La fe pascual es siempre profundamente personal, así como una celebración de la Iglesia y la familia con la renovación de nuestros votos bautismales, una combinación de la renuncia al pecado y la profesión de fe en el Dios vivo, a quien conocemos como Padre, Hijo y Espíritu Santo. A lo largo de la Cuaresma nos hemos estado preparando para celebrar la Pascua del Señor a través de la oración, el ayuno y la limosna, y ahora llegamos al borde del desierto y miramos con anhelo hacia la tierra prometida del amor eterno.
Estamos en la cúspide de la Semana Santa con la conmemoración de la pasión del Señor el fin de semana del Domingo de Ramos. Las lecturas de la liturgia y el Evangelio terminan en la muerte del Señor mientras nos invitan a tener fe en su resurrección. La Misa de la Cena del Señor, la inmersión en su muerte el Viernes Santo y la Vigilia Pascual son una peregrinación de fe para toda la Iglesia en todo el mundo para que conozcamos la longitud y respiración, la altura y la profundidad del amor de Dios por nosotros en Cristo Jesús.
La fe en la Semana Santa y la Pascua es aún más personal este año en la Diócesis de Jackson a causa de la muerte de Monseñor William  Houck, el noveno obispo de la diócesis. Nuestro querido obispo emérito murió en la mañana del miércoles 9 de marzo y fue enterrado el jueves 17 de marzo en la parcela de obispos al lado de la catedral.
Durante esta semana pasada celebramos con cariño su fallecimiento con la Liturgia de Aceptación de su cuerpo en la Catedral el martes, los ritos de la Vigilia el miércoles en la noche y la Misa de Cristiana Sepultura el jueves por la tarde. Muchas personas aprovecharon la oportunidad para presentar sus respetos mientras su cuerpo yacía cerca del santuario donde celebraba los sagrados misterios desde su llegada a la diócesis en 1979.
El Obispo Houck iba a cumplir 90 años en junio. Dedicó 65 años de su vida al sacerdocio, 37 de ellos como obispo. Hubo tres capítulos en su ministerio episcopal en nuestro medio. Se desempeñó como obispo auxiliar de Monseñor Joseph Brunini durante varios años (1979-1983), antes de servir como el noveno ordinario de la diócesis de 1983 al 2002 y, por último, como obispo emérito desde el 2002 hasta su reciente fallecimiento. El Señor lo bendijo con muchos años activos en su ministerio, más de la mitad como obispo, y ha bendecido a muchas personas a través de su vida como ordenado y consagrado para servir fielmente.
En la muerte un discípulo del Señor es confiado a Dios desde el corazón de la Iglesia, sea él o ella un recién bautizado o uno que vive cerca de 90 años. Igual dignidad es concedida a todos y la Palabra de Dios, la oración a lo largo de la liturgia y la Eucaristía, el Pan de los Ángeles y el Pan de la Vida, todos proclaman nuestra esperanza en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos y la promesa de la vida eterna.
Nuestra oración siempre y en todas partes también busca consuelo, fortaleza y paz para la familia y los amigos que lloran la pérdida de un ser querido. Inmediatamente al comienzo de la Misa de Cristiana Sepultura proclamamos nuestra fe pascual. “En las aguas del Bautismo, William murió con Cristo y subió con él. Que ahora comparta la gloria eterna”. Esta es nuestra esperanza, y este es el corazón de nuestra fe que celebramos durante la Semana Santa que se acerca.
En este momento oremos fielmente por el Obispo William Houck confiando su vida en la misericordia de Dios, y oremos por su familia que sufren por su fallecimiento. Además, no perdamos la oportunidad de su muerte al comienzo de la Semana Santa para renovar nuestra fe, esperanza y amor en Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos.
La renovación de nuestras promesas bautismales nos esperan durante las Misas de Pascua. Concluyo esta columna con el diálogo entre el sacerdote y el pueblo para la renovación de nuestro pacto con Dios, iniciado en el bautismo.
• ¿Renuncian al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?
• ¿Renuncian a la tentación del mal, para que ese pecado no tenga dominio sobre ustedes?
• ¿Renuncian a Satanás, el autor y príncipe del pecado?
• ¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?
• ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de la Virgen María, padeció y fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la diestra del Padre?
• ¿Creen en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna?
Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Nos gloriamos de profesarla en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Practicando el arte cuaresmal de escuchar

By Bishop Joseph Kopacz
La diócesis está finalizando las sesiones de escucha, 17 en total, un proceso que le está brindando a muchos la oportunidad de reunirse, reflexionar, debatir y compartir su gratitud, aspiraciones, preocupaciones específicas y metas a seguir. Para mí ha sido una bendición participar en forma de apoyo, aunque moderada, lo que le ha permitido a cada uno la oportunidad de hablar y escuchar al otro. En las sesiones los participantes están escuchando su propio corazón y mente, seguido de una discusión con los integrantes de la mesa.
El último paso del proceso es compartir con un grupo más grande, de unos 50 a 150, dependiendo del lugar. Los comentarios han sido sinceros, respetuosos y llenos de esperanza para la vida de la diócesis, el Cuerpo de Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, para la gloria de Dios.
Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el ritmo diario y los patrones de nuestras vidas hay un sinfín de oportunidades para tener una sesión de escucha. Conversaciones con miembros de la familia, las inspiraciones de nuestros propios corazones, nuestras conversaciones con Dios en la oración, el escuchar los sonidos de la naturaleza con la llegada de la primavera, más evidente en las primeras horas de la mañana con los sonidos de las aves. Si sólo tuviéramos ojos para ver, y oídos para oír, como Jesús animó a sus discípulos. Todos hemos oído el viejo adagio que dice que Dios nos creó con dos oídos y una boca para que podamos escuchar dos veces más de lo que hablmos. Esto no es fácil de lograr cuando estamos en un modo de hablar compulsivo.
Podemos aplicar esto a la oración, nuestras conversaciones con Dios, recordando las obras de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la montaña en el evangelio de san Mateo. Al orar, no repitas palabras inútiles como hacen los paganos, que se imaginan que cuanto mas hablen mas caso les hará Dios. No sean como ellos, porque su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo piden. Ustedes deben orar así: Nuestro Padre . . . (Mateo 6:7-9).
La oración del Señor es tan substancial, tan sucinta, y las palabras son las de Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Hablar y escuchar tranquilamente con el fin de discernir y actuar con mayor confianza son los distintivos de nuestra conversación con Dios. Recuerda, Dios nos dio dos oídos para escuchar sus palabras y ponerlas en práctica.
Esto también se aplica para la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, durante el tiempo de Cuaresma. Cada vez que se proclame la Palabra de Dios durante la misa en el día del Señor se pretende que sea una sesión de escucha. Los evangelios durante esta temporada de nueva vida están repletos con las palabras, la sabiduría y la compasión de Cristo Jesús. En el hostil encuentro entre Jesús y el diablo en el primer domingo de Cuaresma escuchamos: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y, deberás rendir culto al Señor, tu Dios, y, a él solo servirás, y no deberás poner al Señor tu Dios a prueba.
Nuestra oración y ayuno durante estos 40 días nos invitan a agudizar nuestra conciencia acerca de los ídolos inútiles de esta vida cuando se comparan con el inestimable valor de la misericordia de Dios en Jesucristo.
En el segundo domingo de Cuaresma  proclamamos  el momento místico en el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró delante de los ojos de Pedro, Jacobo y Juan con Moisés y Elías, atrapados en la visión. La ley y los profetas, los pilares del camino de la salvación de Israel, ahora se cumplen en Jesús.
¿Y lo que es más importante de todo esto? Las palabras estampadas en la memoria de Pedro, Santiago y Juan fueron dados a la Iglesia para todos los tiempos. Este es mi Hijo amado, escúchenlo. (Lucas 9:35).
Qué sesión de escucha fue esa para los tres apóstoles que tuvieron el privilegio de vislumbrar el misterio del plan de Dios para la salvación del mundo. En su segunda carta en el Nuevo Testamento, Pedro habla de la gracia de estar atentos, de escuchar lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Nosotros mismos escuchamos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con él en el monte sagrado. Además, poseemos el mensaje profético que es totalmente fiable. Ustedes hará bien en estar atentos a el, pues ese mensaje es como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el  corazón,” (2Pedro 1:18-19).
Escuchar la Palabra de Dios, estar atento a ella, y ponerla en práctica es el alba de la nueva vida cotidiana. Durante este jubileo de misericordia recordamos que las misericordias del Señor nunca se agotan, que se renuevan cada día.
El evangelio del domingo pasado nos asegura que el amor del Señor por nosotros es eterno, trabajando en el terreno de nuestras vidas, insistiendo en que nos arrepentamos y creamos en el evangelio para que su amor misericordioso renueve la faz de la tierra.
Como individuos, familias, comunidades parroquiales y diócesis, que el Señor abra nuestros oídos para oír sus palabras, y nuestra boca para proclamar sus alabanzas, y nuestra voluntad para ponerlas en práctica.

Practicing Lenten art of listening

By Bishop Joseph Kopacz
The diocese is in the homestretch of the listening sessions, 17 in all, a process that is providing the opportunity for many to gather, reflect, discuss and share their gratitude, aspirations and specific concerns and goals going forward.  For me it has been a blessing to participate in a supportive, yet subdued manner, that allows everyone the opportunity to speak, and to listen to one another.  Listening is occurring across the sessions as each participants listens to their own heart and mind, followed by discussion at table. The final step in the process is the sharing with the larger group, anywhere from 50 to 150, depending on the location. The input has been candid, respectful and hopeful for the life of the diocese, the Body of Christ, under the guidance of the Holy Spirit, for the glory of God.
When we pause to reflect upon the daily rhythm and patterns of our lives there are boundless opportunities to have a listening session. Conversations with family members, the promptings of our own hearts, conversations with God in prayer, listening to the sounds of nature with Spring’s arrival, most evident in the early morning sounds of the birds.
If only we have eyes to see, and ears to hear, as Jesus encouraged his disciples. We have all heard the old adage that God created us with two ears and one mouth in order that we might do twice as much listening as speaking. This is not easy to accomplish when we are in a compulsive talking mode.
We can apply this to prayer, our conversations with God, by recalling the works of Jesus to his disciples during the Sermon on the Mount in Matthew’s Gospel.  “When praying, do not babble like the pagans, who think they will be heard because of their many words. Do not be like them. Your Father knows what you need before you ask him. This is how you are to pray: Our Father …”(Matthew 6,7-9). The Lord’s prayer is so substantial, yet so succinct, and the words are those of Jesus who is the way, the truth and the life. Speaking and quiet listening in order to discern and to act with greater confidence, are the hallmarks of our conversations with God. Remember, God gave us two ears for the sake of hearing his words and putting them into practice.
This is also true for the Church, the Body of Christ, during the season of Lent. It is intended to be a listening session each time the Word of God is proclaimed at Mass on the Lord’s day, and the gospels throughout this season of new life are replete with the words, wisdom and compassion of Jesus Christ. In the hostile encounter between Jesus and the devil on the first Sunday of Lent we hear: Man does not live by bread alone, but by every word that comes from the mouth of God, And, you shall worship the Lord, your God, and him alone shall you serve, And, You shall not put the Lord your God to the test. Our prayer and fasting during these forty days beckon us to sharpen our awareness about the useless idols of this life when compared to the inestimable worth of the mercy of God in Jesus Christ.
On the second Sunday in Lent we proclaimed the mystical moment on Mount Tabor where Jesus was transfigured before the eyes of Peter, James and John with Moses and Elijah caught up in the vision. The law and the prophets, the pillars of the Israel’s journey of salvation, are now fulfilled in Jesus. And what is most important about all of this? The words emblazoned in the memories of Peter, James, and John are given to the Church for all time. “This is my beloved Son, listen to Him” (Luke 9,35). What a listening session that was for the three apostles who were privileged to glimpse the mystery of God’s plan for the salvation of the world. In his second letter later on in the New Testament, Peter speaks of the grace to be attentive, to listen to what God is doing in our lives. We ourselves heard his voice come from heaven while we were with him on the holy mountain. Moreover, we possess the prophetic message which is altogether reliable. “You will do well to be attentive to it, as to a lamp shining in a dark place, until day dawns and the morning star rises in our hearts” (2Peter 1, 18-19).
Hearing God’s Word, being attentive to it, and putting it into practice is the dawn of new life every day.  During this Jubilee Year of Mercy we recall that the mercies of the Lord are never exhausted, they are renewed each day. Last Sunday’s gospel assures us that the Lord’s love for us is eternal, at work in the soil of our lives, insisting that we repent and believe in the Gospel so that his merciful love will renew the face of the earth. As individuals, families, parish communities, and diocese, may the Lord open our ears to hear his words, and our mouths to proclaim his praises, and our wills to put them into practice.

La peregrinación como un camino de conversión

Por Bishop Joseph Kopacz
La peregrinación es una dimensión esencial a través de todo el Jubileo de la Misericordia. Nuestra Catedral de San Pedro Apóstol, junto con un grupo de iglesias en todo el territorio de la Diócesis de Jackson, son una constante invitación a los fieles a hacer una peregrinación al corazón de la misericordia de Dios.
¿Qué es tan especial acerca de una peregrinación? No sorprendentemente, la peregrinación ha existido en todos los tiempos y en la mayoría de las religiones y culturas en todas partes. El pueblo de Israel viajó al templo en Jerusalén. Los musulmanes hacen peregrinaciones a La Meca. Los hindúes viajan al Río Ganges, entre otros lugares sagrados. Los budistas viajan de un lugar a otro para recibir la misericordia del Gautama Buda.
La peregrinación es un símbolo importante para los cristianos. Como un miembro del pueblo de Dios, el cristiano está en la carretera. La peregrinación es el símbolo del camino del pueblo de Dios a lo largo de los siglos, y el modo de vida cristiano puede compararse a una peregrinación. Por lo tanto, uno puede hablar de los cristianos como estar en peregrinación.
La Iglesia Católica siempre ha honrado el viaje del peregrino. Un famoso símbolo de peregrinación es el laberinto de Chartres, en Francia, cuya catedral fue construida alrededor de 1230. La Edad Media fue una época de peregrinación, pero ya que no fue posible establecer fuera de Jerusalén, ellos en lugar fueron a catedrales como Chartres, donde podían hacer el camino espiritual siguiendo la ruta del peregrino en el laberinto.
Pueden haber muchas razones para realizar una peregrinación: para fortalecer la fe, para orar, para hacer penitencia, para pedir por el perdón del pecado, para rogar por un favor, para pedir por la sanación física o mental, o para pensar sobre las grandes cuestiones de la vida. Incluso si existen tales razones personales el peregrino siempre se une a las generaciones anteriores de peregrinos y de esta manera dan un paso hacia la tradición con una gran nube de testigos de las generaciones pasadas.

Peregrinación significa cambiar de mentalidad, el resultado de las experiencias en el camino. El peregrino es como un extraño que está viajando en una tierra extranjera. A lo largo del camino, la purificación pueden ocurrir; algo puede suceder y el cambio ocurre en las profundidades del corazón.
En la ruta, el peregrino se enfrenta a él o a ella misma. La peregrinación se convierte en el camino al arrepentimiento, a una revisión de la vida. San Agustín alentó a sus compañeros cristianos a desarrollar una teología de la peregrinación del corazón. “La verdadera peregrinación no se hace con los pies sino con el corazón, no con pasos corporales, sino con pasos del corazón. Según Agustín, el equipaje para este viaje es la humildad y el amor.”
A pesar de que la mayoría de nosotros no caminarán una gran distancia en peregrinación a las iglesias designadas iglesias en la diócesis, las bendiciones siguen siendo las mismas que las de los clásicos itinerarios espirituales. Un vínculo de solidaridad, compañerismo y unidad crece. Compartimos el mismo deseo de llegar al destino. Estamos llamados a llevar las cargas del uno al otro, a escuchar la historia personal de cada uno de los demás. Juntos escuchamos la historia de Dios a través de la oración y la acción de gracias.
Una vez que llegamos a nuestro destino nos damos cuenta de que la vida no es lo que era antes. Hemos cambiado. A través de la purificación y la penitencia nos acercamos más entre nosotros. La llegada no es el final del camino, sino un nuevo comienzo.
Todas los peregrinos tienen experiencias comunes y desafíos relacionados a la salida, al viaje en sí, y a la añoranza por el destino. Estamos en camino hacia la plenitud del reino de Dios, una gran caminata a la Jerusalén celestial, hacia Aquel que nos llama a la comunión, a la unidad en la diversidad.
A medida que empezamos nuestras sesiones de escucha en toda la diócesis a fin de desarrollar una visión compartida mutuamente y a las prioridades pastorales, lo hacemos en el corazón del Jubileo de la Misericordia en el comienzo de la cuaresma. Como peregrinos nos encaminamos juntos para fortalecer la iglesia de Jackson, el Cuerpo de Cristo. Somos bendecidos de tal manera al emprender este camino bajo la mirada de la misericordia de Dios.
Si fuese posible, incorporemos una peregrinación espiritual a nuestra disciplina para la Cuaresma o en algún punto en el Jubileo de la Misericordia.

Pilgrimage as journey of conversion

By Bishop Joseph Kopacz
The pilgrimage is an essential dimension throughout the Jubilee of Mercy. Our Cathedral of Saint Peter the Apostle, surrounded by a cluster of churches throughout the Diocese of Jackson, are a constant invitation to the faithful to make a pilgrimage into the heart of God’s mercy.
What is so special about a pilgrimage? Not surprisingly, pilgrimage has existed in all times, in most religions, and in cultures everywhere.  The people of Israel journeyed to the temple in Jerusalem. Muslims make pilgrimages to Mecca. Hindus travel to the Ganges River, among other holy places. Buddhists travel from place to place to receive the mercy of Gautama Buddha.
Pilgrimage is an important symbol for Christians. As a member of the people of God, the Christian is on the road.  Pilgrimage is the symbol of the journey of the people of God throughout the ages, and the Christian way of life can be compared to a pilgrim journey. Thus, one can speak of Christians as being on pilgrimage.
The Catholic Church has always honored the journey of the pilgrim. A famous symbol of pilgrimage is the labyrinth of Chartres in France whose Cathedral was built around 1230.
The Middle Ages was a time of pilgrimage, but since it was not possible for many people to set out for Jerusalem, people instead went to cathedrals such as Chartres, where they could make the spiritual journey by following the path of the pilgrim’s labyrinth.
There can be many reasons for making a pilgrimage: to strengthen one’s faith, to pray, to do penance, to ask for the forgiveness of sin, to beg for a favor, to ask for physical or mental healing or to think about the big questions of life. Even if there are such personal reasons the pilgrim always joins the preceding generations of pilgrims and in this way, they step into a tradition with a large cloud of witnesses from generations past.
Pilgrimage means changing one’s mindset, the result of the experiences on the road. The pilgrim is like a stranger who is traveling in a foreign land. Along the way, purification can take place; something can happen and change occurs in the depths of the heart. In route, the pilgrim is confronted with himself or herself. Pilgrimage becomes the road to repentance, to a revision of one’s life. Saint Augustine encouraged his fellow Christians to develop a theology of pilgrimage of the heart.  “True pilgrimage is not undertaken with feet but with the heart, not with bodily footsteps but with the footsteps of the heart.” According to Augustine, the baggage for this journey is humility and love.”
Although most of us will not be walking a great distance on the pilgrimage to our designated churches throughout the diocese, the blessings remain the same as those of the classic spiritual journeys. A bond of solidarity, togetherness and unity grows. We share the same desire to arrive at the destination. We are called to bear each other’s burdens, to listen to each other’s personal story. Together we listen to the story of God through prayer and thanksgiving.
Once we arrive at our destination, we realize that life is not what it was before. We have changed. Through purification and repentance, we are drawn closer to each other. The arrival is not the end of the journey, but a new beginning.
All pilgrimages have common experiences and challenges related to the departure, to the journey itself and to the longing for the destination.  We are on a pilgrimage to the fullness of God’s Kingdom, a great trek to the heavenly Jerusalem, toward the One who calls us to communion, to unity in diversity.
As we begin our listening sessions throughout the diocese in order to develop a mutually shared vision and pastoral priorities, we do so in the heart of the Jubilee of Mercy at the beginning of Lent. As pilgrims we are journeying together in order to strengthen the Church of Jackson, the Body of Christ.
We are so blessed to be undertaking this journey under the gaze of God’s mercy. If at all possible, let us incorporate a pilgrimage into our spiritual discipline for Lent or at some point in the Jubilee of Mercy.