¿Por qué este jubileo de misericordia?

POR OBISPO Joseph Kopacz
A lo largo de su breve pontificado de poco más de dos años, el Papa Francisco ha hablado de la iglesia como un hospital de campaña que trata a los heridos del mundo. Las personas sufren y luchan diariamente por mantener su dignidad humana, y la iglesia en su fidelidad a Jesucristo, debe estar presente para aplicar el bálsamo curativo de la misericordia de Dios a los muchos afectados por el pecado, la pobreza extrema, la tragedia y la injusticia. La misericordia de Dios y la gloria en el rostro de Jesucristo es el antídoto para estas rupturas, y el Papa Francisco está tan comprometido con este nivel de evangelización que ha convocado un Año Jubilar de Misericordia que comenzará a finales de este año.
Como una primera reflexión, porque mucho sobre esto se escribirá y se hablará en los próximos meses, estoy citando la introducción a la carta pastoral del papa en el Año Jubilar escrita por Christina Deardurff. Es informativa e inspiradora.
“Deseando derramar sobre las heridas espirituales de cada ser humano el bálsamo de la misericordia de Dios en abundancia, el Papa Francisco ha publicado una bula de convocación anunciando al mundo el Jubileo Extraordinario de la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y cerrará en la solemnidad de Cristo Rey, el 20 de noviembre de 2016.
“El jubileo es un tiempo de alegría. Es un tiempo de remisión de los pecados y perdón universal que tiene sus orígenes en el libro bíblico del Levítico. Un año de jubileo se menciona en él, se producen cada 50 años, y es una ocasión en la que los esclavos y prisioneros serían puestos en libertad, las deudas se le perdonarían y las misericordias de Dios sería particularmente manifestadas.
“Como dice el Papa Francisco, Cristo mismo citando a Isaías en las mismas líneas espiritualizadas: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena nueva a los afligidos; me ha enviado para enlazar a los desolados, para anunciar la libertad a los cautivos, y la libertad de las personas en cautiverio; a proclamar el año de gracia del Señor”.
“Este año de gracia del Señor se ha celebrado en la historia de la iglesia cada 50 años y en los últimos siglos, cada 25 años; el último fue en el 2000. Este Año Jubilar de la Misericordia es, pues, un “extraordinario” jubileo que se produce fuera del plazo tradicional.
“El rasgo más distintivo de la ceremonia de inauguración del Año Jubilar es la apertura de la Puerta Santa en cada una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma: San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Antes de que San Juan Pablo II modificara ésta para el gran Jubileo del año 2000, la puerta estaba tapiada con ladrillos y argamasa, y “derribada” por el papa con un martillo de plata.
En el año 2000 el Papa Juan Pablo simplemente abrió la gran puerta con las manos. Tradicionalmente el papa abre la puerta de la Basílica de San Pedro cantando el versicle, “Abran ante mí las puertas de la justicia”. De igual manera, un cardenal abre cada una de la puerta santa en las otras basílicas en sitios de peregrinación.  El rico simbolismo refleja la exclusión de Adán y Eva y toda la familia humana, en el Jardín del Edén debido al pecado, y la re-entrada a la gracia del penitente de corazón.
“El Jubileo también implica la concesión de indulgencias”, dice el papa. Conectada al jubileo está una indulgencia plenaria, la remisión de las penas temporales aún sin pagar por los pecados perdonados, disponible para aquellos que entren a un designado lugar de peregrinación a través de la Puerta Santa, junto con las condiciones habituales.
Una vez limitada sólo a las cuatro grandes basílicas de Roma, un lugar de peregrinación es ahora designado en cada diócesis, generalmente la catedral. “Vivamos el jubileo intensamente”, dice Francisco, “pidiéndole al Padre que perdone nuestros pecados y que nos bañe en su misericordiosa indulgencia.”
En todo el mundo católico este fin de semana la iglesia celebra la fiesta del Domingo de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe cristiana en Dios, que es amor.
En la comunicación de Dios a lo largo de la Sagradas Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamento, es evidente que la misericordia es la naturaleza de Dios y la esencia de su relación con el hombre creado a su imagen y semejanza. Muchos salmistas en todo el Antiguo Testamento consistentemente anuncian por medio de los profetas, y de la misericordia de Dios.
El Salmo 107 alegremente comienza con las palabras: “den gracias al Señor porque es bueno, su misericordia perdurar para siempre”. Esta estrofa se repite en todo el salmo  como si rompiera a través de las dimensiones del tiempo y del espacio, insertando todo en el misterio eterno del amor, en las palabras del Papa Francisco.
Un humilde y contrito corazón y la mente están más abiertos a la misericordia de Dios como dice en el Salmo 51, el Miserere, tradicionalmente atribuido al Rey David después de su adultera y asesina conducta. “Ten misericordia de mí, oh Dios, por tu gran ternura,  borra mis culpas”. El Profeta Isaías (49:15) “Pero, ¿Puede una madre olvidar a su hijo de pecho, o no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.
En el principio del Nuevo Testamento, el escritor evangélico, San Lucas, incluye en sus relatos de la infancia la oración de Zacarías, el padre de Juan el Bautista. “En la tierna compasión de nuestro Dios, el amanecer desde lo alto se romperá sobre nosotros, para brillar en los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Tierna compasión, traducido como “vísceras” en el latín, o desde las entrañas mismas de Dios, recibimos misericordia.
El escritor evangélico Juan afirma ésto en esta forma muy bien reconocida. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo.” (Juan 3:15 ) El Papa Francisco escribe: “este amor ha sido hecho visible ahora y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es más que amor, un amor dado gratuitamente. Las relaciones que hace con las personas que se le acercan manifiestan algo único e irrepetible. Los signos que hace, sobre todo en el rostro de los pecadores, los pobres, los marginados, los enfermos y los que sufren, están destinados a enseñar misericordia. Todo en él habla de la misericordia. Nada en él es carente de compasión.” Por supuesto, esta misericordia culminó en la cruz, cuando hasta la última gota de sangre y agua manó de él.
Mucho se hablará y se escribirá en los próximos meses sobre la misericordia, y que el Espíritu Santo nos guíe cada día al corazón de la Trinidad para que sepamos que Dios es amor, y que la misericordia de Dios es eterna.

Why this jubilee of mercy?

By Bishop Joseph Kopacz
Throughout his brief pontificate of just more than two years, Pope Francis has spoken of the Church as a field hospital who treats the wounded of the world.  People suffer, struggle and battle to maintain their human dignity on a daily basis, and the Church in fidelity to Jesus Christ must be present to apply the healing balm of God’s mercy to many whom sin, abject poverty, tragedy and injustice afflict.  God’s mercy and glory on the face of Jesus Christ is the antidote to such brokenness, and Pope Francis is so committed to this standard of evangelization that he has declared a Jubilee Year of Mercy to begin later this year.
As an initial reflection, because much will be written and spoken of in the months ahead, I am citing an introduction to the Pope’s pastoral letter on the Jubilee Year written by Christina Deardurff of Inside the Vatican magazine.  It is both informative and inspiring.
“Wishing to pour on the spiritual wounds of every human being the balm of God’s mercy in abundance, Pope Francis has issued a Bull of Indiction announcing to the world an Extraordinary Jubilee of Mercy, to open on Dec. 8, the Solemnity of the Immaculate Conception, and to close on the Solemnity of Christ the King, Nov. 20, 2016. The Jubilee is a time of joy. It is a time of remission of sins and universal pardon, having its origins in the biblical book of Leviticus. A Jubilee Year is mentioned there, occurring every 50 years, on which occasion slaves and prisoners would be freed, debts would be forgiven and the mercies of God would be particularly manifest. As Pope Francis says, Christ himself quoted Isaiah along these same spiritualized, lines: ‘the Lord has anointed me to bring good tidings to the afflicted; he has sent me to bind up the brokenhearted, to proclaim liberty to captives and freedom to those in captivity; to proclaim the year of the Lord’s favor.’
“This year of the Lord’s favor has been celebrated in Church history every 50, or in recent centuries, every 25 years; the last was in 2000. This Jubilee Year of Mercy is thus an ‘extraordinary’ Jubilee occurring outside of the traditional timeframe.
“The most distinctive feature of the ceremonial opening of the Jubilee Year is the opening of the Holy Door in each of the four patriarchal basilicas in Rome: St. John Lateran, St. Peter, St. Paul Outside the Walls and St. Mary Major. Before St. John Paul II amended it for the great Jubilee in 2000, the door was actually walled up with brick and mortar and ‘knocked down’ by the pope with a silver hammer.
“In 2000, Pope John Paul simply opened the great door with his hands. The pope himself opens the door in St. Peter Basilica, traditionally singing the versicle, ‘Open unto me the gates of justice.’ A cardinal similarly opens each of the holy doors at the other basilicas — designated pilgrimage sites. The rich symbolism reflects the exclusion of Adam and Eve, and of the whole human family, from the Garden of Eden due to sin, and the re admittance into grace of the penitent of heart.
“A Jubilee also entails the granting of indulgences,” says the Pope. Attached to the Jubilee is a plenary indulgence, the remission of the temporal punishment still due to one’s forgiven sins, available to those who enter a designated pilgrimage site through the Holy Door, along with the usual conditions.  Once limited to the four great Basilicas in Rome, a pilgrimage site is now designated in every diocese, usually the cathedral.  “Let us live the Jubilee intensely,” says Francis, “begging the Father to forgive our sins and to bathe us in his merciful indulgence.”
Throughout the Catholic world this weekend the Church celebrates the feast of Trinity Sunday, the central Christian mystery of faith in God who is love. In God’s self-communication throughout the Sacred Scriptures, Old and New Testaments, it is evident that mercy is God’s nature and the essence of his relationship with humankind created in his image and likeness. Many Psalmists throughout the Old Testament consistently proclaim by the prophets, and the mercy of God. Psalm 107 joyfully begins, “give thanks to the Lord for he is good, his mercy endures forever.”  This chant is repeated throughout the psalm as if it is breaking through the dimensions of space and time inserting everything into the eternal mystery of love, in the words of Pope Francis.
A humble, contrite heart and mind are most open to the mercy of God as we hear in Psalm 51, the Miserere, traditionally ascribed to King David after his adulterous and murderous conduct. “Have mercy on me, O God, in your goodness; in your compassion blot out all my guilt.” The prophet Isaiah (49,15) “Can a woman forget her nursing child, or have no compassion for the child of her womb? Even these mothers may forget; but as for me, I’ll never forget you!
At the dawn of the New Testament the Gospel writer, Luke, includes in his Infancy Narratives the prayer of Zachariah, the father of John the Baptist.  “In the tender compassion of our God, the dawn from on High shall break upon us, to shine on those who dwell in darkness, and the shadow of death, and to guide our feet along the way of peace.”  Tender compassion, translated as ‘viscera’ in the Latin, or from the very guts of God, we receive mercy.
The Gospel writer John states it in this well recognized way. “God so loved the world that he sent his only Son.” (Jn. 3,15). Pope Francis writes, “this love has now been made visible and tangible in Jesus’ entire life. His person is nothing but love, a love given gratuitously. The relationships he forms with the people who approach him manifest something unique and unrepeatable. The signs he works, especially in the face of sinners, the poor, the marginalized, the sick and the suffering, are all meant to teach mercy. Everything in him speaks of mercy. Nothing in him is devoid of compassion.” Of course, this mercy culminated on the cross when every last drop of blood and water flowed out of him.
Much will be spoken of and written in the months ahead on mercy, and may the Holy Spirit guide us every day into the heart of the Trinity that we may know that God is love, and God’s mercy endures forever.

Busquen en la Pascua el mensaje misionero

POR OBISPO Joseph Kopacz
Durante los 50 días del tiempo pascual la Iglesia Católica proclama en Palabra y Adoración la creación y el crecimiento de la iglesia en el primer siglo después de la crucifixión y la resurrección del Señor, entre los años 30 y 33 d.C. El sacrificio cruento de la muerte de Jesús el Nazareno fue transformado por el amor de Dios en la resurrección en el mayor movimiento desatado en la historia de la humanidad. Poniendo las tristes divisiones a un lado, la iglesia ha proclamado el Evangelio durante casi 2000 años, y en la actualidad hay cerca de dos billones de cristianos en todo el mundo, más de la mitad son católicos.
Reconocemos que muchos son cristianos sólo de nombre, pero hay innumerables millones que el Espíritu Santo ha transformado en el Cuerpo vivo de Cristo para la salvación de las almas y el bien de la humanidad.
Durante la octava de Pascua, o los ocho días siguiente al Domingo de Pascua, el Señor resucitado se le apareció a sus angustiados apóstoles y discípulos con el fin de sanarlos, reconciliarlos con Dios y a los unos con los otros con el fin de prepararlos para su peregrinación de  fe, esperanza y amor en su nombre.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, sobre todo, es una narración de San Lucas sobre el crecimiento constante de la iglesia primitiva, desde sus humildes inicios en Jerusalén a la escena mundial en Roma, destinada a seguir el mandato del Señor de enseñar a todas las naciones hasta los confines de la tierra.
San Pedro, San Pablo y los otros 11 discípulos, con el apoyo fiel de muchos de los primeros discípulos, sentaron las bases para la primera iglesia evidente en las muchas comunidades que surgieron alrededor del mundo mediterráneo. En solidaridad con su Señor en la cruz, la sangre y el agua continuaron derramándose. Los judíos y los gentiles tuvieron su segundo nacimiento en las aguas fluyentes del bautismo y la sangre de los mártires se convirtió en la fuente de la vitalidad de la iglesia primitiva.
En las primeras etapas de los Hechos de los Apóstoles escuchamos hablar del agua con el bautismo de miles de personas el Domingo de Pentecostés y de la sangre, con el brutal asesinato a pedradas del diácono Esteban, el primer mártir de la iglesia. Siguió después la decapitación de Santiago, el hermano del Señor, y comenzó la persecución que se prolongó durante casi 300 años.
San Pedro es presentado en la primera mitad de los Hechos de los Apóstoles mientras que San Pablo aparece en la segunda mitad del libro. En el Capítulo 10, el Espíritu Santo pone el escenario a través de Pedro para un segundo día de Pentecostés en la casa de Cornelio al descender sobre todos los miembros de su familia con un estallido de lenguas y de alabanza. Pedro sólo podía estar de pie, y se maravilló de como Dios abrió la puerta de la fe a los primeros gentiles para que  se convirtieran en cristianos. Pedro procedió a bautizarlos, pero esa fue la parte fácil. Luego tuvo que regresar a Jerusalén con Pablo y Bernabé para convencer a los demás que los gentiles o paganos, o sea los no judíos, no tenían que convertirse en judíos primero antes de convertirse en cristianos.
Fue una lucha encarnizada pero al final Dios prevaleció y en el Concilio de Jerusalén sólo cuatro restricciones le fueron impuestas a los gentiles: “Se tienen que abstener de comer carne de animales ofrecidos en sacrificios a los ídolos, no coman sangre ni carne de animales estrangulados y eviten la inmoralidad sexual. Ustedes harán bien si evitan estas cosas.” (Hechos 15:29) Por supuesto los Diez Mandamientos siguen siendo fundamentales para nosotros, pero más de 600 leyes cambiaron cuando surgió la tradición cristiana. El mandato del Señor de enseñar a todas las naciones estaba ahora libre de obligaciones por parte de una exigente tradición judía.
Después del Capítulo 15 en los Hechos de los Apóstoles San Pablo tomó la antorcha de San Pedro y se convirtió en apóstol de los gentiles, facultado por el Concilio de Jerusalén para ser el misionero en el mundo griego y romano. Los tres viajes misioneros de Pablo están trazados en las páginas de los Hechos. Muchos le temían, recordando su feroz persecución contra los primeros cristianos antes de su conversión, y muchos lo odiaban porque él fue riguroso en su celo de desechar la Ley de Moisés a la luz de Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos. En última instancia, esta animosidad lo llevó a su decapitación en Roma.
En nuestra época el Papa Francisco nos llama a ser misioneros que llevan la Buena Noticia, la alegría del Evangelio, a muchos de los que se están yendo a pique en el cieno del mundo.
Este es nuestro origen; esta es nuestra llamada constante. Cuando escuchamos y/o leemos sobre el crecimiento de la iglesia primitiva, es evidente que muchos tenían el espíritu misionero. San Pablo, en particular, fue el misionero por excelencia, que nunca se cansó de plantar la semilla de la fe, y alimentar a la planta joven a través de sus cartas y visitas pastorales. Como escribió en 1 Corintios: “Sembré la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero es Dios quien la hizo crecer.” (1Cor 3:6)
Cuando reflexiono sobre mi nueva vida como el 11ª obispo de Jackson durante mis muchos viajes en todo el territorio de la diócesis en este tiempo de Pascua, bien sea para celebrar confirmaciones, graduaciones, aniversarios, etc., considero que esta es la vida y el ministerio de un obispo, puesto en marcha por los apóstoles y sus sucesores. Yo trabajo en la viña del Señor, sobre las bases establecidas por el Obispo Chanche y algunos otros a finales de 1830.
Bien sea que se trate de los sembradores originales, o las generaciones posteriores que siguieron, Dios la está haciendo crecer a través del poder del Espíritu Santo y en el nombre de Jesús, resucitado de entre los muertos.
Somos parte de una tradición de fe con raíces profundas, casi dos mil años. “Además, queridos hermanos, no olviden que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. (2 Pedro 3:8) Por lo que sólo estamos acercándonos el principio del tercer día de la era cristiana, y nuestro llamado es a plantar y construir siempre que tengamos vida y aliento. “Y estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que   Cristo Jesús regrese”. (Filipenses 1:6 )

Look to Easter for missionary message

By Bishop Joseph Kopacz
Throughout the 50 days of the Easter Season the Catholic Church proclaims in Word and Worship the inception and growth of the Church in the first century after the crucifixion and resurrection of the Lord between 30 and 33 AD. The bloody sacrifice in death of Jesus the Nazorean was transformed by the loving power of God in resurrection into the greatest movement ever unleashed in human history. Sad divisions aside, the church has proclaimed the Gospel for nearly 2000 years, and presently there are around two billion Christians, more than half being Catholics, throughout the world. Granted many are Christian in name only, but there are countless millions whom the Holy Spirit has transformed into the living Body of Christ for the salvation of souls and the good of humanity.
Throughout the Easter Octave, or the eight days following Easter Sunday, the risen Lord appeared to his broken apostles and disciples in order to heal them, reconcile them to God and to one another in order to set them on their pilgrimage of faith, hope and love in His name. The Acts of the Apostles especially is a narration by Saint Luke of the persistent growth of the early Church from its humble beginnings in Jerusalem to the world stage in Rome, destined to follow the Lord’s command to teach all nations to the ends of the earth.
St. Peter and St. Paul, and the 11 other disciples, with the faithful support of many of the early disciples, laid the foundation for the early Church evident in the many communities that sprung up around the Mediterranean world. In solidarity with their Lord on the cross, the blood and the water continued to flow.
Jews and Gentiles alike experienced their second birth in the flowing waters of Baptism, and the blood of the martyrs became the spring of life for the early Church’s vitality. Early on in the Acts of the Apostles we hear of the water with the Baptism of thousands on Pentecost Sunday, and the blood, with the brutal killing by stoning of the deacon Stephen, the Church’s first martyr. The beheading of James, the brother of the Lord followed and the persecution began that went on for nearly 300 years.
St. Peter is featured in the first half of the Acts of the Apostles while St. Paul’s star rises in the second half of the book. In Chapter 10 the Holy Spirit set the stage through Peter for a second Pentecost day in the home of Cornelius by descending upon all the members of his household with an eruption of tongues and praise.
Peter could only stand by and marvel as God opened the door of faith to the first Gentiles to become Christians. Peter proceeded to baptize them, but that was the easy part. Afterwards, he had to return to Jerusalem with Paul and Barnabus to convince the others that the Gentiles, or pagans, that is non-Jews, did not have to become Jews first before becoming Christian. It was a fierce struggle but in the end God prevailed, and at the Council of Jerusalem only four restrictions laid upon the Gentiles: “You are to abstain from food sacrificed to idols, from blood, from the meat of strangled animals and from sexual immorality. You will do well to avoid these things.” (Acts 15,29)
Of course the Ten Commandments remain fundamental for us but more than 600 laws were shed as the Christian tradition emerged. The command of the Lord to teach all nations was now unencumbered by an exacting Jewish tradition.
After Chapter 15 in the Acts of the Apostles St. Paul took up the torch from Peter and became the Apostle to the Gentiles, further empowered by the Jerusalem Council to be the missionary to the Greek and Roman worlds. Paul’s three missionary journeys are traced upon the pages of the Acts.
Many feared him, remembering his fierce persecution of the early Christians prior to his conversion, and many hated him because he was unrelenting in his zeal to set aside the Law of Moses in the light of Jesus Christ crucified and risen from the dead. Ultimately, this animosity led to his beheading in Rome.
In our era Pope Francis is calling us to be missionaries who bring the Good News, the joy of the Gospel, to many who are foundering in the world’s mire. This is our origin; this is our constant calling. As we hear about and/or read about the growth of the early church it is readily apparent that many had the missionary spirit. Saint Paul in particular was the missionary par excellence, who never tired of planting the seed of faith, and nurturing the young plant through his letters and pastoral visits. As he wrote in 1Corinthians: “I planted the seed in your hearts, and Apollos watered it, but it was God who made it grow.” (1Cor 3, 6)
As I reflect upon my new life as the 11th Bishop of Jackson during my many journeys throughout the diocese during the Easter season, whether it be for confirmations, graduations, anniversaries, etc., I appreciate that this is the life and ministry of a bishop, set in motion by the apostles and their successors.
I labor in the vineyard of the Lord, building upon the foundation laid by Bishop Chanche and a few others in the late 1830’s. Whether it was the original planters, or the later generations who followed, God is making it grow through the power of the Holy Spirit and in the name of Jesus, raised from the dead.
We are part of a tradition of faith with deep roots, nearly two thousand years young. “But do not forget this one thing, dear friends: With the Lord a day is like a thousand years, and a thousand years are like a day.” (2Peter 3,8) So we are just approaching the beginning of the third day of the Christian era, and our call is to plant and build as long as we have life and breath. “And I am certain that God, who began the good work within you, will continue his work until it is finally finished on the day when Christ Jesus returns”. (Philippians 1,6)

Trio of spiritual giants offer inspiration

By Bishop Joseph Kopacz
During 2015 we are marking anniversaries of life’s beginnings and endings of three significant Christians and Americans whose legacy will endure for generations to come. These outstanding citizens in hope of the Kingdom are Sister Thea Bowman, Thomas Merton, and Abraham Lincoln. Sister Thea succumbed to cancer 25 years ago; Thomas Merton, born one hundred years ago, died unexpectedly in Bangkok, Thailand, by accidental electrocution in 1968, and Abraham Lincoln passed at the hand of an assassin’s bullet 150 years ago. The lives of all three were cut short but their words and their deeds are likely to inspire for as long as people of good will and transcendent faith search for meaning in their lives.
A series of local events have marked the 25th anniversary of Sister Thea’s death, and there are many alive today who walked and served with her in the Diocese of Jackson. Recently “Thea’s Turn” was staged at Madison St. Joseph School, and the brilliance of the presentation captured the ordinariness of the young Bertha and the saintliness and historic virtue of Thea, the passionate religious. Her little light shone brightly during this and other commemorative events held locally and in many settings throughout our region and nation. In 1987, a few years before here death, Sister Thea appeared on 60 Minutes with Mike Wallace. She inspired him and many viewers with the following.
“I think the difference between me and some people is that I’m content to do my little bit. Sometimes people think they have to do big things in order to make change. But if each one would light a candle we’d have a tremendous light.”
Many of the Christian faith, especially in the Catholic Church, but also throughout the inter-faith world and among people of no religious faith, are commemorating the 100th anniversary of the birth of Thomas Merton, the Trappist monk who was passionately committed to a life of solitude and social justice on the world stage. Out of solitude as a monk in Gethsemane, Kentucky, he wrote prodigiously as an author (more than 70 books), a poet and a letter writer, corresponding with people in all walks of life from all corners of the globe. His way of life as a monk, combined with his prophetic world view on issues of justice and peace, and his personal letters in response to all who wrote to him, proclaimed to the world what he believed, that “We are already One.” This vision for humanity resounds in the following quotation from his works.
“What can we gain by sailing to the moon if we are not able to cross the abyss that separates us from ourselves? This is the most important of all voyages of discovery, and without it, all the rest are not only useless, but also disastrous.”
Abraham Lincoln was the determined public servant who sought the highest office in the land at the time when the nation was on the brink of Civil War. He became, in life and in death, the symbol of its blood soaked struggle for unity as the 16th president, the first in a line of four assassinated presidents. Throughout his adult life he experienced enormous setbacks, including a failed business, the death of his son, a nervous breakdown, election defeats for the State Legislature of Illinois, the U.S. Congress, the U.S. Senate, as well as nomination for the Vice Presidency. He finally achieved electoral success as the President of the United States, and the rest is history. He was passionately committed to the preservation of the Union as he proclaimed at Gettysburg, Pennsylvania, in the aftermath of that brutal battle. We recall a portion of his address.
Four score and seven years ago our fathers brought forth on this continent, a new nation, conceived in liberty, and dedicated to the proposition that all men are created equal… It is for us the living, rather, to be dedicated here to the unfinished work, which they who fought here, have thus far so nobly advanced. It is rather for us to be here dedicated to the great task remaining before us – that from these honored dead we take increased devotion to that cause for which they gave the last full measure of devotion – that we here highly resolve that these dead shall not have died in vain – that this nation, under God, shall have a new birth of freedom – and that government of the people, by the people, for the people, shall not perish from the earth.”
Whenever we probe more deeply into the lives of people we consider worthy of honor and emulation we discover that their lives were not without struggle, suffering and sacrifice. Let us not forget during this Easter Season to look no further than the suffering and death of the Lord on the cross, and his ultimate triumph in the resurrection. In earthly terms, Jesus the Nazarene was put to death at a much younger age than Sister Thea, Brother Thomas, and President Abraham, but his sacrificial death raises up all who lay down their lives for the salvation and advancement of humanity.
Certainly, our three great souled men and woman would be the first to acknowledge that they were “earthen vessels” holding an eternal treasure as Saint Paul writes so poetically to the Corinthians. In a colloquial manner of speaking, they had “clay feet” but their vision for humanity was eternal. They understood the mandate of Jesus to his disciples in the Sermon on the Mount in St. Matthew’s Gospel. “Let your light shine before all, so that others may see goodness in your acts, and give praise to your Heavenly Father.” Likewise, may the Lord inspire us during this season of Easter hope to reflect his light in our time upon the earth.

Mississippi prison system needs reform

By Bishop Joseph Kopacz
In the year 2000, the Catholic Bishops of the United States wrote a Pastoral Letter, Responsibility, Rehabilitation-Restoration, in the spirit of jubilee justice for the new millennium that addressed the agonizing reality of crime, punishment, and recidivism afflicting far too many people in the United States of America.
More than a decade later most of these intractable problems remain with us, and as Christians and citizens committed to the common good, we are called to redouble our efforts to bring about a more just and humane society that allows for greater liberty and justice for all.
I want to cite in its entirety the introduction to the Pastoral Letter as a forum for reflection, and a call to action to our Catholic people who can point proudly to a strong commitment to social justice in our state.
“As Catholic bishops, our response to crime in the United States is a moral test for our nation and a challenge for our church. Although the FBI reports that the crime rate is falling, crime and fear of crime still touch many lives and polarize many communities. Putting more people in prison and, sadly, more people to death has not given Americans the security we seek. It is time for a new national dialogue on crime and corrections, justice and mercy, responsibility and treatment. As Catholics, we need to ask the following: How can we restore our respect for law and life? How can we protect and rebuild communities, confront crime without vengeance, and defend life without taking life? These questions challenge us as pastors and as teachers of the Gospel.
Our tasks are to restore a sense of civility and responsibility to everyday life, and promote crime prevention and genuine rehabilitation. The common good is undermined by criminal behavior that threatens the lives and dignity of others, and by policies that seem to give up on those who have broken the law (offering too little treatment and too few alternatives to either years in prison or the execution of those who have been convicted of terrible crimes).
New approaches must move beyond the slogans of the moment (such as “three strikes and you’re out”) and the excuses of the past (such as “criminals are simply trapped by their background”). Crime, corrections, and the search for real community require far more than the policy clichés of conservatives and liberals.
A Catholic approach begins with the recognition that the dignity of the human person applies to both victim and offender. As bishops, we believe that the current trend of more prisons and more executions, with too little education and drug treatment, does not truly reflect Christian values and will not really leave our communities safer. We are convinced that our tradition and our faith offer better alternatives that can hold offenders accountable and challenge them to change their lives; reach out to victims and reject vengeance; restore a sense of community and resist the violence that has engulfed so much of our culture.”
“We approach this topic, however, with caution and modesty. The causes of crime are complex. The ways to overcome violence are not simple. The chances of being misunderstood are many.”  However, the time is upon us to act.
“All those whom we consulted seemed to agree on one thing: the status quo is not really working — victims are often ignored, offenders are often not rehabilitated, and many communities have lost their sense of security. All of these committed people spoke with a sense of passion and urgency that the system is broken in many ways. We share their concern and believe that it does not live up to the best of our nation’s values and falls short of our religious principles.”
Lawmakers in Mississippi recently took a strong step forward in the state’s criminal justice system by changing the sentencing laws for non-violent offenders. This is a just and humane approach that places front and center the rehabilitation of the offender and his or her restoration to family and society as the primary goal.
However, much more needs to be done and an accompanying letter by C.J. Rhodes exposes the serious injustice of the prison-for-profit industry in the state of Mississippi. As Pastor Rhodes so rightly points out a for-profit industry “will lobby to lock up as many people as possible, keep them there as long as possible, and make sure they return as many times as possible.”  Fifteen years ago this industry was emerging around the country.  In 2015 it has mushroomed, especially in Mississippi.
For-profit prisons along with our state and federal prisons reveal an ongoing bleak picture for our minority brothers and sisters. Recent studies show that African, Hispanic, and Native Americans are often treated more harshly than other citizens in their encounters with the criminal justice system (including police activity, the handling of juvenile defendants and prosecution and sentencing). These studies confirm that the racism and discrimination that continue to haunt our nation are reflected in similar ways in the criminal justice system.  Moreover, our society seems to prefer punishment to rehabilitation and retribution to restoration thereby indicating a failure to recognize prisoners as human beings.
As we approach the culmination of Lent and the most sacred of days during Holy Week, a time when we celebrate the forgiveness of our sins, the promise of eternal life and the presence of the Kingdom of God in our midst, perhaps we can apply the wisdom of the Sacrament of Reconciliation as a model for personal responsibility, restoration and reconciliation in our society.
The four traditional elements of the Sacrament of Reconciliation have much to teach us about taking responsibility, making amends, and reintegrating into community:
Contrition – Genuine sorrow, regret, or grief over one’s wrongs and a serious resolution not to repeat the wrong.
Confession – Clear acknowledgment and true acceptance of responsibility for the hurtful behavior.
Satisfaction – The external sign of one’s desire to amend one’s life (this “satisfaction,” whether in the form of prayers or good deeds, is a form of “compensation” or restitution for the wrongs or harms caused by one’s sin).
Absolution – After someone has shown contrition, acknowledged his or her sin, and offered satisfaction, then Jesus, through the ministry of the priest and in the company of the church community, forgives the sin and welcomes that person back into “communion.”
The blood of the Innocent One poured out for the salvation of all from the cross is the reason for our hope that justice and peace on a grander scale are achievable, even in our broken world.
(On Friday, March 20 from 10:00-12:00 Noon the first hearing before the Governor’s Task Force on Prison Reform is to take place. Our Catholic voice will be heard on this occasion and moving forward.)

Perfect for Lent: reflection on vocation

By Bishop Joseph Kopacz
Our first Covenant with God began in the moment of our Baptism. Whatever our vocation in life, we all live this common ground, and at the beginning of Lent the Church, the Body of Christ, proclaims the Lord’s faithful and undying love for us, and the challenge to come back to him with all our heart.
It is the season of the renewal of our vows of Baptism that will be our pledge at the Easter Masses. After his own Baptism and temptation in the desert, Jesus walks through our lives as he walked through Galilee two thousand years ago, “this is the time of fulfillment, repent and believe in the Gospel.”
Whatever our vocation in life we are all called to repentance. We can never become complacent or indifferent to the urgency of the Lord’s call in our lives. The call is to turn away from sin, to die to self, to resist the temptation of selfishness, and self-centeredness that can be deadly to all other relationship in our lives. We are able to die to self in this life-giving way because Jesus Christ has made this possible at the core of our lives in his life giving death and resurrection.
In the midst of this grass roots annual renewal the Church finds herself in the midst of the year of consecrated life, and in the middle of the process of broad-based consultation on the vocation and mission of the family in the Church and in the modern world. All of it works together because although we are hearing the call of the Lord at a deeply personal level, we are all connected to one another in family, work places, neighborhoods, and communities of faith. Whatever change happens in an individual’s life, for better or for worse, is going to affect others in our circle of life.
The Diocese of Jackson is now participating in the worldwide preparatory document on the Vocation and Mission of the Family in the Church and the Modern World that will contribute to the dialogue, discernment and decision-making later this autumn during the 14th Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops on the family with Pope Francis presiding. (Through Monday, March 16, we are inviting the Catholic faithful to participate in this preparatory document through the diocesan website. See page 1 for details.)

The Synod is pastoral in its purpose and this becomes clear by examining some of the chapter headings in the preparatory document.

Part II
Looking at Christ: the Gospel of the Family
Looking at Jesus and divine teaching in the
Gospel
The family in God’ salvific plan
The family in the Church’s documents
Indissolubility of Marriage and the joy of sharing
life together
The truth and beauty of the family
Mercy toward broken and fragile families

Part III
Confronting the situation: pastoral perspectives
Proclaiming the gospel of the family today in
various contexts
Guiding engaged couples in their preparation
for marriage
Pastoral care for couples civilly married or living
together
Caring for wounded families: separated, divorced
and not remarried, divorced and remarried,
single parent families
Pastoral attention towards persons with
homosexual tendencies
The transmission of life and the challenges of
the declining birthrate
Upbringing and the role of the family in
evangelization

The call of the Lord in our lives during Lent permeates the particular circumstances of our vocations and responsibilities. Marriage is unique in that it best represents the undying love of Jesus Christ for all of humanity, but especially the Church. This is sacred. Jesus Christ is not ‘yes’ today, and ‘no’ tomorrow. He is ‘yes’ forever.
Man and woman in marriage strive to embody the heart and mind of Jesus Christ by raising up permanency and fidelity in their sacramental covenant. Two weeks ago we gathered in our Cathedral of Saint Peter the Apostle for World Marriage Day with couples who were celebrating 25 to 71 years of marriage. The renewal of their covenant in God mirrors what we are about in Lent.
As male and female complement one another in marriage, the vocations of married life & religious life compliment one another in the Church and in the world.  Marriage in its essence reveals the Lord’s active love for his church every moment of every day, the here and now of life in this world. Consecrated religious life in its essence reveals that ultimately we are all destined for heaven so that even the blessings of marriage and family life can be sacrificed for the blessing that surpasses all that we know in this life, our eternal home and salvation.
We also know that many single people serve the Lord in ways often known only to God. They who are single are not just spending time before getting a real life. Rather we know that the call of the Lord can be just as real in a way of life that enjoys greater freedom and flexibility. They are in the marketplaces and public squares of our world with an opportunity to bring the Lord out onto the fringes of societies, as Pope Francis is fond of saying.
Another way in which we can appreciate the diversity of lifestyles and gifts in the Church is the opportunity to be inspired by each other. The daily sacrifices that support our faithful living, the ordinariness of our lives graced by God, and the joyful spirit of our calling are signs of the Word of God made Flesh. Often we need one another to stay on the path as we follow the Lord each day. Let us pray for one another as we walk further along on the Lenten journey.

Oración, ayuno, limosna

El Obispo Kopacz visitó y celebró misa en todos los colegios católicos de la diócesis.

El Obispo Kopacz visitó y celebró misa en todos los colegios católicos de la diócesis.

por Obispo Joseph Kopacz
Hay una temporada para todo bajo el cielo, dice el inspirado texto del Eclesiastés, y, una vez más, el momento de renovación comienza para toda la iglesia, para cada comunidad y cada creyente. Es un tiempo que concierne a muchos católicos en nuestras vidas porque nos damos cuenta de que es tan fácil ser complacientes o indiferente a las cosas que realmente importan, o mejor dicho, las relaciones que  realmente importan. El Señor nos ha dicho cual es ese camino para sus discípulos: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Nuestro vecino por supuesto es que cada persona viva, comenzando en el hogar y extendiendose a las márgenes del mundo. Estos dos mandamientos nunca están fuera de temporada, pero nuestros 40 días de viaje espiritual es un extra-ordinario tiempo para crecer en la gracia de Dios como los discípulos del Señor.
El Evangelio del Miércoles de Ceniza de san Mateo nos da el plan de acción que nos llevará más profundamente al corazón de Dios quien   luego nos remite uno a otro en su espíritu. Es tan clara como uno, dos, tres, o la oración, el ayuno y la limosna. Nuestra experiencia de estas tres disciplinas cuaresmales nos ha demostrado que estos son los elementos básicos para poder superar nuestro egocentrismo, nuestro egoísmo y nuestro pecado.
La oración en sus muchas formas eleva el corazón y la mente a Dios. Ponemos a un lado nuestro ego para  conocer mejor el corazón y la mente de Cristo Jesús. La Eucaristía es el centro, fuente y cumbre de nuestra oración, pero hay muchas corrientes de oración que alimentan el espíritu y el cuerpo del Señor, la iglesia.
En alguna ocasión cuando los apóstoles fueron incapaces de ayudar a un hombre asustado cuyo hijo estaba en las garras de un demonio, Jesús les aseguró que el miedo es inútil; lo que se necesita es confianza. Confiando en el poder de Dios no es posible sin constantes oraciones que alimentan el espíritu y dan vida al Cuerpo de Cristo.
El ayuno es a menudo el menos valorado de los tres mandatos cuaresmales. Como la oración sólo es posible cuando dejamos de lado nuestro valioso tiempo para centrarnos en Dios, el ayuno también requiere sacrificio porque estamos diciendo menos es mejor. Como sabemos, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno de consumo normal de alimentos y abstención de comer carne. Estos son los puntos esenciales de nuestros 40 días de peregrinación y siguen siendo muy importantes en nuestro calendario espiritual. Sin embargo, constituyen una forma de vida para nosotros que puede ser mucho más.
Menos es mejor. La disciplina del ayuno nos ayuda a reducir la comida y bebida que ingerimos para que podamos digerir más fácilmente la Palabra de Dios. Nos ayuda a deshacernos de la lentitud de espíritu que acompaña el exceso. El ayuno se aplica también a reducir al mínimo el nivel de ruido que inunda nuestra vida diaria. Ser creativo para lograr más silencio y tranquilidad para poder orar y pensar en Dios es la senda del ayuno.
Por ejemplo, bajarle el volumen al ruido que choca con nuestra vida es una forma de ayuno de este maremoto de estimulación que puede desgastar el espíritu. El ayuno y la oración, por lo tanto, van mano a mano. Ayunamos con el fin de orar más ardientemente; oramos con el fin de utilizar los bienes del mundo con una mayor integridad como discípulos del Señor.
La limosna se deriva de la libertad de espíritu que la oración y el ayuno están seguros de inspirar. No vivimos sólo de pan, y a través de la oración fervorosa y el ayuno podemos más pacíficamente compartir nuestro pan con los demás. Qué experiencia tan gozosa es poder dar de nuestro tiempo, talento y tesoro para que otros puedan lograr más en sus vidas.
La limosna a menudo se entiende como la caridad generosa hacia alguien que tiene necesidad, o, quizás, a una causa que merece la pena. Esto no es un error, pero la limosna puede ser mucho más. Es un movimiento hacia otros más necesitados, sea que viven en nuestra propia familia o alguien que posiblemente nunca podremos conocer personalmente.
Quiero concluir mi reflexión con algunas reflexiones del Papa Francisco quien habla desde el corazón de la iglesia en Cuaresma con un profundo entendimiento del drama humano.
“Por encima de todo, es un “tiempo de gracia”. Dios no nos pide nada que él mismo no nos ha dado primero. Amamos porque él nos ha amado primero. No es ajeno a nosotros. Cada uno de nosotros tiene un lugar en su corazón. Él nos conoce por nombre, él se preocupa por nosotros y nos busca cada vez que nos alejamos de él. Él está interesado en cada uno de nosotros; su amor no le permite ser indiferente. La indiferencia es un problema que nosotros, como cristianos, necesitamos confrontar.
“Cuando el pueblo de Dios se convierte en su amor, encuentra respuestas a las preguntas que la historia se hace continuamente. Uno de los desafíos más urgentes que quiero referir en este mensaje es precisamente la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios también representa una verdadera tentación para nosotros los cristianos. Cada año durante la Cuaresma necesitamos oír una vez más la voz de los profetas que exclaman y perturban nuestra conciencia.
“Dios no es indiferente a nuestro mundo; lo ama tanto que dio a su Hijo por nuestra salvación. En la encarnación, en la vida terrena, la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra, se abre una vez por todas. La iglesia es como la mano que sostiene abierta esta puerta, gracias a su proclamación de la palabra de Dios, su celebración de los sacramentos y su testimonio de la fe que obra a través de amor de hermanas”.
En esta Cuaresma, pues, hermanos y hermanas, vamos a pedirle al Señor: Fac cor nostrum secundum cor tuum, “Haz nuestros corazones como el tuyo. De esta manera recibiremos un corazón que es firme y misericordioso, atento y generoso, un corazón que no está cerrado, o indiferente al mundo que nos rodea”.

Prayer, fasting, almsgiving

By Bishop Joseph Kopacz
There is a season for everything under heaven, says the inspired text of Ecclesiastes, and once again the time of renewal dawns for the whole church, for each community and for every believer. It is a time that touches many Catholics at our core, because we realize that it is so easy to become complacent or indifferent about the things that really matter, or better said, the relationships that really matter.
The Lord has told us what is that path for his disciples: to love the Lord our God with all of our heart, soul, mind and strength, and to love our neighbor as our ourselves. Our neighbor of course, is every living person, beginning at home, and extending to the margins of the world. These two commandments never go out of season, but our 40 day spiritual journey is an extra-ordinary time to grow in God’s grace as the Lord’s disciples.
The Ash Wednesday Gospel from Saint Matthew gives us the blueprint that will take us deeper into the heart of God who will then turn us back to one another in his Spirit. It is as clear as one, two, three, or prayer, fasting and almsgiving. Our experience of these three Lenten disciplines has shown us that these are the basics for transcending our self-centeredness, our selfishness and our sinfulness.
Prayer in its many forms raises our hearts and minds to God. We place aside our ego in order to better know the heart and mind of Jesus Christ. The Eucharist is the center, source and summit of our prayer, but there are many streams of prayer that nourish the spirit and feed the Lord’s body, the Church. On occasion when the apostles were unable to help a frightened man whose son was in the grip of a demon, Jesus assured them that fear is useless; what is needed is trust.” Trusting in the power of God is not possible without faithful prayer that nourishes the spirit and gives life to the Body of Christ.
Fasting is often the most underrated of the three Lenten mandates. As prayer is only possible when we set aside our precious time to focus on God, fasting also requires sacrifice because we are saying less is better. As we know Ash Wednesday and Good Friday are days of fasting from normal food consumption and abstaining from meat. They are the hinges of our forty-day pilgrimage and remain very important days on our spiritual calendar. But they represent a way of life for us that can be so much more. Less is better.
The discipline of fasting helps us to reduce our intake of food and drink so that we can more easily digest the Word of God. It helps us to shake off that sluggishness of spirit that accompanies excess. Fasting also applies to minimizing the level of noise that floods our everyday life. Being creative about carving out more silence and quiet so that we can pray and think about God is the path of fasting. For example, turning down the volume of noise that collides with our lives is a form of fasting from this tsunami of stimulation that can wear down the spirit. Fasting and prayer, then, go hand in hand. We fast in order to pray more ardently; we pray in order to use the world’s goods with greater integrity as the Lord’s disciples.
Almsgiving arises from the freedom of spirit that prayer and fasting are sure to inspire. We do not live by bread alone, and through faithful prayer and fasting we can more peacefully share our bread with others. What a joyous experience it is to be able to give of our time, talent, and treasure so that others may reach higher in their lives.
Almsgiving often is understood as charitable generosity to someone in need, or perhaps to a worthy cause. This is not misguided, but almsgiving can stand for so much more. It is a movement toward others in need whether they live in our own family or possibly someone we may never know personally.
I want to conclude my reflection with some thoughts from Pope Francis who speaks from the heart of the Church on Lent with a keen understanding of the human drama.
“Above all it is a ‘time of grace.’ God does not ask of us anything that he himself has not first given us. “We love because he first has loved us’. He is not aloof from us. Each one of us has a place in his heart. He knows us by name, he cares for us and he seeks us out whenever we turn away from him. He is interested in each of us; his love does not allow him to be indifferent. Indifference is a problem that we as Christians, need to confront.
“When the people of God are converted to his love, they find answers to the questions that history continually raises. One of the most urgent challenges which I would like to address in this message is precisely the globalization of indifference.
Indifference to our neighbor and to God also represents a real temptation for us Christians. Each year during Lent we need to hear once more the voice of the prophets who cry out and trouble our conscience.
“God is not indifferent to our world; he so loves it that he gave his Son for our salvation. In the Incarnation, in the earthly life, death, and resurrection of the Son of God, the gate between God and man, between heaven and earth, opens once for all. The Church is like the hand holding open this gate, thanks to her proclamation of God’s word, her celebration of the sacraments and her witness of the faith that works through love, sisters.”
“During this Lent, then, brothers and sisters, let us all ask the Lord: Fac cor nostrum secundum cor tuum – ‘Make our hearts like yours. In this way we will receive a heart that is firm and merciful, attentive and generous, a heart which is not closed, or indifferent to the world around us.”

Reflexionando sobre las bendiciones del año

por Obispo Joseph Kopacz
Qué diferencia puede hacer un año para cualquiera de nosotros, y nunca ha sido esto más cierto en mi vida desde que salí hacia Jackson el pasado año durante este mismo tiempo para prepararme para mi ordenación e instalación como el 11avo obispo de esta increíble diócesis el 6 febrero. Hoy hace un año estaba cargando mi Subaru Forester al máximo en anticipación de las 1,200 millas que hay del noreste al sur del país. Fue un momento de gran expectación junto con una justa dosis de ansiedad y temor.
Le mencioné a algunos funcionarios de la cancillería  la semana pasada que el tiempo alrededor del primer aniversario de mi ordenación es mucho menos estresante que el mismo período el año pasado. Ellos no podría estar más de acuerdo. La planificación necesaria para la ordenación de un obispo es enorme y el plazo para hacerlo es compacto. Recuerden, una diócesis normalmente espera un año para el anuncio de un nuevo obispo, y cuando finalmente sucede el Nuncio Apostólico organiza la fecha para la ordenación, y/o instalación.
No se trata de una misión imposible, pero consume el tiempo y el talento del personal de la diócesis y muchos otros desde el momento del anuncio hasta el día de la ordenación/instalación. ¡Felicidades al personal y a los voluntarios que organizaron una espléndida celebración!
Sin embargo, debajo de la ráfaga de actividad estaban las más profundas bendiciones. Muchas personas de la Diócesis de Scranton y de la Diócesis de Jackson estaban orando fervientemente por mí y por todos los que participaban en este proceso de transición.
La liturgia de la ordenación y toda la logística de apoyo a los peregrinos que vinieron, a los grupos locales de religiosas, autoridades cívicas y a los asistentes me pareció que fluyó sin problemas. Por supuesto, que sabía yo que estaba en una nube de desconocimiento, en otras palabras, en una neblina. Las más profundas  bendiciones, por supuesto, derivan de nuestra fe, esperanza y amor en el Señor Jesús y su eterno amor por su cuerpo, la Iglesia, y la gran alegría que el pueblo de nuestra diócesis tenía en darme la bienvenida a mi como su nuevo pastor.
Cuando miro hacia este año pasado no puedo evitar sorprenderme. Hojeando las hojas del calendario del año reavivo la biblioteca de recuerdos que se ha convertido en la base sobre la que construir. Por supuesto, están las celebraciones litúrgicas de Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Son tan inspiradoras, y la Misa Crismal del martes de Semana Santa me permitió celebrar con los sacerdotes, religiosos, religiosas, lideres laicos eclesiales, y los laicos de la diócesis que se reúnen en torno a su obispo para recibir los santos óleos de unción en la vida sacramental de sus parroquias.
Enseguida me di cuenta que el tiempo de Pascua es quizás la época más activa de un obispo diocesano. Comienza el calendario de confirmación y los recorridos en carretera me llevaron a muchos rincones de la diócesis.
Cada visita pastoral fue una oportunidad para reunirme y celebrar con las comunidades parroquiales. Las graduaciones de secundaria y los aniversarios de ordenación de los sacerdotes se convirtieron en una tras otra bendita oportunidad de entrar cada vez más profundamente en la vida de la diócesis.
En el marco de estas celebraciones, la ordenación de tres sacerdotes de nuestra diócesis fue un momento singular. Yo nunca había estudiado un ritual tan cuidadosamente con el fin de garantizar un resultado válido. Esta época del año se caracterizó también por el retiro pastoral, un encuentro con los obispos regionales en Covington, La., y mi primera participación en la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Nueva Orleans.
Al evocar estos eventos a través del ojo de la mente, creo que se pueden dar una idea de que el establecimiento de un obispo en una diócesis se realiza de ladrillo a ladrillo en cada encuentro. En el curso de conocer a los obispos de cerca y de lejos, muchos de los eventos me han dado la oportunidad de conocer el grupo de nuestro seminaristas que están discerniendo la llamada del Señor en sus vidas. Oren por ellos así como ellos oran por ustedes.
En armonía con todas las celebraciones sacramentales en la Catedral de San Pedro Apóstol y en todo el territorio de la diócesis, he podido realizar visitas pastorales a muchas de nuestras parroquias y ministerios en los 65 condados que componen la Diócesis de Jackson. Entre mi coche y viajando junto con otros en algunas ocasiones he acumulado alrededor de 30,000 millas por el año. (Esto no incluye dos ocasiones en las que he viajado por avión.)
Ininterrumpidamente he podido participar en la vida pastoral de muchas de nuestras parroquias, y mi objetivo es visitar todos los sitios de la manera más oportuna y posible. Estas visitas pastorales establecen el vínculo espiritual que un obispo debe tener con el Pueblo de Dios encomendado a él, el cual se estima que debe ser pastoral y personal.
En medio de esta actividad pastoral en el 2014 pude organizar un tiempo de vacaciones en el noreste del país y con unos amigos de mi ciudad natal que pudieron visitarme. Debo de decir que las pautas de mi ministerio pastoral, ocio y vacaciones las pude organizar bastante bien a lo largo de todo el primer año y eso sin tener tan siquiera un mapa de las carreteras con el cual empezar. Una parte de mi tiempo de ocio, por supuesto, es pasear y jugar con mi tonto perro labrador. El es bueno para los nervios.
En el artículo (en inglés) que es parte de la edición de esta semana, me preguntaron si yo soy feliz en mi nueva vida. ¿Cómo mide una persona su estado de felicidad? Puedo decir que después de un año de ser su obispo tengo mucha motivación, energía, y entusiasmo por mi ministerio como obispo, salpicadas con un estado estable de paz y tranquilidad en la mayoría de los días.
Por lo tanto, creo que puedo decir que soy feliz. Estoy agradecido de haber sido llamado a servir en una zona que no conocía, pero que he aprendido a amarla en un corto período de tiempo.
Miro hacia el futuro con confianza, esperanza y amor al caminar juntos como el Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson a un futuro desconocido donde el Señor Jesús nos espera.