Por Obispo Joseph Kopacz La primera encíclica del Papa Francisco es el inspirado documento titulado Laudatio Si. Este original título fue extraído del comienzo del cántico de San Francisco de Asís que trata sobre Dios el Creador. “Alabado sea mi Señor, por nuestra hermana, la Madre Tierra que nos sostiene y nos gobierna, y que produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. El Papa Francisco le pide a toda la humanidad, y en especial a los de la fe Cristiana, que cuiden de su hogar común.
Esta encíclica no debería sorprender a nadie. El 19 de marzo de 2013, en la fiesta de San José, en la homilía de su discurso inaugural con dirigentes religiosos y nacionales presentes de todo el mundo, Francisco proclamó a Jesucristo a todas las naciones en el espíritu del gran santo de Asís cuyo nombre escogió.
En su profética homilía, mencionó el cuidado de la creación, nuestro hogar común, nueve veces. Esto me pareció un notable tema en un discurso inaugural con incontables millones de personas viendo en todo el mundo, y con alegría rezando con el primer papa de la Américas.
El Papa Francisco habló elocuentemente sobre San José, el protector de Jesucristo y su madre, María. “El núcleo de la vocación cristiana es Jesucristo. Protejamos a Cristo en nuestras vidas, para que podamos proteger a otros y proteger la creación”. Francisco continua. “Esto es algo humano, que involucra a todos. Quiere decir proteger toda la creación, la belleza del mundo creado, como el Libro del Génesis nos dice, como San Francisco nos mostró”.
Encarnando el espíritu de San Francisco, el Francisco de Roma nos está implorando “a proteger la totalidad de la creación, a proteger a cada persona, especialmente a los más pobres, a protegernos a nosotros mismos”. El concluye la homilía como si estuviera dirigiendo una sinfonía, “para que la Estrella de la Esperanza brille, protejamos con amor todo lo que Dios nos ha dado”.
La Alegría del Evangelio, Evangelii Guadium, la primera Carta Apostólica de Francisco, es el inicio y el final de todo lo que está haciendo, enseñando y predicando. Jesucristo es la alegría y la esperanza de la humanidad, y todos los que han sido bautizados en su nombre están llamados a ser discípulos misioneros, testigos gozosos del Señor de la historia, especialmente donde la Cruz es más evidente.
Laudatio Si surge de Evangelii Guadium como la luz del día fluye del amanecer de un nuevo día. Las semillas de ambos se encuentran en la homilía inaugural de Francisco en la Fiesta de San José. “La tierra es nuestra casa común y todos nosotros somos hermanos y hermanas”. (Evangelii Guadium)
En Laudatio Si el Papa Francisco habla como un líder espiritual y moral llamándonos a cada uno de nosotros a responder de un modo más completo a la llamada de cuidar a los demás y de cuidar la creación de Dios. Es una invitación a “una profunda conversión interior” reconociendo con humildad los resultados de la actividad humana desamarrada del diseño de Dios. Es una ecología integral que desarrolla las enseñanzas de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960.
Veamos dos ejemplos, aunque hay muchos más. Con ocasión de la celebración anual del Día Mundial de la Paz el 1 de enero de 1990, el Papa San Juan Pablo II ofreció una visión de esta ecología integral como un mensaje de esperanza y de paz al mundo. “La teología, la filosofía y la ciencia hablan de un universo armónico, de un cosmos dotado de su propia integridad, su propio equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado. La raza humana está llamada a explorar este orden, a examinarlo con la debida atención y hacer uso de él mientras salvaguardan su integridad.”
El 14 de noviembre de 1991, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó el documento titulado, “Renovando la Tierra” el cual trata esta comprensión holística de las crisis y las oportunidades que enfrenta el mundo moderno. “En su esencia la crisis del medio ambiente es un desafío moral. Nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra, lo que pasamos a las generaciones futuras, y cómo vivimos en armonía con la creación de Dios”.
Los obispos, entonces y ahora “quieren estimular el diálogo, en particular con la comunidad científica. “Sabemos que éstas no son cuestiones sencillas; nosotros hablamos como pastores… Por encima de todo, buscamos explorar los vínculos entre la preocupación por la persona y por la tierra, entre la ecología natural y ecología social. El tejido de la vida es uno de ellos”.
Lo que es sorprendente es que el Papa Francisco ha escogido la compleja realidad de una ecología integral como el tema de su primera encíclica. Esto ha estado en su mente y su corazón por un largo tiempo. No inesperadamente, los de la izquierda y la derecha del espectro político han ofrecido críticas o han encontrado compatibilidad con su propia visión del mundo. Pero hay una longitud y altura, amplitud y profundidad de esta encíclica que no puede ser dignamente dirigida a través de acertadas mordeduras o análisis superficial.
Como lo ha hecho desde el comienzo de su elección, el Papa Francisco fomenta el diálogo y el encuentro con respeto y humildad. Como con Evangelii Guadium, Laudatio Si requiere un compromiso por parte de cada uno de nosotros de leerla, de orar al respecto, dialogar sobre el asunto, y permitir que nos forme como discípulos misioneros en el mundo frágil pero resistente de Dios, nuestro hogar común. Esta es una encíclica sobre la cual volveremos a hablar a menudo. “Y Dios vio que era muy bueno”. (Génesis)
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El matrimonio y su re-definición, una respuesta
Por Obispo Joseph Kopacz.
La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
Muchos han levantado sus voces desde el espectro de las ideologías, las convicciones religiosas y desde todos los niveles de la sociedad en respuesta a la decisión de la Corte Suprema de sancionar legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país.
Yo también quiero expresar mi opinión en ésta crítica decisión judicial que ha cambiado radicalmente la definición de matrimonio. Al hacerlo, estoy consciente de las inspiradoras palabras del Apóstol San Pedro en su primera carta. Honren a Cristo Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. (1 Pedro 3:15)
La iglesia, como administradora de los misterios de Dios y ayudante de Jesucristo (1Cor. 4:1) ha sido encargada de una forma de vida en el matrimonio que está sólidamente establecida en las Escrituras, en la tradición, en antropología cristiana y en nuestra vida sacramental.
La unión de un hombre y una mujer en el matrimonio surge de la obra creadora de Dios como la relación primaria para toda la vida humana. Ha sido la piedra angular, no sólo para la iglesia, sino también para la sociedad civil a lo largo de milenios. Su desaparición en el mundo moderno ha causado enormes problemas para las personas, las familias y la sociedad.
La Iglesia Católica ha estimado y celebrado el sacramento del matrimonio entre sus siete sagrados dones (sacramentos) legado por el Señor Jesús. Las raíces del matrimonio están fundamentadas en la Palabra de Dios, comenzando con el segundo capítulo del Génesis donde “un hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Jesús claramente confirmó la acción creadora de Dios sobre el matrimonio en el Evangelio de San Marcos cuando le recordó a sus oyentes sobre la intención de su padre desde el principio, (Marcos 10: 6-10). Más adelante en el Nuevo Testamento, la base para el sacramento del matrimonio se establece cuando el autor de Efesios elocuentemente escribió, “que los esposos amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Por lo tanto, el amor de marido y mujer en el matrimonio es un signo sagrado del fiel y permanente amor del Señor por nosotros.
Por lo tanto, somos administradores y servidores de la institución sagrada del matrimonio que no somos libres para cambiar en nuestra tradición de fe. A la luz de la fe y la razón, es lamentable que lo que Dios destinó desde el principio ha sido pisoteado tan a menudo en nuestro mundo moderno, y ahora re-definido.
Sin embargo, nuestro inquebrantable compromiso de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y en necesidad de salvación, motiva todos nuestros ministerios y la vida parroquial. Nuestra experiencia personal del amor misericordioso de Dios, la clave de la vida eterna, tiene que dirigir nuestros encuentros, acciones y conversaciones con todas las personas, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas de la misma atracción sexual y estilos de vida.
Aunque la iglesia no puede aceptar la re-definición del matrimonio, estamos obligados por el mandato de Jesucristo a amarnos unos a otros como él nos ha amado. e es el amor que mueve cielo y tierra, y trata de conciliar a todas las personas con Dios y con el otro.
Tema de la encíclica no sorprende a nadie
La primera encíclica del Papa Francisco es el inspirador documento titulado Laudatio Si. Este original título fue extraído del comienzo del cántico de San Francisco de Asís que trata sobre Dios el Creador. “Alabado sea mi Señor, por nuestra hermana, la Madre Tierra que nos sostiene y nos gobierna, y que produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. El Papa Francisco le pide a toda la humanidad, y en especial a los de la fe Cristiana, para que cuiden de nuestro hogar común.
Esta encíclica no debería sorprender a nadie. El 19 de marzo de 2013, en la fiesta de San José, en la homilía de su discurso inaugural con dirigentes religiosos y nacionales presentes de todo el mundo, Francisco proclamó a Jesucristo a todas las naciones en el espíritu del gran santo de Asís cuyo nombre escogió. En su profética homilía, mencionó el cuidado de la creación, nuestro hogar común, nueve veces. Esto me pareció un notable tema en un discurso inaugural con incontables millones de personas viendo en todo el mundo, y con alegría rezando con el primer Papa de la Américas.
El Papa Francisco habló elocuentemente sobre San José, el protector de Jesucristo y su madre, María. “El núcleo de la vocación cristiana es Jesucristo. Protejamos a Cristo en nuestras vidas, para que podamos proteger a otros, proteger la creación”.
Francisco continua. “Esto es algo humano, que involucra a todos. Quiere decir proteger toda la creación, la belleza del mundo creado, como el Libro del Génesis nos dice, como San Francisco nos mostró”. Encarnando el espíritu de San Francisco, el Francisco de Roma nos está implorando “a proteger la totalidad de la creación, a proteger a cada persona, especialmente a los más pobres, a protegernos a nosotros mismos”. El concluye la homilía como si estuviera dirigiendo una sinfonía, “para que la Estrella de la Esperanza brille, protejamos con amor todo lo que Dios nos ha dado”.
La Alegría del Evangelio, Evangelii Guadium, la primera Carta Apostólica de Francisco, es el inicio y el final de todo lo que está haciendo, enseñando y predicando. Jesucristo es la alegría y la esperanza de la humanidad, y todos los que han sido bautizados en su nombre están llamados a ser discípulos misioneros, testigos gozosos del Señor de la historia, especialmente donde la Cruz es más evidente. Laudatio Si surge de Evangelii Guadium como la luz del día fluye del amanecer de un nuevo día. Las semillas de ambos se encuentran en la homilía inaugural de Francisco en la Fiesta de San José. “La tierra es nuestra casa común y todos nosotros somos hermanos y hermanas”. (Evangelii Guadium)
En Laudatio Si el Papa Francisco habla como un líder espiritual y moral llamándonos a cada uno de nosotros a responder de un modo más completo a la llamada de cuidar a los demás y de cuidar la creación de Dios. Es una invitación a “una profunda conversión interior” reconociendo con humildad los resultados de la actividad humana desamarrada del diseño de Dios. Es una ecología integral que desarrolla las enseñanzas de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Veamos dos ejemplos, aunque hay muchos más.
Con ocasión de la celebración anual del Día Mundial de la Paz el 1 de enero de 1990, el Papa San Juan Pablo II ofreció una visión de esta ecología integral como un mensaje de esperanza y de paz al mundo. “La teología, la filosofía y la ciencia hablan de un universo armónico, de un cosmos dotado de su propia integridad, su propio equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado. La raza humana está llamada a explorar este orden, a examinarlo con la debida atención y hacer uso de él mientras salvaguardan su integridad.”
El 14 de noviembre de 1991, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó el documento titulado, “Renovando la Tierra” el cual trata esta comprensión holística de las crisis y las oportunidades que enfrenta el mundo moderno.
“En su esencia la crisis del medio ambiental es un desafío moral. Nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra, lo que pasamos a las generaciones futuras, y cómo vivimos en armonía con la creación de Dios”. Los obispos, entonces y ahora “quieren estimular el diálogo, en particular con la comunidad científica.
“Sabemos que estas no son cuestiones sencillas; nosotros hablamos como pastores… Por encima de todo, buscamos explorar los vínculos entre la preocupación por la persona y por la tierra, entre la ecología natural y ecología social. El tejido de la vida es uno de ellos”.
Lo que es sorprendente es que el Papa Francisco ha escogido la compleja realidad de una ecología integral como el tema de su primera encíclica. Esto ha estado en su mente y su corazón por un largo tiempo. No inesperadamente, los de la izquierda y la derecha del espectro político han ofrecido críticas o han encontrado compatibilidad con su propia visión del mundo. Pero hay una longitud y altura, amplitud y profundidad de esta encíclica que no puede ser dignamente dirigida a través de acertadas mordeduras o análisis superficial.
Como lo ha hecho desde el comienzo de su elección, el Papa Francisco fomenta el diálogo y el encuentro con respeto y humildad. Como con Evangelii Guadium, Laudatio Si requiere un compromiso por parte de cada uno de nosotros de leerla, de orar al respecto, dialogar sobre el asunto, y permitir que nos forme como discípulos misioneros en el mundo frágil pero resistente de Dios, nuestro hogar común. Esta es una encíclica sobre la cual volveremos a hablar a menudo. “Y Dios vio que era muy bueno”. (Génesis)
Marriage and its redefinition: a response
By Bishop Joseph Kopacz
Grace and peace from God our Father and Our Lord Jesus Christ be with you all.
Many have raised their voices from across the spectrum of ideologies, religious convictions and all levels of society in response to the Supreme Court’s decision to legally sanction same sex marriage throughout our country. I too want to weigh in on such a critical court decision that has radically altered the definition of marriage. In doing so I am mindful of the inspired words of Saint Peter in his first letter. “In your hearts honor Christ the Lord as holy, always being prepared to make a defense to anyone who asks you for a reason for the hope that is in you; yet do it with gentleness and respect.” (1Peter 3,15)
The church, as stewards of the mysteries of God, and servants of Jesus Christ (1Cor. 4,1) has been entrusted with a way of life in marriage that is solidly set in Scripture, in tradition, in Christian Anthropology, and in our Sacramental life. The union of man and woman in marriage emerges out of God’s creative work as the primary relationship for all of human life. It has been the cornerstone, not only for the church, but also for civil society for millennia. Its demise in the modern world has led to enormous problems for individuals, families, and society.
The Catholic Church has cherished and celebrated the sacrament of marriage among its seven sacred gifts (sacraments) bequeathed to us by the Lord Jesus. The roots of marriage are foundational in the Word of God beginning with the second chapter of Genesis where a “man leaves his father and mother and clings to his wife and the two become one flesh.” (Genesis 2, 24).
Jesus clearly confirmed God’s creative action regarding marriage in Mark’s Gospel when he reminded his hearers about his Father’s intention from the beginning. (Mark 10, 6-10). Later in the New Testament the basis for the sacrament of marriage is established when the author of Ephesians eloquently wrote “that husbands are to love their wives as Christ loved the church and gave himself up for her.” (Ephesians 5, 25). Therefore, the love of husband and wife in marriage is a sacred sign of the Lord’s faithful and permanent love for us.
Therefore, we are stewards and servants of the sacred institution of marriage that we are not free to change in our tradition of faith. In the light of faith and reason, it is regrettable that what God intended from the beginning has been trampled so often in our modern world, and now redefined.
Yet, our unshakeable commitment to the dignity of every human person created in the image and likeness of God, and in need of salvation, motivates all of our ministries and parish life. Our personal experience of the merciful love of God, the key to eternal life, must direct our encounters, actions and conversations with all people, including our brothers and sisters of same sex attraction, and lifestyles. Although the Church cannot accept the redefinition of marriage, we are compelled by the command of Jesus Christ to love one another as he has loved us. This is the love that moves heaven and earth, and seeks to reconcile all people with God and one another.
El matrimonio y su re-definición, una respuesta
Por Obispo Joseph Kopacz.
La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
Muchos han levantado sus voces desde el espectro de las ideologías, las convicciones religiosas y desde todos los niveles de la sociedad en respuesta a la decisión de la Corte Suprema de sancionar legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país.
Yo también quiero expresar mi opinión en ésta crítica decisión judicial que ha cambiado radicalmente la definición de matrimonio. Al hacerlo, estoy consciente de las inspiradoras palabras del Apóstol San Pedro en su primera carta. Honren a Cristo Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. (1 Pedro 3:15)
La iglesia, como administradora de los misterios de Dios y ayudante de Jesucristo (1Cor. 4:1) ha sido encargada de una forma de vida en el matrimonio que está sólidamente establecida en las Escrituras, en la tradición, en antropología cristiana y en nuestra vida sacramental.
La unión de un hombre y una mujer en el matrimonio surge de la obra creadora de Dios como la relación primaria para toda la vida humana. Ha sido la piedra angular, no sólo para la iglesia, sino también para la sociedad civil a lo largo de milenios. Su desaparición en el mundo moderno ha causado enormes problemas para las personas, las familias y la sociedad.
La Iglesia Católica ha estimado y celebrado el sacramento del matrimonio entre sus siete sagrados dones (sacramentos) legado por el Señor Jesús. Las raíces del matrimonio están fundamentadas en la Palabra de Dios, comenzando con el segundo capítulo del Génesis donde “un hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Jesús claramente confirmó la acción creadora de Dios sobre el matrimonio en el Evangelio de San Marcos cuando le recordó a sus oyentes sobre la intención de su padre desde el principio, (Marcos 10: 6-10). Más adelante en el Nuevo Testamento, la base para el sacramento del matrimonio se establece cuando el autor de Efesios elocuentemente escribió, “que los esposos amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Por lo tanto, el amor de marido y mujer en el matrimonio es un signo sagrado del fiel y permanente amor del Señor por nosotros.
Por lo tanto, somos administradores y servidores de la institución sagrada del matrimonio que no somos libres para cambiar en nuestra tradición de fe. A la luz de la fe y la razón, es lamentable que lo que Dios destinó desde el principio ha sido pisoteado tan a menudo en nuestro mundo moderno, y ahora re-definido.
Sin embargo, nuestro inquebrantable compromiso de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y en necesidad de salvación, motiva todos nuestros ministerios y la vida parroquial. Nuestra experiencia personal del amor misericordioso de Dios, la clave de la vida eterna, tiene que dirigir nuestros encuentros, acciones y conversaciones con todas las personas, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas de la misma atracción sexual y estilos de vida.
Aunque la iglesia no puede aceptar la re-definición del matrimonio, estamos obligados por el mandato de Jesucristo a amarnos unos a otros como él nos ha amado. Este es el amor que mueve cielo y tierra, y trata de conciliar a todas las personas con Dios y con el otro.
¿Por qué este jubileo de misericordia?
POR OBISPO Joseph Kopacz
A lo largo de su breve pontificado de poco más de dos años, el Papa Francisco ha hablado de la iglesia como un hospital de campaña que trata a los heridos del mundo. Las personas sufren y luchan diariamente por mantener su dignidad humana, y la iglesia en su fidelidad a Jesucristo, debe estar presente para aplicar el bálsamo curativo de la misericordia de Dios a los muchos afectados por el pecado, la pobreza extrema, la tragedia y la injusticia. La misericordia de Dios y la gloria en el rostro de Jesucristo es el antídoto para estas rupturas, y el Papa Francisco está tan comprometido con este nivel de evangelización que ha convocado un Año Jubilar de Misericordia que comenzará a finales de este año.
Como una primera reflexión, porque mucho sobre esto se escribirá y se hablará en los próximos meses, estoy citando la introducción a la carta pastoral del papa en el Año Jubilar escrita por Christina Deardurff. Es informativa e inspiradora.
“Deseando derramar sobre las heridas espirituales de cada ser humano el bálsamo de la misericordia de Dios en abundancia, el Papa Francisco ha publicado una bula de convocación anunciando al mundo el Jubileo Extraordinario de la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y cerrará en la solemnidad de Cristo Rey, el 20 de noviembre de 2016.
“El jubileo es un tiempo de alegría. Es un tiempo de remisión de los pecados y perdón universal que tiene sus orígenes en el libro bíblico del Levítico. Un año de jubileo se menciona en él, se producen cada 50 años, y es una ocasión en la que los esclavos y prisioneros serían puestos en libertad, las deudas se le perdonarían y las misericordias de Dios sería particularmente manifestadas.
“Como dice el Papa Francisco, Cristo mismo citando a Isaías en las mismas líneas espiritualizadas: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena nueva a los afligidos; me ha enviado para enlazar a los desolados, para anunciar la libertad a los cautivos, y la libertad de las personas en cautiverio; a proclamar el año de gracia del Señor”.
“Este año de gracia del Señor se ha celebrado en la historia de la iglesia cada 50 años y en los últimos siglos, cada 25 años; el último fue en el 2000. Este Año Jubilar de la Misericordia es, pues, un “extraordinario” jubileo que se produce fuera del plazo tradicional.
“El rasgo más distintivo de la ceremonia de inauguración del Año Jubilar es la apertura de la Puerta Santa en cada una de las cuatro basílicas patriarcales de Roma: San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Antes de que San Juan Pablo II modificara ésta para el gran Jubileo del año 2000, la puerta estaba tapiada con ladrillos y argamasa, y “derribada” por el papa con un martillo de plata.
En el año 2000 el Papa Juan Pablo simplemente abrió la gran puerta con las manos. Tradicionalmente el papa abre la puerta de la Basílica de San Pedro cantando el versicle, “Abran ante mí las puertas de la justicia”. De igual manera, un cardenal abre cada una de la puerta santa en las otras basílicas en sitios de peregrinación. El rico simbolismo refleja la exclusión de Adán y Eva y toda la familia humana, en el Jardín del Edén debido al pecado, y la re-entrada a la gracia del penitente de corazón.
“El Jubileo también implica la concesión de indulgencias”, dice el papa. Conectada al jubileo está una indulgencia plenaria, la remisión de las penas temporales aún sin pagar por los pecados perdonados, disponible para aquellos que entren a un designado lugar de peregrinación a través de la Puerta Santa, junto con las condiciones habituales.
Una vez limitada sólo a las cuatro grandes basílicas de Roma, un lugar de peregrinación es ahora designado en cada diócesis, generalmente la catedral. “Vivamos el jubileo intensamente”, dice Francisco, “pidiéndole al Padre que perdone nuestros pecados y que nos bañe en su misericordiosa indulgencia.”
En todo el mundo católico este fin de semana la iglesia celebra la fiesta del Domingo de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe cristiana en Dios, que es amor.
En la comunicación de Dios a lo largo de la Sagradas Escrituras, el Antiguo y el Nuevo Testamento, es evidente que la misericordia es la naturaleza de Dios y la esencia de su relación con el hombre creado a su imagen y semejanza. Muchos salmistas en todo el Antiguo Testamento consistentemente anuncian por medio de los profetas, y de la misericordia de Dios.
El Salmo 107 alegremente comienza con las palabras: “den gracias al Señor porque es bueno, su misericordia perdurar para siempre”. Esta estrofa se repite en todo el salmo como si rompiera a través de las dimensiones del tiempo y del espacio, insertando todo en el misterio eterno del amor, en las palabras del Papa Francisco.
Un humilde y contrito corazón y la mente están más abiertos a la misericordia de Dios como dice en el Salmo 51, el Miserere, tradicionalmente atribuido al Rey David después de su adultera y asesina conducta. “Ten misericordia de mí, oh Dios, por tu gran ternura, borra mis culpas”. El Profeta Isaías (49:15) “Pero, ¿Puede una madre olvidar a su hijo de pecho, o no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”.
En el principio del Nuevo Testamento, el escritor evangélico, San Lucas, incluye en sus relatos de la infancia la oración de Zacarías, el padre de Juan el Bautista. “En la tierna compasión de nuestro Dios, el amanecer desde lo alto se romperá sobre nosotros, para brillar en los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Tierna compasión, traducido como “vísceras” en el latín, o desde las entrañas mismas de Dios, recibimos misericordia.
El escritor evangélico Juan afirma ésto en esta forma muy bien reconocida. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su único hijo.” (Juan 3:15 ) El Papa Francisco escribe: “este amor ha sido hecho visible ahora y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es más que amor, un amor dado gratuitamente. Las relaciones que hace con las personas que se le acercan manifiestan algo único e irrepetible. Los signos que hace, sobre todo en el rostro de los pecadores, los pobres, los marginados, los enfermos y los que sufren, están destinados a enseñar misericordia. Todo en él habla de la misericordia. Nada en él es carente de compasión.” Por supuesto, esta misericordia culminó en la cruz, cuando hasta la última gota de sangre y agua manó de él.
Mucho se hablará y se escribirá en los próximos meses sobre la misericordia, y que el Espíritu Santo nos guíe cada día al corazón de la Trinidad para que sepamos que Dios es amor, y que la misericordia de Dios es eterna.
Why this jubilee of mercy?
By Bishop Joseph Kopacz
Throughout his brief pontificate of just more than two years, Pope Francis has spoken of the Church as a field hospital who treats the wounded of the world. People suffer, struggle and battle to maintain their human dignity on a daily basis, and the Church in fidelity to Jesus Christ must be present to apply the healing balm of God’s mercy to many whom sin, abject poverty, tragedy and injustice afflict. God’s mercy and glory on the face of Jesus Christ is the antidote to such brokenness, and Pope Francis is so committed to this standard of evangelization that he has declared a Jubilee Year of Mercy to begin later this year.
As an initial reflection, because much will be written and spoken of in the months ahead, I am citing an introduction to the Pope’s pastoral letter on the Jubilee Year written by Christina Deardurff of Inside the Vatican magazine. It is both informative and inspiring.
“Wishing to pour on the spiritual wounds of every human being the balm of God’s mercy in abundance, Pope Francis has issued a Bull of Indiction announcing to the world an Extraordinary Jubilee of Mercy, to open on Dec. 8, the Solemnity of the Immaculate Conception, and to close on the Solemnity of Christ the King, Nov. 20, 2016. The Jubilee is a time of joy. It is a time of remission of sins and universal pardon, having its origins in the biblical book of Leviticus. A Jubilee Year is mentioned there, occurring every 50 years, on which occasion slaves and prisoners would be freed, debts would be forgiven and the mercies of God would be particularly manifest. As Pope Francis says, Christ himself quoted Isaiah along these same spiritualized, lines: ‘the Lord has anointed me to bring good tidings to the afflicted; he has sent me to bind up the brokenhearted, to proclaim liberty to captives and freedom to those in captivity; to proclaim the year of the Lord’s favor.’
“This year of the Lord’s favor has been celebrated in Church history every 50, or in recent centuries, every 25 years; the last was in 2000. This Jubilee Year of Mercy is thus an ‘extraordinary’ Jubilee occurring outside of the traditional timeframe.
“The most distinctive feature of the ceremonial opening of the Jubilee Year is the opening of the Holy Door in each of the four patriarchal basilicas in Rome: St. John Lateran, St. Peter, St. Paul Outside the Walls and St. Mary Major. Before St. John Paul II amended it for the great Jubilee in 2000, the door was actually walled up with brick and mortar and ‘knocked down’ by the pope with a silver hammer.
“In 2000, Pope John Paul simply opened the great door with his hands. The pope himself opens the door in St. Peter Basilica, traditionally singing the versicle, ‘Open unto me the gates of justice.’ A cardinal similarly opens each of the holy doors at the other basilicas — designated pilgrimage sites. The rich symbolism reflects the exclusion of Adam and Eve, and of the whole human family, from the Garden of Eden due to sin, and the re admittance into grace of the penitent of heart.
“A Jubilee also entails the granting of indulgences,” says the Pope. Attached to the Jubilee is a plenary indulgence, the remission of the temporal punishment still due to one’s forgiven sins, available to those who enter a designated pilgrimage site through the Holy Door, along with the usual conditions. Once limited to the four great Basilicas in Rome, a pilgrimage site is now designated in every diocese, usually the cathedral. “Let us live the Jubilee intensely,” says Francis, “begging the Father to forgive our sins and to bathe us in his merciful indulgence.”
Throughout the Catholic world this weekend the Church celebrates the feast of Trinity Sunday, the central Christian mystery of faith in God who is love. In God’s self-communication throughout the Sacred Scriptures, Old and New Testaments, it is evident that mercy is God’s nature and the essence of his relationship with humankind created in his image and likeness. Many Psalmists throughout the Old Testament consistently proclaim by the prophets, and the mercy of God. Psalm 107 joyfully begins, “give thanks to the Lord for he is good, his mercy endures forever.” This chant is repeated throughout the psalm as if it is breaking through the dimensions of space and time inserting everything into the eternal mystery of love, in the words of Pope Francis.
A humble, contrite heart and mind are most open to the mercy of God as we hear in Psalm 51, the Miserere, traditionally ascribed to King David after his adulterous and murderous conduct. “Have mercy on me, O God, in your goodness; in your compassion blot out all my guilt.” The prophet Isaiah (49,15) “Can a woman forget her nursing child, or have no compassion for the child of her womb? Even these mothers may forget; but as for me, I’ll never forget you!
At the dawn of the New Testament the Gospel writer, Luke, includes in his Infancy Narratives the prayer of Zachariah, the father of John the Baptist. “In the tender compassion of our God, the dawn from on High shall break upon us, to shine on those who dwell in darkness, and the shadow of death, and to guide our feet along the way of peace.” Tender compassion, translated as ‘viscera’ in the Latin, or from the very guts of God, we receive mercy.
The Gospel writer John states it in this well recognized way. “God so loved the world that he sent his only Son.” (Jn. 3,15). Pope Francis writes, “this love has now been made visible and tangible in Jesus’ entire life. His person is nothing but love, a love given gratuitously. The relationships he forms with the people who approach him manifest something unique and unrepeatable. The signs he works, especially in the face of sinners, the poor, the marginalized, the sick and the suffering, are all meant to teach mercy. Everything in him speaks of mercy. Nothing in him is devoid of compassion.” Of course, this mercy culminated on the cross when every last drop of blood and water flowed out of him.
Much will be spoken of and written in the months ahead on mercy, and may the Holy Spirit guide us every day into the heart of the Trinity that we may know that God is love, and God’s mercy endures forever.
Busquen en la Pascua el mensaje misionero
POR OBISPO Joseph Kopacz
Durante los 50 días del tiempo pascual la Iglesia Católica proclama en Palabra y Adoración la creación y el crecimiento de la iglesia en el primer siglo después de la crucifixión y la resurrección del Señor, entre los años 30 y 33 d.C. El sacrificio cruento de la muerte de Jesús el Nazareno fue transformado por el amor de Dios en la resurrección en el mayor movimiento desatado en la historia de la humanidad. Poniendo las tristes divisiones a un lado, la iglesia ha proclamado el Evangelio durante casi 2000 años, y en la actualidad hay cerca de dos billones de cristianos en todo el mundo, más de la mitad son católicos.
Reconocemos que muchos son cristianos sólo de nombre, pero hay innumerables millones que el Espíritu Santo ha transformado en el Cuerpo vivo de Cristo para la salvación de las almas y el bien de la humanidad.
Durante la octava de Pascua, o los ocho días siguiente al Domingo de Pascua, el Señor resucitado se le apareció a sus angustiados apóstoles y discípulos con el fin de sanarlos, reconciliarlos con Dios y a los unos con los otros con el fin de prepararlos para su peregrinación de fe, esperanza y amor en su nombre.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, sobre todo, es una narración de San Lucas sobre el crecimiento constante de la iglesia primitiva, desde sus humildes inicios en Jerusalén a la escena mundial en Roma, destinada a seguir el mandato del Señor de enseñar a todas las naciones hasta los confines de la tierra.
San Pedro, San Pablo y los otros 11 discípulos, con el apoyo fiel de muchos de los primeros discípulos, sentaron las bases para la primera iglesia evidente en las muchas comunidades que surgieron alrededor del mundo mediterráneo. En solidaridad con su Señor en la cruz, la sangre y el agua continuaron derramándose. Los judíos y los gentiles tuvieron su segundo nacimiento en las aguas fluyentes del bautismo y la sangre de los mártires se convirtió en la fuente de la vitalidad de la iglesia primitiva.
En las primeras etapas de los Hechos de los Apóstoles escuchamos hablar del agua con el bautismo de miles de personas el Domingo de Pentecostés y de la sangre, con el brutal asesinato a pedradas del diácono Esteban, el primer mártir de la iglesia. Siguió después la decapitación de Santiago, el hermano del Señor, y comenzó la persecución que se prolongó durante casi 300 años.
San Pedro es presentado en la primera mitad de los Hechos de los Apóstoles mientras que San Pablo aparece en la segunda mitad del libro. En el Capítulo 10, el Espíritu Santo pone el escenario a través de Pedro para un segundo día de Pentecostés en la casa de Cornelio al descender sobre todos los miembros de su familia con un estallido de lenguas y de alabanza. Pedro sólo podía estar de pie, y se maravilló de como Dios abrió la puerta de la fe a los primeros gentiles para que se convirtieran en cristianos. Pedro procedió a bautizarlos, pero esa fue la parte fácil. Luego tuvo que regresar a Jerusalén con Pablo y Bernabé para convencer a los demás que los gentiles o paganos, o sea los no judíos, no tenían que convertirse en judíos primero antes de convertirse en cristianos.
Fue una lucha encarnizada pero al final Dios prevaleció y en el Concilio de Jerusalén sólo cuatro restricciones le fueron impuestas a los gentiles: “Se tienen que abstener de comer carne de animales ofrecidos en sacrificios a los ídolos, no coman sangre ni carne de animales estrangulados y eviten la inmoralidad sexual. Ustedes harán bien si evitan estas cosas.” (Hechos 15:29) Por supuesto los Diez Mandamientos siguen siendo fundamentales para nosotros, pero más de 600 leyes cambiaron cuando surgió la tradición cristiana. El mandato del Señor de enseñar a todas las naciones estaba ahora libre de obligaciones por parte de una exigente tradición judía.
Después del Capítulo 15 en los Hechos de los Apóstoles San Pablo tomó la antorcha de San Pedro y se convirtió en apóstol de los gentiles, facultado por el Concilio de Jerusalén para ser el misionero en el mundo griego y romano. Los tres viajes misioneros de Pablo están trazados en las páginas de los Hechos. Muchos le temían, recordando su feroz persecución contra los primeros cristianos antes de su conversión, y muchos lo odiaban porque él fue riguroso en su celo de desechar la Ley de Moisés a la luz de Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos. En última instancia, esta animosidad lo llevó a su decapitación en Roma.
En nuestra época el Papa Francisco nos llama a ser misioneros que llevan la Buena Noticia, la alegría del Evangelio, a muchos de los que se están yendo a pique en el cieno del mundo.
Este es nuestro origen; esta es nuestra llamada constante. Cuando escuchamos y/o leemos sobre el crecimiento de la iglesia primitiva, es evidente que muchos tenían el espíritu misionero. San Pablo, en particular, fue el misionero por excelencia, que nunca se cansó de plantar la semilla de la fe, y alimentar a la planta joven a través de sus cartas y visitas pastorales. Como escribió en 1 Corintios: “Sembré la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero es Dios quien la hizo crecer.” (1Cor 3:6)
Cuando reflexiono sobre mi nueva vida como el 11ª obispo de Jackson durante mis muchos viajes en todo el territorio de la diócesis en este tiempo de Pascua, bien sea para celebrar confirmaciones, graduaciones, aniversarios, etc., considero que esta es la vida y el ministerio de un obispo, puesto en marcha por los apóstoles y sus sucesores. Yo trabajo en la viña del Señor, sobre las bases establecidas por el Obispo Chanche y algunos otros a finales de 1830.
Bien sea que se trate de los sembradores originales, o las generaciones posteriores que siguieron, Dios la está haciendo crecer a través del poder del Espíritu Santo y en el nombre de Jesús, resucitado de entre los muertos.
Somos parte de una tradición de fe con raíces profundas, casi dos mil años. “Además, queridos hermanos, no olviden que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. (2 Pedro 3:8) Por lo que sólo estamos acercándonos el principio del tercer día de la era cristiana, y nuestro llamado es a plantar y construir siempre que tengamos vida y aliento. “Y estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Cristo Jesús regrese”. (Filipenses 1:6 )
Look to Easter for missionary message
By Bishop Joseph Kopacz
Throughout the 50 days of the Easter Season the Catholic Church proclaims in Word and Worship the inception and growth of the Church in the first century after the crucifixion and resurrection of the Lord between 30 and 33 AD. The bloody sacrifice in death of Jesus the Nazorean was transformed by the loving power of God in resurrection into the greatest movement ever unleashed in human history. Sad divisions aside, the church has proclaimed the Gospel for nearly 2000 years, and presently there are around two billion Christians, more than half being Catholics, throughout the world. Granted many are Christian in name only, but there are countless millions whom the Holy Spirit has transformed into the living Body of Christ for the salvation of souls and the good of humanity.
Throughout the Easter Octave, or the eight days following Easter Sunday, the risen Lord appeared to his broken apostles and disciples in order to heal them, reconcile them to God and to one another in order to set them on their pilgrimage of faith, hope and love in His name. The Acts of the Apostles especially is a narration by Saint Luke of the persistent growth of the early Church from its humble beginnings in Jerusalem to the world stage in Rome, destined to follow the Lord’s command to teach all nations to the ends of the earth.
St. Peter and St. Paul, and the 11 other disciples, with the faithful support of many of the early disciples, laid the foundation for the early Church evident in the many communities that sprung up around the Mediterranean world. In solidarity with their Lord on the cross, the blood and the water continued to flow.
Jews and Gentiles alike experienced their second birth in the flowing waters of Baptism, and the blood of the martyrs became the spring of life for the early Church’s vitality. Early on in the Acts of the Apostles we hear of the water with the Baptism of thousands on Pentecost Sunday, and the blood, with the brutal killing by stoning of the deacon Stephen, the Church’s first martyr. The beheading of James, the brother of the Lord followed and the persecution began that went on for nearly 300 years.
St. Peter is featured in the first half of the Acts of the Apostles while St. Paul’s star rises in the second half of the book. In Chapter 10 the Holy Spirit set the stage through Peter for a second Pentecost day in the home of Cornelius by descending upon all the members of his household with an eruption of tongues and praise.
Peter could only stand by and marvel as God opened the door of faith to the first Gentiles to become Christians. Peter proceeded to baptize them, but that was the easy part. Afterwards, he had to return to Jerusalem with Paul and Barnabus to convince the others that the Gentiles, or pagans, that is non-Jews, did not have to become Jews first before becoming Christian. It was a fierce struggle but in the end God prevailed, and at the Council of Jerusalem only four restrictions laid upon the Gentiles: “You are to abstain from food sacrificed to idols, from blood, from the meat of strangled animals and from sexual immorality. You will do well to avoid these things.” (Acts 15,29)
Of course the Ten Commandments remain fundamental for us but more than 600 laws were shed as the Christian tradition emerged. The command of the Lord to teach all nations was now unencumbered by an exacting Jewish tradition.
After Chapter 15 in the Acts of the Apostles St. Paul took up the torch from Peter and became the Apostle to the Gentiles, further empowered by the Jerusalem Council to be the missionary to the Greek and Roman worlds. Paul’s three missionary journeys are traced upon the pages of the Acts.
Many feared him, remembering his fierce persecution of the early Christians prior to his conversion, and many hated him because he was unrelenting in his zeal to set aside the Law of Moses in the light of Jesus Christ crucified and risen from the dead. Ultimately, this animosity led to his beheading in Rome.
In our era Pope Francis is calling us to be missionaries who bring the Good News, the joy of the Gospel, to many who are foundering in the world’s mire. This is our origin; this is our constant calling. As we hear about and/or read about the growth of the early church it is readily apparent that many had the missionary spirit. Saint Paul in particular was the missionary par excellence, who never tired of planting the seed of faith, and nurturing the young plant through his letters and pastoral visits. As he wrote in 1Corinthians: “I planted the seed in your hearts, and Apollos watered it, but it was God who made it grow.” (1Cor 3, 6)
As I reflect upon my new life as the 11th Bishop of Jackson during my many journeys throughout the diocese during the Easter season, whether it be for confirmations, graduations, anniversaries, etc., I appreciate that this is the life and ministry of a bishop, set in motion by the apostles and their successors.
I labor in the vineyard of the Lord, building upon the foundation laid by Bishop Chanche and a few others in the late 1830’s. Whether it was the original planters, or the later generations who followed, God is making it grow through the power of the Holy Spirit and in the name of Jesus, raised from the dead.
We are part of a tradition of faith with deep roots, nearly two thousand years young. “But do not forget this one thing, dear friends: With the Lord a day is like a thousand years, and a thousand years are like a day.” (2Peter 3,8) So we are just approaching the beginning of the third day of the Christian era, and our call is to plant and build as long as we have life and breath. “And I am certain that God, who began the good work within you, will continue his work until it is finally finished on the day when Christ Jesus returns”. (Philippians 1,6)
Trio of spiritual giants offer inspiration
By Bishop Joseph Kopacz
During 2015 we are marking anniversaries of life’s beginnings and endings of three significant Christians and Americans whose legacy will endure for generations to come. These outstanding citizens in hope of the Kingdom are Sister Thea Bowman, Thomas Merton, and Abraham Lincoln. Sister Thea succumbed to cancer 25 years ago; Thomas Merton, born one hundred years ago, died unexpectedly in Bangkok, Thailand, by accidental electrocution in 1968, and Abraham Lincoln passed at the hand of an assassin’s bullet 150 years ago. The lives of all three were cut short but their words and their deeds are likely to inspire for as long as people of good will and transcendent faith search for meaning in their lives.
A series of local events have marked the 25th anniversary of Sister Thea’s death, and there are many alive today who walked and served with her in the Diocese of Jackson. Recently “Thea’s Turn” was staged at Madison St. Joseph School, and the brilliance of the presentation captured the ordinariness of the young Bertha and the saintliness and historic virtue of Thea, the passionate religious. Her little light shone brightly during this and other commemorative events held locally and in many settings throughout our region and nation. In 1987, a few years before here death, Sister Thea appeared on 60 Minutes with Mike Wallace. She inspired him and many viewers with the following.
“I think the difference between me and some people is that I’m content to do my little bit. Sometimes people think they have to do big things in order to make change. But if each one would light a candle we’d have a tremendous light.”
Many of the Christian faith, especially in the Catholic Church, but also throughout the inter-faith world and among people of no religious faith, are commemorating the 100th anniversary of the birth of Thomas Merton, the Trappist monk who was passionately committed to a life of solitude and social justice on the world stage. Out of solitude as a monk in Gethsemane, Kentucky, he wrote prodigiously as an author (more than 70 books), a poet and a letter writer, corresponding with people in all walks of life from all corners of the globe. His way of life as a monk, combined with his prophetic world view on issues of justice and peace, and his personal letters in response to all who wrote to him, proclaimed to the world what he believed, that “We are already One.” This vision for humanity resounds in the following quotation from his works.
“What can we gain by sailing to the moon if we are not able to cross the abyss that separates us from ourselves? This is the most important of all voyages of discovery, and without it, all the rest are not only useless, but also disastrous.”
Abraham Lincoln was the determined public servant who sought the highest office in the land at the time when the nation was on the brink of Civil War. He became, in life and in death, the symbol of its blood soaked struggle for unity as the 16th president, the first in a line of four assassinated presidents. Throughout his adult life he experienced enormous setbacks, including a failed business, the death of his son, a nervous breakdown, election defeats for the State Legislature of Illinois, the U.S. Congress, the U.S. Senate, as well as nomination for the Vice Presidency. He finally achieved electoral success as the President of the United States, and the rest is history. He was passionately committed to the preservation of the Union as he proclaimed at Gettysburg, Pennsylvania, in the aftermath of that brutal battle. We recall a portion of his address.
Four score and seven years ago our fathers brought forth on this continent, a new nation, conceived in liberty, and dedicated to the proposition that all men are created equal… It is for us the living, rather, to be dedicated here to the unfinished work, which they who fought here, have thus far so nobly advanced. It is rather for us to be here dedicated to the great task remaining before us – that from these honored dead we take increased devotion to that cause for which they gave the last full measure of devotion – that we here highly resolve that these dead shall not have died in vain – that this nation, under God, shall have a new birth of freedom – and that government of the people, by the people, for the people, shall not perish from the earth.”
Whenever we probe more deeply into the lives of people we consider worthy of honor and emulation we discover that their lives were not without struggle, suffering and sacrifice. Let us not forget during this Easter Season to look no further than the suffering and death of the Lord on the cross, and his ultimate triumph in the resurrection. In earthly terms, Jesus the Nazarene was put to death at a much younger age than Sister Thea, Brother Thomas, and President Abraham, but his sacrificial death raises up all who lay down their lives for the salvation and advancement of humanity.
Certainly, our three great souled men and woman would be the first to acknowledge that they were “earthen vessels” holding an eternal treasure as Saint Paul writes so poetically to the Corinthians. In a colloquial manner of speaking, they had “clay feet” but their vision for humanity was eternal. They understood the mandate of Jesus to his disciples in the Sermon on the Mount in St. Matthew’s Gospel. “Let your light shine before all, so that others may see goodness in your acts, and give praise to your Heavenly Father.” Likewise, may the Lord inspire us during this season of Easter hope to reflect his light in our time upon the earth.