Dando la Bienvenida al Comienzo del Nuevo año Ministerial

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
A medida que entramos en el mes de agosto, las olas de un nuevo año de ministerio en toda la diócesis llegan a las costas de nuestras escuelas, parroquias, y servicios sociales. No todos los programas y servicios comienzan al mismo tiempo, pero a mediados de septiembre todos están en marea alta. Nuestras Escuelas Católicas están funcionando a toda capacidad desde la primera semana de agosto, en sintonía con nuestros cuatro Centros de Aprendizaje Temprano que funcionas durante 12 meses. Caridades Católicas no cierra sus puertas en ningún momento del año, un nuevo año escolar requiere una mayor participación de los programas que sirven a los niños y jóvenes. Del mismo modo, las luces de nuestras iglesias continúan ardiendo intensamente durante 52 semanas, pero con el inicio del otoño, los ministerios parroquiales están en pleno apogeo.

Obispo Joseph R. Kopacz

Desde la Cátedra del obispo en el centro de la diócesis, es cautivador echar una mirada larga y amorosa a la red diocesana que tiene tantos niveles e influencias. A principios de este mes tuve el privilegio de hacer una llamada misionera a la diócesis de Keene, New Hampshire. Por supuesto, dondequiera en cualquier momento y lugar que se lleve a cabo una apelación, las Escrituras siempre guían el camino.

El decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario, del 10 y 11 de agosto, el Discurso del Pan de Vida en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan estaba llegando a su punto culminante. “Yo soy el pan de vida… Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. el que coma de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. (Juan 6:48-51)

Las palabras del Señor resonaron a lo grande ese fin de semana, no solo en New Hampshire y Mississippi, sino en todas partes del mundo donde se reunió la Iglesia Católica. En otras palabras, en el corazón del discurso de Jesús está la Eucaristía, donde consumimos su cuerpo y su sangre, así como sus palabras. Celebramos nuestra unidad e identidad, porque somos una sola Iglesia santa, católica y apostólica; (Credo de Nicea) hay una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos y habita en todos. (Efesios 4:4-5)

Sin embargo, de esta unidad fluye una diversidad asombrosa. La iglesia y el evangelio están implantados en un lugar, tiempo y cultura particulares, tan solo en nuestro país hay diferencias significativas en cada región, de hecho, en cada uno de nuestros estados. En cuanto al llamamiento misionero, es un gozo para mí presumir de la Diócesis de Jackson durante más de 10 años he hablado en parroquias católicas desde Wisconsin hasta Florida, New Hampshire y California.

CARLISLE, Miss. – Francisco Maldonado, Grayson Foley y Joe Pearson leen sus Biblias en su convocatoria anual de seminaristas de verano antes de comenzar un nuevo año de su formación. (Foto cortesía del Padre Nick Adam)

El estudio de CARA realizado durante nuestro proceso de Re-Imaginación Pastoral confirmó que los católicos en la Diócesis de Jackson representan el 2-3% de la población del estado. La demografía, así como la geografía, la historia, el clima, la educación y muchos otros factores se unen para crear las condiciones para la evangelización y una gran cantidad de ministerios. Aquellos que realmente aman al Señor y se preocupan por ver a la iglesia prosperar están ansiosos por aprender de la Diócesis de Jackson, de sus logros y desafíos como Iglesia Católica en Mississippi. Muchos nunca han vivido, viajado o visitado el estado de Magnolia, pero después de una misa hace dos semanas, un caballero me informó que había nacido en la ciudad de Yazoo. Por lo general, nuestras hermanas y hermanos en la fe responden generosamente cuando escuchan cómo sus contribuciones ayudarán a los ministerios parroquiales, escolares y ministerios de servicio.

En esta época del año, especialmente con el desarrollo de tantos ministerios y actividades, es especialmente gratificante compartir nuestra historia de fe durante la Misa, nuestra gran oración de acción de gracias. “En San Pablo, confiemos en que, si dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuara hasta concluirlo el día de Cristo Jesús”. (Filipenses 1:6)

Living the Eucharist: a journey of faith, hope and love

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
The National Eucharistic Congress is underway in Indianapolis this week and considerable faith, hope and love have been poured into the preparations that have made it all possible. Our Eucharistic Lord is working great wonders and inspiring many to recognize Him and love Him in the gift of His Body and Blood during this graced time in our nation’s Catholic history.

One obvious manifestation of the outpouring of God’s grace were the four national Eucharistic processions that converged earlier this week in Indianapolis. Recalling the words of St. Paul, many joyfully walked as pilgrims in adoration. “Rejoice in the Lord always. I shall say it again: rejoice! Your kindness should be known to all. The Lord is near.” (Philippians 4:4-5) It is a time of revival, renewal, and rejoicing to know the enduring and eternal gift that the crucified and risen Lord has bequeathed to the church in the Eucharist.

As we enjoy this issue of the Mississippi Catholic that features the celebrations of the sacraments from around the diocese, it is abundantly evident that the Mass, the great prayer of Thanksgiving is the heart and soul of our identity as Catholics. Recently, at each closing session of our Pastoral Reimagining, the Eucharist was the centerpiece to express our gratitude, as well as to call upon the Holy Spirit to inspire us in our commitment to be faithful to the Lord in pastoral reimagining. The holy sacrifice of the Mass is our true north on the way to eternal life, the fulfillment of the promise the Lord made to all disciples who ate his body and drank his blood. “I am the living bread that comes down from heaven; whoever eats this bread will live forever; the bread I will give is my flesh for the life of the world.” (John 6:51)

The Eucharist, the center of the church’s life, somehow seems to say it all. It says in a hundred different ways: this is who we are, and this is who God is … When we look at Eucharist in all its rich fullness, we can rekindle within ourselves eucharistic amazement and wonder at this great gift God has given to us in his Son Jesus. (Stephen J. Binz, Eucharist, page 2) The psalmist captures these gifts of awe and wonder. “Enter his gates with thanksgiving, his courts with praise. Give thanks to him, bless his name, good indeed is the Lord. His mercy endures forever, his faithfulness lasts through every generation.” (Psalm 100)

Central to recognizing the real presence of Jesus in the Eucharist is our hunger and thirst for God’s Word. Our Liturgical/Sacramental Catholic world cannot exist without the proclamation of the scriptures during each administration of the sacraments. Emergency baptisms or anointings would be the exceptions. The Emmaus story in St. Luke’s Gospel embodies what Pope Saint Paul II meant in his document Ecclesia de Eucaristia at the turn of the millennium. In other words, the church is born from the Eucharist and the road to Emmaus portrays the fullness of Eucharistic faith when the Word burned in the disciples’ hearts, and they recognized the risen Lord’s presence in the Breaking of the Bread. The inspired Word of God prepares us to see the glory of God in the Lord’s body and blood on the altar.

Central to an authentic celebration of the Eucharist is the understanding that at the end of Mass the service continues.

“Go in peace, glorifying the Lord by your life.”

“Thanks be to God.”

As the Lord distinctly taught, it is urgent to put into practice what we have heard in order to build our house on rock, the solid ground of faith in action. Seizing the moment with all who are in attendance at the Eucharistic Congress will be the invitation to be Eucharistic missionaries, or missionary disciples on fire with the joy of the Gospel. Afterall, we are the Body of Christ, the church, and we are to carry our holy communion with the Lord and one another into our lives and world as a leaven that witnesses to God’s Kingdom.

Indeed, the Lord is always near, and never more so than when the members of his body, the church, faithfully live the Good News.

Vivir la Eucaristía: un camino de fe, esperanza y amor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El Congreso Eucarístico Nacional está en marcha en Indianápolis esta semana y se ha vertido una considerable fe, esperanza y amor en los preparativos que lo han hecho todo posible. Nuestro Señor Eucarístico está obrando grandes maravillas e inspirando a muchos a reconocerlo y amarlo en el don de Su Cuerpo y Sangre durante este tiempo de gracia en la historia católica de nuestra nación.

Obispo Joseph R. Kopacz

Una manifestación de la efusión de la gracia de Dios fueron las cuatro procesiones eucarísticas nacionales que convergieron a principios de esta semana en Indianápolis. Recordando las palabras de san Pablo, muchos caminaron alegremente como peregrinos en adoración. “Regocíjense siempre en el Señor. Lo diré de nuevo: ¡alégrate! Tu bondad debe ser conocida por todos. El Señor está cerca”. (Filipenses 4:4-5) Es un tiempo de renacimiento renovación y regocijo para conocer el don duradero y eterno que el Señor crucificado y resucitado ha legado a la Iglesia en la Eucaristía.
A medida que disfrutamos de este número de la revista Mississippi Catholic que presenta las celebraciones de los sacramentos de toda la diócesis, es muy evidente que la Misa, la gran oración de Acción de Gracias es el corazón y el alma de nuestra identidad como católicos. Recientemente, en cada sesión de clausura de nuestra Reimaginación Pastoral, la Eucaristía fue la pieza central para expresar nuestra gratitud, así como para invocar al Espíritu Santo para que nos inspire en nuestro compromiso de ser fieles al Señor en la renovacion pastoral. El santo sacrificio de la Misa es nuestro verdadero norte en el camino hacia la vida eterna, el cumplimiento de la promesa que el Señor hizo a todos los discípulos que comieron su cuerpo y bebieron su sangre. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre; el pan que yo daré es mi carne y lo dare para la vida del mundo”. (Juan 6:51)

La Eucaristía, el centro de la vida de la Iglesia, de alguna manera parece decirlo todo. Lo dice de cien maneras diferentes: esto es lo que somos, y esto es lo que es Dios… Cuando miramos la Eucaristía en toda su rica plenitud, podemos vivir en nosotros el asombro eucarístico y la maravilla ante este gran don que Dios nos ha dado en su Hijo Jesús. (Stephen J. Binz, Eucaristía, página 2) El salmo capta estos dones de asombro y maravilla. “Entren por sus puertas dando gracias, en sus atrios canten su alabanza. Denle gracias y bendigan su nombre, Si el Señor es bueno, su amor dura por siempre, y su fidelidad por todas las edades”. (Salmo 100)

Un elemento central para reconocer la presencia real de Jesús en la Eucaristía es nuestra hambre y sed de la Palabra de Dios. Nuestro mundo católico litúrgico/sacramental no puede existir sin la proclamación de las Escrituras durante cada administración de los sacramentos. Los bautismos o unciones de emergencia serían las excepciones. La historia de Emaús en el Evangelio de San Lucas encarna lo que el Papa Juan Pablo II quiso decir en su documento Ecclesiastico de Eucaristia en el cambio de milenio. En otras palabras, la Iglesia nace de la Eucaristía y del camino.

Emaús representa la plenitud de la fe eucarística cuando la Palabra ardía en el corazón de los discípulos, y reconocían la presencia del Señor resucitado en la fracción del pan. La inspirada Palabra de Dios nos prepara para ver la gloria de Dios en el cuerpo y la sangre del Señor en el altar.

Un elemento central de una celebración auténtica de la Eucaristía es la comprensión de que al final de la Misa el servicio continúa.

“Vete en paz, glorificando al Señor con tu vida”.

“ Demos Gracias a Dios”.

Como el Señor enseñó claramente, es urgente poner en práctica lo que hemos escuchado para construir nuestra casa sobre la roca, el terreno sólido de la fe en acción. Aprovechando el momento con todos los que asisten al Congreso Eucarístico estará la invitación a ser misioneros eucarísticos, o discípulos misioneros encendidos con la alegría del Evangelio. Después de todo, somos el Cuerpo de Cristo, la iglesia, y debemos llevar nuestra santa comunión con el Señor y unos con otros a nuestras vidas y al mundo como una levadura que da testimonio del Reino de Dios.

El Señor está siempre cerca, y aun más cuando los miembros de su cuerpo, la Iglesia, viven fielmente la Buena Nueva.

Holy Spirit inspires believers to embrace Sacred Heart of Jesus

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
It was 125 years ago that Pope Leo XIII consecrated the world to the Sacred Heart of Jesus at the dawn of the 20th century. Twenty-five years ago, at the dawn of the new millennium Pope John Paul II reconsecrated the world to the Sacred Heart imploring the church especially, but all people of faith and good will to see in the Sacred Heart of Jesus the essence of God who is love. Each year in our liturgical calendar the feast of the Sacred Heart is commemorated on the Friday after Corpus Christi, the Solemnity of the Body and Blood of the Lord. How fitting is this sacred combination. From the pierced side (heart) of the crucified Savior flowed blood and water, the gift of eternal love and the wellspring of the sacramental life of the church, baptism and the Eucharist.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

The spirituality of the Sacred Heart steadily took root and flowered from the time of the visions of St. Margaret Mary Alacoque, VHM in the 1670s to the major movements of the 19th century. St. Cardinal John Henry Newman, a phenomenal theologian and apologist who embraced the Catholic faith at mid-life chose for his episcopal motto in 1879 “Cor ad Cor loquitur” heart speaks unto heart. At the center of his intellectual prowess and pastoral dedication was the beating Sacred Heart of the Lord solidly anchored in the scriptures. “I ask that the eyes of your heart may be enlightened so that you may know what the hope is of the glory of his inheritance in the saints.” (Ephesians 1:18)

A year earlier across the channel in France in 1878 Father Leo John Dehon received permission from the Vatican to establish the religious community of the Priests of the Sacred Heart in the same year on Feb. 20 that Pope Leo XIII began his long tenure that would last until 1903.

Do we see a pattern here? The Holy Spirit was hard at work to inspire believers from the center of the church to all points on the compass to embrace the Sacred Heart of Jesus.

Love for Jesus Christ in his Sacred Heart is Eucharistic through and through as we hear the words of the Lord echoing through time at every Mass: “this is my body, this is my blood poured out.” (Mark 14: 22-24)
To be washed clean in the Blood of the Lamb (Revelations 7:14) is the fountain of Eucharistic Revival. Yet, love for the Sacred Heart and the Lord’s sacrifice cannot be contained within our churches, as sacred as they are. The charism of the Priests of the Sacred Heart is to transform the world we live in through acts of compassion, justice and mercy. This labor of love on behalf of God’s Kingdom has been alive and well in the north of our diocese for over 80 years through the dedication of the Sacred Heart Fathers (SCJs).

Likewise, Pope Leo XIII in his love for the Sacred Heart of Jesus yearned for greater justice for all workers during the Industrial Revolution when so many, including children, were being crushed beneath the wheel of industry. His landmark encyclical Rerum Novarum or “The Rights and Duties of Capital and Labor” is valued as the foundational document for the Social Teachings of the church in every generation since.
The Sacred Heart of Jesus is well integrated into the liturgical and personal prayer of the church. We celebrate and cherish this symbol of God’s eternal love every First Friday of the month knowing that it is a love poured out every day of the year to enflame our worship and to inspire our actions on behalf of greater justice and peace in our world.

Jubilee Prayer: “I now consecrate my heart to your Sacred Heart, Jesus. You are the Son of God whom I love with all my heart. I offer you my body, soul, my mind, and my heart. Receive me, make me holy, make my heart like your heart, and guide me in the way of perfect love today and every day of my life. Amen.”

Espíritu Santo inspira a creyentes a abrazar el Sagrado Corazón de Jesús

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Hace 125 años que el Papa León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús en los albores del siglo XX. Hace veinticinco años, en los albores del nuevo milenio, el Papa Juan Pablo II consagraba el mundo de nuevo al Sagrado Corazón implorando especialmente a la Iglesia, pero a todas las personas de fe y de buena voluntad, a que vieran en el Sagrado Corazón de Jesús la esencia de Dios que es amor.
Cada año en nuestro calendario litúrgico se conmemora la fiesta del Sagrado Corazón el viernes después del Corpus Christi, Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor. ¡Cuán apropiada es esta combinación sagrada! Del costado traspasado (corazón) del Salvador crucificado fluyó sangre y agua, don del amor eterno y fuente de la vida sacramental de la iglesia, el bautismo y la Eucaristía.

Obispo Joseph R. Kopacz

La espiritualidad del Sagrado Corazón se arraigó y floreció constantemente desde la época de las visiones de Santa Margarita María Alacoque, VHM en la década de 1670 hasta los principales movimientos del siglo XIX.
El cardenal John Henry Newman, un fenomenal teólogo y apologista que abrazó la fe católica en la mediana edad, eligió como su lema episcopal en 1879 “Cor ad Cor loquitur,” el corazón habla al corazón. En el centro de su destreza intelectual y dedicación pastoral estaba el palpitante Sagrado Corazón del Señor sólidamente anclado en las Escrituras. “Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo.” (Efesios 1:18)

Un año antes, al otro lado del canal en Francia, en 1878 el padre Leo John Dehon recibió permiso del Vaticano para establecer la comunidad religiosa de los Sacerdotes del Sagrado Corazón, el 20 de febrero del mismo año, en que el Papa León XIII comenzó su largo mandato que duraría hasta 1903.
¿Vemos aquí un patrón? El Espíritu Santo trabajó arduamente para inspirar a los creyentes desde el centro de la iglesia hasta todos los puntos cardinales a abrazar el Sagrado Corazón de Jesús. El amor por Jesucristo en su Sagrado Corazón es eucarístico de principio a fin, ya que escuchamos las palabras del Señor resonando a través del tiempo en cada Misa: “…este es mi cuerpo, …esta es mi sangre derramada”. (Marcos 14:22-24)

Ser lavado en la Sangre del Cordero (Apocalipsis 7:14) es la fuente del Avivamiento Eucarístico. Sin embargo, el amor por el Sagrado Corazón y el sacrificio del Señor no puede contenerse dentro de nuestras iglesias, por muy sagradas que sean. El carisma de los Sacerdotes del Sagrado Corazón es transformar el mundo en el que vivimos a través de actos de compasión, justicia y misericordia. Esta labor de amor en nombre del Reino de Dios ha estado muy viva en el norte de nuestra diócesis durante más de 80 años a través de la dedicación de los Padres del Sagrado Corazón (SCJ).

Asimismo, el Papa León XIII, en su amor por el Sagrado Corazón de Jesús, anhelaba una mayor justicia para todos los trabajadores durante la Revolución Industrial, cuando tantos, incluidos los niños, estaban siendo aplastados bajo la rueda de la industria. Su histórica encíclica Rerum Novarum o “Los derechos y deberes del capital y el trabajo” se valora como el documento fundamental de las Enseñanzas Sociales de la Iglesia en cada generación desde entonces.

El Sagrado Corazón de Jesús está bien integrado en la oración litúrgica y personal de la Iglesia. Celebramos y apreciamos este símbolo del amor eterno de Dios cada primer viernes del mes sabiendo que es un amor derramado todos los días del año para inflamar nuestra adoración e inspirar nuestras acciones en nombre de una mayor justicia y paz en nuestro mundo.

Oración del Jubileo: “Consagro ahora mi corazón a tu Sagrado Corazón, Jesús. Eres el Hijo de Dios a quien amo con todo mi corazón. Te ofrezco mi cuerpo, mi alma, mi mente y mi corazón. Recíbeme, santifícame, haz mi corazón como el tuyo y guíame por el camino del amor perfecto hoy y todos los días de mi vida. Amén.”

Abiding presence of the Holy Spirit

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
“Come, Holy Spirit, fill the hearts of your faithful and kindle in them the fire of your love. Send forth your Spirit and they shall be recreated, and you shall renew the face of the earth.”

Our lives are imbued in the mystery of God’s Holy Spirit whose graced presence is always at work. We can never fully comprehend the gift and the grandeur of God’s manifestation in our lives, an unfathomable mystery, but the Spirit gradually reveals what we need when we remain open in faith.

Of primary importance is our relationship with the Most Holy Trinity because the Holy Spirit enlightens our hearts and minds to know that Jesus is Lord, and God is our Father. (1Corinthians 12) God who is love has poured the gift of self into creation and salvation and in Jesus Christ, the Way, the Truth, and the Life, shows us how to live and to love in all circumstances. But like the Blessed Mother and the saints, we must be willing partners.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

The biblical narrative recounts the primordial and temporal work of the Spirit of God. In the beginning, the Holy Spirit hovered over the original chaos and darkness and created light and order. The Spirit of God spoke through the prophets and created meaning and hope in the nation of Israel preparing the way for the long-awaited Messiah. “The Word became flesh and dwelt among us” because Mary was alive in faith and in her openness allowed the Holy Spirit to act. (John 1:14) The Spirit of God accompanied the Lord Jesus in every step of his earthly ministry (Luke 10:21) and from the throes of death, raised him to eternal life. (Romans 8:11) At the Ascension the disciples were instructed to remain vigilant waiting to be clothed with “power from on high.” (Luke 24:49) The miracle of Pentecost with the great outpouring of God’s Holy Spirit and the birth of the church fulfilled all their yearnings.

There is a pattern to this lavish generosity of Divine Providence that we see in the outpouring of God’s Spirit in creation, the blood and water that poured forth from the crucified Lord and the outpouring of the Spirit at Pentecost. As Jesus declared in the Good Shepherd narrative, “I came so that they may have life and have it more abundantly.” (John 10:10)

Two-thousand years later Pope Francis has invited the church throughout the world in the Synod on Synodality to hear “what the Holy Spirit says to the churches” (Revelation 3:22) in an ever-deepening experience of communion, participation, and mission. The Holy Father’s invitation is anchored in the unflinching belief that the Spirit of God is always at hand to renew the church with Pentecost fervor, evidence of the more abundant life that Jesus promised. In our diocesan Pastoral Reimagining from Pentecost 2023 through Pentecost 2024, building upon the earlier gatherings with Synodality, we have relied on the Holy Spirit to lead us in fruitful prayer and conversations in order to stir into flame the gift of God’s grace that we all received at Baptism.

Of course, during this time of Eucharist Revival the Holy Spirit is summoning the church to a renewed experience of worship as the Body of Christ who offers sacrifice and praise to God. Once gathered it is the Holy Spirit who opens our hearts and minds to hear God’s word with the capacity to put it into practice. It is the invocation of the Holy Spirit, “the power from on high” at the words of institution who transforms the bread and wine into the body and blood of Jesus Christ.

Ultimately, it is the indwelling of the Holy Spirit (Romans 8:9) who awakens us to the promise of eternal life. In the indwelling of the Holy Spirit consider the seven gifts, the 12 fruits, the three theological virtues of faith, hope and love, and the four cardinal virtues of prudence, temperance, justice and fortitude. In this light we begin to understand the abundance of which Jesus spoke.

Where would we be if not for the abiding presence and action of the Holy Spirit? Come Holy Spirit and fill the hearts of the faithful so that we can worthily celebrate the Solemnities of the Most Holy Trinity, and the Body and Blood of the Lord in the days ahead.

Presencia Permanente del Espíritu Santo

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y serán recreados y renovarás la faz de la tierra”.

Nuestras vidas están imbuidas del misterio del Espíritu Santo de Dios, cuya presencia llena de gracia está siempre obrando. Nunca podremos comprender plenamente el don y la grandeza de la manifestación de Dios en nuestras vidas, un misterio insondable, pero el Espíritu revela gradualmente lo que necesitamos cuando permanecemos abiertos en la fe.

Obispo Joseph R. Kopacz

De primordial importancia es nuestra relación con la Santísima Trinidad porque el Espíritu Santo ilumina nuestros corazones y mentes para saber que Jesús es el Señor y Dios es nuestro Padre. (1 Corintios 12) Dios que es amor ha derramado el don de sí mismo en la creación y la salvación y en Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida, nos muestra cómo vivir y amar en todas las circunstancias. Pero al igual que la Santísima Madre y los santos, debemos ser socios dispuestos.

La narración bíblica relata la obra primordial y temporal del Espíritu de Dios. Al principio, el Espíritu Santo se cernía sobre el caos y la oscuridad originales y creó luz y orden. El Espíritu de Dios habló a través de los profetas y creó significado y esperanza en la nación de Israel, preparando el camino para el tan esperado Mesías. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” porque María estaba viva en la fe y en su apertura dejó actuar al Espíritu Santo. (Juan 1:14) El Espíritu de Dios acompañó al Señor Jesús en cada paso de su ministerio terrenal (Lucas 10:21) y de la agonía de la muerte, lo resucitó a la vida eterna. (Romanos 8:11) En la Ascensión, los discípulos recibieron instrucciones de permanecer vigilantes esperando ser revestidos de “poder de lo alto”. (Lucas 24:49) El milagro de Pentecostés con el gran derramamiento del Espíritu Santo de Dios y el nacimiento de la iglesia cumplió todos sus anhelos.
Hay un patrón en esta generosa generosidad de la Divina Providencia que vemos en el derramamiento del Espíritu de Dios en la creación, la sangre y el agua que brotaron del Señor crucificado y el derramamiento del Espíritu en Pentecostés. Como Jesús declaró en la narración del Buen Pastor: “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Juan 10:10)

Dos mil años después, el Papa Francisco ha invitado a la iglesia de todo el mundo en el Sínodo sobre la sinodalidad a escuchar “lo que el Espíritu Santo dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:22) en una experiencia cada vez más profunda de comunión, participación y misión. La invitación del Santo Padre se basa en la creencia inquebrantable de que el Espíritu de Dios está siempre disponible para renovar la iglesia con el fervor de Pentecostés, evidencia de la vida más abundante que Jesús prometió. En nuestra Reimaginación Pastoral diocesana desde Pentecostés 2023 hasta Pentecostés 2024, basándose en las reuniones anteriores con la Sinodalidad, hemos confiado en el Espíritu Santo para que nos guíe en oraciones y conversaciones fructíferas para encender el don de la gracia de Dios que todos recibimos. en el bautismo.

Por supuesto, durante este tiempo de Avivamiento Eucarístico, el Espíritu Santo está convocando a la iglesia a una experiencia renovada de adoración como Cuerpo de Cristo que ofrece sacrificio y alabanza a Dios. Una vez reunidos es el Espíritu Santo quien abre nuestro corazón y nuestra mente para escuchar la palabra de Dios con la capacidad de ponerla en práctica. Es la invocación del Espíritu Santo, “el poder de lo alto” ante las palabras de institución que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

En última instancia, es la morada del Espíritu Santo (Romanos 8:9) quien nos despierta a la promesa de la vida eterna. En la morada del Espíritu Santo, considere los siete dones, los 12 frutos, las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor, y las cuatro virtudes cardinales de la prudencia, la templanza, la justicia y la fortaleza. Desde esta perspectiva comenzamos a comprender la abundancia de la que habló Jesús.

¿Dónde estaríamos si no fuera por la presencia y acción permanente del Espíritu Santo? Ven Espíritu Santo y llena los corazones de los fieles para que podamos celebrar dignamente las Solemnidades de la Santísima Trinidad, y el Cuerpo y la Sangre del Señor en los días venideros.

Ascension to Pentecost: Clothed with power from on High

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
Before ascending from this world to his God and our God Jesus instructed his disciples to return to the Upper Room to await “to be clothed with power from on High.” (Luke 24: 49) To be outfitted with the Holy Spirit is a wonderful image of our intimacy with God and by wearing it well we remain in style to bear the message of salvation to every corner of the planet till the end of time.

The feast of the Ascension is the bridge between the Resurrection and Pentecost that completes God’s plan of salvation begun specifically in the Incarnation when “the Word became flesh and made his dwelling among us, and we beheld His glory, the glory as of the only begotten of the Father, full of grace and truth.” (John 1:14)

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Throughout the Gospel of John, it is uppermost in Jesus’ mind that he is to return to God the Father from where he came. “No one has ascended to heaven except the One who descended from heaven.” (John 3:13)

At the outset of the Last Supper before the washing of the disciples’ feet, his divine destiny was set in motion. “Before the feast of Passover, Jesus knew that his hour had come to pass from this world to the Father. He loved his own in this world and loved them to the end.” (John 13:1)

On course, the link between the Cross, the resurrection and the ascension is established. “Just as Moses lifted up the serpent in the desert, so must the Son of Man be lifted up, so that everyone who believes in him may have eternal life.” (John 3:14-15)

The Lord’s resurrection appearances in the four Gospels are remarkable, and yet shrouded in mystery. These encounters reveal the risen Lord in his glorified body, capable of eating (Luke 24:43) and of being touched (John 20:27) and of conversing in varied settings, on the road, at the beach, in the garden, in barricaded rooms and on mountaintops.

The Catechism of the Catholic Church in the first of its four major sections (Can we name the other three sections?) reflects upon the Ascension in the context of the Creed. (CCC 659-667) The transition of the risen Lord in his glorified body after the resurrection to his exalted body with his Ascension to the right hand of the Father forever (CCC 660) clears the way for the outpouring of the Holy Spirit in daily life and prepares a place for us in eternity.

“Only Christ could have opened this door for the human race, he who wished to go before us as our head so that we as members of his body may live with the burning hope of following him in His Kingdom.” (CCC 661)

St. Paul in his pastoral letter to Timothy elaborates upon our understanding of the outpouring of the Holy Spirit from on High. “For the Spirit God gives us is not one of fear and timidity, but of power, love, and self-discipline.” (2Tim 1:7)

Power, directed by loving discipline has the capacity to transform lives and to carry out the Lord’s Great Commission to bear the Gospel to all the nations. This is the power of God that forms the Church as One, Holy, Catholic and Apostolic, that all receive at Baptism, that is invoked upon our numerous young people who have been confirmed, that transforms the bread and wine into the Body and Blood of the Lord, and that we will call down upon Deacon Tristan Stovall and all who will be ordained in sacred orders.

As we heard in last Sunday’s first reading, the outpouring of the Holy Spirit upon Cornelius and his household, the first Gentile converts, truly a second Pentecost, came about through ardent prayer and joyful hope. Likewise, the Holy Spirit is at work in our homes and in our churches.

May we be vigilant in prayer and joyful in hope as we prepare to be clothed with power from on High this Pentecost for the promises of the Lord are fulfilled in every generation.

Reimagining process advances toward season of refreshment and renewal

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
“Repent, therefore, and be converted, that your sins may be wiped away, and that the Lord may grant you a season of refreshment.” (Acts of the Apostles 3:19-20)

During this Easter season there will be additional opportunities in each of our six deaneries to further the conversations in our undertaking of Pastoral Reimagining process. To apply the phrase from the Scriptures by St. Peter in the passage above, another way of expressing the goal of our process is to advance toward a season of refreshment and renewal under the gaze of One, Holy, Catholic and Apostolic.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

Although the process was organized from the diocesan center, the handiwork has taken place on the local level with conversations for the sake of reimagining of what could be, building upon the diocesan and world-wide undertaking of Synodality in the Catholic Church.

It must be a grassroots process in order for the diocesan center to engage in authentic listening and conversation with all points on the compass. In other words, “whoever has ears ought to hear what the Spirit is saying to the churches.” (Acts 3:22) The Lord himself expressed spiritual and pastoral potential “…they might see with their eyes, hear with their ears, understand with their hearts and turn, and I would heal them.” (Matthew 13:15)

Not surprisingly, healing and greater unity were a repeated theme during our diocesan synodal process, both for our church and society. Another expressed desire was for a more meaningful understanding and application of the Bible, the sacred word of God. All this is seen and heard on Divine Mercy Sunday from the scriptures, in the Eucharist, and in the recitation of the Chaplet.

In the classic resurrection appearance, the Lord was suddenly in the midst of his scattered and fearful apostles and immediately blessed them with peace, in fact, three times over two encounters. He proceeded to breathe upon them the power of the Holy Spirit for the forgiveness of sins, theirs and all who would hear the Gospel and come to faith. With God’s grace in abundance, he sent them into the world so that “all may have life in his name.” (John 20:19-31) This is a Gospel account of healing and hope in the aftermath of the trauma of the violent crucifixion, and the division and conflict that come from such events. Many in our society and church are reeling from similar turmoil.

From Divine Mercy Sunday in the tradition of the beloved disciple John we heard in the second reading that this is the power, “that came through water and blood, Jesus Christ. The Spirit is the one that testifies, and the Spirit is truth.” (1John 5:6) Water and the blood, the blue and the red rays from the side of the crucified and resurrected One, Divine Mercy. The good fruit of all of this is heard and imagined from the first reading on Divine Mercy Sunday.

“The community of believers was of one heart and one mind … With great power the apostles bore witness to the power of the resurrection, and there was no needy person among them.” (1Acts 4:33-35)
This is the paradigm Christian community, strong in faith, hope and love, an ideal for sure, but also real on many levels. Although not formally expressed until the year 325 in the Nicene Creed, it is clear that One, Holy, Catholic and Apostolic were unfolding at the beginning.

The process of Reimagining in our diocese is a hope that is ever ancient and ever new. “Late have I loved you, O Beauty every ancient, ever new…” (Saint Augustine, Confessions)

We want to see, hear, and understand the power of the Lord’s resurrection, his peace, his mercy, his call and mission for our lives, in our parishes, schools and ministries. Overall, the new life of Eastertide, a season of refreshment, by God’s grace, is producing the good fruit from the efforts of reimagining in our diocese. Let us continue to fight the good fight of faith, “the power that conquers the world.” (1John 5:4)