Apoyar la salud mental con esperanza y dignidad: un llamado a la acción durante el enfoque de octubre a la vida

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
En el corazón del mes de octubre, dedicado a la vida humana en todas sus etapas, es decir, a la dignidad de la persona humana como piedra angular del bien común, la Iglesia plantea también las luchas que rodean la salud mental. La Campaña Nacional Católica de Salud Mental es una iniciativa que dura todo el año, y cada año, los obispos de los Estados Unidos participan en un esfuerzo concertado que comienza en el Día Mundial de la Salud Mental, el 10 de octubre (desde 1992), y continúa hasta la fiesta de San Lucas, patrón de la atención médica (18 de octubre). Durante este período concentrado, se promueven tres objetivos principales: (1) crear conciencia sobre la crisis de salud mental, (2) combatir el estigma que rodea el tema de la salud mental y (3) abogar por todos los afectados por la crisis. El mensaje de la campaña es sencillo: todos los que necesiten ayuda deben recibirla.

Obispo Joseph R. Kopacz

Nuestra nación se enfrenta a una grave crisis de salud mental. Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, más de uno de cada cinco adultos vive con una enfermedad mental. Aparentemente, se espera que la mitad de los estadounidenses tengan algún tipo de enfermedad mental durante su vida. Sin embargo, conserva un estigma pernicioso. Y puede interferir con las personas que buscan tratamiento para encontrar una comunidad comprensiva que los apoye.

Una revisión de los datos de 144 estudios de participantes de todo el mundo reveló que el estigma de las enfermedades mentales sigue siendo una de las principales barreras para acceder a la atención de la salud mental. Existe especial preocupación por el estado de salud mental de los adolescentes. Casi todos los indicadores de salud mental entre los estudiantes de secundaria aumentaron en la última década. En 2021, el 42% de los estudiantes experimentó sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza, comparado al 28% de la década anterior. El 22 % consideró seriamente intentar suicidarse, el 16 %, y el 18% hizo un plan suicida, a comparación del 13% anterior.

Los datos revelan además resultados muy distintos entre sí de salud mental basados en raza. Además, muestra que, si bien los niños y las niñas sufren profundamente, pueden enfrentar distintos desafíos. Los datos también son preocupantes con respecto a un número desproporcionado de personas que se identifican como LGBTQ que enfrentan dificultades de salud mental. “Como Iglesia, debemos prestar especial atención a estas diferencias en nuestro trabajo pastoral y nuestros esfuerzos de defensa”, recalcaron los obispos de Estados Unidos. Este problema se agranda por la escasez de recursos de salud mental en demasiadas comunidades de nuestra nación.

No estamos solos en esta lucha, ya que la angustia mental se extiende por todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud estima que casi mil millones de personas viven con un trastorno mental en todo el mundo. Las tasas mundiales de depresión y ansiedad aumentaron más del 25% en el primer año de la pandemia, según la Organización Mundial de la Salud. La hermana Carneiro, la nueva superiora general de las Hermanas Hospitalarias, que atienden a casi 1 millón de personas con trastornos mentales en 25 países, dijo al servicio de noticias católicas que la Iglesia “tiene un papel importante de esperanza, de ofrecer un nuevo horizonte” a las personas que luchan con enfermedades mentales. Está calificada para hablar en nombre de la iglesia en el país y en el extranjero. Si bien la sociedad debe ser activa en el tratamiento de los problemas de salud mental, explicó que la iglesia tiene un “elemento diferenciador único, porque está motivada por la fe, con una dimensión de esperanza y reconocimiento de que cada persona es más que su enfermedad y tiene dignidad humana. Cuando hay un problema de salud mental, no es solo la mente la que está enferma, sino también todo el ser, todo el sentido de la vida”, dijo la hermana Carneiro. “Para la Iglesia y para nosotros como congregación, lo más importante es ayudar a las personas vulnerables que están sufriendo a encontrar de nuevo un sentido de vida y esperanza”. Su mensaje resuena bien con el inminente año Jubileo, cuyo tema es un Jubileo de la Esperanza.

La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) recomienda que cada parroquia de los Estados Unidos promueva la novena anual dentro de sus comunidades. La novena va oficialmente del 10 al 18 de octubre de 2024. Los textos diarios de la novena se pueden encontrar en línea en https://www.usccb.org/mentalhealth. En primer y último lugar, que nunca pasemos por alto el poder de la oración al servicio de la salud y la esperanza.

Por todas las personas que se ven afectadas por problemas de salud mental, especialmente dentro de nuestra comunidad local, que Dios los bendiga con su gracia y consuelo, y que los católicos de todo el mundo acompañen y apoyen a las mujeres, hombres y niños que experimentan problemas de salud mental y promuevan el bienestar mental y espiritual. Oremos a Cristo nuestro Señor. Amén.

110th World Day of Migrants and Refugees: “God walks with His people”

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
From the center of our church and from the heart of Jesus Christ, each year for the past 110, a succession of popes in an unbroken chain beginning with Benedict XV in 1914 and continuing with Pope Francis in 2024, have dedicated a World Day of Migrants and Refugees. Historically, it was the agonizing impact of World War I that brought about the beginning of this worthy commemoration.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

In addition to the death of millions of combatants and civilians on the European continent, millions were displaced and fled from their beloved homelands. War is evil, and in every generation, it is one of the most obvious reasons that incites forced migration, a tragedy in our time that is being played out in the Ukraine, the Middle East, and in several African nations to name but a few. There are other causes. Deep-rooted poverty and natural disasters, often linked, famine, overwhelming violence from cartels and unbridled corruption are significant factors that also fan the flames of migration.

The church throughout the world is serving and suffering in these harsh realities. Reflecting on the mysteries of the Kingdom of God as is our spiritual nature, Oct. 19, 2023 marked the conclusion of the First Session of the XVI Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops. The following are some selections from Pope Francis’ statement on this year’s commemoration. “Emphasizing the synodal dimension allows the church to rediscover its itinerant nature as the People of God journeying through history on pilgrimage, ‘migrating,’ we could say, toward the Kingdom of Heaven … Likewise, it is possible to see in the migrants of our time, as in those of every age, a living image of God’s people on their way to the eternal homeland. Their journeys of hope remind us that ‘our citizenship is in heaven, and it is from there that we are expecting a Savior, the Lord Jesus Christ.’” (Phil 3:20) For this reason, the encounter with the migrant, as with every brother and sister in need, is also an encounter with Christ. He himself said so. Every encounter along the way represents an opportunity to meet the Lord; it is an occasion charged with salvation, because Jesus is present in the sister or brother in need of our help. In this sense, the poor save us, because they enable us to encounter the face of the Lord.”

The following is but one traumatic event in the tragic story of forced migration. Awakened in the dark of night, José’s mother told him to leave and head north to stay with his aunt who lived thousands of miles away in another country. It was not that she wanted him to go, her heart shattered with the very prospect of his departure, but ongoing threats from gangs and drug cartels in the neighborhood where they lived anticipated his death if he stayed. She would join him soon, she promised, for remaining might guarantee her the same fate if they found that she had sent him away.

Such stories could be multiplied almost endlessly and told with any number of variations with respect to their details. People like José come to this country as a stranger, often with no family ties, no friends, and just with the hope that they might find a place of safety. We know that vulnerability suffuses the worlds of refugees, migrants and immigrants, but good news is also part of the story.

Whether we look at migration and immigration pragmatically, or through the lens of the Gospel our nation has enabled many to flourish who have arrived by air, water or land. In return, we are a nation rich in diversity, flourishing from the labors of so many strangers.

The World Day of Migration and Refugees challenges us to build upon the blessings that abound with the movement of peoples, while addressing the burdens and challenges in a manner worthy of our calling as the Lord’s disciples. It matters what we think, how we speak, and the way we respond to the strangers in our midst. God walks with his people, all of us.

110ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado “Dios camina con su pueblo”

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Desde el centro de nuestra iglesia y desde el corazón de Jesucristo, cada año durante los últimos 110 años, una sucesión de papas en una cadena ininterrumpida que comenzó con Benedicto XV en 1914 y continuó con el Papa Francisco en 2024, han dedicado una Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados. Históricamente, fue el impacto agónico de la Primera Guerra Mundial lo que provocó el inicio de esta digna conmemoración.

Obispo Joseph R. Kopacz

Además de la muerte de millones de combatientes y civiles en el continente europeo, millones fueron desplazados y huyeron de sus amadas patrias. La guerra es mala, y en cada generación, es una de las razones más obvias que incita a la migración forzada, una tragedia en nuestro tiempo que se está desarrollando actualmente es Ucrania, el Medio Oriente y en varias naciones africanas, por nombrar solo algunas. Hay otras causas. La pobreza profundamente arraigada y los desastres naturales, a menudo vinculados, la hambruna, la violencia abrumadora de los cárteles y la corrupción desenfrenada son factores importantes que también avivan las llamas de la migración.

La iglesia en todo el mundo está sirviendo y sufriendo en estas duras realidades. Reflexionando sobre los misterios del Reino de Dios como es nuestra naturaleza espiritual, el 19 de octubre de 2023 marcó la conclusión de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. A continuación, algunas selecciones de la declaración del Papa Francisco sobre la conmemoración de este año. “Subrayar la dimensión sinodal permite a la Iglesia redescubrir su naturaleza itinerante como Pueblo de Dios que camina a través de la historia en peregrinación, ‘emigrando’, podríamos decir, hacia el Reino de los Cielos … Del mismo modo, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo, como en los de todos los tiempos, una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. Sus viajes de esperanza nos recuerdan que ‘nuestra ciudadanía está en los cielos, y es de allí que esperamos un Salvador, el Señor Jesucristo’. (Filipenses 3:20) Por eso, el encuentro con el migrante, como con todo hermano y hermana necesitado, es también un encuentro con Cristo. Él mismo lo dijo. Cada encuentro en el camino representa una oportunidad para encontrarse con el Señor; es una ocasión cargada de salvación, porque Jesús está presente en la hermana o en el hermano que necesita nuestra ayuda. En este sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor”.

Lo que sigue no es más que un acontecimiento traumático en la trágica historia de la migración forzada. Despertada en la oscuridad de la noche, la madre de José le dijo que se fuera y se dirigiera al norte para quedarse con su tía, que vivía a miles de kilómetros de distancia en otro país. No era que ella quisiera que se fuera, su corazón se rompía con la mera perspectiva de su partida, pero las continuas amenazas de las pandillas y los cárteles de la droga en el vecindario donde vivían anticipaban su muerte si se quedaba. Ella pronto se reuniría con él porque quedarse podría garantizarle el mismo destino para ella si descubrían que José había partido.

Tales historias podrían multiplicarse casi infinitamente y contarse con cualquier número de variaciones con respecto a sus detalles. Personas como José vienen a este país como un extraño, a menudo sin lazos familiares, sin amigos, y solo con la esperanza de encontrar un lugar seguro. Sabemos que la vulnerabilidad impregna los mundos de los refugiados, migrantes e inmigrantes, pero las buenas noticias también son parte de la historia.

Ya sea que miremos la migración y la inmigración de manera pragmática o a través del lente del Evangelio, nuestra nación ha permitido que florezcan muchos que han llegado por aire, agua o tierra. A cambio, somos una nación rica en diversidad, que florece gracias al trabajo de tantos extraños. La Jornada Mundial de las Migraciones y los Refugiados nos desafía a aprovechar las bendiciones que abundan con el movimiento de los pueblos, al tiempo que abordamos las cargas y los desafíos de una manera digna a nuestro llamado como discípulos del Señor. Importa lo que pensamos, cómo hablamos y cómo respondemos a los extraños que nos rodean. Dios camina con su pueblo, con todos nosotros.

Radiating the light of faith: Lessons from St. Gregory the Great

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
“We do not proclaim ourselves. Rather we proclaim Jesus Christ as Lord and ourselves as your servants for the sake of Jesus. For the God who said, ‘Let light shine out of darkness,’ has enabled his light to shine in our hearts to enlighten them with the knowledge of the glory of God in the face of Jesus Christ. However, we hold this treasure in earthen vessels so that it may be clear that this immense power belongs to God and does not derive from us.” (2Corinthians 4:5-7)

This scripture passage is taken from the first reading on the Memorial of St. Gregory the Great at the Mass for the Diocesan Catholic School Teacher Development Day last week. The life of this great Doctor of the western church, one of four along with Saints Ambrose, Augustine and Jerome, is an exceptional prism to view the varied dimensions of Catholic School educators. As in the life of Pope St. Gregory the Great, all educators in the faith are called upon to celebrate, live and circulate the treasure of faith, and not simply hold it within tucked away as if in a safety deposit box.

St. Gregory served as Pope from 590-604 AD. Throughout much of his life and especially as the successor of St. Peter the glory of God was evident, illuminating the presence of Jesus Christ in the church and in society.

He grew up in a prominent family in Rome, was well educated, a man of deep faith and very committed to service. Upon the death of his parents, he directed his wealth to the establishment of monasteries, assuming the vocation of a monk and serving as the Abbot. His administrative gifts were widely recognized and Pope Pelagius II who ordained him a deacon in 579 sent him as a legate to Constantinople. He returned to his monastery after his tour of duty in the East, but with the death of the Pope Pelagius in the plague that swept through Rome, by popular acclaim in the church and in society Gregory was swept into the papal office.

Imm. Conception Church, New Munich MN

By the grace of God his accomplishments were legion over his 15 years at the center of the church. From the heart of the monastery, he brought Gregorian Chant into the mainstream of the church. Steeped in the scriptures he expended great effort in the renewal of the clergy, including the office of bishop. He commissioned missionaries far and wide to Africa, France, Spain, and to present day England and Scotland to convert the Anglo Saxons. The propagation of the faith is the church’s irrepressible missionary impulse, the Great Commission of Jesus (Matthew 28) and is integral to the ministry of the pope. At this very hour I am writing, Pope Francis is on a missionary journey to Asia, including Indonesia, Papua New Guinea, Singapore, East Timor, etc. As a final note, St. Gregory was an accomplished scholar whose writings remain a cherished part of the church’s treasury.

Amid all his scholarship, and accomplishments, in the Office of Readings for his feast day we have a glimpse of the heart of the man who knew he was an earthen vessel who held an eternal treasure. “Indeed, when I was in the monastery, I could curb my idle talk and usually be absorbed in my prayers. Since I assumed the burden of pastoral care, my mind is concerned with so many matters. I must weigh the behavior and acts of individuals. I am responsible for the concerns of our citizens. I must worry about the invasions of roving bands of barbarians and beware of the wolves who lie in wait for my flock. With my mind divided and torn to pieces by so many problems how can I meditate, or preach, or teach, or lead wholeheartedly? Moreover, at times I let my tongue run, and because I am weak, I find myself drawn little by little into idle conversation, and I begin to talk freely about matters I would have avoided. … So, who am I to be a watchman, for I do not stand firmly on the mountain of action, but lie down in the valley of weakness? However, the all-powerful creator and redeemer of mankind can give me despite my weakness a higher life and effective speech; because I love him, I do not spare myself in speaking of him.” Gregory described his ministry as Servant of the Servants of God, a title that has anchored the papacy to Jesus Christ the Servant ever since.

The key for all of us, like Pope St. Gregory, is the treasure we hold in the earthen vessels of our lives, the weakness and vulnerability from within, and often the unpredictability around us. The treasure is the faith, hope and love, this year’s theme for our Catholic School communities, that is the glory of God shining on the face of Jesus Christ. From the center of the church to all points on the compass, all the baptized are called to be disciples radiating the One who is the light of the world, true God from true God.

Embracing the beginning of the ministry new year

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
As we go deeper into the month of August the waves of a new year of ministry around the diocese roll onto the shores of our schools, parishes and social services. Not all programs and services begin at the same time, but by mid-September all are at high tide. Our Catholic Schools are going on all cylinders by the first week in August, in step with our four Early Learning Centers that serve over 12 months. Catholic Charities does not close its doors at any point in the year, but a new school year requires a higher engagement for programs that serve children and youth. Likewise, the lights in our churches continue to burn brightly over 52 weeks, but with the onset of fall, parish ministries are in high gear.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

From the Cathedra of the bishop at the center of the diocese it’s captivating to take a long, loving look at the diocesan network that has so many levels and levers. Earlier this month I had the privilege of making a mission appeal on behalf of the diocese in Keene, New Hampshire. Of course, wherever and on whatever weekend an appeal is conducted, the scriptures always lead the way.

On the 19th Sunday in Ordinary Time on Aug. 10-11 the Bread of Life Discourse in chapter 6 of St. John’s Gospel was reaching toward its apex. “I am the bread of life…I am the living bread that came down from heaven; whoever eats this bread will live forever; and the bread that I will give is my flesh for the life of the world.” (John 6:48-51)

The Lord’s words echoed far and wide that weekend, not only in New Hampshire and Mississippi but everywhere in the world where the Catholic Church gathered. In other words, at the heart of Jesus’ discourse is the Eucharist where we consume his body and blood, as well as his words. We celebrate our unity and identity, for we are one, holy, catholic and apostolic church; (Nicene Creed) there is one faith, one Lord, one baptism, one God who is Father of all and dwells in all. (Ephesians 4:4-5)

However, flowing from this unity is amazing diversity. The church and the gospel are implanted in a particular place, time and culture, and just in our country alone there are significant differences in each region and, for that matter every state. On mission appeals, it is a joy for me to brag on the Diocese of Jackson and over 10 years I have spoken in catholic parishes from Wisconsin to Florida, from New Hampshire to California.

The CARA study undertaken during our Pastoral Reimagining process confirmed that Catholics in the Diocese of Jackson make up 2-3% of the state’s population. Demographics as well as geography, history, climate, education and many other factors coalesce to create the conditions for evangelization and a host of ministries. Those who genuinely love the Lord and care to see the church thrive are eager to understand the Diocese of Jackson, its accomplishments and challenges as Catholic Church in Mississippi. Many have never lived, traveled or visited the Magnolia State, but after one Mass two weeks ago a gentleman informed me that he was born in Yazoo City. Usually, our sisters and brothers in the faith respond generously when they hear how their contributions will assist parish, school and service ministries.

At this time of year, especially with the unfolding of many ministries and activities it is especially gratifying to share our story of faith during the Mass, our great prayer of thanksgiving. “With Saint Paul may we be confident that the Lord who has begun a good work in us, will bring it to completion on the day of Christ Jesus.” (Philippians 1:6)

CARLISLE, Miss. – Seminarians EJ Martin, Francisco Maldonado and Joe Pearson get ready for the beginning of a new year in their formation at the annual seminarian convocation with Father Nick Adam. (Photo courtesy of Father Nick Adam)

Dando la Bienvenida al Comienzo del Nuevo año Ministerial

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
A medida que entramos en el mes de agosto, las olas de un nuevo año de ministerio en toda la diócesis llegan a las costas de nuestras escuelas, parroquias, y servicios sociales. No todos los programas y servicios comienzan al mismo tiempo, pero a mediados de septiembre todos están en marea alta. Nuestras Escuelas Católicas están funcionando a toda capacidad desde la primera semana de agosto, en sintonía con nuestros cuatro Centros de Aprendizaje Temprano que funcionas durante 12 meses. Caridades Católicas no cierra sus puertas en ningún momento del año, un nuevo año escolar requiere una mayor participación de los programas que sirven a los niños y jóvenes. Del mismo modo, las luces de nuestras iglesias continúan ardiendo intensamente durante 52 semanas, pero con el inicio del otoño, los ministerios parroquiales están en pleno apogeo.

Obispo Joseph R. Kopacz

Desde la Cátedra del obispo en el centro de la diócesis, es cautivador echar una mirada larga y amorosa a la red diocesana que tiene tantos niveles e influencias. A principios de este mes tuve el privilegio de hacer una llamada misionera a la diócesis de Keene, New Hampshire. Por supuesto, dondequiera en cualquier momento y lugar que se lleve a cabo una apelación, las Escrituras siempre guían el camino.

El decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario, del 10 y 11 de agosto, el Discurso del Pan de Vida en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan estaba llegando a su punto culminante. “Yo soy el pan de vida… Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. el que coma de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. (Juan 6:48-51)

Las palabras del Señor resonaron a lo grande ese fin de semana, no solo en New Hampshire y Mississippi, sino en todas partes del mundo donde se reunió la Iglesia Católica. En otras palabras, en el corazón del discurso de Jesús está la Eucaristía, donde consumimos su cuerpo y su sangre, así como sus palabras. Celebramos nuestra unidad e identidad, porque somos una sola Iglesia santa, católica y apostólica; (Credo de Nicea) hay una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos y habita en todos. (Efesios 4:4-5)

Sin embargo, de esta unidad fluye una diversidad asombrosa. La iglesia y el evangelio están implantados en un lugar, tiempo y cultura particulares, tan solo en nuestro país hay diferencias significativas en cada región, de hecho, en cada uno de nuestros estados. En cuanto al llamamiento misionero, es un gozo para mí presumir de la Diócesis de Jackson durante más de 10 años he hablado en parroquias católicas desde Wisconsin hasta Florida, New Hampshire y California.

CARLISLE, Miss. – Francisco Maldonado, Grayson Foley y Joe Pearson leen sus Biblias en su convocatoria anual de seminaristas de verano antes de comenzar un nuevo año de su formación. (Foto cortesía del Padre Nick Adam)

El estudio de CARA realizado durante nuestro proceso de Re-Imaginación Pastoral confirmó que los católicos en la Diócesis de Jackson representan el 2-3% de la población del estado. La demografía, así como la geografía, la historia, el clima, la educación y muchos otros factores se unen para crear las condiciones para la evangelización y una gran cantidad de ministerios. Aquellos que realmente aman al Señor y se preocupan por ver a la iglesia prosperar están ansiosos por aprender de la Diócesis de Jackson, de sus logros y desafíos como Iglesia Católica en Mississippi. Muchos nunca han vivido, viajado o visitado el estado de Magnolia, pero después de una misa hace dos semanas, un caballero me informó que había nacido en la ciudad de Yazoo. Por lo general, nuestras hermanas y hermanos en la fe responden generosamente cuando escuchan cómo sus contribuciones ayudarán a los ministerios parroquiales, escolares y ministerios de servicio.

En esta época del año, especialmente con el desarrollo de tantos ministerios y actividades, es especialmente gratificante compartir nuestra historia de fe durante la Misa, nuestra gran oración de acción de gracias. “En San Pablo, confiemos en que, si dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuara hasta concluirlo el día de Cristo Jesús”. (Filipenses 1:6)

Living the Eucharist: a journey of faith, hope and love

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
The National Eucharistic Congress is underway in Indianapolis this week and considerable faith, hope and love have been poured into the preparations that have made it all possible. Our Eucharistic Lord is working great wonders and inspiring many to recognize Him and love Him in the gift of His Body and Blood during this graced time in our nation’s Catholic history.

One obvious manifestation of the outpouring of God’s grace were the four national Eucharistic processions that converged earlier this week in Indianapolis. Recalling the words of St. Paul, many joyfully walked as pilgrims in adoration. “Rejoice in the Lord always. I shall say it again: rejoice! Your kindness should be known to all. The Lord is near.” (Philippians 4:4-5) It is a time of revival, renewal, and rejoicing to know the enduring and eternal gift that the crucified and risen Lord has bequeathed to the church in the Eucharist.

As we enjoy this issue of the Mississippi Catholic that features the celebrations of the sacraments from around the diocese, it is abundantly evident that the Mass, the great prayer of Thanksgiving is the heart and soul of our identity as Catholics. Recently, at each closing session of our Pastoral Reimagining, the Eucharist was the centerpiece to express our gratitude, as well as to call upon the Holy Spirit to inspire us in our commitment to be faithful to the Lord in pastoral reimagining. The holy sacrifice of the Mass is our true north on the way to eternal life, the fulfillment of the promise the Lord made to all disciples who ate his body and drank his blood. “I am the living bread that comes down from heaven; whoever eats this bread will live forever; the bread I will give is my flesh for the life of the world.” (John 6:51)

The Eucharist, the center of the church’s life, somehow seems to say it all. It says in a hundred different ways: this is who we are, and this is who God is … When we look at Eucharist in all its rich fullness, we can rekindle within ourselves eucharistic amazement and wonder at this great gift God has given to us in his Son Jesus. (Stephen J. Binz, Eucharist, page 2) The psalmist captures these gifts of awe and wonder. “Enter his gates with thanksgiving, his courts with praise. Give thanks to him, bless his name, good indeed is the Lord. His mercy endures forever, his faithfulness lasts through every generation.” (Psalm 100)

Central to recognizing the real presence of Jesus in the Eucharist is our hunger and thirst for God’s Word. Our Liturgical/Sacramental Catholic world cannot exist without the proclamation of the scriptures during each administration of the sacraments. Emergency baptisms or anointings would be the exceptions. The Emmaus story in St. Luke’s Gospel embodies what Pope Saint Paul II meant in his document Ecclesia de Eucaristia at the turn of the millennium. In other words, the church is born from the Eucharist and the road to Emmaus portrays the fullness of Eucharistic faith when the Word burned in the disciples’ hearts, and they recognized the risen Lord’s presence in the Breaking of the Bread. The inspired Word of God prepares us to see the glory of God in the Lord’s body and blood on the altar.

Central to an authentic celebration of the Eucharist is the understanding that at the end of Mass the service continues.

“Go in peace, glorifying the Lord by your life.”

“Thanks be to God.”

As the Lord distinctly taught, it is urgent to put into practice what we have heard in order to build our house on rock, the solid ground of faith in action. Seizing the moment with all who are in attendance at the Eucharistic Congress will be the invitation to be Eucharistic missionaries, or missionary disciples on fire with the joy of the Gospel. Afterall, we are the Body of Christ, the church, and we are to carry our holy communion with the Lord and one another into our lives and world as a leaven that witnesses to God’s Kingdom.

Indeed, the Lord is always near, and never more so than when the members of his body, the church, faithfully live the Good News.

Vivir la Eucaristía: un camino de fe, esperanza y amor

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El Congreso Eucarístico Nacional está en marcha en Indianápolis esta semana y se ha vertido una considerable fe, esperanza y amor en los preparativos que lo han hecho todo posible. Nuestro Señor Eucarístico está obrando grandes maravillas e inspirando a muchos a reconocerlo y amarlo en el don de Su Cuerpo y Sangre durante este tiempo de gracia en la historia católica de nuestra nación.

Obispo Joseph R. Kopacz

Una manifestación de la efusión de la gracia de Dios fueron las cuatro procesiones eucarísticas nacionales que convergieron a principios de esta semana en Indianápolis. Recordando las palabras de san Pablo, muchos caminaron alegremente como peregrinos en adoración. “Regocíjense siempre en el Señor. Lo diré de nuevo: ¡alégrate! Tu bondad debe ser conocida por todos. El Señor está cerca”. (Filipenses 4:4-5) Es un tiempo de renacimiento renovación y regocijo para conocer el don duradero y eterno que el Señor crucificado y resucitado ha legado a la Iglesia en la Eucaristía.
A medida que disfrutamos de este número de la revista Mississippi Catholic que presenta las celebraciones de los sacramentos de toda la diócesis, es muy evidente que la Misa, la gran oración de Acción de Gracias es el corazón y el alma de nuestra identidad como católicos. Recientemente, en cada sesión de clausura de nuestra Reimaginación Pastoral, la Eucaristía fue la pieza central para expresar nuestra gratitud, así como para invocar al Espíritu Santo para que nos inspire en nuestro compromiso de ser fieles al Señor en la renovacion pastoral. El santo sacrificio de la Misa es nuestro verdadero norte en el camino hacia la vida eterna, el cumplimiento de la promesa que el Señor hizo a todos los discípulos que comieron su cuerpo y bebieron su sangre. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre; el pan que yo daré es mi carne y lo dare para la vida del mundo”. (Juan 6:51)

La Eucaristía, el centro de la vida de la Iglesia, de alguna manera parece decirlo todo. Lo dice de cien maneras diferentes: esto es lo que somos, y esto es lo que es Dios… Cuando miramos la Eucaristía en toda su rica plenitud, podemos vivir en nosotros el asombro eucarístico y la maravilla ante este gran don que Dios nos ha dado en su Hijo Jesús. (Stephen J. Binz, Eucaristía, página 2) El salmo capta estos dones de asombro y maravilla. “Entren por sus puertas dando gracias, en sus atrios canten su alabanza. Denle gracias y bendigan su nombre, Si el Señor es bueno, su amor dura por siempre, y su fidelidad por todas las edades”. (Salmo 100)

Un elemento central para reconocer la presencia real de Jesús en la Eucaristía es nuestra hambre y sed de la Palabra de Dios. Nuestro mundo católico litúrgico/sacramental no puede existir sin la proclamación de las Escrituras durante cada administración de los sacramentos. Los bautismos o unciones de emergencia serían las excepciones. La historia de Emaús en el Evangelio de San Lucas encarna lo que el Papa Juan Pablo II quiso decir en su documento Ecclesiastico de Eucaristia en el cambio de milenio. En otras palabras, la Iglesia nace de la Eucaristía y del camino.

Emaús representa la plenitud de la fe eucarística cuando la Palabra ardía en el corazón de los discípulos, y reconocían la presencia del Señor resucitado en la fracción del pan. La inspirada Palabra de Dios nos prepara para ver la gloria de Dios en el cuerpo y la sangre del Señor en el altar.

Un elemento central de una celebración auténtica de la Eucaristía es la comprensión de que al final de la Misa el servicio continúa.

“Vete en paz, glorificando al Señor con tu vida”.

“ Demos Gracias a Dios”.

Como el Señor enseñó claramente, es urgente poner en práctica lo que hemos escuchado para construir nuestra casa sobre la roca, el terreno sólido de la fe en acción. Aprovechando el momento con todos los que asisten al Congreso Eucarístico estará la invitación a ser misioneros eucarísticos, o discípulos misioneros encendidos con la alegría del Evangelio. Después de todo, somos el Cuerpo de Cristo, la iglesia, y debemos llevar nuestra santa comunión con el Señor y unos con otros a nuestras vidas y al mundo como una levadura que da testimonio del Reino de Dios.

El Señor está siempre cerca, y aun más cuando los miembros de su cuerpo, la Iglesia, viven fielmente la Buena Nueva.

Holy Spirit inspires believers to embrace Sacred Heart of Jesus

By Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.
It was 125 years ago that Pope Leo XIII consecrated the world to the Sacred Heart of Jesus at the dawn of the 20th century. Twenty-five years ago, at the dawn of the new millennium Pope John Paul II reconsecrated the world to the Sacred Heart imploring the church especially, but all people of faith and good will to see in the Sacred Heart of Jesus the essence of God who is love. Each year in our liturgical calendar the feast of the Sacred Heart is commemorated on the Friday after Corpus Christi, the Solemnity of the Body and Blood of the Lord. How fitting is this sacred combination. From the pierced side (heart) of the crucified Savior flowed blood and water, the gift of eternal love and the wellspring of the sacramental life of the church, baptism and the Eucharist.

Bishop Joseph R. Kopacz, D.D.

The spirituality of the Sacred Heart steadily took root and flowered from the time of the visions of St. Margaret Mary Alacoque, VHM in the 1670s to the major movements of the 19th century. St. Cardinal John Henry Newman, a phenomenal theologian and apologist who embraced the Catholic faith at mid-life chose for his episcopal motto in 1879 “Cor ad Cor loquitur” heart speaks unto heart. At the center of his intellectual prowess and pastoral dedication was the beating Sacred Heart of the Lord solidly anchored in the scriptures. “I ask that the eyes of your heart may be enlightened so that you may know what the hope is of the glory of his inheritance in the saints.” (Ephesians 1:18)

A year earlier across the channel in France in 1878 Father Leo John Dehon received permission from the Vatican to establish the religious community of the Priests of the Sacred Heart in the same year on Feb. 20 that Pope Leo XIII began his long tenure that would last until 1903.

Do we see a pattern here? The Holy Spirit was hard at work to inspire believers from the center of the church to all points on the compass to embrace the Sacred Heart of Jesus.

Love for Jesus Christ in his Sacred Heart is Eucharistic through and through as we hear the words of the Lord echoing through time at every Mass: “this is my body, this is my blood poured out.” (Mark 14: 22-24)
To be washed clean in the Blood of the Lamb (Revelations 7:14) is the fountain of Eucharistic Revival. Yet, love for the Sacred Heart and the Lord’s sacrifice cannot be contained within our churches, as sacred as they are. The charism of the Priests of the Sacred Heart is to transform the world we live in through acts of compassion, justice and mercy. This labor of love on behalf of God’s Kingdom has been alive and well in the north of our diocese for over 80 years through the dedication of the Sacred Heart Fathers (SCJs).

Likewise, Pope Leo XIII in his love for the Sacred Heart of Jesus yearned for greater justice for all workers during the Industrial Revolution when so many, including children, were being crushed beneath the wheel of industry. His landmark encyclical Rerum Novarum or “The Rights and Duties of Capital and Labor” is valued as the foundational document for the Social Teachings of the church in every generation since.
The Sacred Heart of Jesus is well integrated into the liturgical and personal prayer of the church. We celebrate and cherish this symbol of God’s eternal love every First Friday of the month knowing that it is a love poured out every day of the year to enflame our worship and to inspire our actions on behalf of greater justice and peace in our world.

Jubilee Prayer: “I now consecrate my heart to your Sacred Heart, Jesus. You are the Son of God whom I love with all my heart. I offer you my body, soul, my mind, and my heart. Receive me, make me holy, make my heart like your heart, and guide me in the way of perfect love today and every day of my life. Amen.”