Perfect for Lent: reflection on vocation

By Bishop Joseph Kopacz
Our first Covenant with God began in the moment of our Baptism. Whatever our vocation in life, we all live this common ground, and at the beginning of Lent the Church, the Body of Christ, proclaims the Lord’s faithful and undying love for us, and the challenge to come back to him with all our heart.
It is the season of the renewal of our vows of Baptism that will be our pledge at the Easter Masses. After his own Baptism and temptation in the desert, Jesus walks through our lives as he walked through Galilee two thousand years ago, “this is the time of fulfillment, repent and believe in the Gospel.”
Whatever our vocation in life we are all called to repentance. We can never become complacent or indifferent to the urgency of the Lord’s call in our lives. The call is to turn away from sin, to die to self, to resist the temptation of selfishness, and self-centeredness that can be deadly to all other relationship in our lives. We are able to die to self in this life-giving way because Jesus Christ has made this possible at the core of our lives in his life giving death and resurrection.
In the midst of this grass roots annual renewal the Church finds herself in the midst of the year of consecrated life, and in the middle of the process of broad-based consultation on the vocation and mission of the family in the Church and in the modern world. All of it works together because although we are hearing the call of the Lord at a deeply personal level, we are all connected to one another in family, work places, neighborhoods, and communities of faith. Whatever change happens in an individual’s life, for better or for worse, is going to affect others in our circle of life.
The Diocese of Jackson is now participating in the worldwide preparatory document on the Vocation and Mission of the Family in the Church and the Modern World that will contribute to the dialogue, discernment and decision-making later this autumn during the 14th Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops on the family with Pope Francis presiding. (Through Monday, March 16, we are inviting the Catholic faithful to participate in this preparatory document through the diocesan website. See page 1 for details.)

The Synod is pastoral in its purpose and this becomes clear by examining some of the chapter headings in the preparatory document.

Part II
Looking at Christ: the Gospel of the Family
Looking at Jesus and divine teaching in the
Gospel
The family in God’ salvific plan
The family in the Church’s documents
Indissolubility of Marriage and the joy of sharing
life together
The truth and beauty of the family
Mercy toward broken and fragile families

Part III
Confronting the situation: pastoral perspectives
Proclaiming the gospel of the family today in
various contexts
Guiding engaged couples in their preparation
for marriage
Pastoral care for couples civilly married or living
together
Caring for wounded families: separated, divorced
and not remarried, divorced and remarried,
single parent families
Pastoral attention towards persons with
homosexual tendencies
The transmission of life and the challenges of
the declining birthrate
Upbringing and the role of the family in
evangelization

The call of the Lord in our lives during Lent permeates the particular circumstances of our vocations and responsibilities. Marriage is unique in that it best represents the undying love of Jesus Christ for all of humanity, but especially the Church. This is sacred. Jesus Christ is not ‘yes’ today, and ‘no’ tomorrow. He is ‘yes’ forever.
Man and woman in marriage strive to embody the heart and mind of Jesus Christ by raising up permanency and fidelity in their sacramental covenant. Two weeks ago we gathered in our Cathedral of Saint Peter the Apostle for World Marriage Day with couples who were celebrating 25 to 71 years of marriage. The renewal of their covenant in God mirrors what we are about in Lent.
As male and female complement one another in marriage, the vocations of married life & religious life compliment one another in the Church and in the world.  Marriage in its essence reveals the Lord’s active love for his church every moment of every day, the here and now of life in this world. Consecrated religious life in its essence reveals that ultimately we are all destined for heaven so that even the blessings of marriage and family life can be sacrificed for the blessing that surpasses all that we know in this life, our eternal home and salvation.
We also know that many single people serve the Lord in ways often known only to God. They who are single are not just spending time before getting a real life. Rather we know that the call of the Lord can be just as real in a way of life that enjoys greater freedom and flexibility. They are in the marketplaces and public squares of our world with an opportunity to bring the Lord out onto the fringes of societies, as Pope Francis is fond of saying.
Another way in which we can appreciate the diversity of lifestyles and gifts in the Church is the opportunity to be inspired by each other. The daily sacrifices that support our faithful living, the ordinariness of our lives graced by God, and the joyful spirit of our calling are signs of the Word of God made Flesh. Often we need one another to stay on the path as we follow the Lord each day. Let us pray for one another as we walk further along on the Lenten journey.

Oración, ayuno, limosna

El Obispo Kopacz visitó y celebró misa en todos los colegios católicos de la diócesis.

El Obispo Kopacz visitó y celebró misa en todos los colegios católicos de la diócesis.

por Obispo Joseph Kopacz
Hay una temporada para todo bajo el cielo, dice el inspirado texto del Eclesiastés, y, una vez más, el momento de renovación comienza para toda la iglesia, para cada comunidad y cada creyente. Es un tiempo que concierne a muchos católicos en nuestras vidas porque nos damos cuenta de que es tan fácil ser complacientes o indiferente a las cosas que realmente importan, o mejor dicho, las relaciones que  realmente importan. El Señor nos ha dicho cual es ese camino para sus discípulos: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Nuestro vecino por supuesto es que cada persona viva, comenzando en el hogar y extendiendose a las márgenes del mundo. Estos dos mandamientos nunca están fuera de temporada, pero nuestros 40 días de viaje espiritual es un extra-ordinario tiempo para crecer en la gracia de Dios como los discípulos del Señor.
El Evangelio del Miércoles de Ceniza de san Mateo nos da el plan de acción que nos llevará más profundamente al corazón de Dios quien   luego nos remite uno a otro en su espíritu. Es tan clara como uno, dos, tres, o la oración, el ayuno y la limosna. Nuestra experiencia de estas tres disciplinas cuaresmales nos ha demostrado que estos son los elementos básicos para poder superar nuestro egocentrismo, nuestro egoísmo y nuestro pecado.
La oración en sus muchas formas eleva el corazón y la mente a Dios. Ponemos a un lado nuestro ego para  conocer mejor el corazón y la mente de Cristo Jesús. La Eucaristía es el centro, fuente y cumbre de nuestra oración, pero hay muchas corrientes de oración que alimentan el espíritu y el cuerpo del Señor, la iglesia.
En alguna ocasión cuando los apóstoles fueron incapaces de ayudar a un hombre asustado cuyo hijo estaba en las garras de un demonio, Jesús les aseguró que el miedo es inútil; lo que se necesita es confianza. Confiando en el poder de Dios no es posible sin constantes oraciones que alimentan el espíritu y dan vida al Cuerpo de Cristo.
El ayuno es a menudo el menos valorado de los tres mandatos cuaresmales. Como la oración sólo es posible cuando dejamos de lado nuestro valioso tiempo para centrarnos en Dios, el ayuno también requiere sacrificio porque estamos diciendo menos es mejor. Como sabemos, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno de consumo normal de alimentos y abstención de comer carne. Estos son los puntos esenciales de nuestros 40 días de peregrinación y siguen siendo muy importantes en nuestro calendario espiritual. Sin embargo, constituyen una forma de vida para nosotros que puede ser mucho más.
Menos es mejor. La disciplina del ayuno nos ayuda a reducir la comida y bebida que ingerimos para que podamos digerir más fácilmente la Palabra de Dios. Nos ayuda a deshacernos de la lentitud de espíritu que acompaña el exceso. El ayuno se aplica también a reducir al mínimo el nivel de ruido que inunda nuestra vida diaria. Ser creativo para lograr más silencio y tranquilidad para poder orar y pensar en Dios es la senda del ayuno.
Por ejemplo, bajarle el volumen al ruido que choca con nuestra vida es una forma de ayuno de este maremoto de estimulación que puede desgastar el espíritu. El ayuno y la oración, por lo tanto, van mano a mano. Ayunamos con el fin de orar más ardientemente; oramos con el fin de utilizar los bienes del mundo con una mayor integridad como discípulos del Señor.
La limosna se deriva de la libertad de espíritu que la oración y el ayuno están seguros de inspirar. No vivimos sólo de pan, y a través de la oración fervorosa y el ayuno podemos más pacíficamente compartir nuestro pan con los demás. Qué experiencia tan gozosa es poder dar de nuestro tiempo, talento y tesoro para que otros puedan lograr más en sus vidas.
La limosna a menudo se entiende como la caridad generosa hacia alguien que tiene necesidad, o, quizás, a una causa que merece la pena. Esto no es un error, pero la limosna puede ser mucho más. Es un movimiento hacia otros más necesitados, sea que viven en nuestra propia familia o alguien que posiblemente nunca podremos conocer personalmente.
Quiero concluir mi reflexión con algunas reflexiones del Papa Francisco quien habla desde el corazón de la iglesia en Cuaresma con un profundo entendimiento del drama humano.
“Por encima de todo, es un “tiempo de gracia”. Dios no nos pide nada que él mismo no nos ha dado primero. Amamos porque él nos ha amado primero. No es ajeno a nosotros. Cada uno de nosotros tiene un lugar en su corazón. Él nos conoce por nombre, él se preocupa por nosotros y nos busca cada vez que nos alejamos de él. Él está interesado en cada uno de nosotros; su amor no le permite ser indiferente. La indiferencia es un problema que nosotros, como cristianos, necesitamos confrontar.
“Cuando el pueblo de Dios se convierte en su amor, encuentra respuestas a las preguntas que la historia se hace continuamente. Uno de los desafíos más urgentes que quiero referir en este mensaje es precisamente la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios también representa una verdadera tentación para nosotros los cristianos. Cada año durante la Cuaresma necesitamos oír una vez más la voz de los profetas que exclaman y perturban nuestra conciencia.
“Dios no es indiferente a nuestro mundo; lo ama tanto que dio a su Hijo por nuestra salvación. En la encarnación, en la vida terrena, la muerte y la resurrección del Hijo de Dios, la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra, se abre una vez por todas. La iglesia es como la mano que sostiene abierta esta puerta, gracias a su proclamación de la palabra de Dios, su celebración de los sacramentos y su testimonio de la fe que obra a través de amor de hermanas”.
En esta Cuaresma, pues, hermanos y hermanas, vamos a pedirle al Señor: Fac cor nostrum secundum cor tuum, “Haz nuestros corazones como el tuyo. De esta manera recibiremos un corazón que es firme y misericordioso, atento y generoso, un corazón que no está cerrado, o indiferente al mundo que nos rodea”.

Prayer, fasting, almsgiving

By Bishop Joseph Kopacz
There is a season for everything under heaven, says the inspired text of Ecclesiastes, and once again the time of renewal dawns for the whole church, for each community and for every believer. It is a time that touches many Catholics at our core, because we realize that it is so easy to become complacent or indifferent about the things that really matter, or better said, the relationships that really matter.
The Lord has told us what is that path for his disciples: to love the Lord our God with all of our heart, soul, mind and strength, and to love our neighbor as our ourselves. Our neighbor of course, is every living person, beginning at home, and extending to the margins of the world. These two commandments never go out of season, but our 40 day spiritual journey is an extra-ordinary time to grow in God’s grace as the Lord’s disciples.
The Ash Wednesday Gospel from Saint Matthew gives us the blueprint that will take us deeper into the heart of God who will then turn us back to one another in his Spirit. It is as clear as one, two, three, or prayer, fasting and almsgiving. Our experience of these three Lenten disciplines has shown us that these are the basics for transcending our self-centeredness, our selfishness and our sinfulness.
Prayer in its many forms raises our hearts and minds to God. We place aside our ego in order to better know the heart and mind of Jesus Christ. The Eucharist is the center, source and summit of our prayer, but there are many streams of prayer that nourish the spirit and feed the Lord’s body, the Church. On occasion when the apostles were unable to help a frightened man whose son was in the grip of a demon, Jesus assured them that fear is useless; what is needed is trust.” Trusting in the power of God is not possible without faithful prayer that nourishes the spirit and gives life to the Body of Christ.
Fasting is often the most underrated of the three Lenten mandates. As prayer is only possible when we set aside our precious time to focus on God, fasting also requires sacrifice because we are saying less is better. As we know Ash Wednesday and Good Friday are days of fasting from normal food consumption and abstaining from meat. They are the hinges of our forty-day pilgrimage and remain very important days on our spiritual calendar. But they represent a way of life for us that can be so much more. Less is better.
The discipline of fasting helps us to reduce our intake of food and drink so that we can more easily digest the Word of God. It helps us to shake off that sluggishness of spirit that accompanies excess. Fasting also applies to minimizing the level of noise that floods our everyday life. Being creative about carving out more silence and quiet so that we can pray and think about God is the path of fasting. For example, turning down the volume of noise that collides with our lives is a form of fasting from this tsunami of stimulation that can wear down the spirit. Fasting and prayer, then, go hand in hand. We fast in order to pray more ardently; we pray in order to use the world’s goods with greater integrity as the Lord’s disciples.
Almsgiving arises from the freedom of spirit that prayer and fasting are sure to inspire. We do not live by bread alone, and through faithful prayer and fasting we can more peacefully share our bread with others. What a joyous experience it is to be able to give of our time, talent, and treasure so that others may reach higher in their lives.
Almsgiving often is understood as charitable generosity to someone in need, or perhaps to a worthy cause. This is not misguided, but almsgiving can stand for so much more. It is a movement toward others in need whether they live in our own family or possibly someone we may never know personally.
I want to conclude my reflection with some thoughts from Pope Francis who speaks from the heart of the Church on Lent with a keen understanding of the human drama.
“Above all it is a ‘time of grace.’ God does not ask of us anything that he himself has not first given us. “We love because he first has loved us’. He is not aloof from us. Each one of us has a place in his heart. He knows us by name, he cares for us and he seeks us out whenever we turn away from him. He is interested in each of us; his love does not allow him to be indifferent. Indifference is a problem that we as Christians, need to confront.
“When the people of God are converted to his love, they find answers to the questions that history continually raises. One of the most urgent challenges which I would like to address in this message is precisely the globalization of indifference.
Indifference to our neighbor and to God also represents a real temptation for us Christians. Each year during Lent we need to hear once more the voice of the prophets who cry out and trouble our conscience.
“God is not indifferent to our world; he so loves it that he gave his Son for our salvation. In the Incarnation, in the earthly life, death, and resurrection of the Son of God, the gate between God and man, between heaven and earth, opens once for all. The Church is like the hand holding open this gate, thanks to her proclamation of God’s word, her celebration of the sacraments and her witness of the faith that works through love, sisters.”
“During this Lent, then, brothers and sisters, let us all ask the Lord: Fac cor nostrum secundum cor tuum – ‘Make our hearts like yours. In this way we will receive a heart that is firm and merciful, attentive and generous, a heart which is not closed, or indifferent to the world around us.”

Reflexionando sobre las bendiciones del año

por Obispo Joseph Kopacz
Qué diferencia puede hacer un año para cualquiera de nosotros, y nunca ha sido esto más cierto en mi vida desde que salí hacia Jackson el pasado año durante este mismo tiempo para prepararme para mi ordenación e instalación como el 11avo obispo de esta increíble diócesis el 6 febrero. Hoy hace un año estaba cargando mi Subaru Forester al máximo en anticipación de las 1,200 millas que hay del noreste al sur del país. Fue un momento de gran expectación junto con una justa dosis de ansiedad y temor.
Le mencioné a algunos funcionarios de la cancillería  la semana pasada que el tiempo alrededor del primer aniversario de mi ordenación es mucho menos estresante que el mismo período el año pasado. Ellos no podría estar más de acuerdo. La planificación necesaria para la ordenación de un obispo es enorme y el plazo para hacerlo es compacto. Recuerden, una diócesis normalmente espera un año para el anuncio de un nuevo obispo, y cuando finalmente sucede el Nuncio Apostólico organiza la fecha para la ordenación, y/o instalación.
No se trata de una misión imposible, pero consume el tiempo y el talento del personal de la diócesis y muchos otros desde el momento del anuncio hasta el día de la ordenación/instalación. ¡Felicidades al personal y a los voluntarios que organizaron una espléndida celebración!
Sin embargo, debajo de la ráfaga de actividad estaban las más profundas bendiciones. Muchas personas de la Diócesis de Scranton y de la Diócesis de Jackson estaban orando fervientemente por mí y por todos los que participaban en este proceso de transición.
La liturgia de la ordenación y toda la logística de apoyo a los peregrinos que vinieron, a los grupos locales de religiosas, autoridades cívicas y a los asistentes me pareció que fluyó sin problemas. Por supuesto, que sabía yo que estaba en una nube de desconocimiento, en otras palabras, en una neblina. Las más profundas  bendiciones, por supuesto, derivan de nuestra fe, esperanza y amor en el Señor Jesús y su eterno amor por su cuerpo, la Iglesia, y la gran alegría que el pueblo de nuestra diócesis tenía en darme la bienvenida a mi como su nuevo pastor.
Cuando miro hacia este año pasado no puedo evitar sorprenderme. Hojeando las hojas del calendario del año reavivo la biblioteca de recuerdos que se ha convertido en la base sobre la que construir. Por supuesto, están las celebraciones litúrgicas de Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Son tan inspiradoras, y la Misa Crismal del martes de Semana Santa me permitió celebrar con los sacerdotes, religiosos, religiosas, lideres laicos eclesiales, y los laicos de la diócesis que se reúnen en torno a su obispo para recibir los santos óleos de unción en la vida sacramental de sus parroquias.
Enseguida me di cuenta que el tiempo de Pascua es quizás la época más activa de un obispo diocesano. Comienza el calendario de confirmación y los recorridos en carretera me llevaron a muchos rincones de la diócesis.
Cada visita pastoral fue una oportunidad para reunirme y celebrar con las comunidades parroquiales. Las graduaciones de secundaria y los aniversarios de ordenación de los sacerdotes se convirtieron en una tras otra bendita oportunidad de entrar cada vez más profundamente en la vida de la diócesis.
En el marco de estas celebraciones, la ordenación de tres sacerdotes de nuestra diócesis fue un momento singular. Yo nunca había estudiado un ritual tan cuidadosamente con el fin de garantizar un resultado válido. Esta época del año se caracterizó también por el retiro pastoral, un encuentro con los obispos regionales en Covington, La., y mi primera participación en la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Nueva Orleans.
Al evocar estos eventos a través del ojo de la mente, creo que se pueden dar una idea de que el establecimiento de un obispo en una diócesis se realiza de ladrillo a ladrillo en cada encuentro. En el curso de conocer a los obispos de cerca y de lejos, muchos de los eventos me han dado la oportunidad de conocer el grupo de nuestro seminaristas que están discerniendo la llamada del Señor en sus vidas. Oren por ellos así como ellos oran por ustedes.
En armonía con todas las celebraciones sacramentales en la Catedral de San Pedro Apóstol y en todo el territorio de la diócesis, he podido realizar visitas pastorales a muchas de nuestras parroquias y ministerios en los 65 condados que componen la Diócesis de Jackson. Entre mi coche y viajando junto con otros en algunas ocasiones he acumulado alrededor de 30,000 millas por el año. (Esto no incluye dos ocasiones en las que he viajado por avión.)
Ininterrumpidamente he podido participar en la vida pastoral de muchas de nuestras parroquias, y mi objetivo es visitar todos los sitios de la manera más oportuna y posible. Estas visitas pastorales establecen el vínculo espiritual que un obispo debe tener con el Pueblo de Dios encomendado a él, el cual se estima que debe ser pastoral y personal.
En medio de esta actividad pastoral en el 2014 pude organizar un tiempo de vacaciones en el noreste del país y con unos amigos de mi ciudad natal que pudieron visitarme. Debo de decir que las pautas de mi ministerio pastoral, ocio y vacaciones las pude organizar bastante bien a lo largo de todo el primer año y eso sin tener tan siquiera un mapa de las carreteras con el cual empezar. Una parte de mi tiempo de ocio, por supuesto, es pasear y jugar con mi tonto perro labrador. El es bueno para los nervios.
En el artículo (en inglés) que es parte de la edición de esta semana, me preguntaron si yo soy feliz en mi nueva vida. ¿Cómo mide una persona su estado de felicidad? Puedo decir que después de un año de ser su obispo tengo mucha motivación, energía, y entusiasmo por mi ministerio como obispo, salpicadas con un estado estable de paz y tranquilidad en la mayoría de los días.
Por lo tanto, creo que puedo decir que soy feliz. Estoy agradecido de haber sido llamado a servir en una zona que no conocía, pero que he aprendido a amarla en un corto período de tiempo.
Miro hacia el futuro con confianza, esperanza y amor al caminar juntos como el Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson a un futuro desconocido donde el Señor Jesús nos espera.

Carta del obispo sobre el Llamado al Servicio Católico

Carta del Obispo Joseph Kopacz a la comunidad hispana sobre el Llamado al Servicio Católico (CSA por sus  siglas en inglés)
Hermanos y hermanas en Cristo:
Como su obispo, es importante que sepan que nuestra diócesis está dedicada a abrir las puertas de nuestra iglesia a las hermanas y hermanos hispanos que viven entre nosotros. Estamos aquí por ustedes y hemos estado sirviendo la población de habla hispana en algunas instancias durante los últimos 30 años. Todos hemos sido llamados a servir a otros del mismo modo que Jesús lo hizo, con amor y humildad. Él nos dio este regalo cuando lavó los pies de los discípulos.
Nuestro tema de este año para el Servicio Católico es el “Llamado a Servir”. Hoy me gustaría compartir con ustedes cómo servimos a nuestras hermanas y hermanos católicos a través de la Diócesis de Jackson.
En los años recientes, nuestra diócesis ordenó tres sacerdotes hispanos. Actualmente tenemos a Adolfo Suárez y a Cesar Sánchez de México estudiando para ser sacerdotes en nuestra diócesis. En total, hay cinco sacerdotes hispanos que hoy en día sirven a nuestra diócesis, y el Llamado al Servicio Católico ayuda a estos sacerdotes y seminaristas con su educación y formación después de su ordenación.
Además, muchos de nuestros sacerdotes junto con otros ministros pastorales nativos de los Estados Unidos, han trabajado duro para comprender y hablar el español con el fin de servir mejor a la población hispana en nuestro entorno. Por ejemplo, también hay cuatro nuevos sacerdotes redentoristas en nuestra diócesis trabajando en el Delta para evangelizar e integrar en nuestras comunidades parroquiales a la población hispana, así como para identificar y responder a las necesidades sociales de manera inminente. Estos sacerdotes llegaron el año pasado y están comprometidos a servir con nosotros los próximos cinco años.
El Llamado al Servicio Católico también apoya a la oficina del Ministerio Hispano. El hermano Ted y las hermanas María Elena y María Josefa viajan a través de la diócesis  para servir a la población hispana dentro de nuestras parroquias y los ministros de servicio social.
La oficina del Ministerio Hispano ha capacitado a más de 120 personas para ser líderes en sus comunidades parroquiales a través del Instituto Pastoral del Sureste (SEPI), el liderazgo y los talleres litúrgicos en aquellas parroquias que lo requieran. Esta oficina trabaja actualmente con más de 27 parroquias hispanas a lo largo de la diócesis. También trabajan con el Movimiento Familiar Cristiano (MFCC), que está trabajando con más de 50 familias en las áreas de Jackson y Tupelo, ayudando a formar comunidades de fe promoviendo las vocaciones y la vida familiar católica.
El Llamado al Servicio Católico también apoya al Centro de Apoyo Migratorio de Caridades Católicas. Esta oficina proporciona servicios directos como la renovación de la autorización de empleo, extensión de visas y el estatus de protección temporal. También ayuda a educar a la población hispana sobre sus derechos en los Estados Unidos. A menudo, colaboran con el gobierno y los dirigentes cívicos para llevar a cabo estos servicios de ayuda a las personas para a conocer y lograr sus derechos. El Centro de Apoyo Migratorio también ofrece todos los jueves clases de inglés gratuitas.
Su regalo para el Llamado al Servicio Católico es para apoyar y fortalecer todos los increíbles ministerios mencionados en esta carta y para estar preparados para responder a nuevas posibilidades en el futuro. Les invito a dar un regalo al llamado de este año mientras continuamos nuestro camino de fe para seguir el ejemplo de Jesús como todos hemos sido “Llamados para Servir.”
Sinceramente
tuyo en Cristo,
Obispo Joseph R. Kopacz

Reflexionando en las bendiciones del año

por Obispo Joseph Kopacz
Qué diferencia puede hacer un año para cualquiera de nosotros, y nunca ha sido esto más cierto en mi vida desde que salí hacia Jackson el pasado año durante este mismo tiempo para prepararme para mi ordenación e instalación como el 11avo obispo de esta increíble diócesis el 6 febrero. Hoy hace un año estaba cargando mi Subaru Forester al máximo en anticipación de las 1,200 millas que hay del noreste al sur del país. Fue un momento de gran expectación junto con una justa dosis de ansiedad y temor.
Le mencioné a algunos funcionarios de la cancillería  la semana pasada que el tiempo alrededor del primer aniversario de mi ordenación es mucho menos estresante que el mismo período el año pasado. Ellos no podría estar más de acuerdo. La planificación necesaria para la ordenación de un obispo es enorme y el plazo para hacerlo es compacto. Recuerden, una diócesis normalmente espera un año para el anuncio de un nuevo obispo, y cuando finalmente sucede el Nuncio Apostólico organiza la fecha para la ordenación, y/o instalación.
No se trata de una misión imposible, pero consume el tiempo y el talento del personal de la diócesis y muchos otros desde el momento del anuncio hasta el día de la ordenación/instalación. ¡Felicidades al personal y a los voluntarios que organizaron una espléndida celebración!
Sin embargo, debajo de la ráfaga de actividad estaban las más profundas bendiciones. Muchas personas de la Diócesis de Scranton y de la Diócesis de Jackson estaban orando fervientemente por mí y por todos los que participaban en este proceso de transición.
La liturgia de la ordenación y toda la logística de apoyo a los peregrinos que vinieron, a los grupos locales de religiosas, autoridades cívicas y a los asistentes me pareció que fluyó sin problemas. Por supuesto, que sabía yo que estaba en una nube de desconocimiento, en otras palabras, en una neblina. Las más profundas  bendiciones, por supuesto, derivan de nuestra fe, esperanza y amor en el Señor Jesús y su eterno amor por su cuerpo, la Iglesia, y la gran alegría que el pueblo de nuestra diócesis tenía en darme la bienvenida a mi como su nuevo pastor.
Cuando miro hacia este año pasado no puedo evitar sorprenderme. Hojeando las hojas del calendario del año reavivo la biblioteca de recuerdos que se ha convertido en la base sobre la que construir. Por supuesto, están las celebraciones litúrgicas de Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Son tan inspiradoras, y la Misa Crismal del martes de Semana Santa me permitió celebrar con los sacerdotes, religiosos, religiosas, lideres laicos eclesiales, y los laicos de la diócesis que se reúnen en torno a su obispo para recibir los santos óleos de unción en la vida sacramental de sus parroquias.
Enseguida me di cuenta que el tiempo de Pascua es quizás la época más activa de un obispo diocesano. Comienza el calendario de confirmación y los recorridos en carretera me llevaron a muchos rincones de la diócesis.
Cada visita pastoral fue una oportunidad para reunirme y celebrar con las comunidades parroquiales. Las graduaciones de secundaria y los aniversarios de  ordenación de los sacerdotes se convirtieron en una tras otra bendita oportunidad de entrar cada vez más profundamente en la vida de la diócesis.
En el marco de estas celebraciones, la ordenación de tres sacerdotes de nuestra diócesis fue un momento singular. Yo nunca había estudiado un ritual tan cuidadosamente con el fin de garantizar un resultado válido. Esta época del año se caracterizó también por el retiro pastoral, un encuentro con los obispos regionales en Covington, La., y mi primera participación en la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Nueva Orleans.
Al evocar estos eventos a través del ojo de la mente, creo que se pueden dar una idea de que el establecimiento de un obispo en una diócesis se realiza de ladrillo a ladrillo en cada encuentro. En el curso de conocer a los obispos de cerca y de lejos, muchos de los eventos me han dado la oportunidad de conocer el grupo de nuestro seminaristas que están discerniendo la llamada del Señor en sus vidas. Oren por ellos así como ellos oran por ustedes.
En armonía con todas las celebraciones sacramentales en la Catedral de San Pedro Apóstol y en todo el territorio de la diócesis, he podido realizar visitas pastorales a muchas de nuestras parroquias y ministerios en los 65 condados que componen la Diócesis de Jackson. Entre mi coche y viajando junto con otros en algunas ocasiones he acumulado alrededor de 30,000 millas por el año. (Esto no incluye dos ocasiones en las que he viajado por avión.)
Ininterrumpidamente he podido participar en la vida pastoral de muchas de nuestras parroquias, y mi objetivo es visitar todos los sitios de la manera más oportuna y posible. Estas visitas pastorales establecen el vínculo espiritual que un obispo debe tener con el Pueblo de Dios encomendado a él, el cual se estima que debe ser pastoral y personal.
En medio de esta actividad pastoral en el 2014 pude organizar un tiempo de vacaciones en el noreste del país y con unos amigos de mi ciudad natal que pudieron visitarme.
Debo de decir que las pautas de mi ministerio pastoral, ocio y vacaciones las pude organizar bastante bien a lo largo de todo el primer año y eso sin tener tan siquiera un mapa de las carreteras con el cual empezar. Una parte de mi tiempo de ocio, por supuesto, es pasear y jugar con mi tonto perro labrador. El es bueno para los nervios.
En el artículo (en inglés) que es parte de la edición de esta semana, me preguntaron si yo soy feliz en mi nueva vida. ¿Cómo mide una persona su estado de felicidad? Puedo decir que después de un año de ser su obispo tengo mucha motivación, energía, y entusiasmo por mi ministerio como obispo, salpicadas con un estado estable de paz y tranquilidad en la mayoría de los días.
Por lo tanto, creo que puedo decir que soy feliz. Estoy agradecido de haber sido llamado a servir en una zona que no conocía, pero que he aprendido a amarla en un corto período de tiempo.
Miro hacia el futuro con confianza, esperanza y amor al caminar juntos como el Pueblo de Dios en la Diócesis de Jackson a un futuro desconocido donde el Señor Jesús nos espera.

Reflecting on year of blessings

By Bishop Joseph Kopacz
What a difference a year makes for anyone of us, and never has this been more true in my life since setting out for Jackson last year at this time to prepare for my ordination and installation as the 11th Bishop of this amazing diocese on February 6th.  One year ago today I was loading up my Subaru Forester to the max in anticipation of the 1200-mile trek from the Northeast to the Deep South. It was a time of great anticipation along with a fair dose of anxiety and trepidation.
I mentioned to a few of the Chancery Staff over the last week that the time surrounding the one-year anniversary of my ordination is a lot less stressful than the same time last year. They could not agree more. The planning required for a bishop’s ordination is enormous and the time frame in which to do it is compact. Remember, a diocese typically waits a year for the announcement of a new bishop, and when it finally happens the Apostolic Nuncio arranges the date for the ordination, and or installation.
It’s not exactly mission impossible, but it does consume the time and talent of the diocesan staff and many others from the moment of the announcement to day of the ordination/installation. Kudos to the staff and volunteers who organized such a splendid celebration!
However, beneath the flurry of activity were the deeper blessings. Many people from the Diocese of Scranton and from the Diocese of Jackson were praying ardently for me and for all involved in this transition.  The liturgy of ordination and all of the logistics in support of the pilgrims from afar, and the local groups of religious, civic attendees appeared to me to flow seamlessly.
Of course, what did I know; I was in the cloud of unknowing, in other words, in a fog. The deeper blessings, of course, flowed from our faith, hope, and love in the Lord Jesus, and his eternal love for his body, the church, and the great joy that the people of our diocese had in welcoming me as their new shepherd.
As I look back from the one-year perch, I cannot help but be amazed. Scrolling through the year’s calendar rekindles the library of memories that have become the foundation on which to build. Of course, there are the liturgical celebrations of Lent, Holy Week and Easter.  They are so inspiring, and the Chrism Mass on Tuesday of Holy Week allowed me to celebrate with priests, religious, lay ecclesial leadership, and laity from around the diocese who come to gather around their bishop and receive the holy oils for anointing in the sacramental life of their parishes.
I soon realized that the Easter season is perhaps the most active time of year for a diocesan bishop. The confirmation schedule commences and the road trips took me to many corners of the diocese. Each pastoral visit was an opportunity to meet and celebrate with the particular parish communities. High school graduations and priests’ anniversaries of ordination became one blessed opportunity after another to enter more deeply into the life of the diocese. In the midst of these celebrations the ordination of three priests for our diocese was a singular moment.
I had never studied a ritual so carefully in order to assure a valid outcome. This time of year was marked also by the priests’ retreat, a gathering with the regional bishops in Covington, La., and my first national meeting with the United States Conference of Catholic Bishops (USCCB) in New Orleans.
As you run these events through your mind’s eye, I think you get the picture that a bishop’s settling into a diocese happens one brick at a time with each encounter. Along with getting to know the bishops from near and far,  many events have given me the opportunity to know our corps of seminarians who are discerning the Lord’s call in their lives.  Pray for them as they pray for you.
In harmony with all of the scheduled sacramental celebrations at the Cathedral of St. Peter the Apostle and throughout the diocese, I have been able to make pastoral visits to many of our parishes and ministries across the 65 counties that comprise the Diocese of Jackson.  Between my car and hitching a ride with others at times, I have amassed about 30,000 miles for the year. (This doesn’t include two occasions on which I could fly around.) Steadily I have been able to participate in the pastoral life of many of our parishes, and the goal is to visit all sites in as timely a fashion as is possible. These pastoral visits establish the spiritual bond that a bishop must have with the People of God entrusted to him which is intended to be pastoral and personal.
In the midst of this pastoral activity across 2014 I was able to arrange for vacation time back in the Northeast, and a few friends were able to visit from the home area. I must say that patterns of my pastoral ministry, leisure, and vacation jelled rather well throughout the first year for not having much of a road map with which to begin. A daily part of my leisure time, of course, is my regular walks and playing with my goofy Labrador Retriever. He is good for the nerves.
For the companion article that is part of this week’s edition, I was asked if I am happy in my new life. How does a person measure his or her state of happiness? I can say that after one year as your bishop I have ample motivation, energy, and enthusiasm for my ministry as your bishop, sprinkled with a steady state of peace and calm on most days.
So, I guess I can say that I am happy.   I am grateful to have been called to serve in an area I knew not, but have grown to love in a short period of time.
I look ahead with trust, hope, and love as we journey together as the People of God in the Diocese of Jackson into an unknown future where the Lord Jesus awaits us.

Celebrating Catholic schools

By Bishop Joseph Kopacz
This week’s publication of the Mississippi Catholic puts the spotlight on the living tradition of Catholic schools within in the Diocese of Jackson.  This vital arm of the Catholic Church’s mission to make disciples of all of the nations has a rich history in Mississippi as has been pointed out and celebrated countless times in this paper.  Next week is “Catholic Schools Week” and there will be a myriad of activities in each of our schools that manifest the pride of each school in their uniqueness, as well as the communion they share with one another and with God as educational faith communities in the Body of Christ, the Church.
During the autumn months of last year I had the opportunity to celebrate the Mass in each of our elementary and High School communities and it was a joyful and meaningful experience for me to enter into the heart and mind of each of them, including Christ the King and Holy Family, St. Elizabeth, and St. Francis, Our Lady of Lourdes and St. Joseph, St. Francis Xavier and St. Aloysius, Cathedral High School and Elementary, St. Anthony and St. Joseph, St. Richard and Thea Bowman, St. Patrick and Annunciation. (I have omitted the locations so that you can connect the schools with their towns and cities, a geographical excursion around the diocese.)
Times have changed and the Diocese of Jackson has fewer Catholic Schools then it once had, but the commitment of families, educators, and diocese remains strong and we continue to sacrifice in order that our schools may continue to flourish in contemporary society. Indeed, there are many challenges that families and school communities face in our world that experiences so much upheaval and instability.
In the 2007 document published by the Congregation of Catholic Education in Rome Educating together in Catholic Schools we read of the enormous challenges in the introduction: “The unexpected and often contradictory evolution of our age gives rise to educational challenges…These challenges emerge from the social, cultural, and religious complexity in which young people are actually growing up…There is a widespread lack of interest for the fundamental truths of human life. Likewise, individualism, moral relativism and materialism permeate above all rich and developed societies…Add to that rapid structural changes, globalization and the application of new technologies in the field of information that profoundly affect daily life and formation…
In a society that is at once global and diversified, local and planetary, young people find themselves faced with different proposals of values, or lack thereof… There are also the difficulties that arise from family instability, hardship and poverty… All of this exposes our young people to the danger of ‘being tossed to and fro and carried about with every wind of doctrine’ (Eph 4,14).
With this picture of the social and cultural milieu all school communities are acutely challenged to accomplish their mission to educate with purpose and promise.  Yet, our Catholic School communities have considerable resources to fulfill the mission of educating the whole person, in knowledge and wisdom, faith and grace.
In the United States and the Diocese of Jackson we carry forward a tradition and a legacy that is well over 150 years old. Our schools are an extension of our diocese, our parishes and our families; therefore parents, teachers, administrators, laity and religious, priests and bishop, are all part of our school communities, either directly or in directly, on site or present in spirit, laboring to nurture our school communities that seek to infuse the sacred into all academic disciplines, social and athletic events.
The mission of our Catholic School educators is a noble vocation, but it can also be daunting in light of the world in which we live. The document cited above encourages a vision that the world cannot give. “The Catholic School educator’s vocation is a journey of permanent formation which demands a ready and constant ability for renewal and adaptation, and not just about professional updating in the strict sense. The synthesis between faith, culture, and life is reached by integrating all the different aspects of human knowledge through the subjects taught in the light of the Gospel, and in the growth of Christian virtues.”
“Catholic educators need a ‘formation of the heart’. They need to be led to that encounter with God in Christ that awakens their love and opens their spirits to others so that their educational commitment flows from their faith, a faith that becomes active through love. In fact care for instruction means loving.”
When we take a minute to think about this mission and vocation we know that it is only by the grace of God that it can be achieved in its fullness.  It is rooted in the promise of the Lord Jesus to be with us until the end of time.
As Catholic Schools Week dawns we give thanks to our educators who care to instruct and administrate with great love, to the support staff of each school, to our parents who sacrifice to support their children’s education, to our parishioners whose generosity is directed in part to the support of our schools, to our pastors and pastoral ministers who provide the spiritual guidance that sustains parish and school communities, and to so many who have gone before upon whose shoulders of sacrifice and commitment we continue to stand today.
Have a spirited Catholic Schools Week, and may the Lord who has begun the good work in you continue to bring it to fulfillment.

Desenvolviendo el regalo vitalicio de Cristo

Las celebraciones de la Navidad, la fe, la familia y la amistad, han empezado a desvanecerse a medida que el Nuevo Año 2015 se apodera de nuestras vidas con todas sus urgentes demandas. Aunque el tiempo nos presiona, estaríamos de acuerdo en decir que el corazón y el alma de nuestros rituales y tradiciones con las comunidades de fe, las familias y los amigos son intemporales. Lo que se ve es transitorio, lo que es invisible es eterno, (2Cor. 4:18).
Espiritualmente en nuestra tradición católica, la Fiesta de la Epifanía, la manifestación del Señor Jesús a todas las naciones, y el Bautismo del Señor, el primer misterio luminoso del rosario, nos llevan a la culminación de la temporada navideña. El nacimiento físico, jubilosamente celebrado en la Encarnación, a una velocidad increíble llega al Bautismo del Señor, 30 años después. Las palabras del arcángel anunciando la buena nueva del gran júbilo del nacimiento del Salvador son ahora trascendente por divina majestad en las palabras de Dios el Padre en el Bautismo del Señor, este es mi Hijo amado, en quien me complazco, (Mat. 3:17).
Podemos seguir desenvolviendo el entendimiento y la sabiduría, la valentía y la esperanza de la Navidad dentro del Año Nuevo porque nosotros también damos gracias por nuestro propio nacimiento a la luz del día y nos alegramos de haber renacido por la luz de la fe a través de las aguas del Bautismo en la Palabra hecha carne.
Aún más, la aventura de la Navidad todavía tiene vida. San Juan Pablo II nos enseñó que la Navidad se mantiene viva espiritualmente en el corazón de la Iglesia hasta el 2 de febrero con la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, 40 días después de la celebración del nacimiento del Señor en el establo. Cuarenta días en la Cuaresma, cuarenta días desde Semana Santa hasta el jueves de la Ascensión, y cuarenta días de la temporada de Navidad son convincentes paralelos que  pueden ser una ayuda durante la oscuridad y el frío de enero.
En la fiesta de la Epifanía los cristianos celebran la perseverancia, la sabiduría y el valor de los Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar. Ellos nos inspiran a vivir nuestra fe cristiana en un nivel personal profundo y en el nivel de la misión universal de la Iglesia, la proclamación de Cristo a todas las naciones.
En esta manifestación de la gloria de Dios estamos conscientes a través de la fe, que nuestra identidad católica es un trayecto, una peregrinación sin fronteras. El impulso misionero de la Iglesia es parte integrante de nuestra identidad, la razón por la cual el Papa Francisco  nos desafía a ser discípulos misioneros. La manera del evangelio de la vida es a menudo contrarrestado, rechazado, ridiculizado o incluso atacado por el espíritu del mundo moderno.
Sin embargo, continúa prosperando a pesar de las múltiples formas de oscuridad que felizmente extinguirían la luz de la fe. Como el prólogo del evangelio de san Juan proclama: “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido”. Esto fue cierto en el primer siglo, y sigue siendo cierto en el siglo veintiuno.
Los Reyes Magos nos enseñan que la luz de la fe y el impulso de la esperanza, a pesar de todo, se arraigan en las vidas personales en la búsqueda de mujeres y hombres. Es profundamente personal, precisamente porque es universal. Lo que a menudo es más personal en nuestras vidas también es universal de la condición humana. Dios no cesa de poner esa Estrella de gracia en nuestro horizonte, sediento de nuestra fe en su Hijo amado. Al encontrar este amor eterno que siempre está con nosotros, volvemos a nuestra vida cotidiana con un nuevo horizonte, la mente y el corazón de Jesucristo. Podemos decidir como los Magos a volver a nuestra casa por otro camino, la guía de Dios para nuestra vida.
Saliendo del tiempo de Navidad, podemos decir claramente que nuestra relación con el amado Hijo de Dios es un ciclo eterno de dar regalos. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, el don de amor eterno. Respondemos por la gracia de Dios con el don de la fe que nos conduce a la adoración en la tradición de los Reyes Magos, y en acción de gracias por el regalo que nunca está fuera de temporada. La Eucaristía especialmente es el acontecimiento de la Encarnación que se hace carne en la vida cotidiana de los discípulos que son el cuerpo vivo del Señor en este mundo, llamados a vivir con amor y justicia.
Para la gente de fe, la temporada de Navidad es un regalo invaluable que nos permite iniciar un nuevo año con fe, esperanza y amor a pesar de la oscuridad que nos puede ahogar. Pedimos seguir los pasos de los Reyes Magos en un espíritu de perseverancia, sabiduría y valentía. Son modelos eternos para nosotros porque mantuvieron los ojos fijos en la estrella hasta el momento en que podrían fijar su mirada en el Señor. Que todo lo que nos inspira en este mundo sirva para guiarnos a la Luz del mundo.
Qué la celebración del bautismo del Señor, la fiesta culminante de este tiempo de gracia, profundicen nuestra conciencia de que a través de nuestro bautismo en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, somos los hijos amados de Dios. Recordemos la escritura de la carta de san Pablo a los Gálatas en la fiesta de María, la madre de Dios, el primer día del Año Nuevo, porque estas palabras son nuestra esperanza y nuestra paz, y últimamente nuestro eterno destino.
Y porque somos sus hijos, Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que nos ha impulsado a llamar, “Abba, Padre. Ahora que ya no eres esclavo, sino hijo de Dios, y como tú eres su hijo, Dios te ha hecho  su heredero. (Gálatas 4,6 -7)  ¡Feliz Año Nuevo!
(NOTA DEL EDITOR: Lea la columna de esta semana en la pag. 3 de la edición en inglés)

María es modelo de evangelización para todos

Por Obispo Joseph Kopacz
A medida que esta temporada de Navidad se desarrolla con el anuncio de la Encarnación, podemos saborear una vez más la alegría de nuestra salvación. Es el camino del discípulo, siguiendo fielmente el camino, la verdad y la vida, Jesucristo, el Señor. La Anunciación, la Visitación, el nacimiento del Señor, la alabanza de la Hueste celestial, la visita de los pastores, la estrella que guió a los magos, todos son momentos de gracia que nos dirigen a la gloria de Dios.
Cuando echamos una mirada al cielo durante estos majestuosos días, al mismo tiempo estamos plantados en la tierra, donde encarnamos la alegría del evangelio en la carne y la sangre de nuestras vidas. Miremos a la Virgen Madre, la primera discípula del Señor que modela para nosotros el camino de un discípulo.
Su encuentro con el ángel Gabriel revela una mente y corazón abierto a Dios, que la afirma como la primera evangelista, quien con alegría lleva al Salvador en su corazón y en su cuerpo. De tres minutos a tres días después del encuentro con el Arcángel Gabriel es probable que tuviera fijada su atención y su corazón en este gran misterio.
De tres días a tres meses, estaba experimentando el crecimiento de la nueva vida dentro de ella, y haciendo planes con José para vivir su vida juntos. Tres meses más tarde, estaba de camino a lo largo de las montañas de Judea en ruta para ayudar a su anciana prima Isabel que estaba más avanzada de su embarazo con Juan el Bautista.
Con la escena de la Visitación ante él, el Papa Francisco amorosamente llama a María nuestra Señora de la Prontitud. Ella es una mujer que está en paz con la llamada del Señor en su vida e inspirada a servir. Su resplandor era tan palpable que el bebé Juan salta de alegría en el vientre de su madre. Podemos sentir el corazón de la evangelización en este encuentro de María e Isabel. Encarnaba una alegre prontitud a servir ya que llevaba al Señor dentro de ella, el que vino a no ser servido sino a servir. Isabel y su hijo podían fácilmente sentir esto y regocijarse en la presencia del Señor. La alegría es contagiosa. María a su vez se alegra: “Mi alma proclama la grandeza del Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador”.
Qué regalo tan valioso para todos nosotros estimar como discípulos del Señor. La paz y la alegría son frutos o signos vivos del Espíritu Santo vivo en nosotros a través de la fe. Consideren la profunda alegría de María cuando sostenía al niño Jesús en sus brazos durante y después de la visita de los pastores que vieron la gloria de Dios en el rostro del niño en el establo. El evangelista San Lucas nos dice que una vez que los pastores vieron al Señor, ellos también se convirtieron en evangelistas. Mientras tanto, “María apreciaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.”
No todos nuestros días y la experiencia nos deja contentos, pero la alegría del evangelio se extiende mucho más allá de la felicidad. Es la constante sensación de la presencia de Dios aún cuando las nubes de la oscuridad y la duda, y la tristeza y el sufrimiento nos envuelve. En estos tiempos tenemos que recordar que Emanuel, Dios con nosotros, es el Señor que siempre está cerca, asegurándonos de la presencia amorosa de Dios. Incluso cuando las nubes de la muerte habían oscurecido la última noche de Jesús en la tierra, él todavía podía rezar para que su gozo estuviera en sus discípulos para que el gozo de ellos fuera completo.
Nosotros nunca podemos minimizar el horror de los sufrimientos del Señor y su muerte por crucifixión, ya que devastó a sus discípulos. La Virgen que había  abrazado al niño Jesús en sus brazos, ahora sostenía el cuerpo quebrantado de su hijo a los pies de la cruz. En este mismo sentido, nunca podemos minimizar el poder del pecado y la vergüenza para que arruine la vida de Dios dentro de nosotros. Sin embargo, no podemos subestimar el poder de la resurrección a través de la cual el Señor sanó y facultó a sus discípulos para la misión de evangelizar a las naciones.
Cuando estaban apiñados en el miedo y la vergüenza a puertas cerradas él se les presentó para concederles el perdón y la paz. Su sufrimiento y el de ellos, esas heridas sangrientas de cuerpo y alma se convirtieron en la fuente de la nueva vida. “Los discípulos se alegraron cuando las dudas se disiparon de sus corazones al recibir la paz del Señor y  su misión comenzó cuando sopló en ellos la vida del Espíritu Santo diciendo que “como el Padre me ha enviado, también yo os envío”. Este fue el momento de Pentecostés en el evangelio de Juan.
La última imagen bíblica que quiero recordar es la del día de Pentecostés en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Aquí tenemos otra vez a María, pero esta vez no orando en silencio recibiendo el saludo del ángel, o acariciando a su hijo recién nacido en un establo, ni sosteniendo un quebrantado cuerpo sin vida, pero con una comunidad de fe esperando en gozosa esperanza por el poder que vendrá de lo alto. Este fue el segundo nacimiento para ella, para la iglesia, y para nosotros, cuando el Espíritu Santo nos capacita para conocer las insondables riquezas del amor de Dios. Ellos no estaban decepcionados cuando el viento impetuoso del espíritu y las llamas del amor de Dios los abrazó. Ni nosotros nos sentimos decepcionados al tomar la antorcha de evangelización en nuestra generación.
Las palabras de la Beata Teresa de Calcuta toman el mandato de Jesús: “Ustedes son la luz del mundo; una ciudad en lo alto de una colina no se puede ocultar. Ustedes no pueden ocultar su carácter cristiano. El amor no se puede ocultar más que el sol en el cielo. Cuando ustedes hacen obras de amor, cualquier tipo de buen trabajo, ustedes son observados. Es como tratar de ocultar una ciudad como para ocultar a un Cristiano. Todo cristiano debe estar abierto a ser visto de acuerdo al propósito de Dios para dar luz en la casa”.
Durante la temporada de Navidad María nos enseña que la obra de la evangelización puede ser un estado estable en nuestras vidas. Cada vez que nos reunimos para celebrar los sagrados misterios,  nos saboreamos en la gloria de Dios, en el poder de lo alto, y oramos para que nosotros, como María, podamos estar dispuestos a   proclamar la grandeza del Señor, y dispuestos a vivir, a amar y a servir como discípulos en el camino de la salvación. ¡Feliz Navidad!