Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
“Todos, Todos, Todos” fue la emotiva declaración del Papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, Portugal, a principios de este mes. Este mantra español establece que todos son bienvenidos, especialmente los bautizados, para venir a la presencia de Dios dentro de la Iglesia Católica para conocer el amor transformador de Jesucristo.
Jóvenes y mayores, de casi todas las naciones del planeta, estaban presentes para celebrar con el sucesor de Pedro, el Siervo de los Siervos de nuestro Dios misericordioso. Qué maravillosa manifestación de la identidad y misión de la iglesia en Lisboa, encapsulada como Una, Santa, Católica y Apostólica, el centro de nuestra propia reinvención pastoral.
Esta visión universal de la iglesia que comenzó en el primer Pentecostés, en realidad comenzó a surgir a principios del Antiguo Testamento. Sin embargo, llegó a su cumplimiento en la muerte y resurrección vivificante del Señor, y en el derramamiento del Espíritu Santo. Pero la Cruz nos recuerda que esta visión de unidad entre todas las naciones en la iglesia se esfuerza por seguir su curso y requiere arrepentimiento, conversión y sacrificio para vencer el pecado que siembra división.
La mujer cananea del evangelio del domingo pasado es un excelente punto de partida para mirar hacia el manantial del Antiguo Testamento. Su súplica inesperada y angustiada a Jesús en favor de su hija poseída comenzó con el saludo: “Señor, hijo de David, ten piedad de mí.” Jesús se quedó sin palabras por un momento ante la clara comprensión de su identidad por parte de esta mujer pagana. Respetando su valentía y fe, le recordó la actitud y el prejuicio de los israelitas hacia los extranjeros de que “No está bien tomar el pan de los hijos, y echárselo a los perros.” … “Sí, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” fue la réplica desesperada de la mujer. El Señor respondió con asombro por su fe, y en ese instante, la hija de esta “mujer inmunda” fue sanada. Este es un encuentro fascinante con el Señor que nos desafía a profundizar en nuestro conocimiento y comprensión de la voluntad de Dios. El Antiguo Testamento tiene esta clave.
El Libro de Rut es una parábola, una narración que confrontó las duras políticas de los israelitas en la época de Esdras cuando regresaban a casa del exilio. (Esdras 10) Básicamente, Esdras estaba ordenando a los israelitas que dejaran a sus esposas extranjeras donde las encontraron porque habían sido infieles al Pacto.
En esta mentalidad, Dios no quiere que la sangre de extranjeros contamine el linaje del pueblo elegido. ¡En realidad! Entra en el Libro de Rut. Es una historia entrañable de una mujer moabita, pagana, que eligió regresar a la tierra de Israel con su suegra judía, Noemí. Las palabras de Ruth están guardadas para siempre en nuestra memoria bíblica. “…adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada.” (Rut 1:16-17) La mano de la providencia colocó a Rut en la línea directa de la historia de la salvación como la bisabuela del Rey David de cuyo linaje vino el Mesías, el Hijo de David. Las semillas de la universalidad ya estaban brotando incluso antes de que el rey David se sentara en el trono de Israel.
No hay nada sutil u oculto en la profecía de Isaías en la primera lectura del domingo pasado, ya que anticipa la Gran Comisión del Señor al final del Evangelio de Mateo. “…mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.” (Isaías 56:7) Todos los justos están invitados al banquete del amor de Dios. “Y el Señor de los ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un banquete de vino añejo, pedazos escogidos con tuétano y vino añejo refinado.” (Isaías 25:6)
La historia del profeta Jonás es otra obra maestra del plan de Dios para la salvación universal. Su predicación motivó a los ciudadanos de Nínive, desde el rey para abajo, al arrepentimiento sincero. Resulta que Jonás se resintió profundamente por la acción de Dios al otorgar misericordia a los odiados asirios que habían destruido el Reino del norte de Israel. Muy mal por Jonás. Los tres días del profeta en el vientre del pez prefiguraron los tres días del Señor en la tumba y su resurrección de entre los muertos, el paso final en el plan de salvación universal. La carta a los Efesios capta la esencia del sacrificio del Señor.
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo… y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. Vino y anunció Paz a Vosotros que estabais lejos y Paz a los que estaban cerca.” (Efesios 2:13, 16-17)
En nuestro propio tiempo, necesitamos acabar con la hostilidad dondequiera que asoma su fea cabeza y escuchar el llamado del Evangelio que suena verdadero en las palabras del Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud. Todos, Todos, Todos. Esta, por supuesto, es la gran comisión del Señor de “Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones.” (Mateo 28:19), una persona, una familia, una comunidad, una nación a la vez.
Con la invitación viene el llamado al arrepentimiento, a la conversión y al cambio con la misma actitud de Pedro, el primer Papa, después de que Jesús mismo se invitó a subir a su barca. Pedro, abrumado por la gracia de Dios con la enorme captura de peces, exclamó: “¡Apártate de mí, Señor, ¡porque soy un pecador!” (Lucas 5:8)
Nuestra diócesis está bendecida con fieles de muchas naciones, una presencia verdaderamente católica. A la luz de lo anterior, podemos decir que la actitud de acogida, la fe, la oración, la compasión, el arrepentimiento y la conversión son componentes siempre antiguos y siempre nuevos en el camino de la salvación. A pesar que nuestros esfuerzos, a veces, pueden parecer escasos, de vez en cuando incluso, una migaja que cae de la mesa del Maestro es suficiente para comenzar la fiesta.